Pitt reflexionó y finalmente dijo:
– Sin embargo, todo tiene un precio. No creo que todos los hombres estén preparados. Algunos son perezosos y otros codiciosos. Si no existen leyes ni alguien que se encargue de que se cumplan, ¿quién protegerá a los débiles?
– ¡No entiende nada! -lo acusó Welling.
Pitt se apoyó en la pared de piedra.
– Tenga la amabilidad de explicármelo.
– Sin opresión no sería necesario proteger a los débiles -declaró Welling-. Nadie les haría daño.
– Salvo los que se esconden detrás de una puerta y disparan por la espalda.
Welling se puso muy pálido.
– ¡No fue uno de los nuestros!
– Yo creo que sí.
– ¡No, no lo fue! -gritó Welling-. ¿Podría haber sido el viejo? Había un viejo que lo abordó varias veces en la calle. Al parecer Magnus lo conocía. Los vi discutir. La disputa fue muy acalorada, pero Magnus no quiso contarnos quién era o a qué se debió.
– ¿Un viejo? -preguntó Pitt-. Descríbalo.
Welling abrió desmesuradamente los ojos.
– ¿Cree que podría haber asesinado a Magnus? -Su rostro se iluminó, esperanzado-. ¿Por qué lo haría? Solo fue una disputa. ¿De dónde pudo sacar el arma? Era demasiado viejo para ser anarquista.
Pitt sonrió a su pesar.
– ¿Era muy viejo?
– No estoy seguro. Sesenta, quizá un poco más. Era un hombre alto, delgado y de pelo canoso.
– ¿Y discutieron?
– Sí.
– ¿Cuál era su actitud?
Welling se quedó pensando; un brillo de comprensión encendió su mirada. Respondió suavemente:
– Caballerosa. No iba vestido como un caballero, pero su voz…
– ¿Podría ser su padre? -inquirió Pitt con la esperanza de que Welling lo negase.
No pudo dejar de pensar en su hijo y se preguntó cómo reaccionaría si en un futuro lejano Daniel abrazaba una ideología extremista que lo llevaba a matar. ¿Qué haría para tratar de salvarlo de algo que consideraba negativo? ¿Cómo consolaría a Charlotte? ¿Hasta qué punto se consideraría culpable de lo que había salido mal? Le resultó fácil ponerse en la piel de Landsborough.
¿Era lo que había sucedido? ¿Había intentado proteger a su hijo o al sistema político en el que él mismo creía… o tal Vez el honor de la familia, con todas las comodidades y privilegios que entrañaba? Su hijo era la deshonra de la familia.
Se trataba de una idea espantosa, pero la honestidad obligó a Pitt, como mínimo, a tomarla en consideración.
Welling lo miró.
– Es posible. Magnus nunca habló de él, pero ese viejo no fue el único, también se veía con un hombre más joven y bien vestido. Pitt estaba desconcertado.
– ¿Cómo hablaba?
– No tengo ni la más remota idea. Que yo sepa, nunca habló.
– ¿Un anarquista de otra facción?
– A mí me pareció un criado; discreto, pero criado al fin -respondió Welling y su ingenuidad se esfumó-. No estoy dispuesto a decirle nada acerca de nosotros. Los anarquistas somos leales.
– No me cabe la menor duda -confirmó Pitt en tono admirativo-. Por lo visto, los anarquistas están dispuestos a acabar en la horca por sus compañeros. -Vio que Welling palidecía. Tal vez estaba más asustado de lo que lo había estado Carmody. Pitt prosiguió-: Debe de estar muy convencido de que los ideales son los mismos. Lo que me lleva a preguntarme por qué un anarquista acabó con la vida de Magnus y lo hizo desde un escondite.
La expresión de Welling se volvió desdeñosa.
– No puede ahorcarme por haber matado a Magnus. Ni siquiera puede acusarme por ello. Cuando entraron yo ya estaba en la estancia, lejos de la puerta desde la que le dispararon. Todos oyeron cómo escapaba. Hasta la policía lo oyó bajar por la escalera trasera y lo dejó pasar. -Le tembló la voz al advertir que podrían mentir, aunque solo fuese para ocultar que habían cometido semejante error. Tragó saliva. En su mirada quedó claro que creía que Pitt era capaz de mentir, al igual que el resto de los agentes-. ¡Yo no lo habría matado y usted lo sabe!
– Así es, lo sé -coincidió Pitt-. Al menos, no creo que lo hiciera personalmente, aunque podría haberse confabulado con alguien. Es lo bastante listo como para proteger a quien lo hizo, por lo que también es razonable suponer que son aliados e incluso que le pagó… -Percibió horror en la mirada de Welling y en ese instante supo que era inocente-. Claro que, en realidad, me refería al policía al que dispararon en plena calle.
– No estaba… no estaba muerto… -La incertidumbre de Welling se reflejó claramente en su cara.
Pitt venció la tentación de dar a entender que había perdido la vida.
– No, pero por pura suerte. Intentaron matarlo. -Yo… yo… -La voz de Welling se apagó. No había argumentación posible.
Pitt aguardó mientras el detenido reflexionaba. El encarcelamiento le resultaría a Welling más duro de lo que hubiera imaginado, pero la horca tenía un carácter irrevocable.
– ¿Es usted creyente? -preguntó Pitt de sopetón.
Welling se sobresaltó.
– ¿Cómo dice?
– ¿Es creyente? -repitió Pitt.
La mirada burlona volvió a alterar el rostro de Welling, pero fue una bravuconada más que una muestra de confianza.
– No es necesario creer en Dios para tener moral -replicó con amargura-. ¡ La Iglesia cuenta entre sus filascon los peores hipócritas que existen! ¿Tiene idea de laspropiedades que tiene? ¿Sabe cuántos religiosos predican una cosa yhacen otra muy distinta? Condenan a personas cuyas vidas nisiquiera son capaces de comprender y…
– No pensaba en la moral -lo interrumpió Pitt-. Los hipócritas me caen tan mal como a usted. Me refería a si hay algo que esperar después de la muerte. -Welling se puso pálido y de pronto le costó respirar. Pitt adoptó un tono más afable-: Es usted joven. No, tendrá que renunciar a su vida ni a todo a lo que puede hacer, a los aciertos y a los errores, si me ayuda a averiguar quién mató a Magnus Landsborough y a demostrarlo. Según su moral y la mía, fue un acto infame. Si colabora estoy autorizado a no acusarlo por haber disparado al policía y por el resto de sus acciones.
Welling se humedeció los labios.
– ¿Cómo puedo estar seguro? ¿Cómo sé que no miente? ¡Tal vez el policía ha muerto!
– No, no ha muerto. Dentro de pocas semanas se reincorporará a su trabajo. El disparo le atravesó el hombro, pero no tocó la arteria.
Pitt sacó del bolsillo el papel con la promesa que Narraway había redactado y se lo entregó a Welling, que lo cogió, lo leyó y parpadeó varias veces mientras las manos le temblaban ligeramente.
– ¿Qué será de Carmody? -preguntó por último-. No… -Tuvo que carraspear-. No me salvaré a cambio de que lo ahorquen.
Pitt se imaginó lo que le había costado pronunciar esas palabras y lo admiró.
– No es necesario -garantizó-. La misma oferta vale para él en caso de que la acepte. Dígame todo lo que sabe de Magnus Landsborough, quién lo sustituirá como jefe… o defínalo como prefiera y… y hábleme también del viejo con el que habló. Quiero saber con cuánta frecuencia, dónde, a qué hora del día o de la noche y cómo reaccionó Magnus.
Welling se lo contó paso a paso; medía cada palabra para callar lo que no le interesaba que se supiese. No puso nombre al tipo que, según creía, se convertiría en el nuevo jefe, si bien su respeto por él era evidente. Compartía el apasionamiento de Magnus contra el dominio injusto de una persona sobre otra. Lo enfurecía la indefensión de los pobres y las desventajas por motivos de salud, falta de inteligencia o educación, y cuestiones de nacimiento o, simplemente, de posición social. En su opinión, el poder sin responsabilidad era el peor de los males, ya que engendra crueldades, injusticias y todos los abusos que una persona puede infligir a otra.
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