David Grann - La ciudad perdida de Z

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Grann nos cuenta tanto la preparación de su artículo como la vida de Percy Fawcett y sus expediciones, al mismo tiempo que nos intriga con el gran misterio que Fawcett buscaba, La ciudad perdida de Z, la mítica ciudad de El Dorado perdida en la selva brasileña. En realidad Fawcett no creía a pies juntillas en la idea de una ciudad de oro, se inclinaba más por la existencia de una antigua civilización destruida tras la llegada de los conquistadores. Pero más que la ciudad o la civilización, la búsqueda de Z era una búsqueda de orgullo.

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Nina seguía de cerca el desarrollo de todo lo que acontecía con respecto a lo que ella denominaba «El Misterio Fawcett». Se había convertido en una especie de detective: examinaba documentos y, con una lupa, estudiaba los antiguos cuadernos de bitácora de su esposo. Un visitante la describió sentada frente a un mapa de Brasil, lápiz en mano; a su alrededor, desperdigadas, las últimas cartas y fotografías de su marido y de su hijo, así como un collar de conchas que Jack le había enviado desde el Puesto Bakairí. Por petición expresa de Nina, la RGS compartía con ella todas las noticias de posibles avistamientos o rumores relacionados con la suerte de la partida. «Usted siempre ha defendido la valerosa opinión de que puede juzgar mejor que nadie el valor de una prueba», 71le dijo un alto cargo de la RGS. Ella insistía en que se había «entrenado» para ser siempre imparcial, de modo que, al igual que un juez, emitía un veredicto ante cualquier nueva prueba que presentaban las diversas teorías sobre la suerte de su marido. En una ocasión, después de que un aventurero alemán asegurara haber visto a Fawcett con vida, ella escribió airada que ese hombre tenía «más de un pasaporte, al menos tres alias, ¡y un buen fajo de artículos de prensa que hablan de él!». 72

Pese a sus esfuerzos por seguir siendo objetiva, confesó a su amigo Harold Large, después de que se propagaran rumores de que los indígenas habían masacrado a la partida: «Mi corazón está lacerado por los terribles relatos que estoy obligada a leer y mi imaginación evoca imágenes espantosas de lo que podría haber ocurrido. Requiere toda mi fuerza de voluntad expulsar todos estos horrores de mis pensamientos. El desgaste es brutal». 73Otro amigo de Nina informó a la Royal Geographical Society que «lady Fawcett está sufriendo en cuerpo y alma». 74

Nina encontró entre sus documentos un fajo de cartas que Fawcett había escrito a Jack y a Brian cuando llevaba a cabo su primera expedición, en 1907. Informó a Large que se las había entregado a Brian y a Joan «para que ambos conozcan la verdadera personalidad del hombre de quien descienden. -Y añadía-: Hoy está muy presente en mis pensamientos: es su cumpleaños». 75

Para 1936, la mayoría de la gente, incluso los Rimell, había llegado a la conclusión de que la partida había perecido. El hermano mayor de Fawcett, Edward, dijo a la RGS: «Debo actuar en la convicción, albergada desde hace mucho tiempo, de que todos ellos murieron hace ya años». 76Pero Nina se negaba a aceptar que su esposo no fuera a regresar y que ella misma había accedido a enviar a su hijo a la muerte. «Soy una de los pocos que aún creen», 77dijo. Large se refería a ella 78como «Penélope» esperando el «regreso de Ulises». 79

Del mismo modo que le ocurrió a Fawcett con Z, la búsqueda de los exploradores desaparecidos se convirtió para Nina en una obsesión. «El regreso de su esposo es lo único por lo que vive hoy», le comentó un amigo al cónsul general en Río. Nina apenas tenía dinero: recibía tan solo una parte de la pensión de Fawcett y una pequeña cantidad que Brian le enviaba desde Perú. Con el paso de los años, empezó a vivir como una indigente nómada, deambulando con su fardo a cuestas, repleto de papeles relacionados con Fawcett, entre Perú, donde vivía Brian, y Suiza, donde Joan se había instalado con su marido, el ingeniero Jean de Montet y sus cuatro hijos, entre ellos Rolette. Cuantas más personas dudaban de que los exploradores siguieran con vida, con tanto más desespero se aferraba Nina a las pruebas que demostraran su fe. Cuando una de las brújulas de Fawcett apareció en el Puesto Bakairí, en 1933, ella insistió en que su esposo la habría dejado allí en fechas recientes como un indicio de que estaba vivo. Aunque, tal como señaló Brian, era evidente que se trataba de algo que su padre había dejado allí antes de partir. «Tengo la impresión -escribió Nina a un contacto de Brasil- que en más de una ocasión el coronel Fawcett ha intentado dar señales de su presencia, y de que nadie, excepto yo, ha comprendido su significado.» 80En ocasiones firmaba sus cartas con un «Créeme».

En la década de 1930, Nina empezó a recibir informes de una nueva fuente: los misioneros que se estaban introduciendo en la región del Xingu con el propósito de convertir a lo que uno de ellos denominó «los indios más primitivos y atrasados de toda Sudamérica». 81En 1937, Martha L. Moennich, una misionera estadounidense, caminaba por la selva con los párpados inflamados por picaduras de garrapatas y recitaba la promesa del Señor -«Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo»- cuando, según aseguró, hizo un extraordinario hallazgo: en el poblado kuikuro conoció a un muchacho de piel clara e intensos ojos azules. La tribu le dijo que era hijo de Jack Fawcett y de una india. 82«En su naturaleza doble hay evidentes rasgos de la reserva británica y de porte militar, mientras que en su vertiente indígena, la visión de un arco y una flecha, o un río, hacen de él un niño de la selva», 83escribió más tarde Moennich. Dijo que había propuesto llevarse al niño con ella para que el pequeño pudiera tener la oportunidad «no solo de aprender el idioma de su padre sino también de vivir entre personas de la raza de su padre». 84La tribu, no obstante, se negó. Otros misioneros regresaron con historias similares acerca de un niño blanco que vivía en la selva, un niño que era, según un clérigo: «Tal vez el niño más famoso de todo el Xingu». 85

En 1943, Assis Chateaubriand, un multimillonario brasileño propietario de un conglomerado de periódicos y emisoras de radio, envió a un reportero de uno de sus populares tabloides, Edmar Morel, en busca del «nieto de Fawcett». Meses después, Morel regresó con un chico de diecisiete años con la piel blanca como la luna llamado Dulipé. El muchacho fue aclamado como el nieto del coronel Percy Harrison Fawcett, o, según lo llamaba la prensa, el «dios blanco del Xingu».

El descubrimiento provocó un delirio internacional. Dulipé, tímido y nervioso, apareció fotografiado en Life y desfiló por Brasil como una atracción de carnaval, un freak,^ como lo definió el Time. La gente acudía en masa a los cines, las colas daban la vuelta a la manzana, para ver secuencias de él en la selva, desnudo y pálido. (Cuando se preguntó a la RGS al respecto de Dulipé, la institución respondió flemáticamente que tales «cuestiones quedan fuera del ámbito científico de nuestra Sociedad».) 87 Morel telefoneó a Brian Fawcett, y preguntó a él y a Nina si querían adoptar al joven. Cuando examinó fotografías de Dulipé, sin embargo, Nina se sorprendió.

– ¿No ves algo extraño en los ojos del chico? -le preguntó a Brian. 88

– Parecen entornados, como deslumbrados por la luz -respondió él.

– A mí me parece albino -dijo ella.

Pruebas posteriores confirmaron su teoría. Muchas leyendas de indios blancos, de hecho, se derivaban de casos de albinismo. En 1942, Richard O. Marsh, un explorador estadounidense que tiempo después buscó a Fawcett, anunció que en una expedición en Panamá no solo había visto «indios blancos», sino que se llevaba de vuelta a tres «especímenes vivos» 89como prueba. «Tienen el cabello dorado, los ojos azules y la piel blanca -dijo Marsh-. Sus cuerpos están cubiertos por un vello fino, largo y blanco. Parecen […] blancos nórdicos muy primitivos.» 90Después de que su barco arribara a Nueva York, Marsh llevó a las tres criaturas -dos amedrentados niños indígenas, de diez y dieciséis años, y una niña de catorce llamada Margarita- en presencia de una muchedumbre de curiosos y fotógrafos. Científicos de todo el país -del Bureau of American Ethonology, el Museum of the American Indian, el Peabody Museum, el American Museum of Natural History y la Universidad de Harvard- pronto se reunieron en una habitación del hotel Waldorf-Asteria para ver a los niños exhibidos, punzando y manoseando sus cuerpos. «Observad el cuello de la niña», 91dijo uno de los científicos. Marsh conjeturó que eran una «reliquia de la modalidad del Paleolítico». 92El The New York Times afirmó después: «Científicos declaran auténticos a los indios blancos». Se instaló a los niños en una casa de una zona rural situada a las afueras de Washington D.C., para que pudieran estar «más cerca de la naturaleza». 93Solo tiempo después se concluyó que los niños eran, al igual que muchos indios san blas de Panamá, albinos.

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