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Carly Phillips: Sensaciones Al Límite

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Carly Phillips Sensaciones Al Límite

Sensaciones Al Límite: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando el investigador privado Ben Callahan asumió el encargo de vigilar y proteger a la rica heredera Grace Montgomery, creyó que sería una misión fácil. Pero pronto descubrió que la maravillosa Grace representaba una seria amenaza para su libido. No le preocupaba poder mantenerla a salvo de cualquier amenaza, pero… ¿quién podría protegerla de él? Grace era finalmente libre: libre para descubrir quién era y lo que quería. Y lo que quería en aquel momento era a su nuevo y sexy vecino. Pensaba explorar su propio lado sensual, despojarse de todas sus inhibiciones y descubrir lo que significaba ser una mujer: la mujer de Ben. Aunque jamás hubiera podido imaginar que a Ben le habían pagado por obtener ese privilegio.

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– ¿Por qué lo haces? -su voz sensual parecía envolverla como una tierna caricia-. ¿Es que perteneces a un ambiente más… privilegiado que la media?

– ¿Cómo lo has adivinado? -le preguntó a su vez Grace, súbitamente recelosa. Porque solamente se habían visto una sola vez y ella no le había revelado nada sobre su ambiente. Por supuesto que la decoración de su apartamento era muy lujosa, pero en su tono había detectado una certidumbre muy extraña.

De repente Ben la tomó suavemente de la barbilla, alzando su rostro al sol. El calor no tenía nada que ver con el sudor que le corría por la frente.

– Esa manera de hablar tuya tan cultivada es una buena pista. Al igual que este cutis tan exquisitamente cuidado.

«Así que me caló desde el primer día», se dijo Grace. Pero ante Ben no quería ser una niña rica y mimada: quería ser simplemente Grace. Y aún le quedaba alguna oportunidad de conseguirlo. Aspiró profundamente; el contacto de sus dedos la estaba abrasando por dentro.

– Eres muy observador.

– Dada mi profesión, estoy obligado a serlo -al ver que ella le lanzaba una mirada interrogante, agregó-: Soy investigador privado.

– ¿Es eso lo que estás haciendo aquí? ¿Trabajando en algún caso?

– Vaya, Grace, tengo la impresión de que estás eludiendo la pregunta que te hice hace unos segundos acerca de tu ambiente…

Grace sonrió. Aunque los dos estaban terriblemente interesados el uno por el otro, ninguno parecía interesado en ofrecer información sin recibir nada a cambio.

– Pues no, señor Sherlock Holmes. Digamos que sólo estoy equilibrando el juego. Si tú respondes a una pregunta mía, yo responderé a una tuya.

– No sabía que esto fuera un juego, pero jugaré de todas formas. Dado que soy nuevo en el edificio, le pregunté a la casera qué zonas debía evitar, y me mencionó este barrio. Atracos, tráfico de drogas… y niños desasistidos y necesitados de ayuda. Es por eso por lo que estoy aquí, jugando al baloncesto con ellos.

– Qué sorpresa, Ben. Nunca habría sospechado que tuvieras una vena tan altruista.

– No voy por ahí proclamándolo a los cuatro vientos -se echó a reír-, pero lo cierto es que yo crecí en un barrio como éste. Siempre que me mudo a otro, me gusta volver a mis raíces. Tu turno.

Grace estaba conmovida. No sólo tenía el físico del hombre de sus sueños, sino que además poseía un gran corazón.

– Vamos, contesta ya. ¿Procedes de un ambiente privilegiado? ¿Es por eso por lo que sientes la necesidad de visitar zonas como ésta sin ninguna… protección?

– No creo que necesite protección alguna -rió ella-. ¿Quién estaría interesado en molestarme?

– No subestimes tu valor, Grace.

Se estremeció, consciente de que acababa de tocar un punto débil. Ése era su mayor temor: que su valor como persona descansara solamente en su dinero y en su apellido familiar.

– Quiero decir que no podría llamar la atención de nadie, vestida con estos vaqueros y esta camiseta. Sin maquillaje ni joyas de ningún tipo -se encogió de hombros, esperando haber disimulado cualquier tipo de inseguridad que pudiera haber revelado.

– Para empezar, esa cámara podría venderse a buen precio en el mercado negro. Luego está ese cutis que antes te he mencionado -con un dedo le acarició suavemente una mejilla, haciéndola estremecerse.

– Puedo cuidar de mí misma.

– Sé que tal vez lo creas, pero…

– No lo creo, lo sé -le sujetó el dedo. De repente el deseo de sentir la caricia de aquellas manos en sus senos le resultó abrumadora. De alguna forma, sin embargo, consiguió encontrar la fuerza de voluntad necesaria para añadir-: Aprecio tu preocupación, pero la verdad es que tengo que irme. Quiero sacar algunas fotos antes de volver al trabajo.

– Todavía me debes algunas respuestas, Gracie -le recordó Ben, apartándose.

Se echó a reír, agradecida de haber salido con bien de aquel paso.

– Descuida -riendo, se dio media vuelta y salió de la cancha.

No había hablado en broma. Ben Callahan era la clave que necesitaba para descubrir su propia sensualidad, y ella tenía intención de intimar con él. Muy pronto.

Ben sacudió la cabeza mientras la veía alejarse, contoneando graciosamente las caderas. Su nombre le sentaba perfectamente. Y era por esa misma razón por la que no pintaba nada en aquel barrio. Diablos, a él no le apetecía nada frecuentar aquella réplica del problemático barrio en el que se había criado. Durante su infancia y adolescencia, siempre falto de dinero, las canchas de baloncesto habían sido su vía de escape. Cuantos más botes había dado al balón más posibilidades había tenido de olvidarse de que, al anochecer, tenía que volver a un apartamento vacío: sin padre, con una madre que trabajaba demasiado y con los vecinos discutiendo a gritos al otro lado de los tabiques de papel.

Había entablado amistad con los chicos que había conocido esa mañana, mientras esperaba allí a que apareciera Grace. Se había fijado especialmente en uno, León: si se concentraba lo suficiente en el juego y no en las calles, aquel crío muy bien podría salir de aquel lodazal. Pensó que ésa era una manera muy adecuada de ocupar su tiempo mientras duraba su misión, para no hablar de que ayudando a esos chicos se distraía de Grace. Por cierto, que la chica todavía no le había dado una razón convincente que justificara su recurrente presencia en aquel barrio. La admiraba por sus buenas intenciones. La respetaba por sus esfuerzos. Pero detestaría ver sus buenas obras recompensadas con problemas y disgustos.

«¿Y qué te importa a ti eso?», se preguntó de repente, dejando escapar un gruñido. Era eso precisamente lo que no quería: enredarse en su vida. Su trabajo consistía en investigar para su cliente. En lugar de ello estaba pensando demasiado en Grace; palabras como admiración y respeto asaltaban su mente cada vez que lo hacía. Pero no tenía sentido negar la verdad. Lejos del distanciamiento que se había prometido mantener, estaba empezando a preocuparse por ella. Y eso podía poner en riesgo su corazón, algo que no le gustaba en absoluto.

Lo mejor era concentrarse en su trabajo, había conseguido respuestas para todas las preguntas de Emma, y en un tiempo récord. Conocía la ocupación profesional de Grace y cómo empleaba su tiempo libre. Su abuela podía estar contenta: era una mujer adulta, inteligente, que podía cuidar perfectamente de sí misma. «Distanciamiento», se recordó una vez más mientras volvía a la pista. León le lanzó el balón, tomándolo por sorpresa, y Ben se puso a jugar. La palabra «distanciamiento» resonaba en su mente cada vez que efectuaba un disparo a cesta.

Pero de repente un agudo chillido femenino cortó el aire, elevándose por encima de las voces de la cancha. Ben sintió un doloroso nudo en el estómago. Soltando el balón, corrió hacia el lugar del que procedía la voz de Grace. La vio derribada en el suelo sujetando la correa de su cámara, que llevaba colgada del cuello, y de la que estaba tirando un chico alto, con una camiseta roja y raída, sin mangas. Tiraba de ella con tanta fuerza que había conseguido levantarla del suelo, mientras Grace, pequeña pero tenaz, no se resignaba a soltar su preciosa posesión.

– ¡Hey!

Al oír el grito de Ben, el chico soltó la correa, haciendo que Grace cayera nuevamente al suelo, de espaldas. Entre perseguir al atacante o atender a la víctima, Ben prefirió lo último. Se arrodilló a su lado.

– ¿Estás bien? -le retiró delicadamente las largas guedejas rubias que le caían sobre el rostro. Ignorar aquel delicioso contacto de seda no le resultó fácil.

– Lo estaré siempre y cuando no me sueltes un «ya te lo había dicho yo» -forzó una sonrisa.

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