Dorothy Sayers - Los nueve sastres

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La noche de fin de año, Peter Wimsey sufre un accidente de coche y se ve obligado a pernoctar en Fenchurch St. Paul, donde el párroco de la aldea le ofrece alojamiento. Muchos de los aldeanos han enfermado a causa de una fuerte gripe, entre ellos el campanero, de modo que Wimsey se ofrece a cubrir su puesto esa noche.
Meses después, fallece el marido de una de las víctimas de la epidemia. Durante el entierro, descubren un cadáver sin identificar y Wimsey se verá implicado en la investigación de este desconcertante hallazgo, que oculta mucho más de lo que en principio aparenta.
Las historias de lord Wimsey se publicaron entre 1920 y 1940 y relatan las aventuras del hermano menor del duque de Denver, Peter Wimsey. En algún momento previo a las primeras novelas, Wimsey empezó a investigar crímenes como aficionado; ahora, la policía (especialmente el inspector Parker) valora su colaboración y lo considera un competente sabueso. Los nueve sastres es uno de los libros más conocidos de la serie de lord Peter.

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Wimsey, que echó un vistazo al semblante adusto de Hilary, vio que en sus ojos nacía la rebelión. Podía adivinar perfectamente la clase de mujer con la que se había casado el tío Edward.

– De hecho -añadió el señor Thorpe-, nos vamos mañana. Lamento mucho no poder invitarlo a cenar, pero dadas las circunstancias…

– No se preocupe.

– Así que me temo que nos diremos hola y adiós casi al mismo tiempo -continuó con firmeza-. Ha sido un placer conocerlo. Aunque me hubiera gustado que fuese en otras circunstancias. Buenas tardes. Dele recuerdos a su hermano de mi parte cuando lo vea.

– ¡Quedo advertido! -dijo Wimsey, después de haberle dado la mano al tío Edward y de dirigirle una sonrisa de lástima a Hilary Thorpe.

«¿Qué? ¿Corrompiendo la moral de los jóvenes? ¿O mostrando demasiado celo por escarbar en el misterio de la familia? Me pregunto si el tío Edward será un caballo rebelde o un asno pacífico. ¿Fue a la boda de su hermano? Se lo preguntaré a Blundell. ¿Dónde está? ¿Hará algo esta noche?».

Se dirigió rápidamente hasta donde se hallaba el comisario, que había ido al funeral, y quedaron en que Wimsey iría a Leamholt después de cenar. La gente se fue dispersando. El señor Gotobed y su hijo Dick se quitaron la túnica negra y cogieron las dos palas que estaban apoyadas en la pared junto al pozo cubierto.

A medida que la tierra caía, con un ruido sordo, sobre la tapa del féretro, Wimsey se unió al pequeño grupo que se había reunido para comentar la ceremonia y leer las tarjetas de las coronas. Se agachó para observar un adorno floral muy exótico y excepcionalmente bonito de flores rosas y rojas de invernadero, imaginando quién podría haberse gastado tanto en un desconocido. Cuando leyó la tarjeta se quedó un poco desconcertado porque decía así: «Con mi más sentido pésame. Lord Peter Wimsey. San Lucas XIII. 6».

– Muy apropiado -dijo Wimsey, cuando identificó el texto bíblico (porque lo habían educado muy bien)-. Bunter, eres un hombre increíble.

– Lo que en verdad quiero saber -dijo Wimsey mientras se ponía cómodo y estiraba las piernas junto a la chimenea del comisario- es cuál era la relación entre Deacon y Cranton. ¿Cómo se conocieron? Porque me parece que hay muchos puntos que dependen de esa pregunta.

– Así es -respondió el señor Blundell-, pero el problema es que sólo tenemos sus palabras, y sólo Dios sabe quién era el más mentiroso, aunque el juez Bramhill intentó decidirlo. Una cosa es cierta: se conocieron en Londres. Cranton era uno de esos sinvergüenzas con mucha labia y formas de caballero que te podías encontrar en el salón de los restaurantes baratos, ya sabe a qué me refiero. Ya había estado metido en líos, aunque dijo que se había reformado, y hasta ganó bastante dinero escribiendo un libro. Aunque yo creo que alguien lo redactó por él, pero como su nombre aparecía en la portada, el dinero fue para él. Después de la guerra nos hemos encontrado con unos cuantos así, pero este tipo era listo, diría que avanzado a su tiempo. En 1914 tenía treinta y cinco años; no había recibido ningún tipo de educación, pero con un poco de inteligencia innata supo ganarse la vida, ya me entiende.

– Sí. Un graduado de la Universidad de la Vida.

– Es una buena manera de decirlo -afirmó el señor Blundell encantado con la comparación-. Sí, señor. Muy buena. Eso es lo que era. En cambio, Deacon era distinto. Era un hombre bueno y le gustaba mucho leer. De hecho, el capellán de Maidstone dijo que era un estudiante bastante brillante, con imaginación para la poesía, aunque no sé demasiado bien a qué se refería con eso. A sir Charles Thorpe le cayó en gracia, lo trataba muy bien y, además, lo dejó encargado de la biblioteca.

Bueno, ellos se conocieron en algún baile o algo parecido hacia 1912, mientras sir Charles estaba en Londres. La versión de Cranton es que una chica con la que Deacon salía (porque le gustaban mucho las mujeres) le dijo que Cranton era el autor del libro del que le he hablado, y que Deacon empezó a mostrarse tremendamente interesado en el libro y que le preguntaba constantemente sobre los pillos y lo que hacían y los trucos que usaban y cosas así. Dijo que Deacon estaba obsesionado con él que no lo dejaba en paz, y que siempre le estaba diciendo que volviera a la vida de antes. La versión de Deacon fue distinta. Afirmó que lo que le interesaba fue lo que él llamó el aspecto literario del negocio. Dijo que pensó: «Si un sinvergüenza puede escribir un libro y ganar dinero, ¿por qué no un mayordomo?». Según él, fue Cranton quien se obsesionó con él, el que no dejaba de preguntarle en qué casa trabajaba y sugerirle que si había algo de valor podían robarlo los dos e ir a partes iguales. Deacon se encargaría del trabajo dentro de la casa y Cranton del resto: buscar comprador, llegar a un acuerdo y cosas así. Yo creo que iban a seis uno y a media docena el otro, si me permite decirlo. Menudo par, y no me equivoco.

El comisario hizo una pausa para beber un trago de cerveza de una jarra de barro y luego continuó.

– Verá, eso es lo que dijeron cuando los arrestamos a los dos por el robo. Al principio, obviamente, los dos mintieron como cosacos y juraron que jamás se habían visto antes pero, cuando descubrieron lo que la acusación tenía contra ellos, cambiaron su declaración. Cuantío Cranton se dio cuenta de que los habían descubierto, se limitó a repetir esta historia y de allí no lo sacó nadie. De hecho, se declaró culpable delante del juez y, al parecer, su única intención era meter a Deacon en problemas y que lo encerraran una buena temporada en la cárcel. Dijo que Deacon lo había traicionado y que sólo quería salvar el pellejo, aunque no sé si era verdad, si pensaba que se libraría más fácilmente si se hacía pasar por la víctima que había caído en la tentación o si todo era un montaje lleno de malicia. El jurado lo tuvo claro, y el juez también.

»En abril de 1914 se celebraba la boda de sir Henry Thorpe, y se sabía que la señora Wilbraham iría con el collar de esmeraldas. No había un ladrón en Londres que no lo supiera todo sobre esa señora. Es medio prima de los Thorpe, prima muy lejana, y tiene un montón de dinero y la desfachatez de presumir de tener la avaricia de cincuenta judíos escoceses. Ahora debe de tener unos ochenta y seis u ochenta y siete años y, por lo que me han dicho, está volviendo a revivir la infancia; pero en aquella época era una mujer excéntrica y estrafalaria, estirada como un palo, y siempre llevaba vestidos de seda o satén negros, muy pasados de moda, con joyas, pulseras y broches que sólo Dios sabía el valor que tenían. Era una de sus manías. Y otra era que no creía en seguros ni en las cajas fuertes. Tenía una en su casa de la ciudad, claro, y allí guardaba todas sus cosas, pero supongo que no lo habría hecho si su marido no la hubiera instalado antes de morir. Era demasiado tacaña como para comprarse una caja fuerte para ella sola y, cuando iba de visita, prefería confiar en sus ocurrencias. Estaba más loca que una cabra -añadió el comisario pensativamente-. No se imagina la de mujeres mayores de este tipo que andan sueltas por el mundo. Y, claro, nadie le dijo nunca nada, porque era asquerosamente rica y porque tenía plenos poderes sobre sus propiedades. Los Thorpe eran los únicos familiares que tenía, así que la invitaron a la boda de sir Henry, aunque mucho me temo que todos querían perderla de vista. Si no se lo hubieran dicho, ella se había ofendido y… ¡Bueno! No se puede ofender a los familiares ricos, ¿no es cierto?

Lord Peter, mientras se volvía a llenar la jarra de cerveza, dijo:

– Bajo ningún concepto.

– Bueno -continuó el comisario-, aquí es donde Cranton y Deacon vuelven a discrepar. Según Deacon, recibió una carta de Cranton, justo después de que se anunciara la fecha de la boda, donde le pedía que se reuniera con él en Leamholt para diseñar un plan con el fin de robar las esmeraldas. Según Cranton, fue Deacon quien le escribió. Ninguno de los dos pudo aportar la carta como prueba, así que estamos otra vez donde empezamos. Sin embargo, se pudo demostrar que se vieron en Leamholt y que, ese mismo día, Cranton fue a visitar la casa de los Thorpe.

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