Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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– ¿Estás seguro de que Voisey no ha tenido nada que ver? -preguntó Charlotte por tercera vez.

– No creo que haya una causa que le interese tanto como para morir por ella -replicó Pitt convencido.

Charlotte no discutió.

– Al menos esta vez -aceptó-. Y ahora, ¿qué? Ya no tienes la prueba de la dinamita. Está en el fondo del río. Pitt sonrió.

– Me parece que está en un lugar muy seguro, ¿no opinas lo mismo?

Charlotte abrió desmesuradamente los ojos.

– ¿Será suficiente?

– Sir Charles Voisey se ha convertido en un héroe y es parlamentario. Supongo que aceptarán sus pruebas. Además, todavía existen los archivos según los cuales el Josephine pertenece a Simbister.

– ¿Y con eso qué puedes demostrar para que contribuya a que se rechace el proyecto? -insistió-. Se trata de otra explosión que parece un nuevo golpe anarquista y que dará más peso a los argumentos de Tanqueray.

– Si llevo la prueba de dicha propiedad a Somerset Carlisle y menciono la dinamita, a Grover y a Jones el Bolsillo tal vez sea suficiente para que algunos duden -añadió Pitt lentamente.

En el calor de la cocina, de repente se sintió terriblemente cansado. Notó el agotamiento en todo su cuerpo; ya no podía pensar con claridad. Las decisiones no estaban tan claras.

– No te fíes de Voisey -lo apremió Charlotte-. Aún puede traicionarte.

Charlotte se había inclinado ligeramente y le había cogido la mano.

– No es necesario que confíe en él. Quiere lo mismo que yo: que no se apruebe el proyecto de armar a la policía. Ya sé que es por razones distintas, pero eso ahora no tiene importancia. -Bostezó sin poder contenerse-. Disculpa.

Charlotte se arrodilló ante su marido y lo miró a la cara.

– Vete a la cama. Debes descansar. -La emoción le quebró la voz-. Le agradezco infinitamente a Dios que estés a salvo. No quiero pensar en lo cerca que estuviste de morir ahogado; no podría soportarlo. Thomas, ¿aún tienes la prueba de que la hermana de Voisey estuvo implicada en el asesinato del reverendo Rae? Si fuera necesario, ¿podrías lograr que la condenaran por esa muerte?

– No.

Pitt se esforzó por conservar la lucidez. Observó el rostro sincero de su esposa, tan próximo al suyo, su pelo sedoso y su mirada preocupada. Notó el calor de su piel y un tenue olor a lavanda y a jabón. Se dio cuenta de que la emoción lo embargaba. Había estado a punto de perderlo todo: esa estancia, el olor a comida y a ropa limpia, la vieja vajilla en el aparador; aquello era su hogar. Sobre todo, Charlotte; le importaba más que nada.

– ¿Has dicho que no? -la mujer estaba asustada y Pitt lo notó en su tono de voz-. ¿Por qué? ¿Qué le pasa a la prueba? ¡En su momento dijiste que era válida!

– Y lo es. -Pitt parpadeó e hizo un esfuerzo por permanecer despierto-. Pero no podría lograr que la condenaran porque, si quieres que te sea sincero, no creo que esa mujer supiera que la comida lo envenenaría.

– ¡No es esa la cuestión! -La mujer hacía denodados esfuerzos para no perder la paciencia-. ¡No lo harás, pero podrías hacerlo! La prueba sigue siendo válida. ¡Al fin y al cabo, le administró el veneno!

– Creo que no lo sabía.

Pitt tenía enormes dificultades para mantener los ojos abiertos.

Charlotte se incorporó.

– Eso no importa. ¿Dónde está?

– ¿Qué has dicho? ¿Dónde está… qué? -Se dio cuenta de que su esposa se refería a la prueba-. Está en la cómoda del dormitorio, a salvo. No sufras. No le diré a Voisey dónde está ni que me abstendré de usarla.

Francamente, creía que Voisey ya lo sabía, pero no estaba totalmente seguro.

– Vete a la cama -repitió Charlotte con dulzura-. Esta noche no importa. Vamos.

Entonces le ofreció las manos como si fuera a ayudarlo a ponerse en pie.

Pitt se esforzó por incorporarse. Había entrado en calor y la idea de meterse en la cama le pareció muy agradable.

Por la mañana, Pitt tardó en salir de Keppel Street. Se despertó a las nueve y media. Se lavó, se vistió, desayunó deprisa y a las diez y diez se dispuso a reunir pruebas para demostrar que Simbister era el propietario del Josephine .

En cuanto Pitt se fue, Charlotte también abandonó la casa, pero en dirección contraria. Cogió un coche para dirigirse a Curzon Street y dio al cochero las señas de Voisey. Esperaba que todavía no se hubiese marchado a Westminster. Dado que la Cámarano se reunía hasta la tarde, había muchasprobabilidades de que todavía estuviese en casa. Además, tenía laesperanza de que los acontecimientos de la víspera lo hubiesendejado tan agotado como a Pitt y a ella misma. Claro que cabía laposibilidad de que hubiese ido temprano al Parlamento con laintención de reunirse con otros representantes antes de la sesión,pese a que era posible que ellos también llegasen tarde. Solo eranlas once menos cuarto, pero no había podido salir antes.

A pesar de que su corazón latía desbocado, se armó de valor para parecer segura cuando el criado abrió la puerta.

– Buenos días, señora -saludó amablemente; su voz reveló cierta sorpresa.

– Buenos días -respondió Charlotte-. Soy la señora Pitt. Sir Charles conoce a mi marido. Ayer por la noche se vieron metidos en un asunto muy importante. Al final corrieron un grave peligro y estoy segura de que, al llegar a casa, sir Charles estaba agotado y muerto de frío. -Dio esa explicación para que el criado comprobase que decía la verdad acerca de que conocía a Voisey-. La situación requiere que, en caso de que sea posible, hable con sir Charles antes de que se desplace a Westminster. Espero no haber llegado tarde.

El rostro del criado ya no mostraba desconfianza; en realidad, era casi amistoso.

– Desde luego, señora Pitt -respondió amablemente-. Ha sido un suceso terrible. Espero que el señor Pitt se haya recuperado.

– Gracias, está perfectamente.

– Si tiene la amabilidad de entrar, avisaré a sir Charles de que ha venido. En este momento está desayunando. -Retrocedió y abrió la puerta de par en par para que Charlotte entrase.

– Gracias.

Esta lo siguió por el pasillo hasta una salita sencilla pero muy agradable. Miró interesada a su alrededor. Cualquier cosa que averiguase acerca de Voisey podría ser valiosa. Había varias fotografías en una pequeña mesa de caoba situada en un rincón; en una de ellas se veía a un hombre apuesto con uniforme militar y, a su lado, una mujer que, a juzgar por la pose, era su esposa. Parecían rondar los cincuenta y cinco años y, dada la ropa que llevaban, la fotografía debía de haberse tomado hacia 1860. ¿Sería de los padres de Voisey?

Paseó rápidamente la mirada por los volúmenes de una librería con puertas de cristal. Eran tomos sueltos y viejos, no eran colecciones, y algunas encuadernaciones estaban desgastadas. Dedujo que se habían comprado de uno en uno, para leerlos, en lugar de en bloque, solo para decorar la estancia, como hacía alguna gente. Los títulos eran variados, pero la mayoría parecían estudios históricos, principalmente acerca de Oriente Próximo y el norte de África, y también del origen de las civilizaciones de la antigüedad. Había historias de Egipto, Fenicia, Persia y lo que antaño había sido Babilonia.

Se sorprendió al ver que en la librería siguiente había poesía y varias novelas, incluidas traducciones del ruso y del italiano, así como poesía y filosofía alemanas. ¿Los libros eran de Voisey o habían pertenecido a su padre?

¿Qué sabía realmente de Charles Voisey? ¿Qué se escondía tras su ansia de poder?

En realidad, no le importaba. Nada justificaba que hubiese amenazado a Pitt. Podía incluso compadecerlo, lo cual no era del todo inconcebible, pero de todas maneras haría cuanto estuviese en sus manos para proteger a sus seres queridos.

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