Pitt se obligó a sonreír, pero no le resultó nada fácil. El ataque a sus orígenes le dolió. ¿Por qué Voisey se empeñaba siempre en atacarlo? ¿Qué había en Pitt que lo perturbaba tanto como para que no lo ocultase?
– Dígame, ¿la política de tierra quemada de Wellington tiene algo que ver con Wetron y el atentado anarquista o con Simbister y Denoon? -preguntó Pitt con curiosidad-. ¿O solo quiere averiguar si sé tanto como usted de historia militar?
Una sucesión de emociones demudó el rostro de Voisey: ira, sorpresa y confusión. De repente se echó a reír abiertamente y, al parecer, con sincero humor.
Pitt se obligó a recordar que Voisey lo odiaba. Había provocado la muerte del reverendo Rae, un anciano bueno e inocente, y había liquidado personalmente a Mario Corena, aunque en este caso se había visto obligado a hacerlo. Estaba detrás de otros actos de codicia y destrucción. Su ingenio y su humanidad, su capacidad de reír o de sentirse herido no tenían la menor importancia. Su odio era lo único que contaba y Pitt no debía olvidarlo jamás. Si dejaba de tenerlo en cuenta le costaría cuanto había conseguido.
Por otro lado, si convertía la risa y el sufrimiento en algo sin importancia, probablemente Voisey se llevaría la mayor victoria: habría destruido la esencia de su personalidad, de aquello por lo que había tratado de convertirse a lo largo de su vida. ¿Era lo que Voisey se proponía? Destruirlo interiormente…
Voisey lo miraba, estaba atento a todo e interpretaba su expresión. Detectó un cambio, una decisión, cierta calma que interpretó como una especie de pérdida.
La sonrisa de Pitt dejó de ser forzada y se relajó. Al menos en ese instante era totalmente real. Dominaba la situación y ambos lo sabían. Pitt preguntó:
– ¿Cree que Wetron se propone quemar la tierra en el caso de que le obliguen a replegarse?
– Sospecho que la quemará hasta convertirla en cenizas -replicó Voisey-. Y a usted, ¿qué le parece?
– Solo lo hará si está convencido de que ha perdido. En este momento cree que está muy lejos de perder.
Voisey no dejaba de observarlo con atención. Si alguien pasó junto a los sepulcros de los ilustres, ni Voisey ni Pitt lo vieron u oyeron.
– Creo que le encantaría arrojar al sargento Tellman a las llamas -apostilló Voisey en tono quedo-. Estoy casi seguro de que podría hacerlo.
Pitt tuvo la sensación de que se le helaban las entrañas. Tendría que haber sabido que Voisey deduciría que, gracias a Tellman, estaba al corriente de lo que sucedía en Bow Street, pero que lo dijera explícitamente lo asustó.
– Por supuesto -coincidió-, pero no destruirá un instrumento que cree que puede utilizar.
Quería que Voisey tomase nota de ese comentario.
– ¿Contra quién? -Voisey enarcó las cejas-. Destruyendo a Tellman a usted lo heriría mucho más que con cualquier otra cosa.
– Su mirada reveló un agudo brillo de satisfacción-. Lo añoraría, pero además la culpa por haberlo implicado y colocado ante semejante peligro lo corroería eternamente.
Clavó la mirada en Pitt e intentó adivinar qué pensaba; quería descubrir las pasiones delicadas y vulnerables que había en su interior, ver dónde estaba el centro del dolor. ¿Se refería a Wetron o intentaba recordarle que, si se lo proponía, podía hacerlo él mismo?
Pitt dejó de observar a Voisey y contempló el monumento erigido en honor de Wellington.
– Fue un gran militar -comentó casi con indiferencia-. Supongo que los vencedores tienen cosas en común. Una de ellas es que no persiguen satisfacer las vanidades personales o las cuestiones menores de venganza o justificación, y se dedican únicamente a una gran causa. -Siguió con la mirada el nombre tallado en la fachada de mármol-. Jamás se le habría ocurrido abandonar Waterloo para batirse en duelo con un hombre, quienquiera que fuese. Sin duda eligió a sus lugartenientes por su capacidad y no porque le agradaran o le disgustaran o por favores debidos o esperados. Nunca perdió de vista el verdadero objetivo. -Volvió a mirar a Voisey-. Se trata de una cualidad que escasea: la capacidad de concentración. Me parece que Wetron la posee. ¿Qué opina?
Un arrebato de furia tiñó de rojo las mejillas de Voisey. Lo último que deseaba que le recordasen era que Wetron lo había derrotado y que en esos momentos dirigía el Círculo Interior.
– Todavía no hay nada definitivo -respondió con voz débil y rígida-. Se suele decir que el que ríe último ríe mejor. Pitt, no sea arrogante. -Sus palabras revelaron cierto rencor, el recordatorio de lo endeble que era su alianza-. Si cree que, por haberlo derrotado una vez, lo vencerá siempre, es más tonto de lo que imaginaba y no me sirve como aliado, solo como carne de cañón. -Pronunció las últimas palabras con enorme desprecio.
– El militar que no se enfrenta a los cañones no sirve para nada -precisó Pitt-. De momento, nuestro mejor ataque lo ha realizado Tellman. Por su interés y por el mío lo mejor es que hagamos lo que podamos para mantenerlo con vida. Si eso significa permitir que Wetron crea que puede proporcionar información a ambos bandos, me resignaré. Sin embargo, parece que Piers Denoon ha quedado definitivamente relacionado con los anarquistas, ya que les proporciona dinero. Cuando se sintió amenazado acudió directamente a Simbister. Se presentó a la una de la madrugada y le abrieron la puerta.
– Lo que habría que saber es si Edward Denoon apoya a los anarquistas -dijo Voisey lentamente-. ¿Podemos demostrarlo? Por otra parte, ¿qué sabía Sheridan Landsborough acerca de las actividades de su hijo?
– Podía saberlo todo o nada. Aunque es un tema interesante no nos ayuda a luchar contra la propuesta de ley. En el mejor de los casos, lo máximo que nos permitirá saber es con qué bando se aliará. De momento sabemos por el periódico que Denoon defiende el proyecto y que Landsborough no se ha manifestado.
– ¿Qué debe de opinar? -preguntó Voisey quedamente.
– No lo sé. Acaba de perder a su único hijo. Me parece que él tampoco lo sabe. De todas maneras, el nuevo aspecto del proyecto legislativo podría resultar excesivo y abrir la puerta a los chantajistas.
– ¿Se refiere al derecho de interrogar a los criados sin que el dueño de la casa lo sepa? -inquirió Voisey con amargura y el rostro tenso de cólera-. ¡Por amor de Dios, desde luego que es abrirle las puertas al chantaje! Wetron podría tener en sus manos a los dirigentes de la nación. Creo que en Inglaterra no existe un solo hombre cuyo ayuda de cámara no sepa algo que su señor preferiría ocultar. Podría tratarse de algo tan sencillo como que lleva corsé para disimular la barriga o que su esposa prefiere dormir con el lacayo.
– Probablemente tiene razón -coincidió Pitt-. De todos modos, esa es la flaqueza en vez de la grandeza del proyecto. Significa que nadie se sentirá lo bastante seguro para votar a favor.
Voisey cerró los ojos.
– ¡Es usted maravillosamente ingenuo! Mejor dicho, sería maravilloso si no fuera tan peligroso. -Abrió los ojos de par en par-. ¡Tonto, no lo plantearán en esos términos! Darán toda clase de garantías de que no aplicarán la ley a los inocentes. Jurarán que solo se empleará con los sospechosos de conspiraciones anarquistas. Todos los parlamentarios saben que en ese aspecto son inocentes; por otra parte, los que ya están aliados con Wetron supondrán que cuentan con su protección. Probablemente están en lo cierto si pertenecen al Círculo Interior.
– Seguramente usted tiene la capacidad y posee o puede conseguir la información necesaria para comentar con algunos de sus amigos que en sus vidas privadas hay cuestiones de las que preferirían que sus criados no hablaran.
Voisey permaneció mudo algunos segundos; poco después una sonrisa irónica curvó sus labios.
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