Kay Hooper - Espíritu Navideño

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Espíritu Navideño: краткое содержание, описание и аннотация

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Dos conmovedoras novelas clásicas de Navidad, de dos grandes autoras de la ficción romántica.
En esta época gloriosa de la luz y la alegría, la fenomenal Kay Hooper y la incomparable Lisa Kleypas ofrecen a sus lectores un par de joyas preciosas; dos historias de amor eterno que brillan como diamantes: Holiday Spirit de Kay Hooper y Surrender de Lisa Kleypas.
En Espíritu Navideño (Holiday Spirit), de Kay Hooper:
Una abuela casamentera y tres fantasmas de las Navidades arreglan una sensual reunión entre Antonia, una testaruda joven de la nobleza, y Richard, su antiguo y seductor prometido.

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– Toni, mírame.

Totalmente en contra de su voluntad, ella se encontró con sus ojos grises.

– No lo sé -susurró. Pero sí lo sabía. Si se quedara embarazada, no tendría más remedio que casarse con él. Nunca avergonzaría a su familia al tener un hijo ilegítimo y él nunca permitiría que su hijo naciera sin su apellido.

– Yo sí lo sé -sus ojos brillaban de forma extraña, y su voz era sombría-. No quiero forzarte, y si creyera que serías verdaderamente infeliz conmigo, no te forzaría sin importar lo que pasara. Pero no creo eso, Toni. Nos amamos, y este amor puede haber creado un niño. Si nada más te convence, entonces debería hacerlo esa posibilidad. Te casarás conmigo. Si tengo que permanecer en esta cama contigo hasta que todas las almas de este castillo lo sepan, entonces lo haré.

En un movimiento instintivo, ella trató de apartarse de él, pero él la sujetó con firmeza.

– ¡No! Richard, no lo harías…

– ¿No? No hay nada que pueda decir para hacer que confíes en mí, muy bien, entonces renunciaré a la confianza por el momento. Con el tiempo, te demostraré que puedes confiar en mí, así me tome años hacerlo. Pero no sacrificaré esos años. Debemos estar juntos.

Luchar contra su determinación era una batalla perdida, y Antonia lo sabía. Quería decir lo que él dijo, ella podía verlo en sus ojos. No dudaría en comprometerla, y si lo hacía, su abuela los acompañaría hasta el altar, sin pérdida de tiempo, independientemente de los sentimientos de Antonia. Sería la Duquesa de Lyonshall antes del año nuevo.

– Desearía odiarte -susurró ella-. Sería mucho más fácil si pudiera odiarte.

Con su expresión suavizándose, él inclinó la cabeza para besarla.

– Pero no me odias, cielo -murmuró contra sus labios-. Y si sólo te dieras cuenta de ello, sí confiarías en mí. Nunca podrías haber yacido en mis brazos por segunda vez sin confianza.

Antes de que ella pudiera examinar esa teoría, su boca comenzó a trabajar su magia. Su cuerpo se calentó y comenzó a temblar, y ella le devolvió el beso sin poder hacer nada. Ella no parecía pensar en otra cosa que en el placer edificante de su toque. El pensamiento racional se desvaneció bajo esa sensación abrumadora.

Aún besándola, él encontró el extremo de su trenza y removió la cinta, y sus dedos peinaron su grueso pelo hasta que se extendió en la almohada como una lluvia de fuego.

– He soñado que te gusta esto -dijo él con voz ronca, levantando la cabeza para mirar sus ojos en llamas-. Tu hermoso cabello suelto, tu rostro suavizándose de anhelo, tu hermoso cuerpo temblando de deseo. Siempre fuimos una buena pareja, pero nunca tanto como en la pasión.

Antonia contuvo lo que le quedaba de aliento y trató de pensar con claridad.

– Tú… tú estás intentando seducirme -acusó vacilante.

Por alguna razón, eso lo divirtió. Una risa cálida iluminó sus ojos y una sonrisa torcida curvó sus labios. Gravemente, dijo: -Se necesitaría un hombre despiadado para seducir a una mujer contra su voluntad. ¿Es en contra de tu voluntad, cielo?

Podría haberse obligado a decir que sí, pero como una de sus manos ahuecó un pecho palpitante en ese momento, el único sonido que pudo emitir fue un gemido. Sus largos dedos acariciaron su piel hormigueante, acariciando y amasando, mientras su mirada permanecía fija en su rostro.

– Me gustaría que supieras lo hermosa que eres en la pasión -murmuró con voz ronca de nuevo-. Lo suave que se siente tu piel cuando la toco. Cuánto me atrae el calor de tu cuerpo -él bajó la cabeza para provocar un pezón endurecido con su lengua, retirándose antes de que pudiera hacer algo más que jadear, luego la miró de nuevo cuando su mano se deslizó hacia abajo sobre su vientre-. ¿Es en contra de tu voluntad, cariño? -repitió, mientras sus dedos inquisitivos encontraban su calor húmedo.

Antonia no podía contestarle. Miraba fijamente esos ojos feroces, sin embargo, los suyos estaban desenfocados. Su cuerpo se había acordado del placer rápidamente, y ahora exigía más de lo mismo. De él. Se arqueó, ofreciéndose, suplicando. Sentía las aceleradas oleadas de palpitante placer.

Él inclinó de nuevo la cabeza y tomó un pezón en la boca, exprimiendo un grito roto de ella. Estaba fuera de control, fuera de sí misma, perdida en algún lugar y dependiendo completamente de él para traerla de regreso de manera segura. Era la sensación más increíble que jamás hubiera conocido, una gran impotencia combinada con una extraña libertad, tan incontrolable como la pura locura.

Ella tiró de su hombro, gimiendo, pero él se resistió, levantando de nuevo la cabeza para mirarla mientras sus dedos la acariciaban con insistencia. Quería pedirle que dejara de atormentarla, pero entonces las sensaciones la arrasaron en una ráfaga, inundándolo todo, y ella gritó salvajemente. La boca de él capturó el sonido, tomando la de ella posesivamente, y un momento después, su cuerpo cubrió el de ella.

Antonia lo sintió entrar en su interior mientras los espasmos de placer aún recorrían su carne, y la sensación fue tan increíblemente erótica que gritó de nuevo. Él la llevaba de un máximo de placer a otro, a la más profunda realización que había conocido o imaginado que fuera posible.

No había ninguna abrupta línea divisoria entre el deleite sin sentido y el retorno de la cordura. Cuando volvió en sí, él todavía estaba con ella, su poderoso cuerpo sobre el de ella con un peso que trajo otro tipo de satisfacción. Los músculos de su espalda y de sus hombros estaban húmedos bajo sus manos, y ella podía sentir las débiles secuelas en sus cuerpos. También podía sentir un ligero frescor en la habitación ya que las mantas habías sido expulsadas lejos de ellos, pero ella no se hubiera querido mover incluso si se hubiera estado congelando.

Ella frotó su mejilla contra la suya sin pensar, y cuando él levantó la cabeza, ella sonreía. Se sentía extraña, esa sonrisa, desconocida y sin embargo en absoluto equivocada.

La besó con mucha ternura.

– Dios, te amo tanto -dijo en voz baja y áspera-. Seré como tu antepasado, ni siquiera la muerte hará que deje de amarte, de desearte.

Todavía había una punzada de resistencia en la mente de Antonia, pero la fuerza de él era mucho mayor, sabía que ella se había rendido. Ser su esposa podría causarle una felicidad inmensa o un dolor agonizante, pero no tenía más remedio que asumir el riesgo. No porque ella podría haber concebido a su hijo, sino porque la idea de vivir sin él era más insoportable que la posibilidad del dolor.

Ella levantó la cabeza de la almohada y lo besó. Era la primera vez que había hecho eso, y vio el destello de esperanza en los ojos de él. Ello la conmovió, y le hizo sentir una punzada de dolor. Por él. En ese momento, realmente creyó que él la amaba.

– Tú sí me sedujiste -murmuró, sonriendo.

Su boca se curvó en una sonrisa de respuesta.

– ¿Fue en contra de tu voluntad, amor?

– No -ella le apartó un mechón de pelo negro de su frente y unió los dedos detrás de su cuello-. Supongo que debo ser absolutamente desvergonzada.

– Nunca digas tal cosa acerca de mi futura esposa -él seguía sonriendo, pero ella sentía la tensión de su cuerpo.

Ella dudó.

– Richard… No puedo prometer dejar el pasado atrás. No sé si pueda hacerlo. Pero intentaré que eso no arruine el futuro…

Él detuvo sus palabras vacilantes con besos que contenían más amor y ternura que triunfo, y la miró con los ojos brillantes.

– Cielo, te juro que nunca te arrepentirás.

Ella casi le creyó.

– ¿Todavía tienes la intención de casarte conmigo antes del año nuevo?

– ¿Te importa eso? -su pregunta era seria-. Tu abuela me ha informado que hay una pequeña iglesia cerca con un vicario complaciente.

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