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Carly Phillips: Sensaciones Al Límite

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Carly Phillips Sensaciones Al Límite

Sensaciones Al Límite: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando el investigador privado Ben Callahan asumió el encargo de vigilar y proteger a la rica heredera Grace Montgomery, creyó que sería una misión fácil. Pero pronto descubrió que la maravillosa Grace representaba una seria amenaza para su libido. No le preocupaba poder mantenerla a salvo de cualquier amenaza, pero… ¿quién podría protegerla de él? Grace era finalmente libre: libre para descubrir quién era y lo que quería. Y lo que quería en aquel momento era a su nuevo y sexy vecino. Pensaba explorar su propio lado sensual, despojarse de todas sus inhibiciones y descubrir lo que significaba ser una mujer: la mujer de Ben. Aunque jamás hubiera podido imaginar que a Ben le habían pagado por obtener ese privilegio.

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– ¿Trabajando duro?

Ben se volvió, apoyando una mano en el espejo retrovisor.

– No creo que a esto se le pueda llamar trabajar. Sólo estoy disfrutando de mi día libre.

– Sé lo que quieres decir -hacía una mañana luminosa. Grace pensó que aunque había tenido intención de pasar su día libre haciendo fotos en el parque, también podía permitirse relajarse durante unas horas.

– ¿Adónde vas?

Grace sabía que le preocupaba que fuera al parque sola. Apreciaba su preocupación, pero no quería discutir. Además, ya había decidido aplazar su salida, así que alzó las manos a modo de burlona rendición.

– A ningún sitio del que tengas tú que preocuparte -«por el momento», añadió para sí. Rodeó el coche, deslizando una mano por el guardabarros-. Buen trabajo. ¿Ya has empezado con el interior?

– Aún no.

– Permíteme que te ayude -le dijo, arremangándose la camiseta.

– ¿Y tus manos? -le tomó una de ellas, y su cálido contacto la hizo estremecerse.

– Llevo las vendas.

Seguía sin soltarle la mano. Grace no sabía si él era consciente de ello, pero ella sí. Y junto a las deliciosas sensaciones que le suscitaba, una ola de determinación se alzó en su pecho. Había pasado su infancia y adolescencia reprimiendo sus deseos para representar el papel de «chica buena». Pero finalmente había soltado amarras y, gracias a Ben, tenía la oportunidad de probar la experiencia de ser… «mala». Dado que aquella oportunidad tenía un límite de tres semanas, debía obrar con audacia. Así que aspiró profundamente y acarició con el pulgar la callosa palma de Ben.

Ben retiró la mano con un gesto de sorpresa, y se volvió luego hacia el coche.

– Vale, ayúdame si quieres. Si es que estás segura de poder hacerlo.

– Lo estoy.

– Entonces a trabajar -le señaló el montón de artículos de limpieza que estaban en el suelo.

Grace se agachó para recoger un trapo seco y un frasco de líquido limpiador y subió al coche. Aunque había dejado la puerta abierta, se vio envuelta por el aroma de Ben, tan sexy y penetrante. La química sexual, algo que nunca antes había llegado a comprender, estaba funcionando. Y, como había llegado a ser habitual siempre que estaba cerca de él, empezó a arder por dentro.

¿Qué podría acabar con el rígido control de un hombre como Ben?, se preguntó mientras limpiaba el parabrisas. Se atrevió a mirarlo por la ventana y, para su diversión, lo sorprendió observándola. No era la primera vez que sucedía y, al cabo de algunos minutos, se dio cuenta de que tampoco fue la última. Finalmente bajó del coche.

– Hace mucho calor. Todavía estamos en primavera, pero debe de hacer casi treinta grados.

– Un día perfecto para lavar un coche -comentó Ben desde el otro lado, donde estaba limpiando los tapacubos.

– Aja. Una chica puede agarrar una buena sudada si no toma precauciones -haciendo acopio de coraje, se fue enrollando el borde de la camiseta para hacerse un nudo bajo los senos, como si fuera una especie de top-. Así está mejor -comentó, abanicándose con una mano.

Ben la miró detenidamente de arriba abajo, tal y como ella había esperado. Luego se quitó las gafas de sol.

– ¿Interesante? -le preguntó Grace con una sonrisa.

Vio que tensaba la mandíbula. Habría jurado incluso que aquel rígido control suyo se estaba resquebrajando.

Ben aspiró profundamente.

– Anda, sigue trabajando antes de que la casera del edificio me retire el permiso de lavar aquí el coche por escándalo público -musitó.

«Misión cumplida», se dijo Grace, con un suspiro de alivio. Estaba disfrutando seduciéndolo. Volvió a subir al coche.

– Hacía tiempo que no tenía la oportunidad de hacer algo así -le comentó-. Cuando mi hermano cumplió dieciséis años, le regalaron su primer coche. Un último modelo… -de repente se interrumpió. Había hablado sin pensar y se maldijo entre dientes.

¿Por qué todos aquellos pequeños sucesos de su infancia y adolescencia la avergonzaban ahora, después de haber conocido a Ben? Incluso después de haber renunciado a la cuenta que sus padres le habían abierto desde que era niña, seguía avergonzándose de su pasado, de su ambiente. Sacudió la cabeza. Bueno, al fin y al cabo la vergüenza no era algo tan malo, de hecho, era positiva. La enseñaría a ser humilde y a valorar todas aquellas cosas que ahora se estaba esforzando por conseguir.

– ¿Ultimo modelo de qué marca? -le preguntó Ben.

– Porsche -respondió con voz débil.

– Guau -silbó, admirado-. ¿Y qué le regalaron a la princesa cuando cumplió los dieciséis años?

– ¿La princesa? -exclamó Grace, como si no comprendiera la implicación de sus palabras.

– Sí, tú -se apoyó en el techo del coche-. La princesa Grace.

Tenía el rostro tan cerca del suyo que Grace sintió el impulso de acariciarle una mejilla, de saborear el tacto de su barba de varios días. De jugar con el fuego que él había avivado. Pero de pronto deseó que hubiera entre ellos algo más que una simple atracción sexual. Quería que Ben la apreciara y respetara tanto como ella le apreciaba y respetaba a él. Tal vez no supiera mucho de su vida, pero su carácter era lo suficientemente elocuente. Era como un caballero de brillante armadura, siempre dispuesto a ayudar a los débiles y a socorrer a las damiselas en apuros. Reprimió una carcajada, sabiendo como sabía que a Ben no le gustaría nada esa descripción. Por lo demás, ella no quería ser una inalcanzable princesa encerrada en una torre…

– ¿Es así como me ves?

Ben captó el tono de decepción de su voz y se sintió como un verdadero canalla por servirse de un tema tan delicado como aquél en su propio beneficio. Lo que no comprendía era por qué se avergonzaba tanto Grace del ambiente al que pertenecía, sobre todo cuando ya se había labrado una vida independiente.

– Princesa -murmuró, repitiendo la palabra-. ¿Es tan malo que te llamen eso?

– Si eso me pone fuera de tu alcance… -extendió una mano para acariciarle una mejilla-… sí que lo es.

Pero era allí precisamente donde tenía que estar Ben: fuera de su alcance. Por eso había utilizado a propósito el término «princesa».

– Te lo he llamado de la manera más amable y respetuosa posible -incluso a sus propios oídos aquella excusa sonaba de lo más patético.

– Ya, claro -gruñó, disgustada-. Mira, ésta no es la primera vez que me lo has llamado o que me lo has insinuado, así que voy a hablarte de mi ambiente, ¿vale? Procedo de una rica y aristocrática familia de Nueva Inglaterra, tal y como tú suponías. Pertenecemos a una tradición política ininterrumpida desde comienzos de siglo y no contamos con un solo caso de divorcio en nuestro historial. ¿Quieres saber por qué?

Al detectar la amargura de su tono, Ben se arrepintió de haber sacado a colación aquel tema. Detestaba la idea de haberle producido incluso el más leve dolor.

– ¿Por qué?

– Porque los Montgomery no se divorcian: lo aguantan todo -explicó disgustada-. Durante las cinco o seis últimas generaciones, los Montgomery siempre han hecho lo que se ha esperado de ellos. Siempre se han casado con la gente apropiada, por utilizar su palabra preferida. Como resultado ha habido matrimonios desgraciados, infidelidades, niños traumatizados… pero nada de eso tenía importancia mientras se guardaran las apariencias -sacudió la cabeza, consternada-. Mi hermano Logan fue el primero en romper el esquema, y yo me siento orgullosa de él. No porque haya traicionado su patrimonio, sino porque es feliz. En cuanto a mí, estoy trabajando en ello. Mientras tanto, sí, he aprendido el arte de parecer perfecta en público y quizá sea en eso donde encaje esa imagen de princesa que me has atribuido. Lo llevo tan dentro de mí que ni siquiera soy consciente de que me comporto así -le confesó suspirando de alivio, como si acabara de librarse de una enorme carga.

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