Oyó su propia voz gimiendo el nombre de él, y pensó que le estaba diciendo que lo amaba una y otra vez, pero lo estaba besando tan salvajemente que no estaba segura de que las palabras estuvieran en alguna parte, excepto en su mente febril. Hubo un instante de algo parecido al terror cuando perdió todo el control de la estela vulnerable de sentimientos. Entonces se sumergió bajo oleadas y oleadas de pulsante éxtasis. Gimió en su boca, sus ojos abriéndose mientras su cuerpo la llevaba mucho, mucho más allá de sí misma, y el placer estalló por todas partes.
Llorando, lo besó salvajemente y lo sostuvo con lo último de sus temblorosas fuerzas cuando él gimió y se estremeció con la fuerza de su propia liberación.
En el establo, los momentos posteriores a haber hecho el amor habían sido interrumpidos por el esperado regreso del mozo de cuadras, pero no había ninguna necesidad de apresurarse ahora. Antonia estaba junto a él, en sus brazos, las colchas arrimadas sobre sus cuerpos, que ya iban perdiendo el calor. El fuego se estaba muriendo en la chimenea, pero las lámparas seguían encendidas, y un suave resplandor llenaba la habitación.
Ella miró su propia mano descansando posesiva, confiadamente, sobre su pecho duro, vio sus propios dedos moviéndose en una caricia sobre la gruesa mata de suave vello negro, y ella nunca se había sentido tan confusa en su vida. ¿Qué había hecho? Arrastrada por el deseo por segunda vez en su vida…
– ¿Toni?
– ¿Hmmm?
– Te amo.
Ella inclinó la cabeza hacia atrás y lo encontró mirándola fijamente, sus ojos tan tiernos que le hicieron doler el corazón. Sólo había una respuesta que le podía dar, porque no quedaba nada salvo la verdad.
– Yo te amo, también -dijo simplemente.
Él le tocó la mejilla, y luego se movió un poco, alzándose sobre un codo para poder ver su rostro con más claridad.
– No lo digas así, cielo, como si te doliera amarme.
El conflicto dentro de ella fue evidente en su voz.
– Me dolió una vez. Me dolió tanto que todavía puedo sentir el dolor. Eso no ha cambiado, Richard. Tengo miedo de confiar en ti.
Había algo un poco triste en sus ojos ahora.
– Todo lo que puedo hacer es darte mi palabra de que ella mintió, Toni.
– Ya lo sé -ella no tenía que decirlo en voz alta, que la palabra de él ya no era suficiente. Ambos lo sabían. Tenía que sentir confianza, y nada que él pudiera decir repararía lo que se había hecho añicos.
Richard se quedó en silencio, mirándola, acariciándole la mejilla.
– Cuando me dijiste esa mañana que todo había terminado, todo lo que podía pensar, todo lo que podía sentir era el shock y el dolor. De repente eras una extraña, tan llena de odio y amargura, que cada palabra que decías era como un cuchillo. No sabía lo que había pasado, pero podía ver que no estabas dispuesta a hablar de ello. Así que hice lo que exigiste -su boca se torció-. No esperaba que abandonaras Londres de inmediato, ni que te mantuvieras alejada tanto tiempo. Y cuando te negaste a verme, cuando mis cartas fueron devueltas sin abrir… ¿Qué iba a hacer, Toni? ¿Hacer el ridículo persiguiéndote como un muchacho enfermo de amor?
– No, por supuesto que no -murmuró ella, admitiendo que lo había puesto en una situación imposible. Con los ojos atónitos de la sociedad fijos en él, difícilmente podría haber hecho otra cosa que lo que había hecho: comportarse como un caballero.
Inclinó la cabeza y la besó, muy lenta y cuidadosamente, hasta que ella se sintió más que un poco mareada. Cuando él se retiró al fin para mirarla, ella tuvo que luchar contra la tentación de atraerlo hacia sí. Los primeros hormigueos de esa necesidad febril se agitaban en su cuerpo una vez más, y era difícil pensar en otra cosa.
– Me evitaste durante tanto tiempo -dijo él con voz ronca-. Entonces mi padre murió menos de dos meses después, y apenas tuve tiempo para pensar durante casi un año. Arreglar las cosas de la finca parecía requerir todo mi tiempo y energía. Por lo menos me mantuvo muy ocupado para sentir demasiado. Pero no podía olvidarte, cielo. El escándalo había muerto, y todavía esperaba que hubiera una oportunidad para nosotros. No me atreví a intentar verte a solas, pero sabía que íbamos a asistir a muchas de las mismas fiestas. Así lo hicimos, a principios de esta temporada. Tú, al menos me hablaste, por más forzadas y formales que fueron esas conversaciones. Y supe entonces, que habías rechazado varias ofertas tras terminar nuestro compromiso. Pero me tratabas como un extraño. Nunca estuvimos solos el tiempo suficiente como para que yo empezara a preguntarte qué había salido mal.
– ¿Es por eso que aceptaste la invitación de la abuela para venir aquí? -preguntó.
Él dudó, claramente tratando de decidir algo. Eligió sus palabras cuidadosamente.
– Vine aquí porque me pareció la última oportunidad para cerrar la brecha entre nosotros. Y porque Lady Ware estaba segura de que aún me amabas.
Quizás no fue una impresión tan grande como podría haber sido. Antonia hacía tiempo que había comenzado a preguntarse sobre los motivos de su abuela.
– ¿Ella te dijo eso?
Richard asintió con la cabeza.
– Su carta era… bastante extraordinaria. Muy directa y segura. Dijo que estaba convencida absolutamente que seguías enamorada de mí, y que si quería reparar -su término- nuestra relación, las fiestas ofrecían la mejor oportunidad para hacerlo.
Casi para sí misma, Antonia murmuró:
– ¿Cómo lo sabía? Ella dejó Londres poco después que yo, y la vi sólo un par de veces después. Parecía disgustada por mi… mi falta de conducta, pero nunca preguntó por mis sentimientos.
– Tal vez no era necesario. Es posible que tú misma te hayas traicionado, amor, sin saberlo. Lady Ware es muy sabia, creo, y excepcionalmente observadora.
– Así que tomó el asunto en sus propias manos -Antonia no se sentía cómoda con la idea de que la mano de otro dirigiera su destino y sus sentimientos, lo cual fue evidente en su voz.
Él sonrió.
– Me temo que sólo puedo sentir gratitud hacia ella. Ella me dio la oportunidad que tanto deseaba. Toni… corre el riesgo conmigo, por favor. Déjame demostrarte que puedes confiar en mí. Cásate conmigo.
Antonia lo miró, mordiéndose el labio inferior. Todavía temía casarse con él, huyendo de su propia desconfianza, y con ello surgió la verdadera magnitud de lo que había hecho.
– Oh, Dios -susurró.
Obviamente intentando hablar con ligereza, él le dijo: -No creo que una propuesta requiera ayuda divina.
Ella se echó a reír, pero era un sonido de controlada desesperación.
– ¿Cómo pude haber permitido que esto sucediera? Me he comportado como una golfa, como una… una ramera.
La sonrisa de Richard desapareció.
– ¿Por entregarte a un hombre que amas?
– ¡Por entregarme a un hombre con el que no me casaré! Un hombre que me mintió, que me hizo daño…
Su rostro delgado se endureció.
– Parece que siempre volvemos a eso. ¿Qué puedo hacer para expiar esta traición de la que me crees culpable? ¿Quieres escucharme rogar, es eso?
– No, no quiero escucharte rogar -hubiera vuelto el rostro, pero la mano de él la sostenía todavía-. Pero no puedo fingir una confianza que no siento. Ni puedo creer que el resultado fuera otra cosa que infelicidad, si me casara contigo sin confianza.
Él vaciló y luego dijo sin piedad: -Esta es la segunda vez que te has acostado conmigo, Toni. ¿Qué pasa si te he embarazado? ¿Todavía te negarías a casarte conmigo entonces?
Ella cerró los ojos. La posibilidad ya se le había ocurrido. No podía dejar de recordar la semana tras haber roto su compromiso como la más larga de su vida, cuando ella había esperado con ansiedad para descubrir si por haber hecho el amor, iba a tener un bebé. No había ocurrido entonces, pero existían todas las posibilidades que hubiera ocurrido ahora.
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