Pitt llevaba el abrigo puesto y, a pesar de que en la catedral la temperatura era agradable, sintió un escalofrío. Le habría gustado librarse de llegar a esa conclusión y encontrar al menos un motivo convincente por el cual no podía ser cierta, pero no fue así. Preguntó suavemente:
– ¿Cree que él está detrás de todo esto?
Al oír esas palabras fue Voisey quien sonrió.
– Pitt, su capacidad de pensar bien de los demás siempre me sorprende. No debería ser así. A pesar de todo lo que le ha ocurrido, y de lo que le sucedió a su padre; a pesar de todos los años que lleva resolviendo asesinatos y de que últimamente se ocupa de los fanáticos políticos, no deja de ser un ingenuo. Se niega a reconocer la evidente realidad de la naturaleza humana. -Su rostro se ensombreció y exclamó violentamente-: ¡Tonto, por supuesto que Wetron está detrás de todo esto! Se ocupó de que el desgraciado, estúpido e inofensivo Landsborough colocase la primera bomba. Dijo a los integrantes de la célula que nadie resultaría herido. Los jóvenes e insensatos anarquistas, que no saben lo que hacen, que solo protestan contra la corrupción, seguramente estuvieron de acuerdo. Usted atrapó a unos pocos, lo que sin duda era lo que pretendía; estaba todo preparado. La segunda vez fue muy parecida, pero mucho peor. Casi sin pensarlo, todos suponen que se trata de una escalada de la violencia y culpan a los mismos. ¿Y qué ocurre a continuación? El miedo se ha disparado y Denoon alimenta las llamas. Si Wetron no está implicado, es el hombre más incompetente del mundo. Pitt, ¿qué opina? ¿Qué piensan los servicios de información de la policía? ¿Cómo lo interpreta el cerebro de laBrigada Especial?
– Exactamente igual que usted -contestó Pitt-. Hasta qué punto aprovechó la situación y en qué grado la provocó no tiene realmente importancia, siempre y cuando lo conectemos con lo ocurrido y podamos detenerlo.
– ¡Vaya, por fin es pragmático! Demos gracias a Dios. ¿Cómo se propone hacerlo? -Voisey solo titubeó una fracción de segundo-. Por supuesto, tenemos a Tellman, un hombre que dispone de información confidencial.
Pitt miró a Voisey y por su expresión supo que esperaba que respondiese que no podía hacerlo; en ese caso su desprecio sería absoluto. Decidiera lo que decidiese, el político tenía el control de la situación; la certeza de su poder brilló en su mirada.
Pitt intentó encontrar otra solución igualmente válida que le permitiese una salida, pero no la había.
– Pediré a Tellman que intente rastrear el dinero hasta Wetron -accedió muy a su pesar.
– ¡El dinero! -exclamó Voisey con desdén-. ¡Ya sabemos que Wetron se queda con el dinero de las extorsiones! De todos modos, solo conseguirá rastrearlo hasta Simbister. Necesitamos dinamita, conexiones que demuestren su complicidad, saber para qué pretendía utilizarla.
– En primer lugar, me ocuparé del dinero -puntualizó Pitt con paciencia-. Lo rastrearé hasta Wetron y solo entonces investigaré la compra de la dinamita. Si llega hasta Simbister estará muy bien, siempre y cuando podamos relacionarlo con Wetron. He seguido el dinero hasta el brazo derecho de Wetron.
– ¿Ya lo ha hecho? -Voisey enarcó las cejas-. No me lo había dicho.
– Acabo de hacerlo. Me dedicaba a esa investigación cuando estalló la bomba en Scarborough Street. Estaba a pocos metros de distancia.
Voisey se quedó de piedra.
– ¿Estuvo allí? ¿Fue testigo de la explosión? -Observó con más atención a Pitt y reparó en los rasguños en las mejillas y en el pelo chamuscado-. Estuvo allí -repitió con contrariado respeto-. Pensé que le habían avisado después de que ocurriera.
– Dediqué la mitad de la noche a ayudar a sacar a los heridos y a los que se quedaron sin techo -explicó Pitt, que intentó que el recuerdo no lo emocionara-. Supongo que todavía están buscando a los muertos. Le aseguro que estoy tan resentido con Wetron como usted.
Voisey exhaló un suspiro.
– Claro, supongo que sí. Si algo puede alterar su gran tolerancia es un acto como este. De acuerdo. ¡Relacione a Wetron con la dinamita y veremos cómo lo cuelgan de la horca! -Pronunció esa última palabra con una repentina y apasionada energía que, como sabía Pitt, tenía más que ver con el Círculo Interior que con los muertos de Scarborough Street.
– Es lo que me propongo -confirmó-. Pero lo haré con cuidado. ¿De qué se encargará usted?
Voisey sonrió y fue como si de repente saliera el sol.
– Buscaré a otros ilustres parlamentarios a los que no les preocupa que los criados sean interrogados en su ausencia y les recordaré los peligros de semejante práctica.
Voisey levantó la mano a modo de saludo y se alejó.
Tellman no se sorprendió al ver que Pitt lo aguardaba en la calle, a la puerta de su casa. Aparte de la comisaría de Bow Street, era el único lugar en el que Pitt sabía con certeza que lo encontraría. Pero en la comisaría indudablemente lo verían y lo reconocerían, por lo que en cuestión de minutos estaría informado Wetron de su presencia.
Pitt tuvo que esperar. Tellman siempre regresaba a una hora distinta, según el caso que se traía entre manos y los progresos que hacía. Wetron daba por sentado que estaban en contacto; de hecho, ya lo había demostrado en la conversación que sostuvo con Tellman, durante la cual le habló de Piers Denoon. Aun así, lo más aconsejable era que no lo viesen. Pitt se escondió en la penumbra vespertina del callejón hasta que su amigo llegó a la puerta.
No hablaron en la calle. Pitt siguió al sargento y subieron la escalera hasta su habitación. Tellman corrió las cortinas antes de prender la luz de gas. La chimenea ya estaba encendida, por lo que el aire no era frío. La casera llevó pan y sopa caliente para ambos y no hizo el menor comentario.
Tellman escuchó con creciente horror la descripción que Pitt hizo de lo sucedido en Scarborough Street. Ya le habían hablado del atentado, pero no era lo mismo que cuando se lo contaba alguien que había estado presente. Dejaba de ser una sucesión de datos y se convertía en un relato acerca de la sangre, la violencia, el ruido, el sufrimiento, el olor a humo, la carne quemada y ese insoportable calor en la piel.
– Voisey está convencido de que Wetron es el verdadero culpable -concluyó Pitt, con pesar.
A Tellman se le revolvió el estómago. Le costaba imaginar aquella maldad deliberada y planificada. Sabía que había hombres muy ambiciosos, pero le resultaba imposible concebir un ansia de poder tan grande como para conseguir que alguien realizara una matanza humana como aquella. Imaginó la cara y la fría mirada de Wetron y aun así le pareció incomprensible.
Sin embargo, Pitt estaba dispuesto a creérselo.
– Debemos relacionar a Wetron con la dinamita -apostilló quedamente-. Si no hay pruebas no tenemos nada.
– Probaré con Jones el Bolsillo -dijo Tellman tras reflexionar unos segundos-. Como has dicho, deberíamos conectar la dinamita con alguien a través de la procedencia del dinero. No se me ocurre otra cosa.
Hablaron unos minutos más y Pitt se marchó. El fuego de la chimenea se redujo a una lluvia de chispas y Tellman añadió carbón. La noche había caído y oyó las gotas de lluvia que tamborilearon en los cristales de las ventanas. Pensar en cómo abordaría el tema con Jones y en lo mucho que las cosas habían cambiado en el breve tiempo transcurrido desde que Pitt ya no estaba al mando en Bow Street. Desde entonces habían ingresado un puñado de nuevos reclutas, pero la mayoría de los policías llevaban años en la comisaría. ¿Cuántos de ellos eran corruptos? ¿Siempre habían estado dispuestos a caer en la tentación pero él no se había enterado? ¿Era tan incompetente como parecía juzgando el carácter de los hombres? ¿Acaso por el simple hecho de que eran policías había dado por sentado que también debían ser honrados, cuando en realidad apenas se diferenciaban de los seres violentos, deshonestos, débiles o codiciosos a los que perseguían?
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