– Es mi campana -dijo-. Llevo quince años tocándola y diez cuidándola, desde que Hezekiah ya fue muy mayor para subir y bajar esta escalera. Batty Thomas y yo nos conocemos muy bien y ella no se pelea conmigo ni yo con ella. Sin embargo, tiene un carácter extraño. Dicen que el abad que descansa abajo en la tumba de la iglesia era un hombre muy extraño y que su campana se parece a él. También dicen que, hace muchos años, cuando echaron a los monjes, Batty Thomas tocó una noche entera ella sola, sin que nadie moviera la cuerda. Y cuando Cromwell envió a sus hombres para que rompieran todas las imágenes, se ve que un soldado subió al campanario, no sé a qué, supongo que para destrozar las campanas, pero subió. Los demás, sin saber que él estaba aquí, empezaron a tirar de las cuerdas y, al parecer, la persona que cuidaba las campanas las había dejado mirando hacia arriba. Debían de ser muy descuidados en aquella época, pero bueno, así fue. Justo cuando ese soldado se asomó para ver las campanas, Batty Thomas dio la vuelta, lo golpeó y lo mató. Esta es la historia y el párroco suele decir que Batty Thomas salvó la iglesia porque los demás soldados se asustaron mucho y salieron corriendo pensando que era un castigo de Dios aunque, desde mi punto de vista, sólo fue un descuido de la persona que dejó las campanas de aquel modo. Y después, en tiempos del antiguo párroco, había un pobre hombre que estaba aprendiendo a tocar las campanas y un día, al intentar levantar a Batty Thomas, la cuerda se le enroscó al cuello y lo ahorcó. Terrible pero, volviendo a lo mismo, yo creo que fue otro descuido, porque no deberían haber dejado que el hombre practicara solo. El señor Venables jamás lo permitiría. Pero ya ve, señorita Hilary, Batty Thomas ha matado a dos hombres, aunque es muy comprensible porque en ambas ocasiones los accidentes fueron fruto de un descuido que no habrían pasado si… bueno, como le he dicho antes, no me gustaría correr riesgos innecesarios.
Y con esto estuvo todo dicho. Así pues, el señor Godfrey subió a engrasar los gorrones de Batty Thomas sin ayuda de nadie. Hilary Thorpe, insatisfecha pero capaz de reconocer un obstáculo inamovible cuando lo veía, se paseó por el campanario removiendo el polvo acumulado con la punta cuadrada de los zapatos de la escuela y mirando los nombres que la gente del pueblo había ido grabando en las paredes a lo largo de los años. De repente, en un rincón escondido, una franja de luz iluminó algo que le llamó la atención. Se agachó lentamente y lo cogió. Era un trozo de papel, delgado y de mala calidad, que estaba doblado varias veces por la mitad. Le recordó las cartas que, esporádicamente, recibía de una institutriz francesa y, cuando la abrió, vio que el papel estaba cubierto con la misma tinta violeta que asociaba con «Mad'm'selle», pero esta vez estaba escrita en inglés con una letra muy clara, aunque no era la caligrafía de alguien que hubiera recibido una buena educación. Estaba doblada cuatro veces y la parte de abajo se hallaba un poco sucia por el polvo, pero en general estaba bastante limpia.
– ¡Señor Godfrey!
La voz de Hilary sonó tan repentina y animada que Jack Godfrey se asustó un poco. Estuvo a punto de caerse de la escalera y engrosar la lista de víctimas de Batty Thomas.
– ¿Sí, señorita Hilary?
– He encontrado una cosa muy rara. Venga a verlo.
– Un momento, señorita Hilary.
Acabó su trabajo y bajó. Hilary estaba de pie en una zona iluminada por el sol que se reflejaba en la campana y caía como la ducha de Danae. Sostenía el papel de modo que le tocara el sol.
– He encontrado esto en el suelo. Escuche. ¿Cree que el Loco Peake podría haber escrito algo así?
El señor Godfrey agitó la cabeza.
– No sé qué decirle, señorita Hilary. El Loco es bastante raro, y solía subir aquí antes de que el párroco cerrara la trampilla, pero no me parece que ésa sea su letra.
– Bueno, creo que la única persona que podría haberlo escrito es un lunático. Léalo. Es muy extraño elijo Hilary, riéndose porque todavía estaba en una edad en que la locura causa risa.
El señor Godfrey dejó sus cosas en el suelo con parsimonia, se rascó la cabeza y leyó detenidamente la carta en voz alta, siguiendo las líneas con el dedo índice manchado de grasa.
Creí ver hadas en los campos, pero sólo vi los funestos elefantes con sus espaldas negras. ¡Qué visión tan sobrecogedora! Los elfos bailaban a mi alrededor mientras yo escuchaba voces que me llamaban. ¡Ah! Cómo intenté observar, deshacerme de aquella horrible nube, pero ningún ojo de mortal podía espiarlos. Entonces aparecieron los trovadores, con sus trompetas, arpas y tambores dorados. La música sonaba muy fuerte detrás de mí, rompiendo el hechizo. El sueño se desvaneció, por lo que di gracias al Cielo. Derramé muchas lágrimas antes de que apareciera la luna, delicada y tenue como una hoz de paja. Ahora, aunque el Mago haga rechinar los dientes inútilmente, volverá igual que vuelve la primavera. ¡Oh, maldito hombre! El infierno está abierto, el Erebo abre sus puertas. Las bocas de la muerte esperan al fondo.
– Vaya -dijo asombrado el señor Godfrey-. Sí que es extraño. Podría ser del Loco, pero no creo. No fue a la escuela. Y esto del Erebo, ¿qué se supone que significa?
– Es uno de los antiguos nombres del infierno -respondió Hilary.
– ¡Ah! Conque es eso, ¿no? El que lo escribió parece que tenga muy claro el lugar en la cabeza. Con hadas y elefantes. Bueno, no sé, parece una broma, ¿no cree? -En ese momento se le iluminó la mirada-. A lo mejor alguien lo ha copiado de un libro. No me extrañaría que fuera esto. Uno de esos libros viejos. Pero no me explico cómo ha llegado hasta aquí. Deberíamos enseñárselo al párroco. Ha leído muchos libros y a lo mejor sabe de dónde viene esto.
– Buena idea. Se lo enseñaré yo. Pero ¿no le parece tremendamente misterioso? Incluso espeluznante. Señor Godfrey, ¿podemos subir a la torre?
Al señor Godfrey le apetecía mucho y los dos subieron la última y larga escalera, dejando atrás las campanas, y llegaron a un pequeño refugio parecido a una caseta de perro encima del techo inclinado de la torre. Ponerse de espaldas al viento era como apoyarse en una pared. Hilary se quitó el sombrero y dejó que el viento acariciara su melena, de modo que parecía uno de los ángeles flotantes de la iglesia. El señor Godfrey no tenía ojos para esa similitud; a él, honestamente, la cara angular y el pelo recto de la señorita Hilary no le parecían nada atractivos. Tuvo bastante con advertirle de que se sujetara fuerte a los hierros de la veleta. Hilary no le hizo caso y siguió avanzando hasta el parapeto, asomándose entre las almenas para mirar hacia el sur. Lejos, a sus pies, estaba la iglesia y, mientras miraba hacia abajo, una pequeña figura salió corriendo como un escarabajo del porche y enfiló el camino. Era la señora Venables que se iba a casa a comer. Hilary observó cómo luchaba contra el viento frente a la verja del jardín de su casa. Luego se giró hacia el este y miró por encima del techo de la nave principal y el cancel. Le llamó la atención un punto marrón en el cementerio y el corazón le dio un vuelco. Allí, en el ángulo noreste de la iglesia, estaba enterrada su madre y todavía no habían sellado la tumba. Parecía que la tierra esperara que la volvieran a abrir para que el marido se reuniera con su mujer.
– ¡Oh, Dios! -exclamó Hilary, desesperada-. No dejes que papá se muera. No puedes… Sencillamente no puedes…
Más allá de las paredes del cementerio, los campos estaban verdes y, en medio, había un hueco. Ella lo conocía muy bien. Llevaba allí más de trescientos años. El tiempo lo había ido disimulando y, posiblemente, dentro de trescientos años más ya habría desaparecido, pero ahora estaba allí: la señal que dejó el enorme hoyo donde fundieron a Sastre Paul.
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