– Alguien que usted conoce asesinó a Magnus -añadió Pitt en voz baja pero firme-. Alguien lo planificó. Sabía adónde huirían en cuanto estallara la bomba en Myrdle Street y los estaban esperando. Alguien disparó a Magnus y escapó por la parte trasera. Bajó la escalera y pasó por delante de la policía, que lo confundió con uno de los nuestros, que habíamos entrado y perseguíamos a uno de los suyos. Una acción de este tipo requiere preparación, precaución e inteligencia. También exige un buen conocimiento de sus planes. Salvo alguien que quisiera deshacerse del cabecilla y ocupar su lugar, ¿alguien más de su célula quería ver muerto a Magnus?
Carmody se llevó las manos a la cara y se echó el pelo hacia atrás con tanta fuerza que estiró la piel de la frente y tensó sus facciones.
– ¡Esto es una pesadilla!
– No, no lo es -replicó Pitt-. Es real y no despertará como si fuera un sueño. Su única salida es que diga la verdad. ¿Quién asumía la dirección de la célula si a Magnus le ocurría algo? No me venga con que no se lo habían planteado, ya que sería una estupidez. Siempre han tenido presente la posibilidad de que a cualquiera lo atraparan o asesinasen.
– Kydd, Zachary Kydd -contestó Carmody con voz susurrante-. Yo habría jurado que cree en lo mismo que nosotros. ¡Me habría jugado la vida que era así!
– Pues parece que la habría perdido, como les ocurrió anoche a los habitantes de Scarborough Street. -Carmody guardó silencio-. ¿Dónde está Kydd? Tenemos que arrestarlo, a menos que quiera que se produzcan más actos como el de ayer.
Carmody le clavó la mirada con expresión de pesar.
– Me pide que traicione a un amigo.
– No puede ser leal a su amigo y a sus principios a la vez. Tiene que elegir. Incluso guardar silencio es una forma de elegir. Carmody cerró los ojos.
– Su guarida está en Garth Street, en Shadwell, cerca de los muelles. No sé el número, pero está del lado sur y la puerta es marrón.
– Gracias. Ah, algo más. ¿Tendría la amabilidad de describir al viejo que hablaba con Magnus Landsborough? Dígame todo lo que sabe de él.
A regañadientes y con más emoción de la que le habría gustado mostrar, Carmody refirió los encuentros de Magnus con aquel hombre que solo podía ser su padre y las acaloradas conversaciones que habían mantenido. El viejo suplicaba algo, pero siempre obtenía un no por respuesta. Después de esos encuentros Magnus siempre se mostraba retraído. No quería hablar de ello, evidentemente se trataba de algo que le causaba dolor. En dos ocasiones, Carmody también vio a cierta distancia a un hombre más joven, como si siguiera discretamente al viejo, pero no estaba seguro. Estaba claro que recordar aquello lo afectaba. Cuando Pitt se retiró, Carmody estaba tranquilo, sumido en sus tristes recuerdos.
El siguiente encuentro con Voisey sería en el monumento en honor a Turner y, como las otras veces, a mediodía. Cabía esperar que, tras el atentado de la víspera, Voisey acudiera.
Pitt se retrasó cinco minutos; cruzó rápidamente el suelo de mármol blanco y negro. Al ver la figura de Voisey, que miraba nerviosamente a su alrededor y pasaba el peso del cuerpo de un pie al otro, se sintió preocupado pero también divertido y aliviado.
Voisey esperaba que llegase por el otro lado, pero en el último momento se volvió y lo miró. Pareció tranquilizarse y preguntó:
– ¿Es tan malo como dice la prensa?
– Sí. En realidad, empeorará.
– ¿Empeorará? -El tono de Voisey era amargo-. ¿Qué opina? -añadió con sarcasmo-. ¿Qué destruirán dos o tres calles? ¿Tal vez que habrá otro gran incendio de Londres? Podemos considerarnos afortunados de que no fuera peor. Con marea baja, en esta época del año y con la falta de lluvias, anoche podríamos haber perdido la mitad de Goodman's Fields.
– Espere a que el Parlamento se reúna esta tarde -contestó Pitt-. No hacen falta más explosiones para que exija la aprobación inmediata del proyecto, incluida la disposición para interrogar a los criados. ¿Ha leído el editorial de Denoon?
Voisey se volvió y comenzó a caminar, como si permanecer quieto le resultase insoportable.
– Sí, claro que sí. Es su gran oportunidad, ¿no le parece? ¡Aprovecharán el atentado para aprobar la ley! -Era una afirmación más que una pregunta. Pitt tuvo que andar deprisa para darle alcance-. ¿Cree que en el caso de que vuelvan a quemar media ciudad, habrá un genio que pueda reconstruirla tal como está? -inquirió Voisey muy serio. Con la mano señaló la gran catedral y añadió-: Ya sabe que iniciaron la reconstrucción del templo en 1675, solo nueve años después del incendio. La terminaron en 1711.
Pitt permaneció en silencio. Le resultaba imposible imaginar Londres sin St Paul.
Llegaron a la placa en honor de sir Christopher Wren. Voisey leyó la inscripción en voz alta:
– Lector, si monumentum requiris, circumspice . Supongo que no sabe qué significa. -En su tono había una mezcla de admiración y amargura-: «Lector, si busca un monumento mire a su alrededor».
Su expresión era de dolor y respeto y tenía los ojos brillantes.
De repente, Pitt vio una faceta distinta y sorprendente de Voisey: la de un hombre deseoso de dejar huella en la historia, de transmitir algo suyo. No tenía hijos. Había heredado pero no legaría. ¿Cabía la posibilidad de que parte de su odio tuviera que ver con la envidia? Cuando muriese sería como si no hubiera existido. Pitt observó su rostro cuando el parlamentario miró hacia arriba y durante unos segundos le pareció ver un ansia profunda y descarnada.
Sin embargo, sentía que era un entremetimiento, como cuando se pilla a alguien realizando un acto privado, y giró la cabeza.
Su movimiento llamó la atención de Voisey, que inmediatamente volvió a ponerse la máscara.
– ¿Sabe algo de los responsables de la colocación de la bomba?
– Tal vez -respondió Pitt. Notó el odio de Voisey, que había adquirido más profundidad, como si fuera palpable en medio de aquel silencio casi absoluto. Cerca no había nadie y el ligero murmullo de las pisadas distantes era tan tenue que se perdió. Podrían haber estado solos-. El hombre encargado de asumir la dirección si le pasaba algo a Magnus Landsborough se llama Zachary Kydd. Es posible que sea el asesino de Magnus.
– ¿Rivalidades internas? -El desprecio de la expresión de Voisey era evidente.
Pitt se dio cuenta de que estaba a punto de perder los estribos.
– Lo mató alguien que lo conocía, uno de los anarquistas.
– ¿Por qué? -Voisey parecía incrédulo-. ¡No hacía falta deshacerse de Landsborough para colocar una bomba en Scarborough Street!
– ¿Cómo lo sabe? -inquirió Pitt.
– ¿Por qué demonios iba a hacerlo? ¿Landsborough intentaría impedírselo? -Su incredulidad resultaba mordaz-. ¿Cómo? ¿Avisaría a la policía para que se echase sobre ellos? ¿Está diciendo que alguien de la célula confiaba en la policía?
Pitt dio a su voz un tono de exagerada paciencia:
– Para desencadenar explosiones de ese calibre se necesita mucha dinamita, planificación y personas dispuestas a arriesgar la vida. Tal vez Kydd no podía saberlo hasta arrebatarle el liderazgo a Magnus.
Voisey dudó unos segundos, pero sabía que el de la BrigadaEspecial tenía razón, por lo que no tardóen reconocerlo.
– Kydd -repitió-. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué pretende?
– No lo sé -reconoció Pitt y esbozó una ligera sonrisa. Una sombra oscureció la mirada de Voisey.
Pitt se limitó a esperar.
– El atentado de Scarborough Street le hace el juego a Wetron -apostilló Voisey-. Es lo mejor para sus propósitos. ¿Cree realmente que se trata de una coincidencia?
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