Por suerte, papá parecía ajeno a todo. Ni siquiera el fogonazo de otro relámpago, seguido de un seco restallido y del prolongado fragor del trueno, consiguieron devolverlo al presente.
– El Vengador del Ulster marcado como TL -prosiguió- se convirtió obviamente en la piedra angular de la colección del doctor Kissing. Era de todos sabido que sólo existían dos sellos de ese tipo. El otro, el ejemplar marcado como AA, había pasado a la muerte de la reina Victoria a su hijo Eduardo VII y, a la muerte de éste, a su hijo Jorge V, en cuya colección permaneció hasta que hace muy poco fue robado a plena luz del día en una exposición de sellos. Aún no ha sido recuperado.
«¡Ja!», pensé.
– ¿Y el sello marcado como TL? -pregunté en voz alta.
– El TL, como ya te he contado, permaneció a salvo en el despacho del director de Greyminster. El doctor Kissing lo sacaba de vez en cuando, «en parte para presumir», nos contó en una ocasión, «y en parte para recordar mi humilde origen en el caso de que alguna vez me crea por encima de los demás».
»Sin embargo, casi nunca mostraba a nadie el Vengador del Ulster. Tal vez sólo a los filatelistas de más prestigio. Se decía que el mismísimo rey se había ofrecido en una ocasión a comprarle el sello, oferta que Kissing rechazó con amabilidad pero también con firmeza. En vista de que no le había salido bien, el rey le suplicó entonces, a través de su secretario personal, un permiso especial para ver el «fenómeno naranja», como él lo llamaba. Kissing accedió de inmediato y la cosa acabó con una visita secreta y nocturna a Greyminster de su difunta alteza real. Uno no puede dejar de preguntarse, claro está, si trajo consigo el AA, de modo que los dos sellos pudieran estar juntos de nuevo, aunque fuera sólo durante unas pocas horas. Tal vez ése sea uno de los mayores misterios de la filatelia.
Me palpé ligeramente el bolsillo y sentí un cosquilleo en los dedos al notar el leve crujido del papel.
– El director de nuestra residencia, el señor Twining, recordaba muy bien la ocasión, y mencionó, en un tono conmovedor, que las luces del estudio del director permanecieron mucho rato encendidas durante aquella noche de invierno. Y eso me lleva de nuevo, ¡ay!, a Horace Bonepenny.
Por el tono distinto de su voz supe que papá había viajado de nuevo al pasado. Noté un escalofrío en la espalda: estaba a punto de descubrir la verdad.
– Por aquella época, Bony se había convertido en un prestidigitador más que consumado. Era por entonces un joven atrevido y prepotente, de modales descarados, que por lo general se salía siempre con la suya gracias a un recurso simple: avasallar más que los demás.
»Aparte de la asignación que le pasaban los abogados de su padre, se sacaba un buen sobresueldo actuando en Greyminster y alrededores, primero en fiestas infantiles y más tarde, a medida que crecía la seguridad en sí mismo, en conciertos para hombres y en cenas políticas. Para entonces, ya había tomado a Bob Stanley como único ayudante, y de vez en cuando corrían rumores de sus extravagantes actuaciones.
»Sin embargo, en aquella época lo veía muy poco fuera de clase. Puesto que el Círculo de Magia se le había quedado pequeño, lo abandonó y, según se decía, iba por ahí haciendo comentarios despectivos acerca de «esos bobos aficionados» que aún seguían siendo miembros.
»Dado que la asistencia era cada vez menor, el señor Twining acabó por anunciar que iba a abandonar «los salones del ilusionismo», como él llamaba al Círculo de Magia, para concentrar todos sus esfuerzos en la Sociedad Filatélica.
»Recuerdo la noche (era a principios de otoño, la primera reunión del año) en que Bony se presentó por sorpresa, con una enorme sonrisa que dejaba sus dientes al descubierto y una actitud de falsa camaradería. No lo había visto desde que había terminado el anterior trimestre y, de repente, me pareció una criatura demasiado grande y extraña para aquel sitio.
»«Vaya, Bonepenny», dijo el señor Twining, «qué inesperado placer. ¿Qué le trae de nuevo por estos humildes lares?».
»«¡Los pies!», gritó Bony, lo que nos hizo reír a la mayoría.
»Y entonces, de repente, dejó a un lado esa actitud y se convirtió de nuevo en el muchacho atento y humilde de siempre.
»«Señor», dijo, «he estado pensando mucho durante las vacaciones y sería fantástico que usted pudiera persuadir al director para que nos enseñe ese sello tan raro que posee».
»El señor Twining frunció el ceño.
»«"Ese sello tan raro", como usted lo llama, Bonepenny, es una de las joyas de la filatelia británica y, desde luego, jamás se me ocurriría proponer que lo sacaran para que lo viera un bergante tan descarado como usted.»
»«Pero, ¡señor! ¡Piense en el futuro! Cuando seamos mayores…, cuando tengamos nuestra propia familia…»
»Al oír esas palabras, los demás intercambiamos muecas y nos dedicamos a restregar la punta de los pies contra la alfombra.
»«Sería como la escena de Enrique V, señor», prosiguió Bony. «¡Aquellas familias de vuelta en Inglaterra, maldiciéndose en el lecho porque no estuvieron en Greyminster para echarle un vistazo al famoso Vengador del Ulster! Por favor, señor. ¡Por favor!»
»«Le subiré un punto por su audacia, pero también le daré un buen coscorrón por su parodia de Shakespeare. Aun así…»
»Todos nos dimos cuenta de que el señor Twining empezaba a ablandarse. Una de las puntas del bigote se le curvó ligeramente hacia arriba.
»«Por favor, señor», pedimos todos a coro.
»«Bueno…», dijo el señor Twining.
»Y así fue cómo se acordó. El señor Twining habló con el doctor Kissing, y el ilustre director, halagado por el hecho de que a sus muchachos les interesara tan misterioso objeto, accedió en seguida. Se decidió que la visita tendría lugar el siguiente domingo al atardecer, después de misa, y que se realizaría en los aposentos privados del director. Sólo estaban invitados los miembros de la Sociedad Filatélica. Para rematar la velada, la señora Kissing nos ofrecería chocolate y galletas.
»La habitación estaba cargada de humo. Bob Stanley, que había acudido con Bony, fumaba un pitillo con todo descaro y a nadie parecía importarle. Aunque los alumnos de secundaria tenían ciertos privilegios, era la primera vez que veía a uno de ellos fumar delante del director. Yo fui el último en llegar, y el señor Twining ya había llenado el cenicero de colillas de cigarrillos Will's Gold Flake, los cuales fumaba sin parar cuando no estaba en clase.
»El doctor Kissing, como la mayoría de los auténticos directores de escuela, era un showman nada desdeñable. Charlaba de esto y de lo otro, del tiempo, de los resultados del criquet, de los fondos donados por ex alumnos, del mal estado en que se encontraban las tejas de la Residencia Anson… Lo que hacía, claro está, era tenernos en vilo.
»Sólo cuando consiguió ponernos a todos nerviosos como grillos, dijo:
»«Vaya por Dios, casi se me olvida… Han venido ustedes a echarle un vistazo a mi famoso papelito.»
»Para entonces, estábamos todos a punto de entrar en ebullición, como si el salón estuviera lleno de teteras. El doctor Kissing se dirigió a la caja fuerte empotrada en la pared y ejecutó una complicada danza con los dedos en la rueda de la cerradura de combinación.
»La puerta se abrió tras un par de clics. El doctor Kissing metió dentro una mano y sacó una pitillera… ¡una vulgar pitillera de cigarrillos Gold Flake! Eso provocó ciertas risas, te lo aseguro. No pude evitar preguntarme si había tenido el descaro de sacar ese mismo recipiente en presencia del rey.
»Hubo cierto revuelo y luego, mientras el director abría la tapa, el silencio se impuso en el salón. Allí dentro, dispuesto sobre un lecho de papel secante, había un minúsculo sobre: demasiado pequeño, podría pensarse, demasiado insignificante como para contener un tesoro de tal magnitud.
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