– Eso es cierto. ¿Cómo lo sabría? No creo que nadie del pueblo le haya dado el chivatazo porque, de ser así, se habrían quedado con el collar y no habrían esperado a que Cranton volviera. Además, Dios sabe que todos tuvieron bastante con lo que pasó. Pero ¿por qué Cranton se separaría del botín?
– Por el revuelo que se organizó. No quería que lo pillaran con el collar encima. Quizá lo escondió en algún sitio cuando salió corriendo, con la intención de volver más tarde a recogerlo. Nunca se sabe. Aunque, cuánto más miro estas fotografías, más seguro estoy de que el hombre que me encontré el día de Año Nuevo era Cranton. Además, la descripción oficial concuerda: el color de los ojos y todo lo demás. Y si el cadáver no es de Cranton, ¿qué ha sido de él?
– Otra vez volvemos a lo mismo -dijo el señor Blundell-. No creo que podamos hacer mucho más hasta que tengamos los informes de Londres. Excepto, claro está, investigar lo del entierro. Lo que me ha dicho del razonamiento de la señorita Thorpe, lo de las coronas y la nieve, creo que puede ser importante. ¿Hablará usted con la señora Gates o prefiere que lo haga yo? Creo que sería mejor que usted fuera a hablar con el señor Ashton. Tiene una buena excusa para ir a verlo, porque si yo lo visito oficialmente, podemos poner sobre aviso a quien sea. Es un incordio que el cementerio esté tan lejos del pueblo. Ni siquiera desde la vicaría se ve bien, con todos esos arbustos.
– Sin duda, el asesino lo tuvo en cuenta. Comisario, no se rompa la cabeza con esto. Sin dificultad no hay diversión.
– ¿Diversión? -preguntó el comisario-. Bueno, milord, debe ser agradable ser usted. ¿Qué hay de Gates?
– Será mejor que vaya usted a hablar con ella. Si la señorita Thorpe se va mañana, difícilmente puedo presentarme allí sin parecer un entrometido. Además, no le caigo bien al señor Thorpe. Apostaría a que ha dejado una orden: «No tenemos información. Sin embargo, usted puede invocar a todos los terrores de la ley».
– No crea. Las normas de los jueces y las condenas. Pero lo intentaré. Y luego está…
– Sí, está Will Thoday.
– ¡Ah! Pero si la señorita Thorpe tiene razón, es inocente. Estuvo enfermo en la cama desde Nochevieja hasta el 14 de enero. Eso seguro. Sin embargo, alguien de su casa pudo haber visto algo. Costará un poco sacarles algo. Ya saben lo que es el sabor del banquillo de los acusados y estoy seguro de que, cuando me vean, se asustarán.
– No tiene por qué preocuparse. No los asustará más de lo que ya lo están. Vaya, léales la misa funeraria y observe cómo reaccionan.
– ¡Oh! -dijo el comisario-. La religión no se me da demasiado bien, excepto los domingos. De acuerdo, me encargaré de ellos. Quizá, si no menciono ese maldito collar… aunque claro, mi mente sólo piensa en eso, y será un milagro si no se me escapa.
Algo que demostraba que los policías, como los demás humanos, están a merced de las preocupaciones de su subconsciente.
Lord Peter esquiva al señor Blundell y lo adelanta
El arte de «esquivar» consiste en un movimiento retrógrado, o ir hacia atrás para salir del trayecto de una campana…
La verás esquivar una campana y pasar por delante de otra alternativamente durante todo el carrillón.
Troyte
– Y bien, señora -dijo el comisario Blundell.
– ¿Y bien, agente? -respondió la señora Gates.
Se dice, no sé si con mucha razón, que los anglicanos sencillos consideran «agente» una forma más educada de dirigirse a un policía que «señor» o incluso «policía», mientras que otras personas, de la escuela de pensamiento Disraeli, afirman que no se toman a mal un inmerecido «sargento». Sin embargo, cuando una señora muy bien educada con un impoluto vestido gris y unos impolutos ojos grises se dirige a un comisario veterano como «agente», el efecto no es tranquilizador, ni pretende serlo. En tal caso, según pensó el señor Blundell, sencillamente podría haber enviado a un inspector de paisano que hubiera hecho el trabajo igual que él.
– Señora -dijo el comisario-, le agradezco mucho que me atienda tan amablemente respecto a este pequeño asunto.
– ¿Pequeño asunto? -respondió la señora Gates-. ¿Desde cuándo el asesinato y el sacrilegio se consideran pequeños asuntos en Leamholt? Teniendo en cuenta que en los últimos veinte años sólo ha tratado con unos cuantos trabajadores borrachos en el día de mercado, parece que se toma sus nuevas responsabilidades muy a la ligera. Creo que su deber sería avisar a Scotland Yard pero, claro, como lo mantiene la aristocracia, se cree muy competente para ocuparse de cualquier cosa que se llame crimen.
– Señora, no es mi obligación avisar de nada a Scotland Yard. Eso es decisión del jefe de policía.
– ¿De verdad? -preguntó ella, en absoluto desconcertada-. Entonces, ¿por qué no se encarga él en persona del caso? Preferiría hablar directamente con él.
El comisario, paciente, le explicó que el interrogatorio de testigos no era, estrictamente hablando, un deber del jefe de policía.
– Y ¿por qué se supone que yo soy un testigo? No sé nada acerca de esos desgraciados acontecimientos.
– Estoy seguro, señora. Sin embargo, necesitamos una información sobre la tumba de lady Thorpe y hemos pensado que una mujer con su visión detallista podría ayudarnos.
– ¿De qué modo?
– Por una información que hemos recibido, parece probable que el acto atroz de profanar la tumba se cometiera muy poco tiempo después de enterrarla. Tengo entendido que usted visitaba a menudo su tumba…
– ¿En serio? ¿Quién se lo ha dicho?
– Hemos recibido esa información, señora.
– De acuerdo pero ¿de quién?
– Normalmente utilizamos este sistema anónimo, señora -dijo el señor Blundell, que tenía la ligera sensación de que mencionar el nombre de Hilary sólo empeoraría las cosas-. Entonces, es cierto, ¿verdad?
– ¿Por qué no iba a ser cierto? Los muertos se merecen, aun en estos tiempos, un poco de respeto.
– Me parece muy loable, señora. ¿Puede decirme si, en alguna de las ocasiones en que visitó la tumba de lady Thorpe, las coronas estaban como si alguien las hubiera tocado o si habían removido la tierra o algo así?
– No. A menos que se refiera al comportamiento extremadamente maleducado y vulgar de la señora Coppins. Teniendo en cuenta que es de esos protestantes que se mantienen al margen de la Iglesia anglicana, no sé ni cómo se atrevió a pisar el cementerio. Y la corona era de un gusto horrible. Supongo que le dieron permiso para enviar una si quería, por los grandes y numerosos favores que siempre había recibido de la familia de sir Charles. Pero no había ninguna necesidad de enviar algo tan grande y ostentoso. Una corona de lirios rosas de invernadero en enero está completamente fuera de lugar. Para una persona de su posición, un simple ramo de crisantemos habría sido suficiente muestra de respeto, en vez de ese parapeto con el que sólo pretendía llamar la atención.
– Estoy de acuerdo, señora.
– El mero hecho de que trabaje aquí como miembro del servicio no significa que no pueda permitirme un tributo floral de las dimensiones del de la señora Coppins. Pero, aunque primero sir Charles y su esposa y después sir Henry y lady Thorpe siempre fueron tan amables conmigo como para tratarme más como amiga que como sirvienta, yo sé lo que corresponde a mi posición, y jamás habría soñado con que mi modesta ofrenda pudiera ensombrecer a cualquier otra de la familia.
– Seguro que no, señora -asintió el comisario de corazón.
– No sé qué quiere decir con ese «Seguro que no». La familia no habría puesto ningún impedimento, porque debo decir que siempre me han visto como una más de la familia y, considerando que llevo treinta años como ama de llaves de esta casa, no debe sorprender a nadie que lo hicieran.
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