Karim Fossum - No Mires Atrás

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Ragnhild, una niña de seis años, desaparece sin dejar rastro. Mientras la policía, encabezada por el inspector Konrad Sejer, inicia la búsqueda de la pequeña, ésta se encuentra jugando en casa de Raymond, un individuo algo retrasado que vive en el bosque con su padre. El caso parece resuelto cuando la pequeña Ragnhild regresa a su casa sana y salva esa misma noche, pero en realidad la pesadilla no ha hecho más que empezar. La niña recuerda haber visto a una chica desnuda en la orilla del lago y la policía no tarda en descubrir el cadáver de Annie Holland. Al principio Sejer no cuenta con ninguna pista que explique el atroz asesinato, pero a medida que se suceden los interrogatorios va destapando el sórdido pasado de varios miembros de la pequeña comunidad noruega…

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– El anorak que cubría parte del cadáver pertenece a Raymond -dijo Sejer.

Skarre se sorprendió tanto que se le cayó el helado.

– Pero dice que se lo puso al volver a casa, después de haber acompañado a Ragnhild, y le creo. La tapó porque estaba desnuda. Llamé a Irene Album, y Ragnhild insistió en que el anorak no estaba cuando ellos llegaron a la laguna. Pero sí es su anorak, así que tendremos que vigilarlo. Le expliqué que no podríamos devolvérselo enseguida y se quedó tan perplejo que le prometí una chaqueta vieja que tengo en casa y que nunca me pongo. ¿Has encontrado tú algo interesante? -preguntó por fin.

Skarre quitó el papel al helado.

– He visitado a todos los vecinos de Annie. En general son buena gente, pero hay muchas multas por exceso de velocidad en esa calle.

Sejer se lamió las fresas del labio superior.

– De veintiuna casas, ocho tienen una o más multas por exceso de velocidad. Revientan todas las estadísticas.

– Es que tienen mucho camino hasta el trabajo -explicó Sejer-. Trabajan en la ciudad o en el aeropuerto. No hay trabajo en Lundeby, ¿sabes?

– Ya, pero aún así son unos brutos en la carretera. También he encontrado otra cosa. Mira esto -hojeó unos papeles y señaló-: Knut Jensvoll, Gneisveien, 8. El entrenador de balonmano de Annie. Cumplió una condena por violación. Dieciocho meses en la prisión de Ullersmo.

Sejer se agachó y miró.

– Habrá logrado mantenerlo en secreto. Así que cuídate la lengua cuando estemos por allí.

Skarre asintió y chupó el helado.

– Tal vez tengamos que interrogar a todo el equipo de balonmano. Puede que ese tío haya intentado algo con alguna de las chicas. ¿Qué tal te ha ido? ¿Traes detallados dibujos del coche sospechoso?

Sejer gimió y sacó los dibujos del bolsillo interior.

– Ragnhild dice que el cofre portaesquís era una barca. Y el de Raymond tiene mucha gracia -añadió en voz baja-. Pero lo más interesante es un excursionista que se detuvo delante de la casa del muchacho anoche, y que al parecer logró convencerle de que el coche era rojo.

Puso el dibujo sobre la mesa y se lo acercó a Skarre.

Skarre abrió unos ojos como platos.

– ¿Cómo? ¿Fue capaz de explicar…?

– Algo intermedio -dijo Sejer lacónicamente-, con gorra. No me atreví a agobiarle mucho, se pone enseguida fuera de sí.

– A esto lo llamo yo rapidez.

– Yo lo llamo más bien atrevimiento -replicó Sejer-. De hecho, estamos hablando de una persona que sabe quién es Raymond. Sabe que ellos lo vieron, y tenía que asegurarse de qué fue exactamente lo que vieron. De manera que debemos centrarnos en el coche. ¡Ese tipo tiene que estar muy cerca, demonios!

– Pero eso de plantarse delante de la casa de Raymond es bastante arriesgado. ¿Alguien más lo vio?

– He preguntado por las casas. Nadie lo vio. Si llegó por la colina, la casa de Raymond es la primera, y se ve poco desde la granja de abajo.

– ¿Y el viejo?

– Oyó murmullos fuera y no sintió la tentación de abrir la cortina.

Comieron el helado en silencio.

– ¿Debemos olvidarnos de Halvor y de la moto?

– En absoluto.

– ¿Cuándo vamos a traerlo aquí?

– Esta noche.

– ¿Por qué esperar hasta entonces?

– Esto está más tranquilo por la noche. Por cierto, hablé con la madre de Ragnhild mientras la niña iba dejando pruebas cristalinas en el bloc de dibujo. Sølvi no es hija de Holland. Y al padre biológico se le ha negado el derecho a las visitas debido seguramente a borracheras y violencia.

– Pero Sølvi tiene veintiún años, ¿no?

– Ahora sí. Pero ha habido años de dolorosos conflictos.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Pues que ese tipo ha vivido, en cierta manera, la experiencia de perder a una hija. Ahora su ex mujer, con la que mantiene una tensa relación, tendrá esa misma experiencia. Tal vez quisiera vengarse. Bueno, es sólo una idea.

Skarre silbó por lo bajo.

– ¿Quién es él?

– Eso vas a averiguarlo tú en cuanto acabes el helado. Y luego te pasas por mi despacho. Si lo encuentras, nos pondremos en marcha inmediatamente.

Sejer se marchó. Skarre marcó el número de teléfono de Holland, y chupó el helado mientras esperaba.

– No quiero hablar de Axel -dijo la señora Holland-. Estuvo a punto de destrozarnos, y después de muchos años hemos logrado por fin quitárnoslo de encima. Si yo no hubiera ido a los tribunales, él habría conseguido destrozar a Sølvi.

– Sólo quiero su nombre y dirección. Es mera rutina, señora Holland. Hay mil cosas de este tipo que tenemos que comprobar.

– Jamás ha tenido nada que ver con Annie. ¡Gracias a Dios!

– El nombre, señora Holland.

La mujer cedió por fin:

– Axel Bjørk.

– ¿Tiene usted más datos?

– Lo tengo todo. Su número de carné de identidad y también sus señas, si es que no se ha mudado. Ojalá lo haya hecho. Vive demasiado cerca. A sólo una hora en coche.

Se iba encolerizando conforme hablaba.

Skarre tomó nota y le dio las gracias. Luego volvió a encender el ordenador para buscar a Bjørk, Axel, mientras pensaba lo poco eficaz que era la protección de la intimidad de las personas, nada más que una lona transparente tras la que resultaba imposible esconderse. Encontró al hombre sin muchos esfuerzos y comenzó a leer.

– ¡Hostia! -exclamó dirigiendo una mirada de disculpa hacia el cielo.

Luego pulsó Imprimir y se reclinó en la silla. Cogió la hoja, la leyó una vez más y cruzó el pasillo en dirección al despacho de Sejer. El inspector jefe estaba delante del espejo con una manga de la camisa remangada, rascándose el codo.

– Me he dejado la pomada en casa -murmuró.

– Aquí está. Tiene antecedentes, claro -dijo Skarre, que se sentó poniendo la hoja sobre la mesa.

– Bueno, vamos a ver. Bjørk, Axel, nacido en mil novecientos cuarenta y ocho.

– Policía -dijo Skarre en voz baja.

Sejer no reaccionó. Seguía leyendo y asintió lentamente con la cabeza.

– Ex policía. Bueno, tal vez no te apetezca venir.

– Pues claro que sí. Pero resulta un poco fuerte, ¿verdad?

– No somos mejores que los demás, ¿no, Skarre? Tendremos que escuchar también la versión del hombre. Puedes contar con que será diferente a la de la señora Holland. De modo que tendremos que darnos una vuelta por Oslo. Al parecer trabaja a turnos, lo que significa que tenemos cierta posibilidad de encontrarlo en casa.

– Sognsveien 4 está en Adamstuen. Es ese bloque rojo que hay junto a la parada del tranvía.

– ¿Tan bien conoces aquello? -preguntó Sejer asombrado.

– Trabajé de taxista en Oslo durante dos años.

– ¿Hay algo que no hayas hecho?

– Nunca me he tirado en paracaídas -contestó Skarre estremeciéndose.

Skarre demostró los conocimientos adquiridos en su época de taxista dirigiendo a Sejer por el camino más corto: Entraron por Skøyen, giraron a la izquierda por la calle Halvdan Svartes, pasaron por el parque Vigeland, subieron por Kirkeveien y bajaron por Ullevål. Aparcaron en lugar prohibido delante de una peluquería y encontraron el nombre de Bjørk en la tercera planta. Llamaron a la puerta y esperaron. Nadie contestó. Una mujer salió de una puerta de al lado haciendo ruido con un cubo y una fregona.

– Ha ido a la tienda -dijo-, por lo menos salió con botellas vacías en una bolsa de plástico. Suele comprar en Rundingen, justo aquí al lado.

Le dieron las gracias y salieron. Se sentaron en el coche a esperar. Rundingen era una pequeña tienda de ultramarinos con tantos carteles rosas y amarillos en el escaparate que resultaba difícil ver el interior. La gente entraba y salía, la mayoría mujeres. Cuando Skarre hubo fumado un cigarrillo con la ventanilla abierta y el brazo sacado, apareció un hombre solitario vestido con una gruesa camisa canadiense y zapatillas de deporte. A través de la ventana abierta oyeron el tintineo de las botellas que llevaba en la bolsa. Era de complexión fuerte y muy alto, aunque no lo parecía tanto porque andaba cabizbajo y con una hosca mirada clavada en la acera. No se fijó en el coche.

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