– Sin duda podría tratarse de un antiguo colega. Espera a que doble la esquina, luego sal y comprueba si entra en el edificio.
Skarre esperó, abrió la puerta y dobló rápidamente la esquina. Luego esperaron dos o tres minutos antes de volver a subir.
El rostro de Bjørk en la puerta entornada era un manojo de músculos, nervios e impulsos que cambió de expresión varías veces en el transcurso de unos segundos. Primero esa cara relajada y neutral que no espera nada, con una mezcla de curiosidad. Luego, al descubrir el uniforme de Skarre, un rápido salto en la memoria con el fin de explicarse ese ser uniformado delante de su puerta, lo que había leído en el periódico sobre el cadáver en la laguna, y finalmente su propia historia, los nexos, y lo que habrían pensado. La última expresión, la que quedó fijada en su rostro, era una mordaz sonrisa.
– Bueno -dijo, abriendo la puerta del todo-. Si no llegáis a aparecer, habría perdido todo el respeto por la moderna investigación. Adelante. ¿Se trata del maestro y su aprendiz?
Ignoraron el comentario y entraron tras él en un pequeño vestíbulo donde el olor a alcohol era notorio.
El piso de Bjørk era muy moderno, con un salón espacioso y una habitación, además de una pequeña cocina que daba a la calle. Los muebles no hacían juego unos con otros, como si hubieran sido rescatados de distintas salas de estar. En la pared, sobre un antiguo escritorio, colgaba la foto de una niña. Tendría unos ocho años. El pelo era más oscuro, pero los rasgos no habían cambiado gran cosa con el paso de los años. Era Sølvi. En una esquina había un lazo rojo fijado al marco.
De pronto descubrieron un pastor alemán que yacía muy quieto en un rincón, observándolos con la mirada alerta. No se había movido ni había ladrado cuando entraron en la habitación.
– ¿Qué has hecho con ese perro -preguntó Sejer-, que yo no he podido lograr del mío? El mío se tira a la gente en cuanto ponen los pies en la entrada y arma tanto alboroto que se le oye en el bajo. Y eso que vivo en la planta trece -añadió.
– Eso es porque está demasiado unido a ti -contestó Bjørk secamente-. Nunca debes tratar a un perro como si fuera lo único que tienes en el mundo, ¿o acaso es así?
Sonrió irónicamente, estudió a Sejer con los ojos entornados y supuso que el resto de la conversación tendría lugar en un tono menos distendido que hasta ese momento. Llevaba el pelo corto, pero sucio y grasiento, y la barba muy poblada. Una sombra oscura le cubría la parte inferior de la cara.
– Bien -dijo tras una pausa-. Y ahora quieres saber si conocía a Annie.
Se sacó la frase con mucho cuidado de entre los labios, como si de una espina se tratara.
– Estuvo en este piso varias veces con Sølvi. No veo por qué no decirlo. Luego Ada se enteró y puso fin a esas visitas. De hecho, Sølvi quería venir. No sé lo que le ha hecho Ada, pero creo que es algo parecido a un lavado de cerebro. Ahora ya no le intereso. Holland se ha quedado con la tutela -se rascó la barbilla, y como los otros seguían callados, continuó-: ¿Has pensado tal vez que yo maté a Annie con el fin de vengarme? Dios mío, no, no lo hice. No tengo nada en contra de Eddie Holland, y no le deseo a nadie, ni siquiera a mi rival, el mal trago de perder a una hija. Porque eso es lo que me ha pasado a mí, ya no tengo hijos. No tengo fuerzas para seguir luchando. Pero, desde luego, admito que he pensado que ahora esa vieja mojigata ya sabe lo que es perder a una hija. Lo sabe, ya lo creo. Y mis posibilidades de volver a ver a Sølvi son más remotas que nunca. A partir de ahora, Ada no apartará la vista de ella ni un momento. Es una situación en la que nunca hubiera deseado verme metido.
Sejer escuchaba sin moverse. La voz de Bjørk sonaba áspera y acida.
– ¿Que dónde me encontraba yo en el momento de los hechos? La encontraron el lunes, ¿no? Sobre el mediodía, si recuerdo bien lo que leí en la prensa. Entonces la respuesta es aquí, en el piso, sin coartada. Probablemente estaba borracho, suelo estarlo cuando no trabajo. ¿Si soy violento? En absoluto. Es verdad que pegué a Ada, pero fue ella la que lo preparó todo, era lo que estaba buscando. Sabía que si conseguía que traspasara los límites tendría algo para llevarme a los tribunales. Le di un puñetazo. Fue un impulso. De hecho, ha sido la única vez en mi vida que he pegado a alguien. Tuve muy mala suerte, di fuerte y en el clavo, le rompí la mandíbula y perdió varios dientes; Sølvi estaba sentada en el suelo mirando. Ada lo había organizado todo. Había dispersado los juguetes de Sølvi por el suelo para que la niña se quedara mirándonos, y había llenado la nevera de cerveza. Y se puso a discutir, eso se le daba muy bien. No lo dejó hasta que yo exploté. Fui derecho a la trampa que me había preparado.
La amargura del hombre dejaba traslucir una especie de alivio, tal vez porque por fin alguien lo escuchaba.
– ¿Qué edad tenía Sølvi cuando os divorciasteis?
– Cinco años. Ada ya estaba liada con Holland, y quería quedarse con Sølvi.
– Ya hace mucho tiempo de eso. ¿No has conseguido olvidarlo?
– Uno no olvida nunca a sus hijos.
Sejer se mordió el labio.
– ¿Te suspendieron?
– Empecé a beber sin control. Perdí a la mujer, a la cría, el trabajo, la casa y el respeto de la mayor parte de la gente. Así pues -añadió-, no importaría mucho si también me convirtiera en homicida, de verdad que no -sonrió de repente diabólicamente-. Pero entonces habría actuado enseguida, no habría esperado tantos años. Y para ser sincero -prosiguió-, en todo caso me hubiera cargado a Ada.
– ¿Sobre qué discutíais? -preguntó Skarre con curiosidad.
– Discutíamos sobre Sølvi -Bjørk se cruzó de brazos y miró por la ventana, como si los recuerdos desfilaran por la calle-. Sølvi es algo especial, lo ha sido siempre. Supongo que la habréis conocido, y habréis visto en lo que se ha convertido. Ada siempre quiso protegerla. No es muy independiente, si acaso simplemente algo corta, siente un morboso interés por los chicos y por aparentar ante los demás. Eso es lo que quiere Ada, que se busque un marido cuanto antes que pueda cuidar de ella. En mi vida he visto a alguien llevar a una chica tan directa a la ruina. He intentado explicarle que lo que necesita es justamente lo contrario. Necesita fe en sí misma. Yo quería llevarla a pescar y cosas así, enseñarle a cortar leña, jugar al fútbol y dormir en tienda de campaña. Necesita esforzarse un poco físicamente, soportar que el peinado se le desarregle sin que le entre el pánico. Ahora anda por un estudio del cabello mirándose en el espejo todo el día. Ada me acusaba de tener algún complejo. Me decía que en realidad me hubiera gustado tener un hijo varón y que no había aceptado nunca el hecho de haber tenido una hija. Discutíamos siempre -suspiró-, durante todo nuestro matrimonio. Y hemos seguido discutiendo.
– ¿De qué vives ahora?
Bjørk clavó su oscura mirada en Sejer.
– Seguro que ya lo sabes. Trabajo en una compañía privada de seguridad. Voy por ahí por las noches con linterna y perro. Está bien. Poca acción, claro, pero supongo que ya tuve mi ración.
– ¿Cuándo estuvieron las chicas aquí por última vez?
Se frotó la frente como queriendo extraer la fecha del fondo de sus pensamientos.
– El otoño pasado. También vino el novio de Annie.
– ¿Y desde entonces no las has visto?
– No.
– ¿Has llamado a su puerta a preguntar por ella?
– Varias veces. Y Ada ha llamado siempre a la policía. Decía que yo era un intruso, que me comportaba de un modo amenazador. Voy a tener problemas en el trabajo si sigo así, de modo que me he visto obligado a dejar de hacerlo.
Читать дальше