– Gracias -dijo la rectora-. Estoy segura de que todas las aquí presentes sabrán apreciarlo.
– A continuación llegamos al incidente de la muñeca en la capilla -prosiguió Wimsey, de nuevo con la mirada clavada en las caléndulas-. Simplemente repite el tema de los primeros dibujos, pero con miras a crear un efecto más dramático. Su importancia radica en la cita de la arpía prendida a la muñeca, en la misteriosa aparición de un vestido negro que nadie pudo reconocer, en la posterior condena por robo del antiguo conserje, Jukes, y en el hallazgo del periódico mutilado en la habitación de la señorita De Vine, que cierra la sucesión de acontecimientos. Volveré a estos puntos más adelante.
»Fue más o menos por entonces cuando la señorita Vane conoció a mi sobrino Saint -George, y él le contó que, bajo circunstancias en las que quizá no sea necesario indagar, una noche había visto a una misteriosa mujer en el jardín, y que ella le dijo dos cosas. En primer lugar, que en Shrewsbury College mataban a los chicos guapos como él, les arrancaban el corazón y se lo comían, y en segundo lugar, que «el otro también era rubio».
Este dato era desconocido para la mayoría de los miembros del claustro, y causó cierta sensación.
– Aquí tenemos realzado el «motivo del asesinato», con un pequeño detalle sobre la víctima. Es un hombre, rubio, guapo y relativamente joven. Mi sobrino dijo entonces que no podía comprometerse a reconocer a la mujer, pero en una ocasión posterior la vio y sí la reconoció.
Una vez más la sala se estremeció.
– El siguiente incidente importante fue el asunto de los fusibles desaparecidos.
Al llegar a este punto la decana no pudo contenerse y exclamó:
– ¡Qué título tan bonito para una novela de misterio!
Los ojos velados se alzaron al instante y en las comisuras de los párpados se marcaron las arrugas de expresión.
– Perfecto. Y eso era precisamente. X abandonó, sin haber conseguido más que una novela de misterio con buena publicidad.
– Y fue después de eso cuando encontraron el periódico en mi habitación -dijo la señorita De Vine.
– Sí -convino Wimsey-. He hecho una exposición racional, no cronológica… y así llegamos al final del segundo trimestre. Las vacaciones transcurrieron sin incidentes. En el trimestre de verano nos enfrentamos con el efecto acumulativo de un acoso largo e insidioso a una estudiante de temperamento sensible. Esa fue la fase más peligrosa de las actividades de X. Sabemos que, además de la señorita Newland, otras alumnas habían recibido cartas en que les deseaban mala suerte en los exámenes para la especialidad; por suerte, la señorita Layton y las demás son de carácter más fuerte, pero me gustaría que prestaran especial atención al hecho de que, con unas cuantas excepciones sin importancia, la animosidad iba dirigida contra las profesoras.
Al llegar aquí, intervino la administradora, que llevaba un rato manifestando irritación.
– No comprendo por qué están haciendo tanto ruido debajo de este edificio. ¿Le importa que vaya a ponerle remedio, rectora?
– Lo siento -dijo Wimsey-. Yo soy el responsable. Le he insinuado a Padgett que un registro de la carbonera podría resultar fructífero.
– Entonces, me temo que tendremos que aguantarnos, administradora -sentenció la rectora.
– Esto es un resumen de los acontecimientos tal y como me los presentó la señorita Vane cuando, con su consentimiento, rectora, me expuso el caso. Deduje -la mano derecha parecía inquieta y empezó a tamborilear un silencioso tatuaje sobre el tablero de la mesa- que ella y algunas de ustedes se inclinaban a considerar esas atrocidades consecuencia de las represiones que en ocasiones acompañan a la vida célibe y que derivan en una maldad obscena e irracional que se ceba en parte en las condiciones de esa vida y en parte en las personas que disfrutan, han disfrutado o supuestamente han disfrutado de una experiencia más amplia. No cabe duda de que esa clase de maldad existe, pero a mí me pareció que la historia de este caso ofrecía un perfil psicológico completamente distinto. En este claustro hay una mujer que ha estado casada y otra que está prometida, y ninguna de ellas, que deberían haber sido las primeras víctimas, ha sufrido acoso alguno, que yo sepa. También es muy significativa la actitud dominante de la figura femenina desnuda del primer dibujo, así como la destrucción del libro de la señorita Barton. Además, los prejuicios que muestra X parecen centrarse en lo académico, y tener un motivo más o menos racional, basado en una afrenta equivalente para ella al asesinato, infligida a una persona del sexo masculino por una académica. A mi entender, el resentimiento iba dirigido fundamentalmente contra la señorita De Vine, y por extensión, contra todo el college y posiblemente contra todas las mujeres con estudios. Por consiguiente, pensé que deberíamos buscar una mujer casada o con experiencia sexual, de educación limitada pero familiarizada con lo académico, cuyo pasado estuviera vinculado de alguna manera al de la señorita De Vine y que probablemente hubiera empezado a residir en el college después del pasado diciembre, si bien esto era una suposición.
Harriet apartó la mirada de la mano de Peter, que había dejado de tamborilear y descansaba sobre la mesa, para estimar la reacción de las oyentes ante sus palabras. La señorita De Vine tenía el ceño fruncido, como si volviendo mentalmente a los años anteriores considerase sin pasión sus posibilidades de haber cometido un asesinato; el rostro de la señorita Chilperic estaba sonrojado, con expresión atribulada, y la señorita Goodwin parecía disgustada, los ojos de la señorita Hillyard reflejaban una extraordinaria mezcla de triunfo y bochorno; la señorita Barton asentía en silencio, la señorita Allison sonreía, la señorita Shaw parecía ligeramente ofendida, la señorita Edwards miraba a Peter con ojos que decían claramente: «Es usted la clase de persona con la que yo puedo tratar». El grave semblante de la rectora estaba inexpresivo, la decana, de perfil, no daba muestra alguna de sus sentimientos, pero emitió un breve suspiro, como aliviada.
– Y ahora pasemos a las pruebas materiales. En primer lugar, los mensajes impresos. Me parecía inverosímil que hubieran podido confeccionarse en tales cantidades dentro de los muros del colegio sin haber dejado rastros de su procedencia. Más bien pensaba que todo tenía que proceder del exterior, y también en el caso del vestido que se encontró en la muñeca; parecía muy extraño que nadie lo hubiera visto jamás, a pesar de que era de varias temporadas anteriores. En tercer lugar, la curiosa circunstancia de que las cartas que llegaban por correo siempre se recibieran un lunes o un jueves, como si domingo y miércoles fueran los únicos días en los que se pudieran echar al correo, desde una sucursal o un buzón lejos de aquí. Estos tres factores podrían inducir a pensar en alguien que viviera lejos y que viniera a Oxford solamente dos veces a la semana, pero los incidentes nocturnos indicaban claramente que la persona en cuestión vivía entre estos muros y tenía dos días fijos para salir y algún sitio en el exterior donde podía guardar ropa y preparar las cartas. La persona que mejor cumpliría estas condiciones sería una de las criadas.
La señorita Stevens y la señorita Barton se movieron inquietas.
– Sin embargo, la mayoría de las criadas parecían descartadas. Las que no estaban confinadas en su ala por la noche eran mujeres de confianza con muchos años de servicio aquí. La mayoría ocupaban habitaciones dobles y, por consiguiente, un sitio donde guardar la ropa y preparar las cartas.
– ¡Pero…! -empezó a decir la administradora con indignación.
– Así es el caso tal y como lo vi el pasado domingo -continuó Wimsey-. E inmediatamente se plantearon serias objeciones. El ala de las criadas quedaba aislada al cerrarse con llave puertas y verjas, pero con el incidente de la biblioteca se puso de manifiesto que el pasaplatos de la despensa se dejaba a veces abierto para comodidad de las alumnas que deseaban provisiones a última hora de la noche. La señorita Hudson esperaba encontrarlo abierto esa misma noche. La señorita Vane comprobó que estaba cerrado, pero eso fue después de que X hubiera salido de la biblioteca, y recordarán que la señorita Vane y la señorita Hudson por un extremo y la señorita Barton por el otro demostraron que X había quedado atrapada en el edificio del comedor. Lo que se supuso en aquel momento fue que se había escondido en el comedor.
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