Dorothy Sayers - Los nueve sastres

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La noche de fin de año, Peter Wimsey sufre un accidente de coche y se ve obligado a pernoctar en Fenchurch St. Paul, donde el párroco de la aldea le ofrece alojamiento. Muchos de los aldeanos han enfermado a causa de una fuerte gripe, entre ellos el campanero, de modo que Wimsey se ofrece a cubrir su puesto esa noche.
Meses después, fallece el marido de una de las víctimas de la epidemia. Durante el entierro, descubren un cadáver sin identificar y Wimsey se verá implicado en la investigación de este desconcertante hallazgo, que oculta mucho más de lo que en principio aparenta.
Las historias de lord Wimsey se publicaron entre 1920 y 1940 y relatan las aventuras del hermano menor del duque de Denver, Peter Wimsey. En algún momento previo a las primeras novelas, Wimsey empezó a investigar crímenes como aficionado; ahora, la policía (especialmente el inspector Parker) valora su colaboración y lo considera un competente sabueso. Los nueve sastres es uno de los libros más conocidos de la serie de lord Peter.

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– ¿Le apetece un cigarro?

– Muchas gracias, señor.

Wimsey sacó unos cuantos cigarros de la caja y se los dio. La palma que los recibió estaba llena de callos producidos por arduos trabajos manuales, aunque ese hombre no tenía nada de granjero o agricultor en las maneras ni en el aspecto.

– No es de por aquí, ¿verdad?

– No, señor.

– ¿Busca trabajo?

– Sí, señor.

– ¿De peón?

– No, señor. De mecánico.

– Ya veo. Bueno, buena suerte.

– Gracias, señor. Buenas tardes.

– Buenas tardes.

Wimsey continuó en silencio durante unos doscientos metros. Luego dijo:

– Mecánico… Es posible, pero creo que últimamente no ha ejercido. Esas manos tenían más aspecto de haber picado piedra. Bunter, siempre reconocerás a un ex presidiario por la mirada. Dejar atrás el pasado es una idea excelente, pero espero que nuestro amigo no se cruce en el camino del párroco.

2

Un carrillón completo

de Grandshire Triples

(Holt de Diez Partes)

5.040

Primera mitad

246375

267453

275634

253746

235476

Segunda Mitad

257364

276543

264735

243657

234567

Campana guía: la segunda

Tañer:

Primera mitad: sin ritmo, medio, dentro y fuera la 5, derecha, medio, detrás, derecha, medio y con ritmo (repetir cuatro veces).

Segunda mitad: sin ritmo, detrás, derecha, medio, detrás, derecha, dentro y fuera la 5, detrás y con ritmo (repetir cuatro veces).

El último repique de cada mitad es simple; en este carrillón debe tocarse el Holt simple.

Primera parte

Un doble por el señor Gotobed

Pronunciarás este suceso tan terrible

con una cruz, una vela y una campana.

Instruction for Parish Priests (siglo XV)

John Myrc

La primavera y la Pascua llegaron tarde y juntas ese año a Fenchurch St Paul. El triángulo de Fenchurches agradeció el retorno del sol con su habitual austeridad y casi a regañadientes. La nieve había desaparecido, el maíz era de un verde más intenso en contraste con la tierra oscura, los espinos y la hierba que delimitaban el dique formaban un paisaje menos abrupto; en los sauces, las candelillas amarillas bailaban como asideros de campanas, y los sauces blancos esperaban que los niños los despojaran de sus ramas para la palma del Domingo de Ramos; allí donde las lúgubres orillas del dique estaban pobladas de arbustos, se agrupaban las temblorosas violetas para protegerse del viento.

En el jardín de la vicaría, los narcisos estaban en plena explosión de color y, a pesar de las continuas ráfagas de viento que soplaban en esa parte del país, se zarandeaban y aguantaban estoicamente.

– ¡Mis pobres narcisos! -exclamó la señora Venables, mientras los tallos se agitaban y las trompetas doradas besaban el suelo-. ¡Este viento es terrible! ¡No sé cómo lo resisten!

Cuando los cortaba, los tenía de todas las variedades: Emperor, Empress, Golden Spur…, sentía una mezcla de orgullo y remordimiento; luego los llevaba a la iglesia y los metía en los jarrones del altar y en los dos recipientes largos, estrechos y pintados de verde que se colocaban junto al cancel el Domingo de Ramos.

«Las flores amarillas quedan muy bien -pensaba la señora Venables, mientras intentaba que las flores permanecieran derechas entre la brillante hierba doncella-. Aunque es una auténtica pena sacrificarlas».

Se arrodilló en un almohadón rojo que cogió de un banco para protegerse las rodillas del suelo helado de la iglesia. Tenía los cuatro jarrones de latón del altar frente a sí, junto con una cesta llena de flores y una regadera. Si hubiera intentado arreglar los ramos en casa y después llevarlos a la iglesia, el viento del sudoeste los habría echado a perder antes de que lograra cruzar la calle.

– ¡Qué pesados! -murmuró, al tiempo que los narcisos resbalaban hacia los lados o caían hasta el fondo del jarrón. Se sentó sobre los talones para ver su trabajo con un poco más de perspectiva y luego, al oír unos pasos, se giró.

Una chica pelirroja de quince años, vestida de negro, había entrado en la iglesia con un gran ramo de narcisos de ojo de faisán blancos. Era alta, delgada y más bien desgarbada, aunque prometía convertirse en una mujer muy atractiva.

– ¿Le pueden servir para algo, señora Venables? Johnson intentará traer los lirios blancos, pero con este viento tan horrible teme que los tallos se rompan en la carretilla. Creo que tendrá que meterlos en el maletero del coche y transportarlos hasta aquí.

– Querida Hilary, ¡qué amable por tu parte! Gracias, agradezco todas las flores blancas que puedas darme. Son preciosos, y qué bien huelen. Había pensado colocar algunos enfrente del abad Thomas con los jarrones altos y otro jarrón igual al otro lado, debajo del viejo Gaudy. Pero lo que no voy a hacer -y lo dijo con mucha determinación- es rodear la pila bautismal ni el pulpito de verde. Podemos hacerlo en Navidad y en la Fiesta de la Cosecha, si quieren, pero en Semana Santa es inapropiado y absurdo, y ahora que la pobre señorita Mallow está muerta ya no hace falta que sigamos haciéndolo.

– No soporto las Fiestas de la Cosecha. Es una vergüenza esconder estas bellas esculturas detrás de cestos de maíz, verduras y demás.

– Es cierto, pero a la gente del pueblo le gusta. Theodore siempre dice que la Fiesta de la Cosecha es su fiesta. Supongo que no es correcto que les interese mucho más que las misas de los domingos, aunque es normal. Cuando nosotros llegamos, tú ni habías nacido, era mucho peor. Solían poner clavos en los pilares para colgar coronas de flores. Un horror. Una falta de consideración, por supuesto. Y en Navidades colgaban textos escritos en lana sobre piezas de franela roja que pendían de las vidrieras y de la horrible galería. Eran viejas costumbres de muy mal gusto. Cuando llegamos, nos lo encontramos todo en la sacristía, lleno de polillas y ratones. El párroco no cedió ni un milímetro en ese aspecto.

– Y supongo que sólo se acercaba a la capilla la mitad de la gente.

– No, querida; sólo dos familias y una de ellas ha vuelto desde entonces: los Wallace, porque tienen una especie de disputa con el pastor por la comida del Viernes Santo. Tiene que ver con los recipientes del té, pero no recuerdo exactamente de qué se trata. La señora Wallace es muy agradable; se ofende con cierta facilidad pero, hasta ahora, y toquemos madera -la señora Venables ejecuta este viejo rito pagano tranquilamente tocando un pedestal de roble-, he conseguido llevarme bastante bien con ella en el Instituto de Mujeres. ¿Podrías retirarte un poco y decirme si está igual de ambos lados?

– Tiene que poner más narcisos a este lado, señora Venables.

– ¿En éste? Gracias, querida. ¿Mejor así? Bueno, pues tendrá que quedar así. ¡Ay! ¡Mis pobres huesos! Mira, aquí viene Hinkins con las aspidistras. La gente dice que ahora están preciosas, pero crecen todo el año y, de fondo, quedan muy bonitas. Exacto, Hinkins. Seis delante de esta tumba y seis al otro lado. Por cierto, ¿has traído los tarros color berenjena? Son perfectos para los narcisos, las aspidistras los taparán y podemos poner un poco de hiedra delante de las macetas. Hinkins, ¿puedes llenarme la regadera? Hilary, ¿cómo está hoy tu padre? Mejor, espero.

– Mucho me temo que no, señora Venables. El doctor Baines teme que no se recupere. ¡Pobre papá!

– ¡Dios mío! Lo siento mucho. Estás pasando una época terrible. Supongo que la muerte tan repentina de tu pobre madre ha sido demasiado para él.

La chica asintió.

– Esperaremos y rezaremos para que no sea tan grave como dice el doctor. El doctor Baines siempre es muy pesimista. Supongo que por eso se ha quedado como médico de pueblo, porque es muy listo, eso sí, pero la gente quiere médicos alegres y optimistas. ¿Por qué no pides una segunda opinión?

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