Daniel Silva - Juego De Espejos

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Novella d’espionatge amb dues virtuts importants: no és de John Le Carré (algun dia escriuré la ressenya dels llibres que he llegit d’ell, però aviso que no sortirà massa ben parat) i que està ambientada en uns fets reals: la Segona Guerra Mundial i la necessitat dels aliats d’evitar que, de la manera que sigui, el punt del desembarcament a les costes franceses sigui conegut pels alemanys o, millor encara, aquests creguin que serà per un lloc diferent del planificat.
El protagonista és el director del contra-espionatge anglès (si no ho recordo malament), un acadèmic convertit a espia si us plau per força com suggereix el títol original. Al bàndol contrari hi ha una xarxa clandestina d’espies alemanys infiltrats a Anglaterra. L’autor juga amb ambigüetats calculades per tal d’induir el lector a sospitar que diferents pesonatges són traïdors i revelaran el secret del lloc real del desembarcament.
És una novella d’acció continuada, que fa pensar fins i tot en la necessitat d’informació que tenim -i l’efecte que ens pot causar tenir informació parcial sobre les coses que fem. Fins al final no es desvetllen alguns punts foscos de la trama, i just aleshores vénen ganes de rellegir la novel·la per veure fins a quin punt l’acció dels diferents personatges és coherent amb aquesta realitat.

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Neumann hizo inventario de sus heridas. Las lesiones parecían estar por todas partes. Tenía las costillas magulladas y doloridas -respirar era puro sufrimiento-, pero todo indicaba que no había ningún hueso roto. La lengua estaba hinchada y cuando la pasaba por el cielo de la boca notaba el corte que hendía su superficie. Se llevó la mano a la mejilla. Mary se había esmerado al máximo para cerrar la herida sin que le aplicasen puntos… Acudir a un médico era imposible. Comprobó que la venda estaba fija en su sitio. Incluso el roce más leve le arrancaba un respingo de dolor.

Neumann cerró los ojos e intentó dormir. Empezaba a conciliarel sueño cuando oyó el ruido de un paso en el descansillo, al otro lado de la puerta. Instintivamente, alargó la mano hacia la Mauser.Oyó otro paso y luego el crujido del piso bajo el peso de una persona. Levantó la Mauser hasta encañonar la puerta. Percibió el ruidode alguien que accionaba el tirador. Pensó: «Si el MI-5 viniese por mí, desde luego no trataría de deslizarse subrepticiamente en mi habitación por la noche». Se abrió la puerta y una pequeña figura recortó su silueta en el espacio abierto. A la tenue claridad de su lámpara Neumann vio que se trataba de Jenny Colville. Sosegadamente, dejó la Mauser en el suelo, junto a la cama y susurró:

– ¿Qué crees que estás haciendo?

– He venido a ver cómo estás.

– ¿Saben Sean y Mary que estás aquí?

– No. Me he colado. -Se sentó en el borde del camastro-. ¿Cómo te sientes?

– He pasado por cosas peores. Vaya puñetazos que sacude tu padre. Claro que qué te voy a contar a ti, lo sabes mejor que yo. Ella tendió la mano y le tocó la cara.

– Debería verte un médico. Tienes un corte horrible en la cara.

– Mary hizo un trabajo excelente.

Jenny sonrió.

– Tuvo que practicar mucho con Sean. Dice que cuando Sean era joven, la noche del sábado no era noche del sábado si no acababa con un buen zafarrancho fuera de la taberna.

– ¿Cómo está tu padre? Creo que se me fue la mano y le sacudí una más de la cuenta.

– Se repondrá. Bueno, tiene la cara hecha una pena. Pero, de todas formas, nunca fue muy guapo.

– Lo siento, Jenny. Toda la cuestión fue ridícula. Debí ser sensato. No debí hacerle caso.

– El tabernero dijo que la reyerta la provocó mi padre. Merece lo que ha conseguido. Se lo estaba buscando desde hace mucho tiempo.

– ¿Ya no estás enfadada conmigo?

– No. Es la primera vez que alguien sale en mi defensa. Lo que hiciste fue algo muy valiente. Mi padre es fuerte como un buey; Podría haberte matado. -Levantó la mano de encima de su rostro y se la pasó por el pecho-. ¿Dónde aprendiste a pelear así?

– En el ejército.

– Fue espantoso. Dios mío, ¡pero si tienes el cuerpo cubierto de cicatrices!

– He llevado una vida muy rica y satisfactoria.

Jenny se le acercó más.

– ¿Quién eres, James Porter? ¿Y qué estás haciendo en Hampton Sands?

– He venido a protegerle.

– ¿Eres mi caballero de reluciente armadura?

– Algo así.

Jenny se levantó bruscamente y se quitó el jersey pasándolo por encima de la cabeza.

– Jenny, ¿qué crees que estás…?

– Chisssst, vas a despertar a Mary.

– No puedes quedarte aquí.

– Son más de las doce. No pensarás echarme en una noche como esta, ¿verdad?

Antes de que pudiera contestar a la pregunta, Jenny se había quitado las botas altas y los pantalones. Se metió en la cama, y se acurrucó junto a él y bajo su brazo.

– Si Mary te encuentra aquí -dijo Neumann-, me matará.

– No le tendrás miedo a Mary, ¿eh?

– A tu padre le puedo parar los pies. Pero Mary es harina de otro costal.

Ella le besó en la mejilla y dijo:

– Buenas noches.

Al cabo de unos minutos, la respiración de Jenny había adoptado el ritmo del sueño. Neumann inclinó la cabeza contra la de la muchacha, se puso a escuchar el viento e instantes después, también dormía.

45

Berlín

Los Lancaster llegaron a las dos de la madrugada, Vogel, que dormía a ratos en el catre de campaña que tenía en su despacho, se levantó y se acercó a la ventana. Berlín se estremecía bajo el impacto de las bombas. Separó las cortinas impuestas por el oscurecimiento y miró a la calle. El coche seguía allí, un enorme sedán negro, aparcado junto a la acera de enfrente. Llevaba allí toda la noche, como antes estuvo toda la tarde. Vogel sabía que lo ocupaban tres hombres, por lo menos, porque veía las brasas de sus cigarrillos brillando en la oscuridad. Sabía igualmente que el motor estaba en marcha, porque le era posible distinguir el humo que despedía el tubo de escape hacia el helado aire nocturno. Al profesional que llevaba dentro le sorprendía lo chapucero de aquella vigilancia. Fumar, a sabiendas de que el resplandor del ascua sería visible en la oscuridad. Tener el motor en marcha para disfrutar de calor, incluso aunque el aficionado más lerdo sabe lo fácil que resulta así detectar el tubo de escape. Claro que la Gestapo no necesitaba preocuparse mucho de la técnica y el conocimiento del oficio. Se fiaban más del terror y la fuerza bruta. Los martillazos.

Vogel pensó en su conversación con Himmler en la casa de Baviera. Tuvo que reconocer que la teoría de Himmler no dejaba de tener cierta dosis de sentido. El hecho de que la mayoría de las redes de información alemanas establecidas en Gran Bretaña continuasen siendo operativas no demostraba la lealtad de Canaris al Führer. Eran prueba de lo contrario, de su traición. Si el jefe de la Abwehr era un traidor, ¿por qué molestarse en arrestar y ahorcar públicamente a sus espías en Gran Bretaña? ¿Por qué no utilizar esos espías y, junto con Canaris, tratar de engañar al Führer con informaciones falsas y que conduzcan a conclusiones equivocadas?

Vogel pensaba que era un argumento plausible. Pero un engaño de aquella magnitud resultaba casi inimaginable. Todo agente alemán tendría que estar bajo custodia o convertido en espía a favor de los británicos. Centenares de oficiales británicos tendrían que participar en el proyecto, dedicados a crear cantidades industrialesde informes falsos para que se transmitieran por radio a Hamburgo. ¿Sería posible una intoxicación de tales proporciones? Se trataría de una empresa colosal y arriesgada, pero Vogel concluyó que era factible.

La idea era brillante, pero Vogel no dejaba de admitir que tenía un fallo manifiesto. Requería la manipulación absoluta y total de las redes germanas en Gran Bretaña. Había que encargarse de todos los agentes: ganarlos para la causa británica y colocarlos donde no pudieran hacer daño. Si quedaba un solo agente fuera del control de la telaraña del MI-5, ese agente podría presentar un informe contradictorio y entonces a la Abwehr tal vez le oliera aquello a cuerno quemado. Podía utilizar los informes de un agente auténtico y decidir que todos los demás que estaba recibiendo eran fraudulentos. Y si todos los otros informes señalaban a Calais como lugar de la invasión, la Abwehr podía concluir que lo contrario era lo verdadero. El enemigo iba a efectuar el desembarco en Normandía.

¿Qué fue lo que dijo Himmler? «Una mentira es la verdad, sólo que al revés. Ponga la mentira ante el espejo y la verdad le estará mirando desde el cristal azogado.»

No tardaría en tener su respuesta. Si Neumann descubría que Catherine Blake estaba sometida a vigilancia, Vogel podría descartar la información que la mujer enviaba, considerándola cortina de humo tramada por la inteligencia británica…, parte de un engaño.

Se retiró de la ventana y volvió al camastro. Le recorrió un escalofrío. Podía muy bien descubrir pruebas de que la inteligencia británica estaba empeñada en un gran artificio. Lo cual sugeriría a su vez con bastante fuerza que el almirante Wilhelm Canaris, jefe de la información militar alemana, era un traidor. Desde luego, Himmler lo aceptaría como prueba blindada irrebatible. Sólo existía un castigo para semejante delito: una cuerda de piano alrededor del cuello, una muerte lenta y tortuosa por estrangulamiento, que se filmaría de principio a fin para que Hitler pudiera ver la película una y otra vez.

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