Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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Pitt tropezó con un adoquín suelto y estuvo a punto de caer. Era imposible que Narraway formara parte del Círculo, ¿no? ¡Sería un doble farol!

Un hombre corpulento y de anchos hombros cruzó la calle hacia él. Aún no habían encendido las farolas, pero había luz natural suficiente para verle la cara. Era ancha, con una gran nariz y con la mejilla surcada por una cicatriz. La oreja izquierda prácticamente estaba deformada a causa de muchos tirones y golpes.

El hombretón se detuvo frente a Pitt. Cuando habló su voz sonó suave y con un ligero deje gutural:

– En su lugar, yo no iría a buscar nada más. Es inútil, ya que lo tengo yo, ¿me entiende?

Tenía más o menos la misma estatura que Pitt y quedaron cara a cara en la estrecha calzada, a medio metro de distancia. Pitt notó que un sudor helado corría por su cuerpo. Esperaba que su voz sonase lo bastante firme como para disimular el miedo que sentía.

– ¿Ha cobrado las cantidades habituales? -preguntó amablemente.

– ¡Por supuesto! ¿Qué le ha ocurrido al señor Jones?

– ¿No se ha enterado? -Pitt fingió sorpresa-. Se confió demasiado. Le endosaron dinero falso y lo pillaron. El hombretón apretó los labios.

– Jones es demasiado astuto para hacer algo así. ¿Qué pasó realmente?

– La falsificación era buena. Se confió demasiado.

– ¿Usted se ocupó de que ocurriera? Pitt decidió alzarse con los laureles y replicó:

– Tengo planes. Puedo hacer más que él. Tengo contactos. Y le gustará oír que también puedo hacer más por usted… si quiere.

– ¿De verdad? ¿Cómo es eso? -preguntó el hombre con escepticismo-. Dígame, ¿por qué no tendría que clavarle la navaja en las entrañas y llevármelo todo?

– ¡Porque no lo llevo encima! -exclamó Pitt-. Si me pincha nunca sabrá qué planeo y, por añadidura, no tendrá dinero que entregarle a su… a su amo. -Pronunció las últimas palabras con desdén.

– ¡Yo no tengo amo! -protestó el hombretón.

– ¿Jones el Bolsillo trabaja para usted? -Pitt empleó un tono risueño para demostrar que semejante posibilidad le resultaba ridícula-. Usted no es más que el chico de los recados, un simple mensajero. Claro que no está obligado a seguir siéndolo, señor… señor…

– Yancy.

A pesar de todo se mostró interesado, pero mantuvo la mano derecha en el bolsillo; Pitt dedujo que con los dedos aferraba el mango de la navaja.

– Señor Yancy, ¿le basta con ser mensajero? -Pitt temblaba ligeramente y tenía la sensación de que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho-. ¿Le parece seguro?

– ¿Qué pretende? -inquirió Yancy con cautela.

– ¿A quién se lo entrega?

– ¡Si se lo digo ocupará mi lugar! -se defendió Yancy-. ¿Cree que soy tonto?

– No, señor Yancy, no ocuparé su lugar. ¡Aspiro a mucho más! ¡Quiero el lugar de su amo! -Pitt detectó duda en la mirada de Yancy. No había ido suficientemente lejos. ¿Qué más sabía Yancy? Todo dependía de que lograse convencerlo. Una palabra de más o de menos y el asunto se le escaparía de las manos-. Hay demasiadas personas en este juego -apostilló y se atragantó. Necesitaba toser y carraspear, pero si lo hacía demostraría que estaba, nervioso. En la acera no había nadie, salvo un par de mujeres de la calle a veinte metros de distancia. Si Yancy sacaba la navaja, mirarían para otro lado y no verían ni sabrían nada-. Puedo darle una parte mayor porque quiero deshacerme del intermediario -Pitt se lanzó a por todas-. Tengo que dar cuentas al más alto nivel. ¿Se apunta o no?

– ¡Caramba! -Yancy soltó una larga bocanada de aire-. ¿Al señor Simbister en persona? ¡Grover me matará!

– Incluso más arriba -aseguró Pitt sonriente-. ¿Se apunta?

Yancy abrió la boca para responder; a dos calles de distancia resonó un estrépito ensordecedor. Fue tan intenso que el suelo tembló y en un tejado próximo se soltaron varias tejas de pizarra, que se deslizaron por los canalones y se rompieron al chocar con la acera. Sonó otro estrépito arrollador y en el aire vieron una llamarada. Alguien gritaba. El derrumbamiento de las paredes anuló el sonido de las voces y el olor y el calor del fuego impregnaron el atardecer.

8

Pitt giró sobre sus talones, se olvidó de Yancy, corrió hasta la esquina, la dobló y se acercó a las llamas que ascendían hasta el cielo. Tras el perfil irregular, los tejados arrancados escupían fuego y el humo entró en sus pulmones cuando se acercó. La gente chillaba y lloraba. Algunas personas permanecían inmóviles, como si estuvieran demasiado confundidas y sin saber qué hacer. Otras corrían de aquí para allá y un tercer grupo se movía sin rumbo fijo. Aún caían cascotes, trozos de madera calcinados y en llamas y cristales que salían disparados como dagas.

Cuando llegó al final de Scarborough Street, el humo le entró en la garganta y notó el calor en la cara. Había varios heridos en la calzada: inmóviles, desplomados y con las extremidades retorcidas. Por todas partes había sangre, madera humeante, ladrillos y cristales. La gente lloraba y pedía ayuda; alguien gritaba. Un perro ladraba sin cesar. Por encima de todo se oía el sonido de las llamas que ascendían en el interior de lo que quedaba de las tres últimas casas de la calle. En medio del calor la madera estalló y las tejas de pizarra salieron disparadas como cuchillos con los bordes muy afilados. El polvo y los cascajos inundaron el aire.

Pitt permaneció inmóvil; intentaba mantener el control y sofocar el horror que sentía en su interior. ¿Alguien había llamado a los bomberos? La madera en llamas seguía cayendo sobre los tejados de la otra acera. ¿Habían avisado a algún médico, a alguien que pudiera prestar ayuda? Avanzó e intentó hallar un poco de orden en medio del terror y del caos. Se veía con claridad gracias al resplandor del incendio.

– ¿Alguien ha avisado a los bomberos? -gritó en medio del estrépito que se produjo cuando se desplomó otra pared-. ¡Hay que sacar de aquí a la gente! -Cogió del brazo a una anciana-. ¡Diríjase al final de la calle! -ordenó con firmeza-. Aléjese del calor. Si se queda aquí le caerán cosas encima.

– Mi marido… -masculló la anciana con la mirada perdida-. Está en la cama. Estaba borracho como una cuba. Tengo que ir a buscarlo. Se quemará.

– En este momento no puede ayudarlo. -Pitt no la soltó. Vio a pocos metros a un joven descalzo que temblaba sin poder controlarse y lo llamó-: ¡Eh, usted! -El joven se volvió-. Llévese a esta mujer. ¡Que todos se alejen! ¡Ayúdeme!

El joven parpadeó. Lentamente se dio por aludido y obedeció. Otras personas también reaccionaron, intentaron ayudar a los heridos y cogieron en brazos a los niños para alejarlos del calor.

Pitt se acercó al cuerpo más cercano que yacía sobre los escombros y se agachó para observarlo con atención. Se trataba de una joven, a medias de espalda y con las piernas bajo el cuerpo. Una sola mirada a la cara le dijo que ya no había manera de ayudarla. Tenía sangre en el pelo y sus ojos desmesuradamente abiertos ya se habían empañado. Se arrodilló a su lado, se le revolvió el estómago y le dolieron las entrañas de ira. La Brigada Especialtendría que haberlo impedido. Aquello no teníanada que ver con el idealismo o el deseo de reformar las cosas,sino con una locura, una falta de humanidad impulsada por laestupidez y el odio.

A pocos metros alguien gemía. No era el momento de entregarse a las emociones, ya que así no ayudaba a nadie. Pitt se puso en pie y se acercó a la persona que se quejaba. Hacía cada vez más calor. Parpadeó y volvió la cabeza para protegerse de la ceniza que el aire arrastraba. Las tejas de pizarra seguían deslizándose y caían sobre la acera o la calzada. Llegó a la persona que gemía: una mujer mayor con la pierna fracturada en varias partes y una herida en el brazo, de la que manaba sangre. Sin duda sentía mucho dolor, pero era la pérdida de sangre lo que la asustaba.

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