– Me temo que tienes razón -reconoció Vespasia, contrariada-. Lo único que podemos esperar es que el señor Wetron se vea favorecido por los acontecimientos.
– ¿Lo único? -inquirió Charlotte-. ¡A mí me parece horroroso!
Vespasia la miró sin inmutarse.
– Querida, lo peor es que él es el causante de esos sucesos, y que eso lo convierte en alguien temible. Un hombre capaz de hacer explotar una bomba en una calle llena de personas carece de límites morales. Matará sin pensárselo dos veces… no solo a sus enemigos, sino a hombres y mujeres corrientes cuya única relación con su ambición es que su muerte le beneficia. Pido a Dios que Thomas pueda demostrar que hay una conexión entre el barco y la dinamita y, en última instancia, Wetron. -Su tono revelaba su profunda emoción. Permaneció sentada muy recta, como siempre, pero su cuerpo estaba muy tenso-. Hace un par de días que no hablo con Thomas -añadió con seriedad-. ¿Han aumentado las probabilidades de descubrir quién mató a Magnus Landsborough? -Lo planteó como si fuera algo secundario, pero sus manos aferraron la delicada tela de la falda.
Con compasión y sentimiento de culpa, Charlotte vio que Vespasia estaba muy preocupada por ese asunto. Casi había olvidado que Magnus era el único hijo de uno de los amigos de Vespasia, alguien de quien había estado muy cerca en su juventud y tal vez más tarde, en años menos dichosos.
– No -contestó con gran delicadeza-. Salvo que, por las pruebas, cree que tuvo que ser alguien a quien Magnus conocía bien. Supongo que se refiere a otro de los anarquistas. Parece una monstruosidad tratándose de una persona que, en principio, luchaba por la misma causa.
Vespasia permaneció en silencio.
Charlotte observó su bello rostro de pómulos altos y vio temor. ¿Sería entrometida si lo planteaba y desconsiderada si no lo hacía? Prefirió juzgar erróneamente que pecar de cobardía:
– ¿Te preocupa que haya sido un miembro de su familia?
Vespasia se volvió hacia su sobrina y palideció más si cabe.
– ¿Es lo que piensa Thomas?
La situación no permitía falsos consuelos, solo franqueza.
– No lo ha dicho, pero tuvo que matarlo alguien que sabía que utilizaban la casa de Long Spoon Lane, ya que lo esperaron allí. Quienquiera que fuese solo asesinó a Magnus, cuando podría haber acabado fácilmente con los tres anarquistas. Y por si fuera poco, escapó.
Vespasia miró para otro lado.
– Es lo que me temía; fue una cuestión personal, no tuvo nada que ver con la política ni con la lucha por el poder entre los anarquistas.
Solo había un comentario que hacer y Charlotte no quiso eludirlo:
– ¿Es posible que lo matara su padre? -preguntó en un susurro.
Ambas conocían los motivos por los que un hombre cometería semejante acto: para evitar el deshonor que mancillaría a toda su familia y por temor a que la violencia fuera mayor la siguiente vez.
– No lo sé -reconoció Vespasia-. Es una… se trata de una idea espantosa. Si yo fuera hombre y un hijo mío se propusiera volar casas con dinamita, pensaría que mi responsabilidad es impedírselo. No sé qué haría. Una cosa es saberlo y otra muy distinta actuar. No sé cómo reaccionaría. -Una sombra oscureció su rostro-. A menudo mis hijos se han enfrentado a mí; he disentido, he desaprobado sus convicciones y me he opuesto a lo que hacían, pero jamás he temido que cometieran asesinatos. Si ocurriera algo semejante y lo supiera a ciencia cierta, no sé cómo reaccionaría.
– ¿Quién más pudo hacerlo?
Charlotte se había dado cuenta de que abstenerse de plantearlo no serviría de nada y que debía afrontarlo. Vespasia frunció el ceño.
– He visto muy perturbada a Enid, la hermana de Sheridan, como si estuviese enterada de algo más trágico que la muerte de Magnus.
– ¿Enid? -preguntó Charlotte, desconcertada-. ¿Cómo habría conseguido llegar a Long Spoon Lane y disparar a Magnus? Parece imposible.
– No tengo la menor idea -reconoció Vespasia-. Cordelia es la persona de la que menos me costaría creer que tiene la decisión y el valor para hacerlo, pero no creo que tuviera la capacidad de llevarlo a cabo, por mucho que supiera lo que Magnus se proponía. De lo que estoy segura es de que él no le diría nada.
– Lo lamento -dijo Charlotte amablemente.
No pidió disculpas porque Pitt tuviera que investigar la verdad, lo condujera donde lo condujese o lo llevara a poner al descubierto otras tragedias. Ambas lo sabían perfectamente.
– Cordelia me ha invitado a visitarla de nuevo dentro de unos días -dijo Vespasia al cabo de unos segundos-. Creo que iré esta misma tarde, inmediatamente después de comer.
Charlotte se sorprendió.
– ¿Te invitó a su casa? ¿Es posible que, después de todo, te haya cogido cariño?
La mirada de Vespasia se llenó de irónica diversión.
– No, querida, no me ha cogido cariño. El martes lady Albemarle da una cena. Me ha invitado porque debe de creer que no aceptaré. Supongo que Cordelia no está invitada, pero desea que yo asista a fin de ejercer toda la influencia que pueda en favor del proyecto. Tendrá que tragarse una enorme e incómoda ración de orgullo y pedírmelo. Ver cómo lo hace será todo un placer. -Lo comentó en tono ligero, pero su expresión no era de agrado. Charlotte se dio cuenta de que, aunque hablaba de Cordelia, tía Vespasia pensaba en Sheridan-. ¿Quieres quedarte a comer?
– Sí, me encantaría. Muchísimas gracias -aceptó Charlotte sin vacilaciones.
Vespasia se vistió de un color gris alilado muy oscuro. Era un tono que, en el caso de la seda, recordaba un cielo crepuscular. Le sentaba francamente bien, y ella lo sabía. No se trataba de vanidad. También sabía que algunos colores no le iban, como el naranja, el dorado y los marrones. Cuanto más difícil era la tarea que la aguardaba, más importante era mostrar su mejor aspecto.
Aunque llegó a casa de los Landsborough sin anunciarse, el criado la hizo pasar inmediatamente. Debía de tener esas instrucciones. Era primera hora de la tarde; tal vez era demasiado temprano para una visita, pero resultaba perfectamente aceptable en el caso de una buena amiga.
La familia acababa de levantarse de la mesa y se había reunido en el gabinete. Vespasia no se sorprendió al ver que también estaban Enid y Denoon. Dadas las circunstancias esperaba encontrarlos allí. Sheridan Landsborough se puso en pie para recibirla y los demás la saludaron amablemente.
– ¡Vespasia! -exclamó Sheridan con calidez, aunque con una mueca de ansiedad. Aún estaba muy tenso y bastaba mirarlo para saber que apenas había conciliado el sueño-. ¿Cómo estás?
Por la expresión de Sheridan quedó claro que no sabía que Cordelia le había pedido que la visitase.
– Bien -respondió y con la mirada le transmitió que estaba preocupada por él. Preguntarle cómo se encontraba sería fingir no ver su evidente dolor.
Denoon se incorporó justo lo suficiente para no ser descortés.
Cordelia se adelantó con la barbilla en alto.
– Me alegro de que hayas venido -afirmó; intentó dar calidez a su tono pero sin éxito. Estaba impecable, con un vestido negro de seda y un collar de cuentas de azabache tan discretas que había que mirar dos veces para verlas. Iba bien peinada y, pese a que los mechones canosos de sus sienes destacaban dramáticamente, su piel tenía un tono de papel sucio, por lo que parecía manchada, demasiado delgada y estirada donde no correspondía-. Quiero pedirte un favor.
Vespasia sonrió. Supo que el último comentario iba dirigido a Denoon, ya que su mirada de contrariedad al volver a verla tan pronto era una extraordinaria falta de tacto en esas circunstancias.
Denoon abrió desmesuradamente los ojos.
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