Peter Tremayne - Una Mortaja Para El Arzobispo

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Sor Fidelma se encuentra en Roma para presentar al Santo Padre la regla de su orden. Según sus previsiones, la estancia en la Ciudad Eterna será breve, pero un suceso inesperado y de consecuencias imprevisibles va a trastocarlo todo: el arzobispo Wighard de Canterbury ha sido asesinado y robados los tesoros y reliquias de incalculable valor que había traído consigo. A la joven monja y a su amigo Eadulf les encargan la resolución de un caso en apariencia sencillo, pues las pruebas acusan claramente a un religioso irlandés que ya ha sido apresado. Sor Fidelma, sin embargo, se resiste a confirmar su culpabilidad: son muchos los cabos sueltos y demasiados los sospechosos envueltos en una trama en la que se mezclan horrendos crímenes pasados, locos sueños de grandeza y oscuras ambiciones de poder. Además, un sentimiento que ella creía haber descartado la empuja a retrasar lo más posible el momento en que deberá separarse de Eadulf.

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Fidelma permaneció confusa durante un momento. Esperaba que el cargo estuviera ocupado por un hombre mayor. Aquel joven apenas tenía veinte años.

Éste dio un paso adelante y se detuvo; miraba a Eadulf y Fidelma una y otra vez con sus ojos de miope.

– ¿Cómo os llamáis? -preguntó Fidelma.

– Osimo Lando -replicó el joven, con un cierto ceceo.

– ¿No sois romano? -preguntó Fidelma.

– Soy griego, nacido en Alejandría -contestó Osimo Lando-. Aunque crecí en Siracusa.

– Sentaos, hermano Osimo -le invitó Fidelma-. ¿Os ha explicado el tesserarius Furio Licinio cuál es nuestro propósito?

El hermano Osimo avanzó lentamente y se sentó ante la mesa, se colocó la túnica con una delicadeza inesperada.

– Así es.

– Nos han dicho que el hermano Ronan Ragallach trabaja en vuestro departamento.

El subpretor asintió.

– Tal vez podáis explicarme qué hace el Munera Peregrinitatis - pidió Fidelma.

El hermano Osimo entrecerró los ojos un segundo y luego se encogió de hombros con un delicado movimiento.

– Somos el medio a través del cual el Santo Padre se puede comunicar con todas nuestras misiones en el mundo.

– ¿Y el hermano Ronan Ragallach trabaja para vos?

– Sí. Yo soy el subpretor encargado de todos los asuntos relacionados con las Iglesias de África. El hermano Ronan Ragallach y yo somos los encargados de realizar ese trabajo.

– ¿Durante cuánto tiempo ha trabajado él en el Secretariado?

– Llegó como peregrino a Roma hace un año, que yo sepa, hermana. Tenía habilidad para las lenguas, así que se quedó y durante los últimos nueve meses o más ha trabajado bajo mi dirección.

– ¿Qué tipo de hombre es, hermano?

El hermano Osimo se mordió los labios y se quedó mirando pensativo el aire. Sus mejillas se ruborizaron débilmente y su expresión pareció turbarse.

– Un hombre tranquilo, no dado a mostrar irritación o mal humor. Plácido, diría yo. Serio en su trabajo. No da problemas.

– ¿Tiene opiniones firmes? -interrumpió el hermano Eadulf.

Osimo miró a Eadulf, desconcertado.

– ¿Opiniones firmes? ¿Respecto a qué?

– Es irlandés. Nos han dicho que llevaba la tonsura de los irlandeses en lugar de nuestra corona spinae romana. Eso significa que rechazaba la regla de Roma y observaba la de Colmcille.

El hermano Osimo negó vehementemente con la cabeza.

– El hermano Ronan Ragallach es simplemente un hombre de costumbres. Llevaba su tonsura, como muchos otros procedentes de Irlanda y de Britania, porque ésa es su costumbre. A nosotros no nos importaba. Lo que importa es lo que hay en el corazón del hombre, no lo que está en su cabeza.

Fidelma bajó la cara y con una mano se tapó la boca para ocultar la sonrisa que le produjo la vergüenza que sentía Eadulf.

– ¿Y qué hay en el corazón de Ronan Ragallach? -preguntó Eadulf, sin llegar a ocultar del todo su preocupación por una crítica tan manifiesta de sus prejuicios.

El hermano Osimo hizo un mohín.

– Tal como os he dicho, hermano, es un hombre de temperamento fácil y plácido.

– ¿Nunca le oísteis hablar mal de Roma?

– ¿Por qué había de estar en Roma si no le gustaba?

– ¿Nunca le oísteis hablar mal de Canterbury? ¿Qué comentó, por ejemplo, al enterarse de la decisión de Witebia, cuando los reinos sajones optaron por la regla de Roma y rechazaron la de los monjes irlandeses de Colmcille?

La sonrisa de Osimo indicaba que pensaba que la pregunta era idiota.

– Nunca manifestaba sus opiniones. Estaba más preocupado por los asuntos de las Iglesias de África que de los de las Iglesias del extremo occidental. Es un gran helenista y conocedor del arameo y por ello su función era tratar con nuestras misiones en el norte de África. Este trabajo avanza lentamente, pues los árabes, con su nueva creencia fanática en las profecías de Mahoma, se extienden hacia el oeste a lo largo de la costa africana.

Eadulf contuvo la respiración, preocupado.

– ¿No os sorprende, hermano Osimo, que se acuse al hermano Ronan Ragallach del asesinato del arzobispo de Canterbury y que se diga que la causa de ello es el asunto de Witebia? -preguntó Eadulf.

Con gran sorpresa por parte de ellos, Osimo echó atrás la cabeza y se puso a reír; una risa de soprano.

– Eso es lo que he oído y no he dado crédito a tales argumentos. -De repente se puso serio-. Cuando me enteré de que el arzobispo había sido asesinado -se detuvo para hacer una débil genuflexión- y que habían arrestado al hermano Ronan Ragallach por ello, no podía creerlo. No lo creeré. Yo buscaría en otro lado si quisiera encontrar al verdadero asesino.

Fidelma examinaba su rostro intenso con cierto interés.

– ¿Por qué? -preguntó la muchacha-. ¿Qué os hace estar tan seguro de que Ronan Ragallach no mató a Wighard?

– El hecho de que… -Osimo miró alrededor de la estancia como si buscara una respuesta-. De que simplemente no va con él, hermana. Decidme que… -buscó una analogía- que el Santo Padre ha asistido a la fiesta de las Bacanales y, Dios me perdone, ha bailado desnudo en el templo de Baco en la Via Sacra y creeré eso antes que aceptar que el hermano Ronan Ragallach es capaz de asesinar.

Fidelma esbozó una sonrisa.

– Ése es ciertamente un buen ejemplo, hermano Osimo.

– No lo he dado a la ligera -añadió el subpretor con firmeza.

– Sin embargo, Ronan Ragallach fue arrestado cuando huía de la habitación del arzobispo en el momento en que se descubrió el asesinato. Intentó dar un nombre falso y luego escapó de la cárcel -intervino Eadulf con cierta malicia-. Ésa no es exactamente la acción de un hombre inocente, ¿no le parece, hermano Osimo?

Osimo inclinó la cabeza con tristeza, pero su voz no ocultaba su apasionada defensa.

– Puede haber sido la acción de un hombre desesperado, un hombre que ve que el mundo se levanta contra su inocencia. Deseoso de probar su honestidad, busca la libertad a fin de demostrar esa virtud.

Fidelma se quedó un momento mirando al joven en silencio, y luego le preguntó:

– ¿Eso os lo ha dicho el hermano Ronan Ragallach?

Osimo se ruborizó inmediatamente.

– Por supuesto que no -dijo con la voz temblando de indignación.

Fidelma detectó poca convicción en su voz. Decidió insistir en el asunto.

– ¿Así que no habéis visto al hermano Ronan Ragallach desde que escapó? Sin embargo parece que habláis con cierta autoridad en su favor.

– He trabajado con él muy estrechamente estos últimos nueve meses y nos hemos hecho amigos. Buenos amigos.

Osimo no la miraba a la cara sino que sacaba la barbilla con una expresión inusual de tozudez.

Fidelma se inclinó hacia adelante con aire confidencial.

– ¿Os dais cuenta de que si veis a Ronan Ragallach es vuestro deber, según la ley, avisar a los custodes?

– Me doy cuenta -contestó Osimo tranquilamente.

Fidelma se volvió a sentar y examinó al joven durante un momento.

– Que así sea, hermano Osimo. Creedme, tengo la intención de llegar al fondo del asesinato del arzobispo de Canterbury. Si el hermano Ronan Ragallach es inocente, lo demostraré. Si es culpable, no escapará.

Su tono de seguridad, más que de fanfarronería, hizo que Osimo levantara la vista y la observara con detenimiento antes de volver a dejar caer sus ojos.

– Entiendo -susurró.

– Para dejar constancia escrita -intervino Eadulf-, ¿cuándo visteis por última vez al hermano Ronan Ragallach?

– El día en que Wighard fue asesinado, el hermano Ronan Ragallach trabajó hasta que sonaron las campanadas del ángelus de la noche.

– ¿Conoció a Wighard o a alguien de su entorno?

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