Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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– Hemos vinculado a Simbister con la dinamita -le comunicó Pitt, que notó que Tellman se ponía rígido al ver que confiaba en Voisey-. Iré a Shadwell a registrar la embarcación.

– ¿Cuándo? -inquirió Voisey.

– Ahora mismo.

– ¡No puede ir solo!

– Claro que no. Me acompañará Tellman. Voisey miró al sargento por primera vez y lo observó con sincero interés. Apenas había tenido tiempo de fijarse en él cuando, desde el otro extremo de la calle, una figura se abrió paso entre los escombros y, tras cruzar unas palabras con el agente de policía, abordó a Tellman, que evidentemente lo había reconocido.

– Señor Tellman -dijo sin aliento-. Señor, lo necesitan en comisaría. Se ha producido un robo y el señor Wetron me ha pedido que viniera a buscarlo. Es un caso que, según el señor Wetron, es demasiado importante como para encomendarle el caso a Johnston. Al parecer golpearon al pobre mayordomo con un objeto contundente y asustaron tanto a la dueña de casa que se desmayó.

– Stubbs, dígale… -empezó a decir Tellman, pero calló en cuanto se dio cuenta de que estaba en un aprieto.

Wetron lo había mandado llamar. Stubbs lo había encontrado en compañía de Pitt. Pero no permitiría que Pitt fuera solo a los muelles de Shadwell.

– Señor Tellman, ¿qué responde? -inquirió Stubbs en tono apremiante-. ¡He tardado casi una hora en encontrarlo!

¿Por qué se le había ocurrido buscarlo allí? ¿Acaso Wetron sospechaba algo? Probablemente lo sabía. En la mirada de Stubbs había contrariedad y desafío. Tellman recordó que la familia de Stubbs dependía del joven, ya que era el único con edad suficiente para trabajar. No podía regresar a casa con las manos vacías y Wetron se aprovechaba de aquella situación.

– Al parecer ha ocurrido algo grave -intervino Pitt con decisión-. No pierdas más tiempo. No creo que encontremos nada relacionado con el falsificador, pero si lo conseguimos te lo haré saber.

Tellman siguió a Stubbs; su figura rígida y encolerizada se fundió con las sombras.

– Los muelles de Shadwell -repitió Voisey.con desagrado y miró sus elegantes botas-. De todas maneras, el sargento Tellman tiene razón: no es sensato que vaya solo. Creo que nos hallamos ante una de esas situaciones en las que, sin lugar a dudas, la cooperación es necesaria. No está muy lejos de aquí, ¿verdad?

Pitt no tenía otra salida. Fuera lo que fuese lo que pensaba de él, Voisey no sacaría nada protegiendo a Simbister y la dinamita. Además, al día siguiente presentarían la propuesta de ley.

– ¡Adelante! -dijo. Deseó que no fuera una decisión insensata.

Sabía cómo llegar a New Grave Lane y a los muelles de Shadwell. Estaba lo bastante cerca como para llegar andando si no había otro remedio, ya que en esa zona las probabilidades de encontrar un coche eran escasas. Había tres kilómetros y medio en línea recta. Recorrer las estrechas calles con ángulos cerrados les llevaría prácticamente una hora. No sabía si Voisey estaba acostumbrado a hacer tanto ejercicio.

– Si subimos por Commercial Street tal vez encontremos un coche -añadió, pese a que dudaba de que lo consiguieran.

Voisey echó un vistazo al barro de la calle y al cielo cada vez más oscuro.

– ¡De acuerdo! -exclamó y comenzó a caminar sin esperar a Pitt.

Encontraron un coche y, al final, tardaron menos de veinte minutos. Descendieron a varios cientos de metros de New Gravel Lane y Voisey pagó al cochero.

– ¿Qué hacemos ahora? -preguntó y paseó la mirada por los extensos almacenes y edificios de los muelles. Las grúas se recortaban en el cielo, que estaba totalmente oscuro de no ser por el leve resplandor de las farolas. Ambos notaron el olor salobre del río; la humedad impregnaba el aire y se adhería a su piel. Oyeron que el agua golpeaba los postes de los viejos embarcaderos y salpicaba la escalera de piedra que bajaba hasta el río. También se oía el roce de las barcas y los botes amarrados en la orilla.

– Bajemos hasta el río y busquemos el Josephine -respondió Pitt en voz baja-. Por aquí.

– ¿Cómo nos las apañaremos para ver?

Voisey lo siguió con sumo cuidado. Era difícil distinguir algo más que perfiles y en la oscuridad de los edificios apenas se definían las formas. Todo parecía moverse ligeramente, pero solo se trataba de la ilusión creada por la luz que bailoteaba sobre el agua y por el incesante sonido de crujidos y goteos.

– Con cerillas -contestó Pitt y se acercó al viejo muelle y a las escaleras.

– ¡Déjese de tonterías, estamos buscando dinamita! -puntualizó Voisey.

– En ese caso tendremos que ser muy cuidadosos -concluyó el investigador. Voisey maldijo y lo siguió lentamente. Al cabo de un par de minutos, Pitt añadió-: Hemos tenido suerte, la marea está subiendo.

– ¿Cuál es la diferencia? -Voisey le pisaba los talones.

– Los escalones estarán secos. -Buscó algo en el bolsillo y sacó una caja de cerillas. Encendió una y la protegió con la mano para evitar que se apagase. Permaneció encendida justo el tiempo suficiente para poder leer el nombre que figuraba en la popa de la embarcación más próxima-. Se llama BlueBetsy . Hay tres más. Vamos.

– ¿No sabe dónde está?

– No, pero dentro de cinco minutos lo sabré.

Pitt bajó la escalera. El agua en ese instante solo estaba a poco más de medio metro bajo sus pies. Parecía sólida, como metal fundido, como si se pudiese caminar por encima hasta los barcos atracados a unos doce metros, y que tenían encendidas las luces de posición.

El segundo barco tampoco era el Josephine . Se vieron obligados a abordarlo para cruzar con mucho cuidado la cubierta; se agacharon, utilizaron otra cerilla que permaneció fugazmente encendida y leyeron el nombre de la tercera embarcación.

– ¡Es el Josephine ! -exclamó Pitt con satisfacción.

Voisey guardó silencio.

Pitt avanzó; se movía con mucho cuidado por si la madera de la cubierta estaba resbaladiza. Si se caía podía lesionarse o acabar en el agua. El mayor peligro era llamar la atención de alguno de los vigilantes de las embarcaciones grandes.

El Josephine estaba algo más sumergido, así que tuvieron que dar un pequeño salto hasta la cubierta. Pitt se puso a gatas para llamar menos la atención y para equilibrar el barco, que se balanceaba a causa de su peso.

Voisey lo imitó.

Avanzaron sigilosamente, buscaron la escotilla y la manera de abrirla. Era un barco muy viejo; la madera olía a podredumbre y varias planchas estaban esponjosas al tacto. Sin lugar a dudas no estaba en condiciones de navegar; solo era un contenedor flotante en el que almacenar cosas para protegerlas de la humedad.

La escotilla se abrió sin dificultades. No tenía cerradura, solo un sencillo tirador. Pitt se sorprendió. ¿Acaso la dinamita ya no estaba allí o quizá la habían protegido con otros medios?

– ¿A qué espera? -susurró Voisey.

Pitt lamentó que no fuera Tellman quien lo acompañase. La razón le decía que a esas alturas, Voisey no podía permitirse el lujo de traicionarlo, pero la intuición insistía en que podría hacerlo.

¿Se decidiría a bajar? De repente, las luces trémulas del río, la sensación de espacio, el olor a sal y a pescado e incluso el hedor del cieno le parecieron la libertad. El aire de la bodega era asfixiante y despedía un ligero aroma químico.

Al amparo de la tapa abierta de la escotilla, Pitt encendió otra cerilla y la bajó con mucho cuidado. Pasara lo que pasase, aunque se quemase los dedos, no podía dejarla caer. Reparó en que Voisey estaba a pocos centímetros a sus espaldas.

La bodega se encontraba prácticamente vacía. Algunos minutos después, Pitt vislumbró unos paquetes envueltos y apilados en un rincón. Podían contener dinamita o cualquier otra cosa… incluso periódicos viejos, a juzgar por lo que podía verse desde donde estaba.

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