»Tras ese incidente, se tomaron precauciones para mantener cerrado el pasaplatos de la despensa, y según tengo entendido, la llave, que antes se dejaba por dentro del pasaplatos, se quitó y ahora la lleva Carrie en su llavero, pero se puede hacer una copia de una llave en un día. En realidad, fue una semana antes de que ocurriese el siguiente incidente nocturno, que nos lleva al siguiente miércoles, cuando alguien pudo hacer fácilmente una copia de la llave sustraída a Carrie y ponerla de nuevo en sus sitio. Tengo la certeza de que ese miércoles un ferretero de la ciudad hizo una copia de una llave, aunque no he podido identificar al cliente, pero es un simple detalle de rutina. Hay un factor que predispuso a la señorita Vane a exonerar a todas las criadas: que una mujer de semejante clase social fuera capaz de expresar su resentimiento con la cita latina de La Eneida que se encontró en la muñeca.
»Esa objeción también me influyó un poco a mí, pero no demasiado. Era el único mensaje que no estaba en inglés, pero al que podría tener acceso cualquier colegial. Por otra parte, el hecho de que fuera una excepción entre los demás me convenció de que tenía un significado especial, es decir, no es que X expresara habitualmente sus sentimientos en hexámetros. Ese párrafo debía de tener algo especial aparte de su aplicación general a mujeres desnaturalizadas que les quitan el pan de la boca a los hombres. Neo saevior ulla pestis .
– La primera vez que lo oí, tuve la certeza de que había un hombre detrás de todo esto -intervino la señorita Hillyard.
– Y probablemente no se equivocó -admitió Wimsey-. Yo estoy seguro de que lo escribió un hombre… Bueno, huelga decir lo fácil que le resulta a cualquiera andar por el college de noche y gastar bromas a la gente. En una comunidad de doscientas personas, algunas de la cuales apenas se conocen de vista, es más difícil encontrar a alguien que perderlo, pero la intervención de Jukes en aquel momento puso en un aprieto a X. La señorita Vane anunció su decisión de investigar la vida familiar de Jukes. A consecuencia de eso, alguien que conocía bien las costumbres de Jukes dio cierta información y Jukes acabó en la cárcel. La señora Jukes fue acogida por sus familiares, y enviaron a las hijas de Annie a Headington. Y con el fin de que pensáramos que la casa de los Jukes no tenía nada que ver con el asunto, poco después apareció un periódico mutilado en la habitación de la señorita De Vine.
Harriet levantó los ojos.
– Eso lo comprendí… más adelante, pero lo que ocurrió la semana pasada parece invalidarlo.
– Perdone que se lo diga, pero creo que no abordó el problema con una actitud imparcial, y que no le prestó total atención -replicó Peter-. Algo se interpuso entre usted y los hechos.
– La señorita Vane me ha prestado una ayuda tan generosa con mis libros… -murmuró la señorita Lydgate-. Y además tiene su propio trabajo. No deberíamos haberle pedido que dedicara tiempo a nuestros problemas.
– Tenía tiempo de sobra, pero he sido tonta -repuso Harriet.
– De todos modos, la señorita Vane hizo lo suficiente para que X la considerase peligrosa -dijo Wimsey-. A principios de este trimestre vemos que X está más desesperada y con intenciones aún más terribles. Con las tardes más luminosas, resulta más difícil hacer trastadas por la noche. Tenemos la tentativa de acabar con la vida y la razón de la señorita Newland, y al fallar, hace un esfuerzo para montar un escándalo en la universidad enviando cartas al vicerrector. Sin embargo, la universidad demostró tanta solidez como el college: tras haber dejado entrar a las mujeres, no estaba dispuesta a defraudarlas. Eso debió de sacar de quicio a X. El doctor Threep actuó como intermediario entre ustedes y el vicerrector y seguramente se ocuparon del asunto.
– Yo le comuniqué al vicerrector que se estaban tomando medidas -dijo la rectora.
– Desde luego, y para mí fue un honor que me pidiera que tomase esas medidas. Yo tenía muy pocas dudas sobre la identidad de X desde el principio, pero una sospechosa no es una prueba, y no deseaba sembrar ninguna sospecha que no pudiera justificar. Mi primera tarea consistía, evidentemente en averiguar si la señorita De Vine había asesinado o lesionado de verdad a alguien. En el transcurso de una conversación sumamente interesante después de la cena en esta habitación, puso en mi conocimiento que, hace seis años, había desempeñado un papel decisivo en despojar a un hombre de su prestigio y sus medios de vida, y si lo recuerdan, llegamos a la conclusión de que su conducta podría haber contrariado a cualquier hombre viril o a cualquier mujer femenina.
– ¡Quiere decir que toda esa discusión estaba destinada a sacar a relucir esa historia? -preguntó la decana.
– Ofrecí una oportunidad para que la historia saliera a la luz, pero si no hubiera salido entonces, yo habría preguntado. A propósito, también me convencí de algo de lo que estaba seguro desde el principio: que no hay en este claustro ninguna mujer, casada o soltera, dispuesta a poner las lealtades personales por encima del honor profesional. Era un punto que me pareció necesario aclarar, no tanto por mí como por ustedes.
La rectora miró a la señorita Hillyard, después a la señora Goodwin y de nuevo a Peter.
– Sí -dijo-. Creo que fue muy acertado.
– Al día siguiente le pregunté a la señorita De Vine el nombre del hombre en cuestión, del que ya sabíamos que era guapo y estaba casado -prosiguió Peter-. Se llamaba Arthur Robinson, y con esta información me propuse averiguar qué había sido de él. Mi teoría consistía en que X era la esposa o alguien de la familia de Robinson, que había venido aquí cuando se anunció el nombramiento de la señorita De Vine, con la intención de vengarse de ella, del college y de las universitarias en general, y que casi seguro, era una persona que mantenía una estrecha relación con la familia Jukes. Esta teoría quedó reforzada por el descubrimiento de que había dado información perjudicial para Jukes mediante una carta anónima similar a las que circulaban por aquí.
»Pues bien, lo primero que ocurrió después de mi llegada fue la irrupción de X en el aula de ciencias. La idea de que X se arriesgara a ser descubierta al preparar las cartas de una forma tan abierta y peligrosa era a todas luces absurda. Era todo un montaje, destinado a inducirnos a error y posiblemente a establecer una coartada. Había preparado los mensajes en otro sitio y los había colocado adrede; de hecho, no quedaban suficientes letras en la caja para terminar el comunicado que había empezado para la señorita Vane. La habitación elegida se ve perfectamente desde el ala de las criadas, y la luz del techo estaba llamativamente encendida, aunque había un flexo que funcionaba perfectamente. Fue Annie quien le dijo a Carrie que se fijara en la luz de la ventana, y Annie la única que aseguró haber visto a X, y mientras que quedó establecida una coartada para ambas, Annie era la única que cumplía las condiciones requeridas por X.
– Pero Carrie oyó a X en la habitación -objetó la decana.
– Sí, claro -repuso Wimsey, sonriendo-. Y Annie la mandó a buscarla a usted mientras ella quitaba las cuerdas con que había apagado la luz y tiraba la pizarra desde el otro lado de la puerta. ¿Recuerda que le comenté que había limpiado a fondo el polvo de la parte superior de la puerta para que no se notaran las marcas de las cuerdas?
– Pero las huellas del alféizar de la ventana del cuarto oscuro… -dijo la decana.
– Auténticas. Salió por allí la primera vez, dejando las puertas cerradas con llave por dentro para hacerlo más convincente. Después entró en el ala de las criadas por la despensa, avisó a Carrie y se la llevó a que viera la escenita… Por cierto, creo que alguna de las criadas podía tener sus sospechas. Quizá encontrase la puerta de la habitación de Annie misteriosamente cerrada en varias ocasiones, o se topara con ella en el pasadizo a horas intempestivas. En cualquier caso, saltaba a la vista que había llegado el momento de establecer una coartada. Me atrevía a aventurar que a partir de entonces cesarían las correrías nocturnas, y así fue. Y supongo que no encontraremos la otra llave de la despensa.
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