Kay Hooper - Espíritu Navideño

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Dos conmovedoras novelas clásicas de Navidad, de dos grandes autoras de la ficción romántica.
En esta época gloriosa de la luz y la alegría, la fenomenal Kay Hooper y la incomparable Lisa Kleypas ofrecen a sus lectores un par de joyas preciosas; dos historias de amor eterno que brillan como diamantes: Holiday Spirit de Kay Hooper y Surrender de Lisa Kleypas.
En Espíritu Navideño (Holiday Spirit), de Kay Hooper:
Una abuela casamentera y tres fantasmas de las Navidades arreglan una sensual reunión entre Antonia, una testaruda joven de la nobleza, y Richard, su antiguo y seductor prometido.

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– Por supuesto -la voz de Antonia fue seca.

Él sonrió ligeramente.

– Si lo deseas, anunciaremos nuestro compromiso por segunda vez y nos casaremos en Londres con toda la pompa y la ceremonia que se requiera. Por mi parte, habría preferido una boda más discreta y una luna de miel prolongada. Podríamos viajar al extranjero, tal vez.

Inocentemente, ella dijo: -¿Cohibido, Su Gracia?

Su sonrisa se volvió un poco avergonzada.

– Bueno, admito que me resultaría menos complicado reaparecer en la próxima temporada de Londres después que la sociedad haya tenido tiempo para acostumbrarse a nuestro matrimonio. Para entonces, seguramente tendrán puesta su atención en algunos otros chismorreos.

Antonia sabía lo que su orgullo había sufrido por el escándalo que ella había causado, y estaba agradecida con él por no hacerla sentir más culpable por ello. Realmente era un caballero hasta la médula, pensó… y la primera pequeña semilla de duda se sembró en su mente.

¿Podría un hombre con esa honestidad y carácter haber sido capaz de la magnitud de su traición? ¿No sólo mantener una amante durante su compromiso, sino también hablar de ella y de su forma de hacer el amor con esa mujer? ¿Darle a su amante el reloj de bolsillo que se había tomado la molestia de hacer a partir de un botón arrancado de la ropa de su futura esposa?

¿Y ese hombre habría estado tan dispuesto, incluso decidido, a ofrecer su orgullo en un intento de cortejar a la dama que lo había rechazado?

No tenía sentido, Antonia se dio cuenta con un sobresalto desagradable. La imagen pintada de él aquel día sombrío casi dos años antes simplemente no coincidía con lo que sabía y lo que veía de él ahora.

– Toni, amor, si quieres afrontar a la sociedad con una estupenda boda en Londres, yo estoy más que dispuesto.

Ella parpadeó hacia él.

– ¿Qué? Oh, no. No, preferiría una boda discreta. En serio.

Frunció el ceño ligeramente.

– Entonces, ¿qué pasa? Por un momento, estabas muy lejos.

Antonia sabía que había una respuesta, pero tenía que encontrarla por sí misma. Sólo entonces tendría la oportunidad de reconstruir la confianza destrozada.

Ella sonrió.

– Me acabo de dar cuenta de lo fría que se ha vuelto la habitación. Uno de nosotros debe encontrar las mantas. O…

– ¿O? -sus ojos se oscurecieron.

Antonia se movió ligeramente por debajo de él, y sintió el primer y delicado impulso de renovada necesidad.

– O -murmuró, y alzó el rostro para encontrar su hambriento beso.

Fue la sensación de su ausencia, lo que despertó horas más tarde a Antonia, y durante algún tiempo yació con una soñadora sonrisa en los labios mientras la luz del sol de la mañana se inclinaba por la ventana. Al igual que Parker Wingate, Richard al parecer se había deslizado de vuelta a su alcoba a otro lado del pasillo, para preservar la reputación de su dama. Después de haber logrado la aceptación de su propuesta, fue lo suficientemente galante como para no exponer su relación íntima al castillo entero.

Lo habría hecho, sin embargo, reconoció Antonia con ironía, si hubiera servido mejor a su propósito.

Su atención fue atraída por los sonidos suaves de Plimpton al entrar en la habitación, y una súbita comprensión causó que Antonia se sentara erguida en la cama, las sábanas agarradas a la altura de sus pechos. Sus pechos desnudos. Ella miró salvajemente alrededor, y descubrió que su camisón y su bata estaban arrugados en el suelo, a varios metros de distancia. Y lejos de su alcance.

Sabía que su pelo caía desordenado, sus rizos rebeldes por los dedos apasionados de Richard. Al igual que la cama estaba tumbada, una de las mantas había sido pateada al suelo y nunca recuperada. Y ambas almohadas tenían claras impresiones, lo que hacía descaradamente obvio que Antonia no había dormido sola.

La cara de Antonia se sentía muy caliente, y no tenía la menor idea de lo que podría decir.

Plimpton se quedó inmóvil en el centro de la habitación, su forma delgada erguida y la cara inexpresiva. Ella miró la ropa abandonada, luego examinó la manta en el suelo. Entonces su mirada pensativa estudió los dos almohadas. Por último, miró a Antonia.

Para su asombro, los remilgados labios de Plimpton se curvaron en una sonrisa de inmensa satisfacción.

– He ganado cinco libras -dijo.

Antonia se quedó sin habla. Ella vio como Plimpton juntaba las ropas de dormir y las llevaba a la cama.

– ¿Perdón?

Con calma, Plimpton dijo: -El personal del castillo colocó apuestas, milady, sobre si usted y Su Gracia arreglarían las cosas. Sólo el ayuda de cámara de Su Gracia y yo fuimos de la opinión que lo harían. Él dijo que para el año nuevo. Yo dije antes de Navidad.

Antonia miró severamente a su doncella.

– Lo hiciste, ¿verdad? ¿Y qué te hizo estar tan segura, dime?

– Yo sabía que lo amaba.

Esa declaración privó a Antonia del habla por segunda vez, pero se recuperó rápidamente.

– ¡Es muy inapropiado que estés apostando sobre mi virtud!

– Lo sería si estuviéramos hablando de alguien que no fuera su prometido, milady.

Silenciada por tercera vez, Antonia decidió un tanto irónicamente que la discreción podía resultar la mejor parte del valor. En un tono altanero, dijo:

– Estaría muy agradecida si me dieras mi camisón.

– Desde luego, milady -respondió Plimpton-. Y voy a buscar un cepillo para su pelo también.

Antonia tuvo que reírse. Seguía sintiendo un gran asombro por la aprobación de Plimpton de su conducta escandalosa, pero era sin duda una reacción más tranquilizadora que una de sorpresa y desaprobación. Y ya que tenía una fe implícita en la discreción y lealtad de su criada, no estaba preocupada porque se extendieran cuentos ofensivos en la planta baja. De hecho, sabía muy bien que Plimpton no reclamaría su premio hasta que Richard y Antonia anunciaran su intención de casarse.

Mientras bebía su café y se preparaba para enfrentar el día, Antonia consideró sus dudas de la noche anterior. A la luz brillante del día, esa dudas eran aún más fuertes, pero aún no podía llegar a ninguna resolución en su propia mente.

Si, efectivamente, la señora Dalton se había propuesto destruir deliberadamente el compromiso de Richard… ¡Pero todo era tan descabellado! ¿Habría llegado al extremo de contratar a un ladrón para entrar a su casa? ¿Y cómo había sabido del reloj, si él no se lo había dicho? Por lo que Antonia sabía, sólo ellos dos habían sabido su importancia, difícilmente alguien más se habría dado cuenta de que el reloj de bolsillo se había hecho a partir de un botón.

¿Y cómo había sabido la mujer que Antonia y Richard habían sido amantes?

Ella podría haberlo imaginado, o simplemente supuesto, tal vez. Si la señora Dalton había encontrado el mismo placer en los brazos de Richard que Antonia…

Antonia empujó violentamente ese pensamiento a un lado, sintiéndose un poco enferma. Sólo la idea de otra mujer compartiendo eso con él era casi insoportable.

La mirada de Antonia cayó sobre el libro de la historia de la familia, y sintió una punzada de culpabilidad. Había olvidado lo que realmente iba a suceder esta noche, en Nochebuena. Recordándolo ahora, reflexionó sobre ello mientras Plimpton terminaba de arreglar su cabello, luego se levantó de la mesa y fue a buscar la lámpara de aceite que aún estaba en una mesa cerca de su cama.

– Tengo que regresar esto -murmuró.

– Yo puedo hacer eso, milady.

– No, yo lo haré cuando baje -quería echar otro vistazo a las pinturas.

No se encontró con nadie, y a pesar de que su vista previa de las pinturas había tenido lugar en casi total oscuridad, Antonia fue capaz de encontrar el corto pasillo. La ventana en el extremo dejaba entrar luz suficiente para ver con claridad, por lo que dejó la lámpara sobre la mesa.

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