Incluso el mismo san Patricio, un britano que había destacado en la predicación de la fe en Irlanda, había prohibido expresamente la práctica del teinm laegda y del imbas forosnai, los medios meditativos para la iluminación. A Fidelma le entristecía que los antiguos rituales de autoconciencia se rechazaran simplemente porque eran antiguos y se habían practicado mucho antes de la llegada de la fe a Irlanda.
Sin embargo, el aeread todavía no estaba prohibido y ella creía que habría protestas entre los religiosos de Irlanda si tal cosa ocurriera. Era un medio de relajación para calmar la avalancha de pensamientos en una mente atormentada.
– ¡Hermana!
Fidelma parpadeó y se sintió como si despertara de un profundo sueño reparador.
Se dio cuenta de que el tesserarius Furio Licinio le estaba examinando el rostro con expresión preocupada.
– ¿Sor Fidelma? -Su voz denotaba cierta inquietud-. ¿Estáis bien?
Fidelma parpadeó otra vez y dejó que una sonrisa se dibujara en su rostro.
– Sí, Licinio, estoy bien.
– Parecía que no me oyerais, pensaba que estabais durmiendo, pero con los ojos abiertos.
– Simplemente estaba meditando, Licinio -sonrió Fidelma, levantándose y desperezándose un poco.
Furio Licinio entendió el sentido exacto de la palabra latina meditan más que el propósito del dercad.
– Soñar despierto más que pensar -observó con escepticismo. Sin embargo, reconozco que hay mucho que meditar en este asunto.
Fidelma no se molestó en ilustrarlo.
– ¿Qué noticias traéis? -preguntó.
Furio Licinio se encogió de hombros.
– Hemos recuperado el cadáver del hermano Ronan Ragallach de la catacumba. Ahora está en el mortuarium de Cornelio. Pero poco más hemos encontrado; desde luego, ningún papiro o cáliz.
Fidelma dejó escapar un suspiro.
– Como imaginaba. Quienquiera que haya hecho esto es inteligente.
– Hemos registrado bien en la catacumba y encontramos otra salida o entrada situada junto a la muralla Aurelia. Por ahí es por donde entraron y salieron nuestros asesinos. No tuvieron necesidad de seguiros hasta el cementerio.
Fidelma asintió con la cabeza lentamente.
– ¿Y no había ninguna señal de nada que pudiera indicar un culpable?
– Sólo, tal como dijisteis, que el hermano Ronan Ragallach fue estrangulado con un cordón, de la misma manera que Wighard.
– Bien -Fidelma sonrió ampliamente-, una cosa que descubrí que mi atacante no se había llevado es esto.
Fidelma buscó en su marsupium y extrajo el trozo de tela de saco que Ronan Ragallach tenía agarrado.
Furio Licinio lo examinó asombrado.
– ¿Qué prueba eso? Sólo es un simple retal de tela de saco.
– Cierto -afirmó Fidelma-. Parecido a este pedacito de tela de saco.
Colocó encima de la mesa el trocito que había arrancado de la puerta astillada de la habitación del hermano Eanred.
– ¿Estáis diciendo que es la misma tela?
– Lo más probable es que así sea.
– Pero la suposición no es una prueba.
– Os estáis convirtiendo en un experto en leyes, Furio Licinio -dijo Fidelma con solemnidad-. Pero esto es suficiente para volver a interrogar a Eanred.
– A mí sólo me parece un simplón.
Eadulf volvió a entrar de repente en la habitación. Por su expresión, resultaba obvio que no había tenido éxito en su búsqueda.
– No he podido encontrar ni una sola persona que conozca la lengua de los árabes -informó indignado.
Furio Licinio frunció el ceño.
– ¿Qué hay del hermano Osimo Lando?
Fidelma le dijo a Licinio que no encontraban a Osimo.
– Bueno, Marco Narses está de guardia, está apostado junto a los pórticos de la entrada principal. Él debe de saber un poco. Luchó contra los musulmanes en Alejandría hace tres años y estuvo prisionero durante un año hasta que su familia pagó un rescate para que lo liberaran. Aprendió algo de esa lengua.
– Id a buscarlo, Licinio -ordenó Eadulf, echándose en la silla-. Yo estoy demasiado cansado.
Furio Licinio no tardó mucho en localizar a Marco Narses y lo acompañó hasta la estancia.
Fidelma fue directa al grano.
– He memorizado algunas palabras. Creo que pueden ser árabes, una lengua que me han dicho que entendéis. ¿Podéis probar a ver si las reconocéis?
El decurión inclinó la cabeza.
– Muy bien, hermana.
– La primera palabra es «kafir».
El soldado sonrió.
– Bastante fácil. Significa «infiel». Uno que no cree en el Profeta. Como nosotros diríamos «infidelis» para designar a una persona que rechaza la verdad de Cristo.
– ¿El Profeta?
– Mahoma de la Meca, que murió hace treinta años. Sus enseñanzas se han extendido como el fuego entre los pueblos orientales, donde llaman islam a la nueva religión, que significa «sumisión a Dios o Alá».
Fidelma frunció el ceño al oír su pronunciación.
– Así que Alá es su nombre para Dios. Entonces, ¿qué significa «Bismillah»?
– Fácil -contestó Marco Narses-. Es «En el nombre de Alá» (su Dios). Es simplemente una exclamación de sorpresa.
Fidelma frunció los labios, pensativa.
– Así, lo que yo sospechaba queda confirmado. Aquellos dos eran árabes. Y, al parecer, el hermano Ronan Ragallach estaba en contacto con ellos. Pero, ¿por qué y qué relación guarda con la muerte de Wighard?
Eadulf lanzó una mirada a Marco Narses.
– Gracias, decurión. Ya os podéis ir -dijo.
El joven decurión parecía reacio a marcharse, pero ante la mirada de Furio Licinio, volvió a su guardia en el atrium.
– Hay que encontrar al hermano Osimo Lando -sugirió Furio Licinio-. Si alguien sabe más de este asunto, él, como superior del hermano Ronan Ragallach, debería conocer si estaba metido en algún asunto relacionado con los árabes.
– Yo ya he mandado a alguien a averiguar por qué no está en su puesto de trabajo -explicó Fidelma-. Sin embargo, estoy ansiosa por volver a hablar con el hermano Eanred.
– Tan sólo tenemos la palabra de Sebbi de que Eanred es un maestro en el estrangulamiento -indicó Eadulf, adivinando lo que pensaba Fidelma.
– Hemos de ser precisos en estos asuntos, Eadulf. Lo único que dijo Sebbi es que Eanred era un esclavo que mató a su amo estrangulándolo, y que quedó absuelto de ese crimen por vuestra ley sajona cuando se pagó el wergild.
– Así y todo… -protestó Eadulf.
Fidelma se mostró rotunda.
– Vayamos a buscarlo. El ambiente de este cuarto está demasiado cargado y me temo que me vuelve el dolor de cabeza.
Eadulf y Licinio la siguieron cuando ella salió de la habitación y fue por el pasillo hasta el atrium, la entrada principal del palacio. Había diversos grupos de personas, como siempre, esperando que los convocaran para ver a quienquiera que hubieran venido a ver para agasajarlo o influenciarlo. Fidelma caminaba en primer lugar mientras atravesaban el suelo de mosaicos hacia la domus hospitalis. Casi habían llegado a la puerta del fondo cuando encontraron al hermano Sebbi abriéndose paso a empujones con mirada irritada.
Vio a Eadulf y se detuvo.
– ¿Todavía sois el secretario y consejero de la delegación sajona ante el Santo Padre? -soltó sin ningún preámbulo.
Se detuvieron y Eadulf frunció el ceño ante la brusquedad del religioso.
– Ése es el cargo que me dio el arzobispo, pero desde su muerte… -Se encogió de hombros-. ¿Pasa algo?
– ¿Que si pasa? ¿Que si pasa? ¿Habéis visto al abad Puttoc?
– No. ¿Por qué?
Sebbi miró atentamente a Furio Licinio. Estaba claro que no seguía la conversación, pues no hablaba sajón. Buscó con la mirada a Fidelma, pero ésta bajó la vista e hizo ver que no le interesaba la conversación. Sebbi volvió a mirar a Eadulf.
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