Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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¿O esos policías estaban tan ciegos como antaño lo había estado él y dieron por sentado que Wetron, su comandante y agente de mayor rango, debía de ser honrado? ¿Su propia honestidad y lealtad les impidió ver la realidad, por lo que ni siquiera se les cruzó por la cabeza la posibilidad de que Wetron fuese un hombre corrupto? Si hablaba en contra del jefe lo considerarían un traidor.

Ciertamente allí radicaba la verdadera habilidad de Wetron: no estaba en las complejas tramas y maquinaciones, sino en el modo en el que se aprovechaba del ansia del codicioso, de los temores del débil y de la honradez de un buen hombre y los utilizaba en su favor. El hombre que es inocente no espera mentiras de los demás. El que nunca roba no sospecha que sus amigos lo hagan. El hombre en cuya naturaleza no anida la traición no se guarda las espaldas.

En Tellman había una ira profunda y gélida, tan impetuosa como la que impulsaba a Pitt, por lo que comprendió perfectamente la situación. Costara lo que costase no permitiría que Wetron continuase como hasta entonces. Claro que sí, tenía miedo de la reacción de Wetron. Ni por un segundo subestimaba su inteligencia o su voluntad, pero en aquel momento no venían al caso. No hicieron que reconsiderara nada; por el contrario, estaba más decidido si cabe.

Por la mañana, Tellman se dirigió directamente a la prisión en la que Jones estaba detenido y dijo que quería verlo. En el caso de que se demostrara, la acusación de pasar dinero falso era muy grave, aunque no siempre resultaba sencillo. La gente hacía imitaciones deficientes de los billetes, pero jamás afirmaba que fueran de verdad. Lo llamaban dinero de relumbrón y lo utilizaban en teatros, juegos y trucos, pero se diferenciaba de las falsificaciones, que pretendían confundirse con el dinero de verdad.

Tellman se había ocupado de endosarle dinero falso al tabernero, que se lo entregó a Jones. Dado que este lo había aceptado como cobro de una extorsión, no podía echarle la culpa al tabernero y, por consiguiente, quedar como la víctima. De todos modos, se le podía ocurrir cualquier cosa para recuperar la libertad en un período de tiempo relativamente breve.

Jones el Bolsillo se encaró a Tellman con una mezcla de confusión y de deseo de no enemistarse con la policía antes de saber exactamente cuáles eran sus opciones.

– ¿Qué quiere? -preguntó hoscamente cuando cerraron la puerta de la celda.

Tellman lo miró de arriba abajo. Sin el abrigo amplio, Jones tenía una figura menos imponente, delgada y ligeramente barrigona, con los dedos de los pies hacia dentro, como las palomas. Su rostro oscuro denotó fuerza y mucha astucia cuando devolvió la mirada a Tellman. Es posible que fuera un instrumento de Grover, pero no tenía un pelo de tonto ni había actuado contra su voluntad.

Tellman pensó en adoptar la actitud afable de Pitt, pero estaba demasiado cabreado. Más le valía ser fiel a su carácter seco y un poco agrio.

– Algo que le podría venir bien, lo mismo que a mí -respondió.

– ¿En serio? No sé por qué me parece que no va a favorecerme -comentó Jones con sarcasmo.

Tellman pensó que podía ser de origen galés, aunque su acento no tenía la musicalidad de los nativos de esa tierra.

– Está en una situación delicada -observó el sargento-. Lo detuvieron con un billete falso de cinco libras. Es un mal asunto.

– No es falso -lo contradijo Jones-. Solo era un billete de relumbrón… lo que no tiene nada de malo. Han cometido un error. La policía siempre los comete.

– Pues no, no es de relumbrón -sostuvo Tellman-. Parece verdadero si no se conoce la diferencia. La única pega es el papel.

Jones pareció ofenderse.

– En ese caso, ¿cómo podía saber que no es verdadero? ¡Me engatusaron! Debería compadecerse de mí. ¡Es a mí a quien han timado!

Tellman fingió inocencia.

– Señor Jones, ¿qué le han robado?

Jones se indignó.

– Un billete de cinco libras, ya lo sabe. ¡Lo vio con sus propios ojos! ¡Me lo quitó! ¡Yo pensaba que era verdadero y me tomaron el pelo!

– Pues parece que así es. Me gustaría saber quién se burló de usted. ¿Sabe dónde se lo dieron? Creo que tendré que hablar con quien se lo dio.

– ¡Es lo que debería hacer! ¡Me lo dio el tabernero ladrón de laTriple Plea! Fue justo antes de que ustedme pillara. ¡No tuve tiempo de mirarlo bien! ¡Si lo hubiera hecholo habría sabido!

– Y nos lo habría traído -acotó Tellman, que le siguió la corriente-. Así habríamos ido a hablar con el tabernero, le habríamos preguntado de dónde lo sacó y si sabe que se trata de una falsificación.

Jones retrocedió.

– Señor Tellman, no use esa palabra, es fea. Conozco falsificadores que han acabado muy mal.

– No padezca -lo tranquilizó Tellman-. Ya no mandamos tan fácilmente a la gente a la horca. La reservamos, sobre todo, para delitos como el asesinato. ¿Se han cargado a alguien que tuviera que ver con esto? Porque en ese caso la horca es la solución.

– ¡No, por supuesto que no! -espetó Jones acaloradamente-. ¡Solo tuve ese maldito billete durante menos de una hora!

– ¿Se lo dio el dueño de la Triple Plea?

– ¡Eso es!

– ¿Puede demostrarlo?

– Bueno, veamos…

Repentinamente Jones se olió el peligro.

– ¿Qué clase de servicio le pagó? -inquirió Tellman con toda la inocencia del mundo.

La mente de Jones funcionaba a toda velocidad, así lo reflejaba su mirada. Vio la trampa ante sus ojos.

Tellman aguantó.

– Me debía dinero -respondió Jones por último, con cierto tono de desesperación-. ¡Él mismo se lo dirá! -apostilló, desafiante.

– ¿Por qué le debía dinero?

– No es asunto suyo. -Jones empezaba a sentirse más seguro; había evitado una desagradable trampa -. Le hice un favor.

– Sería un gran favor. Llevaba encima veintisiete libras. ¿O también le hizo favores a otras personas y, por pura casualidad, todas se los devolvieron aquel día? -Jones veía que la trampa se cerraba a su alrededor, pero en esta ocasión no supo cómo evitarla-. Planteémoslo de otra manera -propuso Tellman-. Si pregunto al dueño dela Triple Plea cuántosfavores le hizo, ¿me dirá que fueron por valor de cinco libras o deveintisiete?

– Veamos… ¿Cómo quiere que sepa qué le dirá? ¡Ni siquiera le gusta mencionar este tema! -Una actitud triunfal iluminó fugazmente su mirada-. El tabernero se sentirá ridículo si tiene que reconocer que los clientes le prestan dinero.

– ¿Le ha prestado dinero?

– ¡Sí!

– ¿Y de dónde ha sacado usted veintisiete libras? -Tellman sonrió-. ¿O solo le prestó cinco y el resto es usura? No se preocupe, él mismo me lo contará. Puesto que fue tan amable con él, recordará exactamente cuándo ocurrió. Supongo que le devolvió el pagaré.

A Jones le sudaba el labio superior.

– ¿Qué pagaré?

– Vamos, señor Jones -acotó Tellman con desaprobación-, es usted demasiado inteligente para prestar dinero sin firmar un pagaré. En ese caso, ¿cómo haría para cobrarlo? Se lo pediré al tabernero y así el billete de cinco libras será su problema.

Tellman se irguió como si estuviera a punto de irse.

– ¿No sería posible…? -comenzó a decir Jones y tragó saliva con dificultad.

Tellman se detuvo y se volvió.

– Lo escucho.

Logró dar a esas dos palabras un tono amenazador del que se sintió satisfecho. Recordó los destrozos de Scarborough Street; la furia que sintió debió de reflejarse en su expresión.

Jones volvió a tragar saliva.

– No era para mí… es la verdad -reconoció Jones con dificultad-. Recojo y entrego a alguien que… que hace préstamos… de vez en cuando.

Tellman siguió el juego de la mentira durante unos instantes.

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