La North American Newspaper Alliance patrocinó la tentativa de rescate, que publicitó como «una aventura que acelera el corazón […]. Romance, misterio… ¡y peligro!». Pese a las protestas por parte de la RGS, que alegaba que la publicidad ponía en riesgo el objetivo de la expedición, Dyott tenía previsto enviar despachos diarios con una radio de onda media y filmar su viaje. Para garantizarse el éxito, Dyott, que había coincidido con Fawcett en una ocasión, aseguró que necesitaría «la intuición de Sherlock Holmes» y «la pericia de un profesional de la caza mayor». 22Imaginó a Fawcett y a sus compañeros «acampados en algún rincón remoto de la selva primigenia, incapaces de avanzar ni de retroceder. Sus provisiones de comida debieron de agotarse hace ya tiempo. Su ropa, hecha jirones o descompuesta en trozos». 23En un combate «mano a mano» tan prolongado con la selva, añadió Dyott, solo «su supremo coraje [de Fawcett] habrá mantenido unida a su partida y le habrá infundido la entereza necesaria para seguir con vida». 24
Al igual que Fawcett, Dyott había desarrollado con los años sus idiosincrásicos métodos de exploración. Creía, por ejemplo, que los hombres de complexión menuda -es decir, los hombres de su misma complexión- tenían mayor capacidad de resistencia en la selva. «Un hombre alto y corpulento tiene que emplear tanta energía en cargar con su propio peso que acaba agotándola -comentó Dyott a los periodistas, y que sería- difícil de encajar en una canoa.» 25
Dyott publicó un anuncio en varios periódicos estadounidenses buscando un voluntario que fuera «menudo, libre y robusto». Los Angeles Times lo hizo con el título «Dyott necesita un joven soltero para viaje peligroso a la selva en busca de un científico: el aspirante debe ser célibe, discreto y vigoroso». En pocos días, recibió ofertas de veinte mil personas. «Vienen de todo el mundo -informó Dyott a los periodistas-¡Inglaterra, Irlanda, Francia, Alemania, Holanda, Bélgica, Suecia, Noruega, Dinamarca, Perú, México… Están representados todos los países. También han llegado cartas de Alaska.» 26Y destacó: «Los aspirantes proceden de todos los estratos sociales […]. Hay cartas de abogados, médicos, agentes inmobiliarios, reparadores de chimeneas… De Chicago han escrito un acróbata y un luchador». 27Dyott contrató a tres secretarias para que le ayudaran a cribar las solicitudes. El Independent, un semanario estadounidense, se maravilló: «Tal vez si existiesen suficientes selvas y expediciones para recorrerlas, presenciaríamos el espectáculo de toda nuestra población partiendo en busca de exploradores perdidos, civilizaciones ancestrales y quizá alguna vaga carencia en la vida personal». 28Nina comentó a la RGS que semejante avalancha de voluntarios suponía un «gran halago» a la firme reputación del coronel Fawcett.
Una de las personas que se presentaron como aspirantes fue Roger Rimell, el hermano de Raleigh, quien entonces contaba treinta años. «Me siento muy angustiado, obviamente -informó a Dyott-; considere que estoy tan capacitado para ir como cualquier otro.» 29Elsie Rimell estaba tan desesperada por encontrar a Raleigh que dio su consentimiento, diciendo: «No conozco mejor forma de ayudarlos que ofrecerles los servicios del hijo que me queda». 30
Dyott, sin embargo, no quiso llevar consigo a alguien con tan poca experiencia y rehusó la oferta cortésmente. También se presentaron como voluntarias varias mujeres, pero Dyott arguyo: «No puedo llevar a una mujer». 31Finalmente, escogió a cuatro hombres habituados a trabajar en el exterior y curtidos, que además sabían manejar una radio inalámbrica y una cámara cinematográfica en la selva.
Dyott había sido muy estricto en cuanto a los hombres casados: no los quería en su partida ya que, según él, estaban acostumbrados a «comodidades infantiles» y que «siempre piensan en sus esposas». 32Pero, la víspera de la partida de la expedición, en Nueva York, violó su propio edicto y se casó con una mujer a la que casi doblaba en edad, Persis Stevens Wright, a quien los periódicos retrataron como una «chica de clase alta de Long Island». La pareja planeó celebrar la luna de miel durante el viaje del grupo a Río de Janeiro. El alcalde de Nueva York, Jimmy Walker, que fue a despedir a la expedición, dijo a Dyott que el consentimiento de su prometida para que él arriesgase su vida a fin de salvar las de otros era «una muestra de generoso coraje de la cual todo el país debería enorgullecerse». 33
El 18 de febrero de 1928, en medio de una ventisca, Dyott y su partida acudieron a los mismos muelles de Hoboken, New Jersey, de los que Fawcett había zarpado con Jack y Raleigh tres años antes. El grupo de Dyott se disponía a subir a bordo del Voltaire cuando una angustiada mujer de mediana edad apareció abrigada contra la tormenta. Era Elsie Rimell. Había volado desde California para encontrarse con Dyott, cuya expedición, dijo, «me colma de nueva esperanza y coraje». 34Le entregó un pequeño paquete: un regalo para su hijo Raleigh.
Durante la travesía a Brasil, la tripulación del barco apodó a los exploradores como los «Caballeros de la Mesa Redonda». Se celebró un banquete en su honor, y se imprimieron nuevas cartas de menús con los sobrenombres de cada uno de los exploradores: «Rey Arturo» y «Sir Galahad». El comisario del barco declaró: «En nombre de vuestra noble cohorte de caballeros, permitidme desearos buena suerte, buen viaje y feliz retorno». 35
Cuando el Voltaire llegó a Río, Dyott se despidió de su esposa y se dirigió con sus hombres a la frontera. Allí reclutó a un pequeño ejército de ayudantes brasileños y guías indígenas. La partida pronto aumentó hasta los veintiséis miembros, y requirió setenta y cuatro bueyes y muías para transportar más de tres toneladas de provisiones y equipamiento. Tiempo después, un periodista describió la partida como un «safari a lo Cecil B. De Mille». 36Los brasileños empezaron a referirse a ella como el «club de los suicidas».
En junio, la expedición llegó al Puesto Bakairí, donde poco antes un grupo de kayapó había atacado y asesinado a varios habitantes. (Dyott describió el puesto como «la escoria de la civilización mezclada con la inmundicia de la selva».) 37Mientras permanecía acampado allí, Dyott hizo lo que consideró un gran avance: conoció a un indígena llamado Bernardino que afirmaba haber sido guía de Fawcett en el descenso del río Kurisevo, uno de los principales afluentes que alimenta el cauce del Xingu. A cambio de regalos, Bernardino accedió a llevar a Dyott hasta donde había conducido al grupo de Fawcett, y, poco después de partir, Dyott vio marcas con forma de «Y» talladas en troncos de árboles, un posible indicio de la antigua presencia del explorador. «La ruta de Fawcett se extendía frente a nosotros, y, como sabuesos tras un rastro, seguíamos de cerca a la presa», 38escribió Dyott.
Por la noche, Dyott enviaba despachos por radio, que después la Radio Relay League, una red de radioaficionados de Estados Unidos, solía transmitir a la NANA. Cada nuevo dato se pregonaba a los cuatro vientos: «Dyott se aproxima al calvario de la selva», «Dyott emprende la ruta de Fawcett», «Dyott encuentra una nueva pista». John J. Whitehead, miembro de la expedición, escribió en su diario: «Qué diferente habría sido el relato de la historia de Stanley y Livingstone de haber dispuesto de una radio». 39Muchas personas de todo el mundo sintonizaban los boletines, fascinadas. «Oí hablar por primera vez [de la expedición] por medio del receptor de cristal cuando solo tenía once años», 40recordaría tiempo después Loren MacIntyre, una estadounidense que acabó siendo también una prestigiosa exploradora del Amazonas.
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