– ¡Alguien tiene que atrapar a esos cabrones! -exclamó el agente-. ¿Puedo ayudarlo?
– Podría si supiera qué busco -respondió Tellman con el corazón acelerado-. No lo sabré hasta que lo vea.
– Pero ¿tiene alguna idea? -El agente permaneció en el umbral con expresión de curiosidad.
– No estoy muy seguro -repuso Tellman, más o menos sinceramente-. De todos modos, si me equivoco me habré metido en un buen aprieto. Deje que siga con mi trabajo antes de que el inspector vuelva, ¿de acuerdo?
– ¡Por supuesto, adelante! -El policía retrocedió deprisa, ya que no quería correr riesgos.
Tellman volvió a revisar los papeles.
Transcurrieron diez minutos frenéticos hasta que, con dedos temblorosos, levantó una hoja de papel y la leyó. La releyó hasta estar absolutamente seguro. Se trataba de una referencia indirecta a un delito cometido aproximadamente tres años atrás y de una nota según la cual cualquier medida que pudiera adoptarse quedaba pendiente. No había que seguir con el asunto sin instrucciones explícitas del jefe de policía. Era lo que Tellman buscaba y Wetron lo había dejado donde pudiera encontrarlo, no demasiado accesible, sino con la suficiente dificultad como para merecer el esfuerzo y no levantar sospechas. Tal como Pitt suponía, la prueba estaría en casa de Wetron.
Los hechos habían tenido lugar tres años antes en una casa de huéspedes cercana a Marylebone Road. Figuraba la dirección. Por fin tenía algo concreto que transmitir a Pricey.
A continuación debía encontrar la manera de alejar a Wetron de su casa.
Tellman abandonó el despacho y al salir cerró la puerta. Se sorprendió al ver que tenía las manos empapadas en sudor y notar los latidos del corazón en las orejas. Recorrió rápidamente el pasillo hasta la escalera y se dirigió hacia su pequeño despacho. Se sentó sin tenerlas todas consigo y reflexionó.
¿Qué podía ser irresistible para Wetron? Tellman necesitaba que permaneciese fuera toda la noche o, al menos hasta las tres o las cuatro de la madrugada, a fin de que Pricey pudiera encontrar la prueba. Por encima de todo, Wetron deseaba la aprobación del proyecto para armar a la policía. Era la clave de su plan. ¿De qué manera podía utilizarlo en su favor? Algunas ideas revolotearon por su cabeza, pensamientos incoherentes, fragmentos, nada inteligible. ¿Qué podía ofrecerle a Wetron? ¿Qué lo haría caer en la tentación o lo asustaría? ¿Con qué podía amenazarlo hasta el punto de que se sintiese obligado a resolverlo personalmente? ¿Había alguien que le importase?
Poco a poco la idea cobró forma: deseo y miedo entrelazados. De todos modos, necesitaría ayuda. Alguien debía correr peligro, alguien que Wetron necesitara y al que no pudiese sustituir. Tanqueray no contaba. Si lo mataban otro defendería el proyecto. Se convertiría en mártir. ¡Su muerte incluso podría resultar rentable!
Edward Denoon. Era un hombre poderoso, único, el principal defensor público del proyecto y con un periódico que leía casi toda la gente influyente del sur de Inglaterra.
¿Quién podía amenazar a Denoon? Los enemigos del proyecto. Voisey era el más evidente. ¿Qué complacería más a Wetron que pillar a Voisey cometiendo un delito?
Tellman se puso en pie. Debía hablar con Pitt o con Narraway, con alguien que lo hiciese creíble. Wetron tenía que aceptar el plan y sentirse obligado a ayudar a ponerlo en práctica.
Dio resultado, al menos aparentemente. Hacía buen tiempo, la brisa agitaba las hojas de los árboles y el olor a humo de la chimenea impregnaba el aire. Poco después de medianoche Tellman estaba junto a un coche de caballos. El vehículo estaba detenido a veinte metros de la casa de Denoon; cualquiera que echase un vistazo habría pensado que el sargento era un cochero que esperaba a un cliente. Wetron se encontraba en la acera y hablaba con uno de sus efectivos, como si fueran dos caballeros que daban un paseo a última hora mientras charlaban. Llevaban más de una hora de espera y comenzaban a impacientarse.
Tellman no dejaba de mirar hacia la casa de Denoon, con la esperanza de ver algún indicio de que Pitt había cumplido su palabra. No conseguiría que su superior se quedara mucho más y, por decirlo con delicadeza, intentar explicar por la mañana lo sucedido sería, en el mejor de los casos, incómodo.
Un perro empezó a ladrar. Wetron se sentó. Tellman, que se encontraba junto a la cabeza del caballo, deseó con todas sus fuerzas que sucediera algo.
Los segundos transcurrieron. El animal golpeó el suelo con las patas y bufó ruidosamente.
Wetron se volvió cuando vio que una figura se movía en la otra acera, sigilosa como una sombra, y se deslizó por los escalones que bajaban hasta la entrada de servicio de la casa de los Denoon. Pasaron cinco segundos, luego diez y Wetron lanzó la orden de actuar.
– ¡Todavía no! -exclamó Tellman tajantemente y en tono agudo.
¿Se había pasado de la raya diciéndole a Wetron que Voisey se proponía matar a Denoon? Lo aterrorizó la posibilidad de que el hombre que se movía entre las sombras fuese Pitt y de que Wetron lo arrestara.
– No podemos esperar -afirmó Wetron con furia-. Podría entrar y colocar una bomba. Solo disponemos de unos minutos. ¡Vamos!
Wetron se dispuso a cruzar la calle, sus pisadas resonaron en los adoquines y el policía que lo acompañaba le pisaba los talones.
Tellman se apartó del caballo, persiguió al agente y en cuatro zancadas lo alcanzó.
– ¡Vaya por allá! -ordenó y señaló el otro lado de la casa de Denoon-. Si entró por la parte trasera saldrá por allí. -El policía dudó y, a la luz espectral de las farolas, su rostro reveló una expresión de sobresalto e indecisión-. Tenemos que cogerlo -insistió Tellman-. Si ha colocado una bomba tenemos que averiguar dónde está.
– ¡No lo dirá!
– ¡Puede estar seguro de que lo dirá si lo llevamos de regreso a la casa! -Tellman lanzó una maldición-. ¡Adelante! -añadió y le asestó un ligero empujón.
Repentinamente el agente comprendió la situación y cruzó la calle corriendo hasta el otro extremo de la casa de Denoon.
Tellman alcanzó a Wetron, que había llegado a la entrada y se disponía a bajar los escalones. El sargento siguió sus pasos.
– ¡Aquí no hay nadie! -espetó Wetron-. Ha debido de entrar y cerrar la puerta. Tellman, hemos tardado demasiado.
Era imposible que en tan poco tiempo Pitt hubiera hecho saltar la cerradura, por lo que no podía estar dentro. Seguramente había rodeado la casa.
– Señor, en ese caso lo cogeremos en el interior -propuso Tellman-. Es imposible que ya haya colocado la bomba. Lo atraparemos con las manos en la masa. Será el argumento más convincente que se presente a favor del proyecto parlamentario. Se trata de una ofensa mucho peor que la de Scarborough Street.
Wetron lo miró y durante unos instantes su rostro brilló de expectación. Se ensombreció en cuanto la cautela volvió. Estaba a menos de un metro de distancia y la luz de la farola, reflejada en las ventanas de la cocina, creaba la apariencia de que se encontraban incluso más cerca. Tellman notó que le temblaba el cuerpo, como si los latidos del corazón fuesen tan violentos que lo asfixiaban. ¿Se había dado cuenta Wetron de su treta? ¿Se había ocupado ya de que alguien detuviera a Pricey?
¿Había permitido intencionadamente que Tellman lo condujese hasta allí?
– ¿Quiere entrar por aquí o prefiere la puerta principal? -preguntó Tellman con voz ronca.
– Por la puerta principal -contestó Wetron-. Nos llevará toda la noche despertar a los que están aquí.
Pasó junto a Tellman, subió los escalones y estuvo a punto de tropezar en la penumbra.
El agente estaba en el otro extremo de la casa, por lo que casi no se le veía. Si salía por allí desde el fondo, tal vez pillaría a Pitt, pero no había forma de avisarle. A Tellman le dolía el cuerpo a causa de la tensión, el miedo había formado un nudo en la boca de su estómago y respiraba con grandes bocanadas.
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