Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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Pitt avanzó sigilosamente y divisó la escotilla iluminada. Allí solo había un hombre de pie. Parecía rondar los veinte años y era esbelto y anguloso. Tras él se veía la sombra de otro individuo, más corpulento y ligeramente inclinado hacia delante. Por lo que Pitt pudo ver no estaba armado.

No quería golpear al más joven, de modo que le rodeó el cuello y lo echó hacia atrás. Sobresaltado, el otro se incorporó.

Hubo movimientos en la cubierta. Pitt se volvió para buscar al parlamentario con la mirada, pero se topó con un hombretón con una gorra de lana. Más allá, el bote en el que viajaba Voisey se alejaba y emprendía el regreso hacia la escalera. Por fin le había traicionado, precisamente en el único momento en el que Pitt no lo esperaba.

11

Pitt vio que el bote se deslizaba por el agua; tuvo un ataque de cólera que casi lo dejó sin respiración. ¡Había cometido un increíble y fatal error! ¿Qué era lo que se le había escapado? Voisey tenía tantas ganas como él de que detuviesen y acusaran a Piers Denoon. Era la conexión definitiva entre Wetron y los atentados. Era la prueba innegable de la corrupción policial.

El hombretón de cubierta se aproximó y se agazapó ligeramente, como si se dispusiera a golpearlo.

– ¡Mike, apártate de mi camino! -espetó al joven rubio que intentaba zafarse de la llave de Pitt.

Pitt solo podía ver a otra persona: el hombre mayor que se encontraba en la cabina.

¿Por qué había creído a Voisey cuando dijo que Piers Denoon estaba allí? Se lo había tragado porque se había acostumbrado a creerle. Se había dejado llevar por las prisas de la persecución y la expectativa del triunfo y había olvidado lo que era y siempre había sido Voisey. ¡Hasta cabía la posibilidad de que supiese dónde estaba Piers Denoon!

El hombretón se detuvo, momentáneamente confundido al ver que Pitt sujetaba al joven por la parte delantera del cuello, pero el respiro fue efímero. El otro subía los peldaños con una barra de hierro en la mano.

La única posibilidad que tenía el policía era retroceder y saltar por la borda con la esperanza de no golpearse con los palos sueltos y las cajas que había en cubierta o con cualquier cosa que flotase en el agua. Tenía muchas probabilidades de ahogarse. Estaba a treinta metros de la orilla y la corriente era fuerte y arrastraba hacia el mar. El agua estaba fría y llevaba botas y chaqueta. Tendría suerte, muchísima suerte, si conseguía llegar a la orilla sin darse con las barcas que se desplazaban río abajo y con las que podía chocar, perder el sentido, enredarse y acabar en el fondo del río. Bastaba con que se enganchara un trozo de la ropa con un palo o un madero medio sumergido y no tendría salida, sería arrastrado.

Retrocedió con mucho cuidado, arrastrando consigo al joven, que seguía forcejeando, soltando patadas e intentando arañarlo. Pitt pagaba el precio de su profunda estupidez. Narraway, Charlotte e incluso Vespasia se lo habían advertido. ¿Por qué Voisey había corrido el riesgo de que Charlotte utilizase las pruebas que inculpaban a la señora Cavendish? ¡Porque si las empleaba no tendría con qué defenderse a sí misma ni a los niños! Ese pensamiento le revolvió las entrañas hasta convertirse en un dolor físico.

– ¡Salte!

El sonido lo sobresaltó tanto que tropezó, trastabilló, cayó hacia atrás, levantó del suelo al hombre que sujetaba del cuello y finalmente lo soltó. Cayeron juntos en el preciso momento en que el hombretón se lanzaba al ataque, golpeaba la vela recogida y dejaba escapar un chillido de dolor.

– ¡Salte!

En esta ocasión Pitt se puso torpemente en pie y se arrojó por la borda. Cayó en un pequeño bote de remos, que se balanceó tanto que entró agua. Por suerte el hombre que manejaba los remos logró enderezarlo, aunque con considerable esfuerzo.

– ¡Estúpido zoquete! -exclamó, aunque no muy enfadado-. Permanezca agachado por si alguno de ellos lleva pistola.

El hombre empezó a remar, se dirigió hacia el centro del río y se alejó de las luces. Maniobró entre los barcos anclados en medio de la corriente y se fue hacia la otra orilla. Pitt se enderezó sin incorporarse y, en cuanto quedaron fuera del alcance de las luces, se sentó en la popa.

– Muchas gracias -dijo, aunque no sabía si en realidad estaba mejor que antes.

– Ya me lo cobraré -replicó el desconocido-. Lo habría dejado donde estaba si no supiera que es la única persona con verdaderas posibilidades de impedir el proyecto de armar a la policía.

Aunque maltrecho e incómodo, Pitt se alegró enormemente de no estar en el agua.

– Y usted, ¿quién es?

– Me llamo Kydd -respondió el hombre y gruñó a medida que remaba.

– Fue una suerte que pasara por aquí. -Pitt intentó respirar con serenidad y calmar los latidos de su corazón. El aire le humedeció la piel-. ¿Es usted barquero o farero?

– Soy anarquista -replicó Kydd en tono irónico y con el rostro hundido en la oscuridad-. No estoy aquí por casualidad. Mi trabajo consiste en saber lo que ocurre. Si no intentara poner freno a la corrupción policial, le aseguro que habría dejado que lo matasen pero, como suele decirse, la política hace curiosos compañeros de cama… ¡incluso ha hecho una pareja tan rara como la formada por Charles Voisey y usted! Cometió usted un error. Supongo que a estas alturas ya se habrá dado cuenta.

Daba la sensación de que se aproximaban a la otra orilla, ya que Kydd viró el bote para colocarse de popa frente a la escalera. De todos modos, Pitt solo veía la negrura de los muelles y los almacenes sin luz. Debían de estar más abajo de la Dogand Duck, pues en ese caso verían las luces de lataberna.

– ¿Dónde estamos?

– En la escalera de St George -contestó Kydd-. Junto al almacén del ferrocarril. Le esperan una corta caminata y un coñac. Después emprenderá el regreso. En su lugar, yo cortaría por Rotherhithe y cogería el transbordador hasta Wapping. Yo no regresaría por el agua hasta un lugar que se encontrase río abajo.

Pitt aceptó el consejo en silencio y pensó en lo que Kydd acababa de decir. Amarraron el bote a una anilla de hierro y subieron por los resbaladizos escalones, pero la marea apenas había comenzado a cambiar, por lo que se encontraban cerca de la parte más alta. Pitt siguió la oscura figura de Kydd por el embarcadero. El viento era frío, la ligera niebla comenzaba a posarse, las luces se difuminaban y parecía que el aire húmedo pendía en gotitas. Río abajo resonó el penoso lamento de las sirenas de niebla.

Caminaron cerca de diez minutos hasta que, en un callejón todavía próximo al río, Kydd se detuvo, abrió una puerta estrecha y entró en un pasadizo caldeado. Cerró la puerta, colocó la tranca de madera, franqueó otra puerta y llegó a una estancia sorprendentemente cómoda y ordenada. Había tres sillas, una de madera y dos tapizadas; en la más grande parecía haber un sombrero desechado o un par de guantes de piel cogidos entre sí. Al oír los pasos de Pitt aquel bulto se desenroscó hasta mostrar cuatro patas y una cola, bostezó, parpadeó y comenzó a ronronear. Pitt calculó que el minino tenía poco más de tres meses.

Kydd lo cogió con una mano y, distraído, lo acarició.

– El coñac está allí. -Señaló el armario colocado junto a la pared-. Ante todo le daré de comer a Mite. Ha estado sola todo el día.

Kydd sacó del bolsillo un poco de carne y lo partió en trocitos. La gatita se lo arrebató casi sin darle tiempo y ronroneó agradecida.

Pitt abrió el armario y vio el coñac, así como varios vasos y copas. Escogió dos, sirvió sendas medidas y reparó en que la botella estaba casi vacía. Bebió su medida de un trago y dejó la otra copa en la mesilla, para Kydd.

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