Dorothy Sayers - Los nueve sastres

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La noche de fin de año, Peter Wimsey sufre un accidente de coche y se ve obligado a pernoctar en Fenchurch St. Paul, donde el párroco de la aldea le ofrece alojamiento. Muchos de los aldeanos han enfermado a causa de una fuerte gripe, entre ellos el campanero, de modo que Wimsey se ofrece a cubrir su puesto esa noche.
Meses después, fallece el marido de una de las víctimas de la epidemia. Durante el entierro, descubren un cadáver sin identificar y Wimsey se verá implicado en la investigación de este desconcertante hallazgo, que oculta mucho más de lo que en principio aparenta.
Las historias de lord Wimsey se publicaron entre 1920 y 1940 y relatan las aventuras del hermano menor del duque de Denver, Peter Wimsey. En algún momento previo a las primeras novelas, Wimsey empezó a investigar crímenes como aficionado; ahora, la policía (especialmente el inspector Parker) valora su colaboración y lo considera un competente sabueso. Los nueve sastres es uno de los libros más conocidos de la serie de lord Peter.

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»Hasta ahí, perfecto. Ahora bien, la señora Wilbraham tenía una doncella, y si no hubiera sido por ella y por Mary Thoday, la cosa habría quedado en nada. Recordará que en aquella época Mary Thoday era Mary Deacon. Trabajaba como sirvienta de la Casa Roja y se casó con Deacon a finales de 1913. Sir Charles siempre se portó muy bien con la joven pareja. Les dio un dormitorio para ellos solos lejos de los demás sirvientes, justo al final de la pequeña escalera que hay en la despensa, así que aquello era como una casa privada para ellos. La vajilla estaba en la despensa, claro, y se suponía que el trabajo de Deacon era vigilarla. Bueno, pues esta doncella de la señora Wilbraham, que se llamaba Elsie Bryant, era una chica lista, muy divertida y alegre, y resultó que se enteró de lo que la señora Wilbraham hacía con las joyas cuando estaban fuera de casa. Parece que la chica quiso ser demasiado lista por la mitad de precio. Creo que debía leer demasiadas historias de detectives pero, en cualquier caso, supo que la señora Wilbraham creía que el mejor lugar para guardar las joyas no era una caja fuerte ni nada por el estilo, que sería el primer lugar dónde buscaría un ladrón, sino un lugar menos habitual donde a nadie se le ocurriera mirar y, para acortar la historia, el lugar escogido fue, si me perdona, debajo de la ropa interior. Ya puede reírse, en el juicio también se rieron todos menos el juez, porque en aquel momento le dio la tos y el pañuelo le tapaba la cara, así que nadie pudo ver cómo se lo tomó. Bueno, pues esta Elsie era un poco curiosa, como todas las chicas, y un día, poco antes de la boda, consiguió espiar a la señora Wilbraham por una cerradura y vio cómo guardaba todas las joyas en el cajón de la ropa interior. Naturalmente, no podía mantener algo así en secreto y, cuando llegaron a Fenchurch un par de días antes de la boda, lo primero que hizo fue entablar buena amistad con Mary Deacon, como se llamaba entonces, con el único propósito, creo yo, de compartir con ella su secreto. Y, por supuesto, Mary, como era una esposa devota y todo eso, tenía que compartir la broma con su marido. Me atrevería a decir que es algo natural. De todos modos, la defensa hizo gran hincapié en esta cuestión y no cabe duda de que fue este punto el que liberó de sospechas a Elsie y Mary. "Caballeros -dijo la defensa en su último alegato-. Veo que la original idea de la señora Wilbraham de no guardar las joyas en una caja fuerte les hace gracia, y no me cabe la menor duda de que están deseando llegar a casa para explicárselo a sus mujeres. Así, del mismo modo, pueden entender perfectamente los sentimientos de mi cliente Mary Deacon y su amiga y ver cómo, de la manera más inocente del mundo, el secreto fue revelado a un hombre que se suponía que iba a guardarlo". Era un hombre muy listo y, cuando acabó, se había metido al jurado en el bolsillo.

»Ahora viene otro pasaje basado en suposiciones -prosiguió el comisario-. Le enviaron un telegrama a Cranton desde Leamholt, y eso es cierto porque le seguimos el rastro. Él dijo que era de Deacon, pero Deacon contestó que si se lo había enviado alguien, había sido Elsie Bryant. Los dos estuvieron en Leamholt esa tarde, aunque no pudimos conseguir que la chica de la oficina de Correos reconociera a ninguno de los dos y, además, el telegrama estaba escrito en mayúsculas. En mi opinión, esto señala hacia Deacon, porque dudo que a la chica se le hubiera ocurrido algo así, aunque sobra decir que, cuando se les pidió una muestra de su escritura, los resultados no se parecían en nada al telegrama. Quienquiera que fuera, o fueron muy listos o pagaron a otra persona para que lo hiciera por ellos.

»Me ha dicho que ya ha oído hablar de lo que sucedió aquella noche, ¿no es cierto? Lo que en realidad quiere saber son las versiones de la historia que dieron los implicados. Ahí es donde, desde mi punto de vista, Cranton fue más inteligente que Deacon. Explicó una historia realmente coherente desde el principio hasta el final. Dijo que el robo lo había planeado Deacon de cabo a rabo. Cranton vendría con un coche y esperaría debajo de la ventana de la señora Wilbraham a la hora acordada en el telegrama. Deacon le lanzaría el collar de esmeraldas, Cranton lo cogería, se iría directo a Londres para venderlo y se repartirían el dinero a partes iguales, menos las cincuenta libras que le había dado como adelanto. Sólo que contó que lo que salió por la ventana no fue el collar, sino el joyero, y acusó a Deacon de quedarse con el botín y de despertar a toda la casa para que lo cogieran a él, a Cranton, y lo arrestaran. Y, claro, si fue un plan de Deacon, era muy bueno porque se quedaba con el botín y con el prestigio. El problema es que esto se descubrió un tiempo después de haber arrestado a Cranton, de modo que cuando fueron a buscar a Deacon y tuvo que declarar delante de la policía, no supo qué historia explicar. La primera versión era muy clara y sencilla, y el único problema era que, obviamente, resultaba mentira. Dijo que se despertó en mitad de la noche y oyó ruidos en el jardín y que le dijo a su mujer: «Creo que alguien ha venido a robar la vajilla». Luego, según él, bajó la escalera, abrió la puerta trasera y miró hacia el jardín y, justo en ese momento, vio a alguien en la terraza precisamente debajo de la ventana de la señora Wilbraham. Entonces, dice él, volvió a entrar y subió la escalera lo suficientemente deprisa como para ver a un hombre que salía por la ventana de la señora Wilbraham.

– ¿Es que la señora Wilbraham no había cerrado la puerta?

– No. Nunca lo hacía, por si se incendiaba la casa o algo así. Dijo que gritó para dar la alarma, y entonces la señora se despertó y lo vio junto a la ventana. Mientras tanto, el ladrón había bajado agarrado a la hiedra y había huido. Así que él bajó la escalera y se encontró con el lacayo en el momento en que salía por la puerta trasera. Hubo un poco de confusión con toda la historia de la puerta trasera porque Deacon no explicó, en la primera versión, qué hacía él en la habitación de la señora Wilbraham. En su primera declaración, que se la contó a sir Charles, dijo que había salido directamente fuera cuando había oído ruidos en el jardín; sin embargo, cuando la policía llegó, se las apañó para mezclar las dos historias y dijo que en aquel momento estaba demasiado afectado para explicarse con claridad o que los demás estaban demasiado afectados para entender lo que les había dicho. Bueno, todo bien hasta que empezaron a destapar la historia de que él y Cranton ya se conocían y lo del telegrama. Entonces, Cranton, al ver que se había descubierto todo, explicó toda la historia y, claro, Deacon se quedó muy sorprendido. No podía negarlo, así que esta vez admitió conocer a Cranton, pero dijo que había sido el otro quien lo había intentado tentar con lo del robo de las esmeraldas, mientras que él se había mantenido firme y no había accedido a su propuesta. En cuanto al telegrama, lo negó, y dijo que debía haber sido Elsie. Además, también negó lo de las cincuenta libras y lo cierto es que jamás pudieron encontrar ninguna relación entre Deacon y el dinero.

»Por supuesto, lo interrogaron a conciencia -siguió explicando al comisario-. Querían saber, en primer lugar, por qué no había advertido a sir Charles sobre Cranton y, en segundo lugar, por qué al principio había dado otra versión. Él declaró que creía que Cranton se había olvidado de la idea del robo y no quería alarmar a nadie pero que, cuando oyó los ruidos, se imaginó lo que pasaba. También dijo que después le dio reparo reconocer que conocía a Cranton por temor a que lo acusaran de cómplice. Sin embargo, la historia tenía poco fundamento, y ni el juez ni el jurado se creyeron nada. Lord Bramhill le dirigió unas severas palabras después de conocer el veredicto, y le dijo que si no hubiera sido su primera condena, le habría impuesto la máxima pena que estaba capacitado para sentenciar. Añadió que el robo tenía el peor de los agravantes, ya que lo había cometido un sirviente que gozaba de la confianza de su señor, en una casa privada y, para más inri, en la de su señor; además, iba acompañado del delito de abrir una ventana para cometer el robo y que se había resistido violentamente a ser arrestado. Al final, condenó a Deacon a ocho años de cárcel y le dijo que tenía suerte de cargar sólo con eso. A Cranton, como era reincidente, le debería haber caído una pena mucho mayor, aunque el juez opinó que no sería justo castigarle a él mucho más que a Deacon y lo condenó a diez años de cárcel. Y eso fue todo. Cranton fue a Dartmoor, y cumplió su condena como un buen chico, sin ocasionar demasiados problemas. Deacon, como era su primera condena, fue a Maidstone, donde se comportó como un prisionero modelo, que son los que vigilas porque siempre acaban haciendo alguna travesura. Después de casi cuatro años, a principios de 1918, este convicto amable, refinado y de buena conducta atacó brutalmente a un celador y se escapó. El celador murió y, por supuesto, rastrearon toda la zona buscando a Deacon sin éxito. Me atrevería a decir que, entre la guerra y unas cosas y otras, no tenían los hombres que necesitaban. En cualquier caso, no lo encontraron, y durante dos años gozó de la reputación de ser el único preso que se había escapado de la cárcel. Después encontraron sus huesos en un agujero de ésos, canteras creo que las llaman, en un bosque en North Kent, así que consideraron que sólo fue una víctima más del sistema penitenciario. Todavía llevaba el uniforme de la prisión y tenía el cráneo aplastado, por lo que supusieron que se habría caído por la noche, posiblemente uno o dos días después de escapar. Y así acabó Deacon.

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