Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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Wetron llegó a la puerta principal, accionó el tirador del timbre, aguardó varios segundos y volvió a accionarlo.

Transcurrieron casi cinco minutos hasta que apareció alguien; para entonces Wetron estaba que trinaba.

– Dígame, señor -musitó fríamente el lacayo.

– Soy el inspector Wetron. En la casa hay un intruso que probablemente pretende colocar una bomba. Avise de inmediato al personal, cierre las puertas con llave y pida a las mujeres que se reúnan en la habitación del ama de llaves. ¡He dicho inmediatamente! ¡No se quede quieto como si fuera tonto! ¡Podrían volar por los aires!

El lacayo palideció y miró a Wetron como si apenas comprendiera el sentido de sus palabras.

Este pasó a su lado y Tellman lo siguió. El vestíbulo era grande y las lámparas de gas estaban apagadas, salvo la que el lacayo probablemente había encendido para llegar hasta la puerta. Tellman apenas veía a donde iba y se golpeó la espinilla con una mesa oriental baja mientras se disponía a encender las luces principales.

El inspector recorrió lentamente la estancia, en busca de indicios de que algo no estuviera donde correspondía. Todo se encontraba exactamente como cabía imaginar: el biombo chino de seda bordada, el tiesto con el bambú decorativo, el reloj de caja y las sillas. Nada se movió. No se oyó sonido alguno. Aunque aguzó el oído, Tellman ni siquiera oía el crujido de la madera. Tenía la esperanza de que Pitt hubiese saltado el muro del fondo y estuviera muy lejos.

– ¡Despierte a todos! -ordenó Wetron al lacayo en tono grave y tenso-. Ante todo, eche el cerrojo a la puerta principal. ¡Si ese hombre ha colocado una bomba me ocuparé de que permanezca aquí dentro, con nosotros!

– Sí, se… señor -tartamudeó el lacayo, que se movió nerviosamente.

Wetron se volvió hacia su subordinado.

– ¡Empiece por allí! -Señaló una de las grandes puertas de caoba con el dintel tallado-. Encienda todas las luces. Descubriremos a ese hombre.

– El gas, señor -dijo Tellman e intentó fingir que estaba asustado-. Si hay una explosión… -No acabó de expresar la espantosa posibilidad a la que supuestamente se enfrentaban.

– Sargento, una explosión del gas que contienen las tuberías sería suficiente para llevarnos al más allá -replicó Wetron-. Entre y encuentre al intruso antes de que pueda encender la mecha.

Las dos horas siguientes fueron las mejores y las peores de la vida de Tellman. Despertaron a todos los criados y, por supuesto, a Edward y a Enid Denoon. Piers Denoon salió del dormitorio frotándose los ojos, confundido y bastante ebrio. Parecía incapaz de comprender cuando Wetron le explicó que alguien había entrado en su casa para colocar dinamita.

Todos se asustaron. Algunas criadas jóvenes lloraron, la cocinera se mostró muy ofendida y hasta los criados se alarmaron visiblemente. El mayordomo se puso tan nervioso que derribó un florero, que cayó estrepitosamente y produjo el mismo sonido que un disparo, por lo que la aprendiza de criada, de trece años, se puso a gritar hasta que se desmayó.

Obviamente, no aparecieron ni el intruso ni el dispositivo explosivo. A las tres de la madrugada Wetron, pálido de furia y profundamente desconcertado, abandonó la casa, no sin antes dejar de guardia en la puerta a Tellman y al agente. Le produjo cierta satisfacción subir al coche al tiempo que comenzaba a llover y ver que sus hombres tiritaban de frío y de agotamiento mientras se alejaba, pero eso no era nada comparado con su sentimiento de ridículo.

Cuando regresó por fin a su alojamiento, Tellman tenía tanto frío que no sentía las manos ni los pies. La lluvia ligera había vuelto resbaladizas las aceras, y las cunetas, húmedas y negras, brillaban. Pricey lo estaba esperando. Parecía estar calentito, satisfecho de sí mismo y apenas se había mojado los hombros y la parte superior de la gorra.

– Lo he seguido -explicó al ver el mojado aspecto de Tellman y su expresión de contrariedad-. Señor Tellman, no lo veo muy contento. ¿Ha pillado a alguien?

– ¡He estado ocupado asegurándome de que no te detuvieran! -repuso el sargento bruscamente-. ¿Has encontrado algo?

– Ah, sí. Sí, ya lo creo. -Pricey se frotó las manos-. He dado con información muy valiosa. Podríamos decir que la casa no está mal, aunque para mi gusto es demasiado nueva. Prefiero las viviendas viejas, cargadas de historia.

– ¿Qué has encontrado?

– Declaraciones, señor Tellman. La confesión de la violación de una joven. No era una buena chica, pero tampoco era mala. Por lo visto la situación se desmadró. Han conseguido hacer callar a todos los testigos. Habría sido un escándalo sonado, pero nadie hizo nada. Por decirlo de alguna manera, el asunto se tapó.

– ¿Quién lo tapó?

– Señor Tellman, si quiere saberlo tendrá que pagar. Tendrá que apoquinar para saber quién lo hizo, quién lo sabe y quién calla. Tellman tiritaba.

– Entra -ordenó y se volvió hacia la puerta. Al llegar a su habitación se dirigió al cajón en el que guardaba el poco dinero del que podía prescindir-. Es todo lo que tengo, Pricey. -Le ofreció diez monedas de oro. Detestaba tener que dárselas y, si hubiera habido otra opción, se las habría quedado, pero si Pricey había encontrado algo para acabar con Wetron merecía la pena pagar-. Ante todo quiero verlas.

– ¿Solo diez libras? -Pricey miró las monedas entusiasmado-. Señor Tellman, ¿es su propio dinero? Veo que realmente desea conseguir estas pruebas.

– Pricey, algún día necesitarás un amigo, incluso aunque no sea yo quien vaya detrás de ti para detenerte. Te aseguro que soy mejor amigo que enemigo.

– Señor Tellman, ¿me está amenazando? -preguntó Pricey, indignado.

– Este asunto es demasiado importante para jugar -repuso Tellman con gran seriedad-. Puedo ponértelo fácil o difícil. Pricey, ¿somos amigos o enemigos?

Pricey se encogió de hombros.

– Supongo que diez libras limpias son mejores que veinte sucias. Aquí tiene. -Le entregó los papeles-. Dígame, ¿de quién es la casa? ¿Me lo contará o no?

– Pricey, es mejor que no lo sepas, podría darte pesadillas.

Tellman miró los papeles que Pricey le había entregado y los desdobló con cuidado. El primero era la declaración de un testigo acerca de una muchacha que coqueteaba y que a continuación fue violada por un joven demasiado borracho y arrogante como para admitir una negativa. La escena era absurda, violenta y horrible.

La segunda hoja era la confesión de una violación; los detalles ponían de manifiesto que se trataba del delito descrito en la hoja precedente. Estaba firmada por Piers Denoon; la firma del testigo era de Roger Simbister, inspector de la comisaría de Cannon Street.

– Gracias, Pricey -declaró Tellman sinceramente-. Te lo advierto por tu propio bien: borracho o sobrio, será mejor que jamás menciones este asunto.

– Señor Tellman, le aseguro que sé controlar la lengua.

– Más te vale, Pricey. Has robado estos papeles de la casa del inspector Wetron. No lo olvides y recuerda también lo que supondrá para ti si alguna vez se enteran.

– ¡Dios del cielo! Señor Tellman, ¿en qué lío me ha metido? -Pricey se puso terriblemente pálido.

– Pricey, tienes diez libras y mi agradecimiento. Haz el favor de largarte y ocuparte de tus asuntos. Anoche estuviste en tu cama, durmiendo, y no sabes nada de nada.

– ¡Por mi vida que no sé nada! -aseguró Pricey-. No se lo tome como algo personal, pero me parece que no quiero volver a verlo jamás.

Pitt sostenía el documento y supo que empezaba a entenderlo todo. Estaba en la cocina de su casa, donde había permanecido desde que había vuelto de la residencia de Denoon. Había pasado al menos la mitad del tiempo deambulando de un lado a otro, profundamente preocupado por Tellman.

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