Anne Perry - Los anarquistas de Long Spoon Lane

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Los anarquistas de Long Spoon Lane: краткое содержание, описание и аннотация

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En el verano de 1893 una explosión hace arder varios edificios. Thomas Pitt participa en la persecución de varios hombres que se refugian en una casa de Long Spoon Lane. Tras un intercambio de disparos la policía entra en el lugar y se encuentra con que uno de los anarquistas tiene un tiro en la cabeza, sus compañeros culpan a la policía y se trata de un miembro de la aristocracia.
Para resolver el caso, Pitt se verá obligado a aliarse con un viejo enemigo y ex miembro del Círculo Interior, Sir Charles Voisey.

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– En este caso la necesidad de triunfar es mucho más importante que nuestros sentimientos individuales -declaró con recato-. Debemos superar nuestras diferencias y hacer únicamente lo que favorece nuestros propósitos. Estoy segura de que un discreto comentario a lord Albemarle dará sus frutos. Su influencia es mucho mayor de lo que se supone. Hablaré encantada con él si es lo que deseáis o no lo haré, según decidáis.

Enid la miró con expresión insegura y de desconcierto.

– Gracias -declaró Cordelia con franca gratitud.

Sheridan se relajó.

Aguardaron a que Denoon tomara la palabra.

– Por supuesto -accedió a regañadientes-, siempre y cuando no sea lo único que hagamos. Esta tarde tendrá lugar la segunda presentación del proyecto. Los anarquistas siguen en libertad y a cada día que pasa se vuelven más violentos. La policía no puede poner fin a sus actividades porque no le hemos dado el poder necesario. Podrían volver a cometer un atentado antes de que lord Albemarle ejerza su influencia. ¿Cuántas personas más volarán por los aires? ¿Cuántas calles más se incendiarán? Es posible que la próxima vez los bomberos no puedan apagar el fuego antes de que se propague. ¿Lo habéis tenido en cuenta? La Brigada Especialno sirve de nada. ¿Qué ha conseguido? ¡Ha puestoentre rejas a un par de malhechores de poca monta y asesinado a unjoven! Solo Dios sabe por qué o quién lo ha hecho.

Sin querer, Vespasia miró a Sheridan y enseguida se arrepintió. Era un entremetimiento. Su rostro reflejaba una pena profunda y dolorosa. No era un sentimiento de culpa, sino el dolor de no haber podido evitar que su hijo siguiera el equivocado camino de la violencia.

Pese a su profundo deseo de descartarla, volvió a pensar en la posibilidad de que Sheridan hubiera matado a Magnus para no ver que caía todavía más bajo. Tal vez lo había hecho para anticiparse al verdugo y al dolor infinitamente más profundo que habrían supuesto una detención y un juicio. Después se habrían sucedido los días y las noches de horror, a la espera de la inevitable mañana en la que irían a buscarlo, lo llevarían a la horca, le taparían la cabeza con la capucha, accionarían la palanca y caería en el vacío.

Podía comprender que un único disparo en la nuca pareciera mucho más clemente. ¿Lo habría hecho Sheridan? Fueran cuales fuesen los pecados de Magnus, Sheridan quería a su hijo y el dolor de aquella situación estaba profundamente grabado en su rostro.

– No sabemos quiénes son, qué conexiones tienen, ni siquiera a qué aliados extranjeros podrían apelar los anarquistas -prosiguió Denoon, sin tener en cuenta el sufrimiento de Sheridan, aunque tal vez ni siquiera le importaba-. Los peligros son terribles. No debemos subestimarlos. Por muy difícil que nos resulte, nuestro deber es…

– Hablas como si los anarquistas estuvieran unidos -lo interrumpió Cordelia-. No creo que debamos dar por sentado que lo están.

Denoon se mostró contrariado.

– No entiendo qué quieres decir. Desconozco si están o no unidos, lo único que me interesa es deshacerme de ellos.

– Por muy equivocados que fueran sus objetivos, mi hijo estaba con ellos. -La voz de Cordelia sonó tensa y emocionada-. Alguien lo ha matado. Quiero saber quién ha sido y verlo ahorcado.

Vespasia volvió a temer que el asesino de Magnus fuera Sheridan. Era una posibilidad más que factible, incluso parecía lógica. Se apresuró en pensar en cómo podía protegerlo. ¿Qué podía hacer para evitar que se enterasen, incluido Pitt?

Vio que Enid también miraba atentamente a Sheridan, como si tuviera el mismo temor. ¿Qué era lo que sabía? ¿Qué podía saber, a menos que él se lo hubiera contado? ¿Sheridan habría sido capaz de decírselo, de poner semejante carga sobre sus hombros? ¿Enid lo había deducido? ¿Lo conocía tanto como para que a Sheridan le resultase imposible guardar el secreto?

Vespasia pensó que ya no era el hombre que había conocido, con el que había hablado de cosas insignificantes, bromeado, compartido anécdotas divertidas, excentricidades que hacían interesantes las cosas más sencillas, placeres como un paseo bajo la lluvia o comer bollos junto al fuego. Nada de eso importaba; solo era una forma de mantener a raya a la soledad, compartir cosas superficiales para que lo importante fuera tolerable. Tenía que ver con la amistad, que comprende sin necesidad de palabras.

Vespasia se preguntó si ese hombre habría sido capaz de matar a alguien por las razones que fueran. No supo la respuesta. El tiempo, el dolor y el amor lo cambian todo. Sin embargo, seguía pensando que Cordelia era una persona capaz de matar para salvarse a sí misma, su honor y su reputación. Su corazón era duro. ¿A quién podía haber utilizado para que apretase el gatillo? ¿Quién le debía o le temía tanto?

¿Qué sabían Enid o el lacayo en el que, al parecer, tanto confiaba?

– Nos gustaría que ahorcaran a todos los anarquistas -afirmó Denoon de repente-. Las razones no me importan. -No miraba a Sheridan, sino a Cordelia-. Por mucho que lo deseemos, saber de qué es culpable cada uno de ellos es algo que tal vez no podamos conseguir.

– Probablemente -reconoció Cordelia con frialdad-. ¡De todos modos, lo intentaré!

La expresión de Denoon se volvió lúgubre.

– No te lo aconsejo. Puede que haya cosas de Magnus que preferirías desconocer, por no hablar de que se hicieran públicas en la sala de un juzgado. Deberías reflexionar a fondo antes de sacar a la luz cuestiones cuya naturaleza o profundidad desconoces.

Cordelia lo miró con desprecio y su cara pareció de piedra.

– Edward, ¿sabes algo que yo desconozca acerca de la muerte de mi hijo?

– ¡Por supuesto que no! -respondió Enid desesperadamente y se incorporó a medias. Hacía deliberados esfuerzos por no mirar a Sheridan-. ¡Qué absurdo! Cordelia, me parece que el dolor te ha hecho perder la perspectiva.

– ¡Todo lo contrario! -espetó Cordelia-. ¡El dolor me ha hecho recordar muchas cosas que jamás debí olvidar!

– Todos sabemos muchas cosas. -Imperturbable, Enid sostuvo la mirada de su cuñada y la miró casi sin parpadear y con el cuerpo rígido-. Es mejor guardar silencio sobre muchas cosas para vivir en paz. Estoy segura de que, si reflexionas, coincidirás conmigo.

Cordelia se sonrojó, pero el color abandonó rápidamente sus mejillas y volvió a quedarse pálida. Se volvió hacia Sheridan, pero por su expresión era imposible deducir si le pedía ayuda o lo observaba por otros motivos.

Sheridan parecía cansado, casi indiferente; daba la impresión de que para él todo era viejo y pertenecía al pasado.

Vespasia se sintió rodeada por un sufrimiento y un malestar que no comprendía. Cabía la posibilidad de que, si se quedaba, averiguase algo más, pero se sintió obligada a poner fin a su visita.

– Estoy de acuerdo -declaró con firmeza-. En ocasiones olvidar es lo más sensato; de lo contrario, vivimos en el pasado y no vemos el futuro. -Miró a Cordelia-. Aceptaré la invitación de lady Albemarle y haré cuanto esté en mis manos para conseguir todos los apoyos posibles. -Se acomodó las faldas-. Gracias por vuestra hospitalidad. Si me entero de algo os lo haré saber. Buenas tardes.

Sheridan también se puso en pie y la acompañó hasta la puerta principal. Al llegar se detuvo y la abrió personalmente, por lo que el lacayo se retiró a un lugar desde el que no podía oírlos.

– Vespasia -dijo Sheridan delicadamente. Ella no quería mirarlo, pero evitar deliberadamente sus ojos sería todavía peor-. Enid teme que yo haya matado a Magnus -explicó-. Ordenó a su lacayo que me siguiera. Es un criado leal que desprecia a Edward. No me traicionaría si ella no quisiera. Me parece que compartes su miedo. Lo he visto en tu expresión.

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