Andreu Martin - No pidas sardina fuera de temporada

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No pidas sardina fuera de temporada: краткое содержание, описание и аннотация

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Su alma se hizo anicos como una porcelana caida desde un quinto piso. Nunca he visto tanto desconsuelo en un rostro. Se quedo atonita, los ojos incredulos y ofendidos, como si acabara de pegarle una bofetada.

Aquella foto, aquella maldita foto, le aclaraba que el Pantasma no era un homosexual incomprendido. El Pantasma era un corruptor de menores, que es muy distinto. Era alguien que realmente merecia la carcel. Y el Lejia le protegia. Y si el Lejia habia mentido en aquel punto… Tambien podia haber mentido en todo lo demas.

Horrorizada, Clara estaba llegando a las mismas conclusiones que yo. Un corruptor de menores implicado en un asunto de trafico de heroina es uno de los peores monstruos que se puedan imaginar.

Intui la tempestad que estaba zarandeando a Clara en aquellos momentos. Su padre le habia mentido y ella habia tenido que creerle. No obstante, a la hora de la verdad, todas las sospechas tomaban cuerpo y las dudas dejaban de serlo. En el fondo, Clara ya sabia cual era la verdad, pero no habia querido verla. Habia sido necesario que yo, imbecil de mi, permitiera que la foto cayera en sus manos.

Ella no podia moverse. Y yo tenia que hacer algo. De modo que me sente en el suelo, a su lado, y la abrace.

– Eh, Clara -murmure. No tenia palabras.

Y ella dijo:

– Rompela, Juan. ?La romperas? ?La romperas y no le diras nada a la policia?

Yo me aparte de ella, como si de repente su cuerpo quemara, negando con la cabeza, asustado porque estaba tentado de hacer lo que me pedia.

– No.

Pero era una simple formula. Ella misma podria haber roto la foto que, por otra parte, solo era una prueba circunstancial a la hora de inculpar al Lejia. Solo queria ponerme a prueba. Supongo que me pedia algun tipo de ayuda que yo, definitivamente, le negue.

Se incorporo, tiro la foto y salio corriendo hacia las escaleras. La segui casi sin darme cuenta, como el galgo que sale tras el conejo mecanico. Cruzamos el bar uno detras del otro, tiramos dos sillas al suelo y oi de pasada la bromita de un imbecil («?eh, el Juanito se esta haciendo mayor! ?Ya las castiga!»), y tambien sorprendi un destello de alarma en los ojos de mi padre.

Fuera llovia a cantaros. Corrimos bajo la tempestad sin notarla. La atrape cien metros mas alla, en la primera esquina.

– ?Clara! -grite.

Se volvio para mirarme.

– ?Es mi padre, Juan! ?Es que no puedes entenderlo? ?Conmigo siempre se ha portado bien!

La crei. Me daba cuenta de que en la vida las cosas no son tan simples como en las peliculas de la tele, donde el heroe aniquila al malo horroroso, desagradable y con mal aliento, y se gana de paso el amor de la chica. En el cine, todo es claro y elemental. En la vida, en cambio, resultaba que el Lejia era amable y considerado con su hija, mientras que padres de otros amigos del barrio, hombres a quienes jamas se les ocurriria traficar caballo, llegaban a casa y golpeaban a la mujer y a los hijos porque habian tenido un mal dia en el trabajo, o tan solo para ejercitar un poco los musculos.

– Heroina -dije, simplemente, porque necesitaba aferrarme a mis ideas-. El Pantasma repartiendola entre ninos a los que previamente habia corrompido sexualmente. Quiza la primera vez gratis, «porque me caes bien, hala»… ?Despues cobrando! ?Ninos, Clara, ninos! Las victimas mas faciles, los clientes mas seguros. Ninos que haran lo que sea por pagarse la droga. Ninos que robaran a punta de navaja y correran a darle el botin a cambio del caballo… ?Ninos que se haran matar en un atraco, si no la dinan antes de una sobredosis o de la mierda que mezclan con la droga! -se me estaba subiendo la sangre a la cabeza-. ?Me importa un rabano que despues tu padre te compre unos zapatos con la pasta que saca de ese negocio! ?Eso no le hace mejor!

Ella suspiro. Dijo:

– Lo siento. Perdona -estaba a punto de irse.

– Yo tambien lo siento -dije desesperado-. Pero tengo que hacerlo. Tienes que entenderlo, y lo entenderas… Tal vez no ahora ni dentro de un rato, ?pero acabaras comprendiendolo y me daras la razon! ?Me sabe muy mal, Clara, porque…, porque…! -y con un hilo de voz dije, por primera vez en mi vida-:… porque te quiero.

Clara se quedo mirandome como un soldado que, en el fragor de la batalla, descubre de pronto que le ha desaparecido el arma de las manos. Por un momento parecia que iba a decir algo, pero lo penso mejor. Abrio la boca y supe que queria insistir una vez mas, «rompe la foto, Juan, no denuncies a mi padre…», pero ella misma adivino la respuesta que le daria, y no dijo nada.

Es muy importante el primer dia de tu vida que le dices «te quiero» a una chica. A lo largo de los anos, supongo que debes de recordar como fue y lo que te contesto ella. A mi, Clara me dijo simplemente:

– Ya. Adios, Juan.

Me dio la espalda y se alejo bajo la tormenta mientras yo apretaba los punos y me tragaba palabras y gritos, y miraba a mi alrededor y veia barro y charcos y cristales de botellas rotas, hierrajos oxidados, toda la basura que me rodeaba y de la que los clientes del Lejia y del Pantasma nunca tendrian la oportunidad de huir.

Temblaba y tenia frio, y era como si hubiera empezado a llover en aquel preciso momento.

«?A que estas jugando, Juan? ?Pensabas que habia una raya en el suelo, los buenos a un lado y los malos al otro, y que bastaba con buscar la raya cada vez que aparecia una duda?»

– ?Juan! ?Juan! -mi padre llegaba corriendo-. Juan, ?que te ha pasado? ?Que haces aqui, con esta lluvia…?

No me renia. Solo estaba preocupado por mi. Despues de todo, era mi padre.

– Tenemos que ir a poner una denuncia, papa… Te lo contare por el camino.

Epilogo

Ahora tengo un cobertizo.

Cuando Elias se recupero, se mostro muy agradecido y me cedio el cobertizo para que lo utilizara como despacho. Alli me instale y Maria se asocio conmigo (no esta tan mal, despues de todo, esa tecno), y los dos juntos continuamos el trabajo que Pili y yo empezamos en casa, entre cajas de cerveza.

Elias ha dejado el barrio. Se ha ido a vivir al centro de Barcelona y dicen que estudia fotografia y colabora con una agencia de prensa al mismo tiempo. Dicen que es un fotografo muy bueno, y que le va muy bien, y yo me alegro.

Han pasado ya tres meses desde que acabo todo, desde que la policia detuvo al Pantasma por «pedofilia» (asi llaman ellos a su vicio), y el Pantasma arrastro consigo a toda la banda de traficantes, el Lejia incluido. A estas alturas, estan todos encarcelados en espera de juicio. La policia encontro un kilo de caballo escondido en el interior de un motor viejo, en el garaje del Lejia. La gente comenta que no saldran facilmente de esta.

Maria y yo estamos muy atareados, las clasicas tonterias de costumbre, pero a menudo yo le paso todo el trabajo a ella o a Pili y me quedo en el cobertizo sin hacer nada.

Solo escucho musica.

El Without you, por ejemplo.

Clara tambien se fue del barrio, a vivir de nuevo con su madre. A menudo la recuerdo como la vi por ultima vez, alejandose bajo la tormenta, y pienso en sus palabras («adios, Juan»), vacias de rabia y de rencor. Pienso que ya ha pasado tiempo suficiente desde entonces. Ha tenido tiempo de pensar en lo que hice y darse cuenta de que tenia razon, y de que no podia actuar de otra manera. Lo sabe, claro que lo sabe. Ya lo sabia, incluso mientras me lo pedia…

Por tanto, la espero. La espero todas las tardes aqui, en el cobertizo, escuchando musica y leyendo y releyendo el informe que hace siglos yo mismo hice sobre ella.

Y cada vez que se oyen pasos en el jardin, levanto la cabeza y miro con esperanza hacia la puerta. Porque se que volvera, y que el rumor de sus pasos sera el anuncio de su llegada.

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