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Carly Phillips: Sensaciones Al Límite

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Carly Phillips Sensaciones Al Límite

Sensaciones Al Límite: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando el investigador privado Ben Callahan asumió el encargo de vigilar y proteger a la rica heredera Grace Montgomery, creyó que sería una misión fácil. Pero pronto descubrió que la maravillosa Grace representaba una seria amenaza para su libido. No le preocupaba poder mantenerla a salvo de cualquier amenaza, pero… ¿quién podría protegerla de él? Grace era finalmente libre: libre para descubrir quién era y lo que quería. Y lo que quería en aquel momento era a su nuevo y sexy vecino. Pensaba explorar su propio lado sensual, despojarse de todas sus inhibiciones y descubrir lo que significaba ser una mujer: la mujer de Ben. Aunque jamás hubiera podido imaginar que a Ben le habían pagado por obtener ese privilegio.

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Ben no se engañaba. Que Logan hubiera sido capaz de liberarse no significaba que Grace pudiera hacer lo mismo. Aquella imagen de perfección que ella había aludido estaba presente en sus gestos, pero no tanto en su comportamiento, en sus actos. Lo cual no era precisamente lo único que le atraía de ella. Era asombroso que un mundo y un ambiente que siempre había sido objeto de su desdén hubiera formado a la mujer que tanto deseaba y admiraba. En aquel momento había una sombra de tristeza en sus ojos. Ansiaba estrecharla en sus brazos y ahuyentar los malos recuerdos que él mismo le había evocado.

– Y hay más -le dijo Grace.

– Te agradezco la sinceridad, pero no tienes por qué decirme nada.

– Claro que sí. Tienes que saberlo todo. Todo el dinero que posee mi familia no vale nada si terminas siendo una desgraciada o te pierdes a ti misma en el proceso -se ruborizó, aparentemente avergonzada por aquella confesión.

Ben estaba al tanto de los hechos por Emma. Y, por lo que sabía, casi podía llegar a creer que afortunadamente había escapado de aquel mundo. Casi. Grace estaba convencida de todo lo que le había dicho. Pero una vez que se encontrara a sí misma y consiguiera todo lo que estaba buscando, volver a la vida cómoda y regalada que había dejado atrás no sería tan difícil como podía parecerle. Era como una segunda naturaleza.

Sin embargo, en aquel instante ese mundo estaba lejos. Y lo que Ben tenía delante de sí era una mujer vulnerable. Una mujer que había hecho lo imposible: despertarle una emoción terriblemente profunda. Una razón más para dar marcha atrás. Le tomó una mano, apretándosela fugazmente. Por puro consuelo. Por una necesidad egoísta.

– Será mejor que sigamos trabajando.

Grace dejó escapar un profundo suspiro, como alegrándose de cerrar aquel tema, aunque sólo fuera por el momento.

– ¿Alguien te ha dicho alguna vez que eres un verdadero negrero?

Ben forzó una carcajada.

– Creo que me han dicho cosas peores -«mentiroso, por ejemplo», pensó disgustado, arrepintiéndose de haber elegido un oficio como el suyo.

Durante la siguiente hora trabajaron codo a codo. O, más bien, ella se dedicó a trabajar y él a admirarla. Admiraba la atención que ponía en los menores detalles, su diligencia al limpiar la guantera, la manera que tenía de balancear el trasero mientras eliminaba las manchas de la consola central… Sacudió la cabeza… Sin duda alguna, todos aquellos movimientos estaban calculados para llamar su atención. Y que el diablo se lo llevara si, de todas formas, no se sentía igualmente hipnotizado.

– Misión cumplida.

Grace salió del coche despeinada, desarreglada, nada que ver con la imagen de Grace Kelly con la que él había intentado describirla. Era tan hermosa, aristocrática e impresionante como lo había sido la joven princesa de Mónaco, pero, en aquel momento, tenía la ropa sucia y arrugada. Su Grace no era una princesa. Era real. Lo suficiente como para hacerle olvidarse del mundo al que pertenecía, así como del caso que tenía entre manos… si es que estaba buscando problemas. Y no lo estaba. Pero su cuerpo no parecía pensar lo mismo. Así como aquella parte de su cerebro que tanto apreciaba y admiraba a Grace Montgomery.

– Ya está. Huele a limpio que da gusto -le hizo una reverencia, como animándolo a que se asomara al interior del coche.

Pero lo que vio, cuando se inclinó Grace, fue el escote de su camiseta: dos redondeados y cremosos montículos encerrados en un delicado sostén de encaje. Sacudió la cabeza para distraerse antes de asomarse al interior del vehículo. Los viejos asientos brillaban de puro limpios, pero su cerebro seguía aferrado a Grace.

– Buen trabajo, Gracie.

– ¿De verdad? ¿Tú crees? Gracias -esbozó una radiante sonrisa.

– ¿Cuándo fue la última vez que te dijeron que habías hecho algo bien? -Ben estaba seguro de que su resentimiento con el ambiente del que procedía estaba relacionado con sus ocasionales accesos de inseguridad.

– Demasiado. Sobre todo procediendo de alguien que… me importa -admitió, ruborizándose.

Así que su instinto no le había fallado. Ben no tenía ninguna duda de que Emma había favorecido en todo lo posible la autoestima de Grace, pero a buen seguro que sus padres no habían hecho lo mismo. A juzgar por lo que le había dicho, la estrategia de su padre debió de haber dado resultado. Ben había tenido la inmensa suerte de que sus padres lo apoyaran emocionalmente y le expresaran siempre su amor. Pero al parecer Grace no había sido tan afortunada. Mientras admiraba su hermoso rostro, se alegró de haber podido contribuir en algo positivo a su vida, después de todo. Incluso aunque ella misma no se hubiera dado cuenta de ello.

– Bueno, tengo que marcharme ya.

– ¿Adónde? -le preguntó. Como si no lo supiera.

– Al parque. Y a las canchas de baloncesto. Hace sol y han anunciado lluvia para mañana -retrocedió un paso, impaciente por marcharse.

– Vale, dame diez minutos para cambiarme y te acompaño.

– No -negó con la cabeza-. Absolutamente no -volvió a retroceder-. Necesito hacer esto sola. Y sé que tú lo comprendes, o al menos que lo respetas. Si por lo menos pudieras hacer a un lado esos instintos de cavernícola y confiar en mí en esto…

– No puedo, Gracie -le habría gustado complacerla, aunque sólo fuera por lo mucho que ella lo deseaba, pero tanto su propia conciencia como su responsabilidad ante Emma se lo impedían. Debía y quería vigilarla, velar por ella.

– Ya suponía que no. Adiós, Ben.

Ben dejó escapar un gruñido. No había querido llegar a eso, pero Grace no le había dejado otra elección. Descolgó la manguera que estaba a su espalda.

– Grace -la llamó.

– ¿Qué? -le preguntó ella, volviéndose para mirarlo-. Ben, tengo que enfrentarme a mis miedos. Y no puedo hacerlo con un guardaespaldas al lado.

Tenía razón. Pero aun así no podía dejar que se marchara sola.

– ¿No me dijiste antes que solías lavar a mano coches con tu hermano?

– Pues… sí. ¿A qué viene eso?

– Oh, sólo quería recordarte los momentos divertidos de tu infancia -y, dicho eso, abrió el grifo del agua y la enchufó con la manguera.

Soltó un chillido al sentir el impacto del agua fría en el pecho y de inmediato se apresuró a arrebatarle la manguera, sólo que Ben fue más rápido. Tuvo más suerte la siguiente vez, ya que consiguió agarrar el tubo y tirar de él. El resultado fue que Ben se quedó con el grifo en la mano y la manguera cayó al suelo, moviéndose como una serpiente enloquecida y mojándolos a los dos.

Grace sabía que debería sentirse furiosa, pero lo cierto era que estaba demasiado ocupada riéndose a carcajadas. Durante aquellos breves instantes se sintió joven y libre; más libre de lo que se había sentido nunca. Ben cerró el grifo y se agachó para recoger la manguera del suelo.

– No creas que no sé que esto ha sido deliberado.

Ben se volvió hacia ella, con un malicioso brillo de diversión en los ojos.

– No me has dejado más opción.

La miró a los ojos antes de bajar la mirada, cuya dirección siguió Grace para descubrir que su sostén de encaje resultaba completamente visible a través de la tela de la camiseta. Se levantó una ligera brisa que la hizo estremecerse. La sombra de sus pezones se dibujaba con nitidez, destacando las dos erectas puntas, bajo la estupefacta mirada de uno y de otra. En aquel momento Grace habría apostado cualquier cosa a que el rígido control de Ben estaba a punto de estallar en mil pedazos. Y no podía decir que lo lamentara. Evidentemente había llamado su atención, y por muy incómoda y violenta que se sintiera, no tenía ninguna intención de cruzar los brazos sobre el pecho y arruinar aquel momento. Una «chica mala» jamás habría desaprovechado una oportunidad como aquélla.

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