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Carly Phillips: Sensaciones Al Límite

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Carly Phillips Sensaciones Al Límite

Sensaciones Al Límite: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando el investigador privado Ben Callahan asumió el encargo de vigilar y proteger a la rica heredera Grace Montgomery, creyó que sería una misión fácil. Pero pronto descubrió que la maravillosa Grace representaba una seria amenaza para su libido. No le preocupaba poder mantenerla a salvo de cualquier amenaza, pero… ¿quién podría protegerla de él? Grace era finalmente libre: libre para descubrir quién era y lo que quería. Y lo que quería en aquel momento era a su nuevo y sexy vecino. Pensaba explorar su propio lado sensual, despojarse de todas sus inhibiciones y descubrir lo que significaba ser una mujer: la mujer de Ben. Aunque jamás hubiera podido imaginar que a Ben le habían pagado por obtener ese privilegio.

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– No juegues con fuego, Gracie. A no ser que quieras…

– ¿Quemarme? -le sostuvo la mirada-. Admito que me gusta la idea. Siempre tuve que ser una niña buena, nunca crucé ninguna calle sin un adulto al lado y jamás jugaba con cerillas. Estoy harta de ser buena. Quiero jugar con fuego.

Algo en él la impulsaba a mostrarse atrevida, a perder el pudor: era un sentimiento muy placentero. Ben apoyó entonces delicadamente las manos en sus caderas. Y antes de que ella pudiera adivinar lo que pretendía, la alzó en vilo y la sentó en el mostrador de la cocina.

– Primero vamos a ver esas manos y ese cuello.

Grace sonrió. Sí, primero le permitiría que le curara las magulladuras. Así tendría oportunidad de preguntarle quién era y a qué se dedicaba. Se moría de curiosidad.

– Enséñame las palmas de las manos -Ben necesitaba desesperadamente distraerse de la proposición tan tentadora como inocente que había recibido unos minutos antes.

Grace hizo lo que le pedía. Ben se lavó antes las manos en el fregadero y le limpió cuidadosamente los arañazos con algodón empapado en antiséptico.

– Se te dan bien estas cosas. ¿Tienes mucha práctica?

Ben reconoció aquel intento de Grace por distraerse del dolor que debía de estar sintiendo, al tiempo que procuraba sacarle alguna información.

– No tuve hermanos pequeños a los que curar y cuidar, si es eso lo que me estás preguntando.

Con los pulgares le extendió cuidadosamente la pomada por las palmas de las manos. El impulso de besárselas resultó abrumador. Sentía la necesidad de envolverla en sus brazos y protegerla de todo daño: algo que no tenía nada que ver con el caso que le habían encargado…

– ¿Qué me dices de los niños? -le preguntó ella.

Sorprendido por aquella pregunta tan directa, Ben le presionó una mano sin darse cuenta, arrancándole un gemido de protesta.

– Perdona. Grace, si quieres saber algo, sólo tienes que preguntármelo.

– Supongo que tienes razón -reconoció, azorada.

– Digamos que necesitas ensayar más tu talento para la investigación -rió él.

– Menos mal que te tengo a ti para que me asesores -se interrumpió Grace-. A no ser que haya por ahí una esposa o una novia de la que yo no sepa nada… -una mezcla de curiosidad y esperanza se dibujó en sus ojos castaños.

– No hay ninguna, e hijos tampoco. Pero con la palabra «ensayar» me refería a métodos más sutiles de conseguir información -abrió el paquete de vendas, de aspecto ridículo con tantos colores y dibujos de dinosaurios, y le protegió las heridas lo mejor que pudo-. Después iré a la farmacia de guardia para conseguirte unas vendas mejores.

– Oh, no es necesario. Podré sobrevivir con estas hasta mañana.

Ben ignoró sus protestas. Un viaje a la farmacia era su único medio para escapar a aquella situación.

– Vale, veamos ahora ese cuello…

Grace esbozó una mueca ante la perspectiva de que repitiera la misma operación con la quemadura que le había dejado la correa de la cámara en la piel.

– Creo que prescindiremos del antiséptico y pasaremos directamente a la pomada.

– Menos mal -suspiró de alivio.

– A ver…

Mientras se apartaba la melena para descubrirle el cuello, Grace abrió las piernas para que se acercara más a ella. Seducido por su fragante aroma, Ben comprendió que se hallaba en serios problemas e intentó tocarla lo menos posible.

De repente Grace cerró las piernas, envolviéndolo con su calor. Pudo sentir cómo se estremecía. Ben se vio obligado a aclararse la garganta antes de hablar, e incluso entonces su voz sonó como un ronco murmullo.

– ¿Prescindimos también de las vendas?

Grace volvió la cabeza de manera que su rostro quedó a sólo unos milímetros del suyo, con sus labios peligrosamente cerca. Una voz interior le ordenaba a Ben que se apartara, pero su cuerpo se negaba a obedecer. Ya había abierto la boca para hablar, para prevenir lo inevitable, cuando ella se aprovechó de su indecisión y le acarició los labios con los suyos.

Ardiente, dulce, exigente, generosa… Ben se vio asaltado por un inmenso remolino de emociones y sentimientos en el preciso instante en que sintió la caricia de su lengua. «Al diablo con la prudencia», se dijo mientras atendía aquel tácito ruego, besándola al fin en los labios. Grace gimió y él se embebió de aquel sonido, enterrando los dedos en su cabello de seda.

Pero todavía le quedaba una veta de cordura: su buen sentido le aconsejaba que se detuviera antes de que las cosas llegaran demasiado lejos. Y la sujetó de la muñeca, reclamando su atención. Grace echó hacia atrás la cabeza; con un brillo de deseo en los ojos lo miró fijamente, como si quisiera hipnotizarlo… hasta que el timbre del teléfono lo devolvió a la realidad. Ben intentó apartarse, pero ella seguía reteniéndolo con las piernas.

– Déjalo. Tengo contestador -pronunció, sin dejar de mirarlo y respirando tan aceleradamente como él.

Tres timbrazos después y se escuchó la voz de Grace pidiendo al autor de la llamada que dejara el mensaje, seguida de un pitido. La voz que pudieron oír a continuación era la de Emma, y Ben no pudo sentirse más culpable.

– Hola, Grace. Hace mucho tiempo que no sé nada de ti. Me gustaría saber cómo te las estás arreglando en esa inmensa ciudad. ¿Has conocido últimamente a alguien interesante? Ya sabes que no me importaría que me dieras un nieto antes de que me vaya al otro mundo. Y si eso es mucho pedir, ¿por qué no me das, en vez de eso, alguna pizca de información sobre tu vida? Después de todo, la mujer que te crió debería… -un pitido interrumpió el mensaje de Emma, ya que se había pasado del tiempo establecido.

Grace aflojó la presión de sus piernas en torno a su cintura y Ben aprovechó la oportunidad para apartarse. Vio que ella señalaba el teléfono.

– Lo siento -pronunció con voz temblorosa-. Emma, mi abuela, sigue conservando el don de la oportunidad.

– Parece una mujer de carácter.

– Oh, desde luego. La verdad es que es encantadora, y se preocupa mucho por mí.

– ¿Qué quería decir? ¿Que fue ella la que te crió?

– Sí. Ella era la única persona adulta de mi casa que se interesaba continuamente por mi hermano y por mí. La adoro -añadió con conmovedora ternura.

Ben pensó que la relación que Grace mantenía con Emma era semejante a la que él tenía con su madre, por lo que podía entender muy bien sus sentimientos hacia aquella mujer.

– Entonces yo diría que tienes mucha suerte de poder contar con ella.

– Pues, en las presentes circunstancias, no diría yo tanto… -rió Grace.

Teniendo en cuenta que Emma le había devuelto a la realidad, recordándole su trabajo y la relación que debería mantener con Grace, Ben se alegraba terriblemente de que hubiera recibido aquella llamada.

– Pero tu abuela tiene una buena razón para preocuparse, ¿no te parece? -intentó llevar la conversación al tema de la llamada de Emma.

– La verdad es que, hasta hoy, no había tenido ninguna -pronunció con tono ligero.

Su desenfadada risa no logró engañarlo. El ataque de aquella tarde la había afectado más de lo que le habría gustado admitir. ¿Por qué si no habría querido liberar su adrenalina con aquel maravilloso beso que le había dado?

– ¿Por qué no la visitas de cuando en cuando para tranquilizarla? -le preguntó Ben, siguiendo el curso de la conversación. Detestaba mentirle, aunque fuera de una manera tan sutil.

– Vive en Boston.

– Ah, claro. Tú eres de Nueva Inglaterra. Eso explica tu acento.

– Nacida y criada en Hampshire, Massachusetts. Pero la verdad es que no tengo ganas de hablar de mí.

– ¿Entonces de qué te gustaría que hablemos? -le preguntó Ben, arqueando una ceja-. Y no me digas que de ese beso, porque nunca debió haber sucedido -«por muy fantástico que haya sido», añadió para sí. Ser sincero con Grace era la única manera que tenía de evitar caer de nuevo en una situación tan comprometida.

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