Una tarde, en el campamento, cogió la caja y la colocó con cuidado sobre una mesa improvisada. Tras ponerse unos auriculares y hacer girar los diales mientras las hormigas le subían por los dedos, oyó sonidos vagos y crepitantes, como si alguien estuviera susurrando desde detrás de los árboles…, solo que las señales llegaban, nada más y nada menos, que desde Estados Unidos. El doctor Rice había contactado con sus emisores por medio de un equipo de radiotelegrafía -una temprana radio- equipada especialmente para la expedición. El dispositivo había costado alrededor de seis mil dólares, el equivalente actual de unos sesenta y siete mil dólares.
Todas las noches, bajo las gotas de lluvia que se desprendían de las hojas y los monos que se balanceaban en las ramas, el doctor Rice montaba el aparato y escuchaba las noticias: que el presidente Woodrow Wilson había sufrido una apoplejía, que los Yankees habían comprado a Babe Ruth a los Red Sox por ciento veinticinco mil dólares… Aunque la máquina no podía enviar mensajes, captaba señales que indicaban la hora del día en diferentes meridianos de todo el planeta, lo cual permitía al doctor Rice calcular la longitud con mayor precisión. «Los resultados […] excedieron con creces a las expectativas», comentó John W. Swanson, un miembro de la expedición que ayudaba a hacer funcionar la radio. «Las señales de la hora se recibían allí donde lo deseábamos, y un diario que se elaboraba y publicaba con noticias recibidas desde estaciones de radio ubicadas en Estados Unidos, Panamá y Europa mantenía perfectamente informados de los acontecimientos a los miembros de la expedición.» 60
La partida siguió el Casiquiare, un canal natural de trescientos veintidós kilómetros que conectaba los sistemas fluviales del Orinoco y del Amazonas. En un punto determinado, el doctor Rice y sus hombres abandonaron las embarcaciones y siguieron a pie para explorar una parte de la jungla en la que, según se rumoreaba, había artefactos indígenas. Tras abrirse paso a lo largo de apenas ochocientos metros, encontraron varias rocas inmensas con curiosas marcas. Los hombres se apresuraron a rascar el musgo y a retirar las enredaderas. El frontal de las rocas estaba pintado con figuras que semejaban animales y cuerpos humanos. Sin tecnología más moderna (no se dispuso de la datación por radiocarbono hasta 1949) era imposible determinar su antigüedad, pero eran muy similares a las pinturas de aspecto ancestral que Fawcett había visto en rocas y había reproducido en sus cuadernos de bitácora.
La expedición, emocionada, regresó a la embarcación y siguió remontando el río. El 22 de enero de 1920, dos miembros del equipo del doctor Rice investigaban en la orilla cuando creyeron advertir que alguien los observaba. Regresaron al campamento a toda prisa e hicieron correr la alarma. En un instante, los indígenas se desplegaron en la orilla opuesta del río. «Un individuo alto, corpulento, oscuro y horrendo gesticulaba violentamente y no dejaba de gritar airado -escribió más tarde el doctor Rice en un informe para la RGS-. Una mata de pelo densa y corta adornaba su labio superior, y un diente grande colgaba del inferior. Era el jefe de una banda de la que en un principio se veían unos sesenta miembros, pero con cada minuto que pasaba iban apareciendo más, hasta que la ribera quedó repleta de ellos hasta donde alcanzaba la vista.» 61
Llevaban largos arcos, flechas, garrotes y cerbatanas. Lo más sorprendente, sin embargo, era su piel. Era casi «de color blanco», afirmó el doctor Rice. Se trataba de la tribu de los yanomami, uno de los grupos de los llamados «indios blancos».
Durante sus expediciones anteriores, el doctor Rice había adoptado una actitud precavida y paternalista cuando contactaba con tribus. Mientras que Fawcett creía que los indígenas, en su mayor parte, debían permanecer «no contaminados» por los occidentales, el doctor Rice opinaba que debían ser «civilizados», y él y su esposa crearon una escuela en Sao Gabriel, junto al río Negro, así como varios centros médicos gestionados por misioneros cristianos. Tras una visita a la escuela, el doctor Rice dijo a la RGS que el cambio en «la vestimenta, los modales y la apariencia general» de los niños y «la atmósfera de orden y diligencia» estaban en «notable contraste con la mísera aldea de pequeños salvajes desnudos» 62que había sido en el pasado.
Mientras los yanomami se acercaban a ellos, los hombres del doctor Rice permanecieron en guardia pertrechados con un amplio surtido de armas, entre ellas rifles, una escopeta, un revólver y un arma de fuego que se cargaba por el cañón. El doctor Rice depositó en el suelo ofrendas de cuchillos y espejos, donde la luz pudiera hacerlos centellear. Los indígenas, tal vez al ver las armas apuntándoles, se negaron a aceptar los presentes; por el contrario, algunos siguieron acercándose a los exploradores con los arcos tensados. El doctor Rice ordenó a sus hombres que disparasen al aire a modo de advertencia, pero aquello solo consiguió provocar a los indígenas, que empezaron a disparar flechas, una de las cuales cayó junto a los pies de Rice. Este dio entonces la orden de abrir fuego, de disparar a matar. Se desconoce cuántos indígenas murieron en aquella encarnizada lucha. En una misiva dirigida a la RGS, el doctor Rice escribió: «No hubo alternativa, pues ellos fueron los agresores, rehusando toda tentativa de parlamento o tregua, y provocando un ataque defensivo que resultó desastroso para ellos y supuso una gran desilusión para mí». 63
Mientras los indígenas se retiraban ante la descarga de fusilería, el doctor Rice y sus hombres regresaron a sus embarcaciones y huyeron. «Oíamos sus gritos escalofriantes, pues nos pisaban los talones», 64refirió el doctor Rice. Cuando la expedición finalmente salió de la jungla, los exploradores fueron aclamados por su coraje. Fawcett, sin embargo, se sintió horrorizado y dijo a la RGS que disparar de forma indiscriminada a los indígenas era censurable. Tampoco pudo resistirse a señalar que el doctor Rice había «puesto pies en polvorosa» 65en el instante en que topó con el peligro y que había sido «demasiado blando para la verdadera experiencia de la jungla». 66
Con todo, la noticia de que el doctor había encontrado pinturas ancestrales y tenía intención de regresar a la jungla con aún más artilugios intensificó la ansiedad de Fawcett, que seguía intentando conseguir financiación en Brasil. En Río se alojó con el embajador británico, sir Ralph Paget, un buen amigo, que presionó por su cuenta al gobierno brasileño. Aunque la RGS se había negado a consagrar sus escasos recursos a la expedición, recomendó a su famoso discípulo al gobierno brasileño, escribiendo en un cable que «es cierto que tiene reputación de ser de trato difícil […], pero al mismo tiempo posee una capacidad extraordinaria para superar dificultades que disuadirían a cualquier otro». 67El 26 de febrero, se acordó una reunión con el presidente de Brasil, Epitácio Pessoa, y el célebre explorador y responsable del Indian Protection Service, Cándido Rondón. 68Fawcett se presentó como coronel, aunque tras la guerra se había retirado como teniente coronel. Recientemente había solicitado al Ministerio de Guerra británico que le ascendieran, ya que iba a regresar a Sudamérica para conseguir financiación y «es una cuestión de cierta importancia». 69En una petición posterior, fue más explícito: «Tener un rango superior tiene cierta importancia al tratar con los altos funcionarios locales, ya que el de teniente coronel no solo es allí equivalente al de comandante, un grado inferior al de coronel, sino que además ha perdido gran parte de su prestigio debido al gran número de oficiales eventuales que lo han conservado». 70El Ministerio de Guerra rechazó su solicitud en ambas ocasiones, pero aun así él infló su rango, un subterfugio que mantuvo de modo tan categórico que prácticamente todo el mundo, incluso su familia y sus amigos, lo conocían como «coronel Fawcett».
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