Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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– Así es. -Se puso en pie. No quería seguir en esa casa-. Hablaré con Tellman, confío plenamente en él.

Voisey retrocedió.

– Me alegro. Debemos actuar deprisa. Intentarán aprobar el proyecto lo antes posible.

Pitt se abstuvo de hacer comentarios acerca de que Voisey se había incluido a sí mismo en ese «debemos», como si arriesgara algo. Empezó a pensar en cómo encontraría a Tellman y qué le diría.

La primera parte resultó más sencilla de lo que suponía, pero la segunda le dio más trabajo. Tellman estaba en su alojamiento y la casera lo hizo pasar sin poner objeciones. Se había acostumbrado a sus visitas. Le ofreció una taza de té, pero Pitt la rechazó pues no quería ser interrumpido.

Tellman se sentó frente a la chimenea. Los leños quemaban lentamente, solo para quitar un poco el frío de la habitación y tal vez también para crear la ilusión de la compañía. Tellman se había quitado las botas y el cuello almidonado y parecía relajado.

Pitt experimentó una punzada de culpa, pues estaba a punto de estropearle el momento.

El sargento se puso inmediatamente de pie.

– ¿De qué se trata? ¿Qué ha pasado? -preguntó nerviosamente y en tono tenso.

Con pocas palabras Pitt le habló de la dinamita del Josephine y de que Voisey y él habían estado al borde de la muerte.

– ¿Grover? -preguntó Tellman, apenado, y volvió a sentarse frente a Pitt.

No se trataba de que Grover le cayera bien, sino de que era agente de policía. La traición era algo que siempre le dolía.

– Sí. He encontrado testigos de que estaba allí -respondió Pitt. Tellman lo miró muy serio bajo la luz tenue y el calor.

– No puedo detenerlo.

– Ya lo sé. No he venido por eso. Te lo he contado porque forma parte de la historia. Estoy aquí exclusivamente por Voisey. -Pitt no quiso dejar de mirar a Tellman mientras pronunciaba esas palabras, pese a que sabía que le haría preguntas; desviar la mirada no solo le pareció cobarde, sino que pensó que daría la sensación de que no quería compartir con él lo que sucedía-. Dice que Wetron tiene pruebas de toda clase de delitos cometidos por diversas personas… lo que es evidente. Al fin y al cabo, es su trabajo. Pero también supone la oportunidad ideal de chantajear a alguien para que coloque bombas.

Durante unos segundos el rostro de Tellman careció de expresión. Al igual que a Pitt, ni siquiera se le había ocurrido pensar que alguien utilizara información policial con ese propósito. Sintió como un latigazo cuando por fin lo comprendió. Su cara cambió y pareció perder luminosidad. Guardó silencio unos instantes.

Fue Pitt quien rompió el silencio:

– Tiene que ser alguien que cometió un crimen por impulso o desesperación -añadió repitiendo la conversación que había mantenido con Voisey-, alguien que tiene mucho que perder. No hay chantaje sin miedo.

Tellman levantó la cabeza para mirarlo y afirmó severamente:

– Encontraré la prueba, buscaré hasta dar con ella. No hay tantos lugares donde esconderla. La conservó para mostrársela al chantajeado, para que supiese que ejerce poder sobre él. La cuestión está en saber dónde la ocultó. Si está en su casa, ¿cómo la conseguiremos? ¡El allanamiento de morada es un grave delito! Si sospecha que la buscamos, Wetron la destruirá. Si ha logrado que el pobre desgraciado ponga bombas, ya tiene otro motivo para chantajearlo de aquí en adelante.

Pitt se sintió como si el mundo se le viniese encima. ¿Y si Wetron ya había destruido las pruebas que podían existir? Conservarlas era peligroso. Sin duda había pensado lo mismo. Debía recordar que Voisey estaba obsesionado por vengarse.

Tellman lo observaba con gran atención.

Tal vez la situación era incluso peor. Quizá la prueba seguía existiendo y había dejado una pista que podía seguirse, precisamente para que Voisey y Pitt enviasen a alguien a buscarla y así poder atraparlo. Pitt haría cuanto estuviese en sus manos para exculpar a dicha persona y haría recaer las culpas sobre sí mismo. Se apresuró a mirar a Tellman.

– Es demasiado peligroso. Seguramente ha pensado en todas las opciones. Espera que cualquiera de nosotros lo intente. Espera que…

– Si no lo intentamos nos vencerá -lo interrumpió Tellman-. Prefiero ser derrotado a renunciar sin intentarlo.

– Si renunciamos sin intentarlo estaremos vivos para seguir luchando -precisó Pitt colérico, aunque no estaba furioso con Tellman, sino con Wetron, con las circunstancias que los habían conducido hasta ese punto, la corrupción, la estupidez y no saber en quién confiar.

– No tiene mucho sentido luchar después de haber perdido -declaró Tellman y sonrió a regañadientes. Su sonrisa tenía cierto tono de burla y un poco de tristeza. Su mirada revelaba que también se sentía atrapado e impotente. Por añadidura, tenía mucho que perder, toda una nueva y maravillosa vida que estaba a punto de empezar a saborear-. ¿Crees realmente que ha pensado que buscaremos la prueba?

– No podemos permitirnos el lujo de suponer que no lo ha hecho, lo que significa que habrá alguna pista para atraernos.

– ¿Qué ha hecho que Voisey pensara en esto?

– No lo sé, pero es evidente, siempre y cuando no estés cegado por la lealtad o por la presunción de honradez… y está claro que Voisey no está cegado.

– ¿Eso es todo? ¿Lisa y llanamente se trata de una deducción que se le acaba de ocurrir?

– No lo sé.

Tellman reflexionó unos segundos. El fuego chisporroteó. Ya había caído la noche y la luz no se colaba por el resquicio entre las cortinas.

– En el caso de que exista, si la prueba está en su casa, evidentemente utiliza a alguien. Por otro lado, si está en su despacho de Bow Street, podría tratarse de algo poco comprometedor. Podría decir que acaba de encontrarla, que estaba a punto de investigar y podría echarle la culpa a cualquiera.

– Y sería muchísimo más fácil dar con ella -apostilló Pitt-. Pero podría estar en su escritorio, donde nadie más la vería. Lo que menos le interesa es que alguien descubra la prueba y juzguen a ese hombre. Wetron no puede permitir que lo interroguen, menos aún en un juzgado.

Pitt tenía cada vez más la sensación de que el documento, o lo que fuera esa prueba, había sido destruido. Podían pillarlos mientras lo buscaban, aunque no existiese la menor posibilidad de encontrarlo. Pero tener demasiado miedo para intentarlo sí que era una derrota.

– Podría echar un vistazo en el despacho de Wetron -dijo Tellman-. No es muy peligroso. Ya hemos establecido la conexión entre los anarquistas, la policía y los atentados. Es razonable que yo siga investigando en busca de más nombres, sospechas y acusaciones, que aunque no demuestren nada no dejan de ser interesantes.

– Tienes razón. De todos modos, si quiere cerciorarse de que podrá seguir usándola, no la pondrá donde cualquier miembro de la comisaría pueda encontrarla -supuso Pitt.

Tellman reflexionó unos instantes.

– Por supuesto, pero comenzaré por allí.

– Pero ¡eso es todo! -advirtió Pitt-. ¡Busca la prueba en la comisaría y luego olvídate del asunto!

– Está bien -replicó Tellman-. Lo haré mañana.

Mientras hablaba, Tellman sabía que no tenía la menor intención de olvidarse del asunto si no encontraba nada en Bow Street. De hecho, suponía que no hallaría pruebas de un delito que Wetron pudiese aprovechar. Lo que le parecía posible era que Wetron hubiese dejado alguna pista acerca de donde podía estar dicha persona, que era exactamente lo que había dicho Pitt, a fin de pillar a quien la buscara… a ser posible, el propio Tellman.

Esa noche se acostó y clavó la mirada en la luz parpadeante del techo de su habitación. Pasaba poco tráfico, las luces de los coches brillaban, y las ramas del tilo se movían y tapaban y destapaban la farola de la acera de enfrente.

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