La cuestión de la cuerda, absurdamente pasada por alto y ahora absurdamente insistente, se apoderó de la mente de Wimsey de tal manera que se olvidó de recitar con los demás la plegaria al Señor; ni tampoco tuvo el ingenio suficiente como para inventarse un comentario sardónico de los que gasta la Providencia para sacar a nuestro hermano de las miserias de nuestro pecaminoso mundo. No acababa de creerse que no hubiera caído antes en que la cuerda podía ser una pista para salir del laberinto. Cómo ataron al difunto era algo de suma importancia.
¿De dónde habían sacado la cuerda? ¿Cómo había sucedido todo para poder atarlo de una manera cómoda y dónde lo habían hecho? Puedes matar a un hombre en un arrebato, pero no lo atas antes de matarlo. La muerte de un hombre atado implica premeditación: igual que un ternero en el matadero. Lo habían desatado antes de enterrarlo, parecía un acto horrible de economía… En ese momento, Wimsey agitó la cabeza. No había ninguna necesidad de imaginar cosas; había muchas otras razones por las cuales el asesino se habría llevado la cuerda. Lo habían desatado antes de morir. Lo habían desatado y habían devuelto la cuerda a su sitio, por si acaso su ausencia levantaba sospechas. Lo habían desatado por la misma razón que le desfiguraron la cara: por si, quien encontrara el cadáver, reconocía la cuerda. Por último, lo habían desatado porque la cuerda debía estar atada a algo y ésta, quizá, era la teoría más probable. Además, el cadáver lo debían haber traído de algún lugar. ¿Cómo? ¿Coche, camión, carreta, carro, carretilla…?
– Todo ha sido muy bonito, señor Russell -dijo la señora Venables.
– Gracias -repuso el señor Russell-. Me alegro de que le haya gustado. Lo hemos hecho lo mejor que hemos podido.
– Estoy segura de que si su gente hubiera estado aquí, no habría preferido otra cosa -aseguró la señora Venables.
– Gracias, señora -dijo el señor Russell satisfecho-. Es una lástima que no hayan venido, porque no hay ninguna duda de que un funeral bonito ayuda a pasar el dolor por la pérdida de un ser querido. Por supuesto, no es nada comparado con un gran funeral de los de Londres, pero… -comentó mirando de reojo a Wimsey.
– Pero mucho más bonito -intervino Wimsey, en un ridículo intento de hablar como la señora Venables-. Esto tiene un toque mucho más personal.
– Eso es cierto -opinó el señor Russell, muy animado-. Diría que esos tipos de Londres van a tres o cuatro funerales a la semana, y es lógico que no puedan poner el mismo sentimiento que nosotros, aparte de que muchas veces casi ni conocen a los difuntos. Bueno, ahora debo irme. Hay alguien que quiere hablar con usted, milord.
– No -le dijo Wimsey con severidad, a un señor muy bien vestido con prendas de tweed que se acercaba a él muy decidido-. No hay ninguna historia para el Morning Star. Ni para cualquier otro periódico. Márchese. Tengo otras cosas que hacer.
– Sí -añadió la señora Venables, dirigiéndose al reportero como si fuera un niño que molestara en medio de clase-. Márchese, el caballero está muy ocupado. ¡Qué pesados son los periodistas! Debe de estar harto de ellos. Venga, quiero presentarle a Hilary Thorpe. Hilary, querida, ¿cómo estás? Has sido muy amable al venir, ha debido ser muy duro. ¿Cómo está tu tío? Mira, te presento a lord Peter Wimsey.
– Es un placer conocerlo, lord Peter. A mi padre le gustaba mucho leer todos sus casos; le habría encantado poder charlar con usted. Creo que le habría parecido increíblemente divertido que yo me viera envuelta en uno de ellos, aunque me gustaría que no hubiera sido por la tumba de mamá. Me alegro de que se haya ahorrado el mal trago. Pero, bueno, es un misterio, ¿verdad? Y él era… bueno, bastante infantil con eso de los misterios y este tipo de historias.
– ¿De verdad? Creí que ya había tenido suficientes.
– ¿Se refiere a lo del collar? Aquello fue horrible para él, el pobre. Yo todavía no había nacido, claro, pero solía hablar de ello. Siempre decía que, para él, Deacon era el peor de los dos y que el abuelo jamás debería haberlo metido en casa. Es extraño, pero creo que hasta le cogió simpatía al otro hombre, el ladrón de Londres. Sólo lo vio en el juicio, pero dijo que era un mendigo muy divertido y que él creía que decía la verdad.
– Eso es infinitamente interesante.
Lord Peter se volvió y se dirigió hacia el joven periodista del Morning Star, que todavía lo observaba desde la distancia.
– Mire, amigo, si se queda calladito y se va, es posible que tenga algo que explicarle a su editor. No permitiré que siga o moleste a esta joven, así que márchese y, si se porta bien, luego lo iré a buscar y le explicaré unas cuantas mentiras, ¿de acuerdo? Pues ahora váyase. ¡Maldita prensa!
– Ese tipo es un pesado -dijo la señorita Thorpe-. Casi saca de quicio a mi tío esta mañana. Mi tío está allí, hablando con el párroco. Trabaja para el gobierno y está en contra de todo tipo de prensa. También está en contra de los misterios. Para él, todo eso es horrible.
– Entonces, supongo que también estará en contra de mí.
– Sí. Piensa que vuestra afición no es apropiada para alguien de vuestra condición social. Por eso está poniendo mucho empeño en evitar que los presenten. Mi tío es un viejo divertido, no es nada esnob y, en realidad, es bastante decente. Sólo que no es como papá. Usted y papá habrían congeniado a la perfección. ¡Ah! Por cierto, ya sabe dónde están enterrados papá y mamá,¿no es cierto? Supongo que fue el primer lugar que miró.
– Sí, así fue; pero me gustaría volver a echarle un vistazo. Verá, me preguntó cómo el… el…
– ¿Cómo pudieron meter allí el cadáver? Imaginaba que era eso. Yo también le he estado dando vueltas. A mi tío no le parece bien que me preocupe por cosas de éstas. Sin embargo, resulta mucho más fácil de digerir; me refiero a que si estás interesado en algo, parece menos real, aunque ésa no es la palabra exacta.
– ¿Menos personal?
– Sí, a eso me refería. Empiezas a imaginarte cómo sucedió todo y luego, gradualmente, tienes la sensación de que te lo has inventado.
– ¡Hum! -exclamó Wimsey-. Si su mente trabaja así, algún día será escritora.
– ¿De verdad lo cree? ¡Qué curioso! Quiero ser escritora. Pero ¿por qué lo dice?
– Porque tiene mucha imaginación, y eso se refleja en el mundo que sus ojos ven, hasta que llegue un día en que será capaz de analizar su propia experiencia objetivamente y verlo como un producto de su cabeza, que existe independientemente de usted. Tiene suerte.
– ¿De verdad? -preguntó Hilary, que parecía muy emocionada.
– Sí, aunque la suerte le llegará más hacia el final de su vida que hacia el principio, porque los demás no entenderán el modo de funcionar de su mente. Empezarán por creer que es usted una romántica y una soñadora, y después se sorprenderán al descubrir que es una mujer dura e insensible. Se equivocarán con ambos juicios, pero nunca lo sabrán, y usted tampoco lo sabrá, al principio, y le preocupará.
– Pero eso es exactamente lo que me dicen las otras chicas en la escuela. ¿Cómo lo ha sabido? Aunque, claro, todas son idiotas; bueno, la mayoría.
– Mucha gente lo es -dijo Wimsey circunspecto-. Aunque no es de buena educación decírselo. Espero que usted lo haga. Tenga compasión, ellos no pueden evitarlo… Sí, éste es el lugar. No es fácil pasarlo por alto, ¿no cree? Esa casita es la más cercana, ¿de quién es?
– De Will Thoday.
– ¿En serio? Y, detrás de la casa, sólo hay la taberna y una granja. ¿De quién es la granja?
– Es la casa del señor Ashton. Es un hombre muy bueno, uno de los vigilantes de la iglesia. Cuando era pequeña me gustaba mucho, me dejaba montar en los caballos de labrar.
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