David Grann - La ciudad perdida de Z

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Grann nos cuenta tanto la preparación de su artículo como la vida de Percy Fawcett y sus expediciones, al mismo tiempo que nos intriga con el gran misterio que Fawcett buscaba, La ciudad perdida de Z, la mítica ciudad de El Dorado perdida en la selva brasileña. En realidad Fawcett no creía a pies juntillas en la idea de una ciudad de oro, se inclinaba más por la existencia de una antigua civilización destruida tras la llegada de los conquistadores. Pero más que la ciudad o la civilización, la búsqueda de Z era una búsqueda de orgullo.

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La madre de Raleigh, Elsie, se mostró reticente a permitir que su hijo pequeño -su «chico», como le llamaba -participara en una empresa tan peligrosa. Pero Raleigh insistió. Sus aspiraciones en el cine habían fracasado, y se estaba dejando la piel en la industria maderera. Tal como dijo a su hermano mayor, Roger, se sentía «insatisfecho e inestable». 5Aquella era una oportunidad no solo de ganar un «montón de pasta», sino también de hacer algo bueno con su vida.

Fawcett informó a la RGS y a los demás que contaba con dos acompañantes idóneos («ambos fuertes como caballos y entusiastas»), 6e intentó una vez más conseguir financiación. «Solo puedo decir que se me ha otorgado la medalla del Fundador […] y que, por tanto, merezco confianza», 7sostuvo. Aun así, el fracaso de su expedición anterior -aunque fuera la primera y única de una brillante trayectoria- había proporcionado más munición a sus detractores. Además, sin patrocinadores, y tras haber agotado en su último viaje los pocos ahorros que tenía, ya no pudo seguir costeándose la vida en California y se vio obligado a desarraigar una vez más a su familia para regresar a Stoke Canon, Inglaterra, donde alquiló una casa vieja y destartalada, sin agua corriente ni electricidad. «Hay que bombear el agua y serrar en pedazos troncos inmensos, lo que supone mucho más trabajo», 8escribió Nina a Large. El esfuerzo era extenuante. «Al final me derrumbé hace cinco semanas y enfermé seriamente», dijo Nina. Una parte de ella deseaba huir de todos aquellos sacrificios y responsabilidades, pero, como ella misma comentó, «la familia me necesitaba».

«La situación es difícil -admitió Fawcett a Large-. Uno aprende poco de la vida cómoda, pero no me gusta arrastrar a otros a las dificultades que me han perseguido con tanta persistencia […]. No es que desee lujos. Me importan poco esas cosas, pero detesto la inactividad.» 9

No podía permitirse enviar a Jack a la universidad, y Brian y Joan dejaron la escuela para ayudar en las tareas domésticas y trabajar ocasionalmente para ganar dinero. Se desprendieron de fotografías y cuadros mientras Fawcett vendía las pertenencias y las reliquias de la familia. «Hace unos días mi hombre llegó a sugerir que sería conveniente vender esas sillas españolas antiguas si […] alcanzaban un buen precio», 10escribió Nina a Large. En 1923, Fawcett disponía de tan poco dinero que ya no podía pagar la cuota de socio de la RGB de tres libras anuales. «Le agradecería que me concediera el beneficio de su consejo sobre si podría renunciar […] sin provocar algún tipo de escándalo tratándose de un miembro galardonado con la medalla del Fundador -escribió Fawcett a Keltie-. El hecho es que la inercia forzada y […] el traslado de la familia a California me han dejado sin blanca. Había confiado en sobrellevar la situación, pero tales esperanzas parecen marchitarse, y no creo que pueda aguantar. -Y añadía-: Es como haber caído de un sueño.» 11

Aunque consiguió dinero suficiente para pagar otro año de alquiler, Nina estaba preocupada por su marido. «P. H. F. se encuentra en el abismo de la desesperación», 12confesó a Large.

«La impaciencia de mi padre por partir en su último viaje cada vez le consumía más -recordó Brian tiempo después-. De carácter habitualmente reservado, se convirtió en un ser hosco.» 13

Fawcett empezó a arremeter contra la élite científica; consideraba que le había dado la espalda. Dijo a un amigo: «Las ciencias arqueológica y etnológica se fundamentan en las arenas de la especulación, y sabemos lo que puede ocurrirles a las casas así construidas». 14Denunciaba a sus enemigos de la RGS y, por todas partes, sospechaba de «traición». Se quejaba del «dinero desperdiciado en esas inútiles expediciones a la Antártida», 15de los «hombres de ciencia», que habían «desdeñado en su día la existencia de las Américas, y, después, las ideas sobre Herculano, Pompeya y Troya». 16Afirmaba que «todo el escepticismo propio de la cristiandad no me hará cambiar ni un ápice de opinión» 17en la creencia en Z, y que lo «conseguiré de un modo u otro aunque tenga que esperar otra década». 18

Empezó a rodearse de espiritualistas que no solo confirmaban su visión de Z sino que la embellecían aún más. Un vidente le dijo: «El valle y la ciudad están repletos de joyas, joyas espirituales, pero también de una inmensa abundancia de joyas auténticas». 19Fawcett publicó artículos en revistas, como la Occult Review, en los que hablaba de su empresa espiritual y de «los tesoros del Mundo invisible». 20

Otro explorador sudamericano y miembro de la RGS dijo que mucha gente creía que Fawcett se había vuelto «algo desequilibrado». 21Algunos lo llamaban «maníaco científico». 22

En la revista espiritualista Light, Fawcett publicó un artículo titulado «Obsesión». Sin mencionar su propia idée fixe, describía cómo las «tormentas mentales»" podían consumir a una persona en una «espantosa tortura». «Sin duda, la obsesión es el diagnóstico de muchos casos de locura», concluía.

Rumiando día y noche, Fawcett se planteaba diferentes posibilidades -explotar nitrato en Brasil, prospectar petróleo en California- con el fin de conseguir dinero para la expedición. «El Mining Syndicate [«Sindicato Minero»] ha fracasado» porque era un «nido de desvergonzados», 24escribió Fawcett a Large en octubre de 1923.

Jack dijo a otro amigo de la familia: «Era como si algún geniecillo malvado estuviera tratando de poner todos los obstáculos posibles en nuestro camino». 25

Pese a ello, Jack seguía un entrenamiento físico en caso de que el dinero acabara llegando. Sin la alegre influencia de Raleigh, adoptó el ascetismo de su padre y renunció a ingerir carne y alcohol. «Hace poco tiempo tuve la idea de que debía someterme a una prueba extremadamente difícil que exigiera un tremendo esfuerzo -escribió a Esther Windust, una amiga de la familia que era teósofa-. Con grandes esfuerzos lo he conseguido y ya he notado los beneficios. -Y añadía-: Disfruto inmensamente de la vida y de las doctrinas de Buda [que] llegaron hasta mí, produciéndome una gran sorpresa por su absoluta afinidad con mis propias ideas. Uno percibe su rechazo a los credos y al dogma.» 26Una persona, durante una visita a la familia, quedó impresionada con la presencia de Jack: «Su capacidad de amar y su leve moderación ascética en cierto modo hacen pensar en los caballeros del Grial». 27

Fawcett, mientras tanto, intentaba conservar la fe en que tarde o temprano «los dioses me aceptarán a su servicio». 28En cierto momento, su amigo Rider Haggard le dijo que tenía algo importante que darle: era un ídolo de piedra, de unos veinticinco centímetros de alto, con ojos almendrados y jeroglíficos tallados en el pecho. Haggard, que lo conservaba sobre su escritorio mientras escribía en 1919 el libro Cuando el mundo se estremeció, le dijo que se lo había dado en Brasil alguien que creía que procedía de los indígenas del interior.

Fawcett se llevó el ídolo y pidió a varios expertos museísticos que lo examinaran. La mayoría dictaminó que era falso, pero Fawcett, en su desesperación, se lo mostró incluso a un adivino, y concluyó que podía ser una reliquia de Z.

En la primavera de 1924, Fawcett supo que el doctor Rice, tras recurrir a su inagotable cuenta bancaria, estaba organizando una de las expediciones más extraordinarias jamás llevadas a cabo. Había reunido a un equipo que reflejaba la nueva necesidad de contar con especialistas en todos los ámbitos: expertos en botánica, zoología, topografía, astronomía, geografía y medicina, así como uno de los antropólogos más prestigiosos del mundo, el doctor Theodor Koch-Grünberg, y Silvino Santos, considerado el primer cinematógrafo del Amazonas. Más asombroso aún era el arsenal que constituía el equipamiento de la expedición: el Eleanor II, junto con otra elegante embarcación, y un nuevo sistema de radio, en esta ocasión no solo capaz de recibir señales sino también de transmitirlas. Sin embargo, no fue esta nueva tecnología la que provocó el gran revuelo que se había formado en torno a la expedición. Según informó el The New York Times, Rice llevaría consigo un hidroavión de ciento sesenta caballos, seis cilindros, hélices de roble y capacidad para tres personas, al que se había acoplado un sistema de cámaras aéreas.

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