No tuvo problemas. El dueño de la empresa le dio dos nombres con dirección y número personal:
Niclas Lindell
Henrik Jansson
Buenos chicos ambos, aseguró. Amables, hábiles y responsables. Unas veces trabajaban juntos, otras solos: por lo general, en casas de gente que vivía en la isla todo el año, mientras estaban de vacaciones, y en casas de veraneo cuando los propietarios volvían a la ciudad. Había mucho trabajo.
Tilda le dio las gracias y le hizo una última pregunta: ¿Le podía proporcionar una lista de las casas en las que habían trabajado Lindell y Jansson durante el verano y el otoño?
Esos datos se guardaban en el ordenador de la empresa, le dijo el hombre. Imprimiría la información y se la enviaría por fax.
Tras colgar, Tilda encendió su ordenador y buscó información sobre Lindell y Jansson en el registro de la policía. Henrik Jansson había sido detenido y condenado por conducción ilegal en Borgholm hacía siete años: tenía diecisiete años y conducía sin carnet. No había nada más sobre él o Lindell.
Después el fax se puso en marcha y apareció la lista de SUELOS Y PARQUETS MARNÅS.
Tilda comprobó enseguida que, de las veintidós direcciones de casas que habían contratado reparación de suelos, siete habían denunciado robos durante los últimos tres meses.
Niclas Lindell había trabajado en dos casas. Pero Henrik Jansson lo había hecho en todas.
Tilda sintió la misma ansiedad que un cazador cuando un alce aparece en el bosque. Luego se dio cuenta de otra cosa: durante una semana de agosto, Henrik Jansson había estado en la casa de ludden. Según la información, el trabajo había consistido en «acuchillado de la planta baja».
¿Significaría algo?
Henrik Jansson vivía en Borgholm. Según los datos de la empresa de parquet ese día se encontraba en una casa de las afueras de Byxelkrok, y tal como estaban las cosas, en aquel mismo momento podía estar trabajando tranquilamente. Tilda necesitaba más tiempo antes de llamarlo a declarar.
De repente, el timbre del teléfono rompió el silencio. Miró el reloj, ya eran las cinco y cuarto. Estaba casi segura de quién era.
– Comisaría de Marnäs, Davidsson.
– Hola, Tilda.
Había acertado.
– ¿Cómo estás? -preguntó Martin.
– Bien -contestó ella-, pero ahora no tengo tiempo de hablar. Estoy ocupada en algo importante.
– Espera, Tilda…
– Adiós.
Colgó sin sentir la menor curiosidad sobre qué quería. Sintió una liberación al ver que Martin Ahlquist, de repente, era tan insignificante para ella. En aquellos momentos, el entarimador Henrik Jansson era el hombre de su vida.
Su meta era encontrar a Henrik y detenerlo: y de camino a la comisaría, preguntarle un par de cosas. Quería saber por qué había maltratado al jubilado, pero también por qué había roto la botella con el barco de Gerlof.
Invierno de 1960
Ese año, el verano fue inusitadamente lluvioso en Öland, y nuestro segundo invierno en ludden fue peor que el primero. Mucho más frío, y con mucha más nieve. Durante enero y febrero, según recuerdo, la escuela de Marnäs estuvo cerrada los lunes, pues las máquinas quitanieves no tenían tiempo de limpiar las carreteras tras las nevadas del fin de semana .
MIRJA RAMBE
Mi madre, Torun, continúa pintando, a pesar de que su vista no se ha recuperado tras el día de la tormenta de nieve. Apenas ve y ya no puede leer.
Las gafas no le son de gran ayuda. En Borgholm encontramos una lámpara halógena montada en un trípode. Tiene una luz blanca resplandeciente, y cuando la encendemos nuestras dos oscuras habitaciones parecen un estudio de cine. En medio de ese resplandor solar, mi madre se sienta y pinta con las gamas más oscuras que puede mezclar.
Las espátulas y los pinceles de Torun borronean, como ratas estresadas, los tensos lienzos. Mi madre pinta la nevasca en la que se perdió el invierno pasado, y acerca tanto el rostro al lienzo que tiene la punta de la nariz continuamente ennegrecida. Fija la mirada en las negras sombras crecientes: yo creo que, mientras pinta, siente que aún se encuentra fuera, entre los muertos de las charcas de la ciénaga.
Cubre con pintura lienzo tras lienzo, pero como no hay nadie que quiera comprar o siquiera exponer los cuadros, guarda las telas enrolladas en un cuarto vacío y seco, junto a la cocina.
Yo también pinto mucho, cuando sobran papel y colores, sin embargo, el ambiente en la casa del fin del mundo sigue siendo sombrío. Nunca tenemos dinero, y Torun no ve lo suficiente como para seguir limpiando casas.
A principios de noviembre, mi madre cumple cuarenta y nueve años. Lo celebra sola con una botella de vino tinto y empieza a decir que su vida se ha acabado.
La mía parece no haber empezado.
Tengo dieciocho años, he terminado la escuela y me he hecho cargo de algunos trabajos de limpieza de Torun a la espera de tiempos mejores. Me he perdido los años cincuenta por completo. Al final de la década, llegan a mis manos unos viejos números del Bildjournalen , y por ellos me entero de que, aparte de la muerte de Stalin y del miedo a la bomba atómica, ha sido la época de los jóvenes con calcetines blancos cortos, guateques y rock and roll : pero en el campo no había nada de eso. Nuestra radio era vieja y lo máximo que emitía era una mezcla de voces fantasmales y chasquidos. Tras la dulce temporada de playa, la vida en la costa se transforma en nueve meses de oscuridad, viento, largos caminos embarrados, ropa mojada y constantes pies helados.
Este año, el único consuelo es Markus.
Markus Landkvist ha llegado de Borgholm ese mismo otoño y se ha mudado a una pequeña habitación en ludden. Markus tiene diecinueve años, uno más que yo, y trabaja como ayudante en las granjas de la comarca, a la espera de hacer el servicio militar.
No es mi primer amor, pero significa un claro paso adelante. Mis enamoramientos anteriores habían consistido en quedarme mirando fijamente a algún chico al otro lado del patio, confiando en que se acercara y me tirara del pelo.
Markus es alto y rubio y el más guapo de la región, por lo menos eso pienso yo.
– ¿Sabías que ludden está embrujada? -le pregunto al encontrarnos por primera vez en la cocina.
– ¿Qué?
No demuestra el menor miedo o siquiera interés, pero ahora que he empezado me veo obligada a continuar:
– Los muertos viven en el establo -digo-. Susurran a través de las paredes.
– Es solo el viento -dice él.
No es exactamente amor a primera vista, pero empezamos a relacionarnos. Yo soy muy habladora, y Markus callado. Aunque creo que le gusto. Lo dibujo en mi imaginación antes de dormirme y empiezo a soñar con escaparme de la finca con él.
En mi opinión, Markus y yo somos los únicos de ludden que tienen un futuro por delante. Torun se ha rendido, y los ancianos de la casa parecen contentos de trabajar durante el día y sentarse a cotillear por las tardes.
A veces, beben aguardiente destilado en la cocina con Ragnar Davidsson, el pescador de anguilas. Oigo sus risas por la ventana.
En ludden, todos nos movemos dentro de nuestro propio círculo, y ese invierno descubro el altillo del establo. Apenas hay heno, pero está abarrotado de cosas abandonadas, y casi todas las semanas me dedico a explorarlo. Hay infinidad de rastros de las antiguas familias y fareros de la casa; es casi como un museo con utensilios de barcos, cajas de madera, pilas de viejas cartas marinas y cuadernos de bitácora. Aparto las cosas para avanzar entre tesoros y basura, y al fin alcanzo la pared al otro lado del altillo.
Allí descubro todos los nombres grabados:
CAROLINA 1868
PETTER 1900
GRETA 1943
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