Wimsey admitió que no era capaz de sentir impresión ante las pilas de las iglesias.
– Y las barandillas del altar son muy pobres, claro, otro de los horrores Victorianos. Queremos poner algo más bonito en su lugar cuando dispongamos de dinero suficiente. Lo siento, no tengo la llave de la torre. Estoy segura de que le gustaría subir. Las vistas son magníficas, aunque a partir de la sala de las campanas todo es escalera. Yo me mareo, sobre todo cuando repican las campanas. Creo que, en cierto modo, me dan un poco de miedo. ¡Oh, la pila bautismal! Tiene que verla. Se supone que las estatuas que la decoran tienen algo especial, y yo lo he olvidado, ¡qué tonta! Debería enseñársela Theodore, pero lo han avisado por una urgencia: tenían que llevar a una mujer enferma al hospital, que está más allá del dique de los diez metros, después de Thorpe's Bridge. Salió corriendo justo después de desayunar.
«Y dicen -pensó Wimsey- que los párrocos de la Iglesia anglicana no hacen nada con el dinero».
– ¿Le gustaría quedarse y echar un vistazo al resto? ¿Le importaría cerrar y devolverme la llave? Es la del señor Godfrey, porque no tengo ni idea de dónde puede estar la de Theodore. Puede parecerle mal que cerremos la iglesia, pero como es un lugar tan solitario. Desde casa no podemos vigilarla por la vegetación y, a veces, vemos merodeando a algún vagabundo por los alrededores. El otro día, precisamente, vi pasar a un señor con muy mal aspecto, y no hace demasiado alguien abrió la caja de las limosnas y se las llevó. Eso no fue lo importante, porque había poco dinero, pero rompieron muchas cosas del santuario, por la decepción, supongo, y eso no podemos permitirlo, ¿no cree?
Wimsey respondió que no, que no podían y que sí, que le gustaría quedarse en la iglesia un rato más y que se acordaría de devolverle la llave. Cuando la señora Venables se fue, Wimsey dejó una buena limosna en la caja y permaneció observando la pila bautismal, cuyas esculturas eran realmente curiosas y, a su parecer, sugerían un simbolismo que no era cristiano ni pagano. Vio un viejo y pesado baúl debajo de la torre que, cuando se abría, mostraba su contenido: nada más venerable que cuerdas de campana viejas. Siguió por el pasillo norte, observando que los capiteles que aguantaban los arcos principales de los ángeles del techo estaban llenos de esculturas de cabezas de querubines. Se entretuvo un rato junto a la tumba del abad Thomas, con su efigie vestida y adornada. «Un hombre serio -pensó-, este clérigo del siglo XIV, con este rostro tan duro y fuerte, más un soberano para su pueblo que un pastor». A los lados de la tumba había paneles decorados que mostraban varias escenas de la historia de la abadía, como la fundición de una campana, Batty Thomas sin ninguna duda, y allí era evidente que el abad estaba particularmente orgulloso de esa campana porque aparecía otra vez, a sus pies, en lugar del cojín habitual. Las ornamentaciones y las inscripciones estaban realizadas de manera realista. En el hombro decía: + NOLI + ESSE + INCREDVLVS +SED+FIDELIS +; en el brazo: + EL ABAD THOMAS ME COLOCÓ AQUÍ + Y ME HIZO TOCAR ALTO Y CLARO + 1380 +; y en la cintura se leía la frase: O SANCTE THOMA, adornada con una mitra de abad, que dejaba al espectador con la incertidumbre de si la santidad se atribuía al apóstol o al clérigo. También se informaba de que el abad Thomas había muerto mucho antes de la expoliación de su casa por parte del rey Enrique. Thomas luchó por ella y es posible que la iglesia sufriera en el proceso. Su sucesor, pobre hombre, no puso resistencia a la usurpación y dejó que la abadía se deteriorara y que la iglesia fuera purificada pacíficamente por los reformistas. Eso era, al menos, lo que el párroco le había dicho a Wimsey durante la comida.
Los Venables consintieron, en contra de su voluntad, que su invitado se marchara, ya que el señor Brownlow y el señor Wilderspin habían hecho un trabajo tan bueno con el coche que a las dos ya estaba listo, y Wimsey quería emprender el viaje hacia Walbeach antes de que anocheciera. Se despidió, entre apretones de manos y muchas peticiones para que volviera pronto y tocara con ellos otro carrillón. Cuando se despidieron, el párroco le dio una copia del Venables In and Out of Course, mientras la señora Venables insistía en que se tomara un whisky con agua caliente, que era muy fuerte y le ayudaría a entrar en calor. Cuando el coche giró hacia la derecha por el dique de los diez metros, Wimsey vio que el viento había cambiado. Soplaba del sur y, a pesar de que la nieve seguía congelada y cubría todos los campos, había algo cálido en el aire.
– Ya llega el deshielo, Bunter.
– Sí, milord.
– ¿Has visto alguna vez esta parte del país con los caudales de los ríos llenos?
– No, milord.
– Parece bastante desierto, especialmente alrededor de Welney y Mepal Washes, cuando desembocan en los ríos en Oíd y New Bedford, y a través del campo entre Over y Earith Bridge. Acres de agua, únicamente con alguna orilla de vez en cuando o una línea rota de sauces.
Esta zona creo que está mejor drenada. ¡Ah! Mira allí, a la derecha, eso debe ser la presa Van Leyden, que proporciona el agua del dique de los diez metros; es como la presa de Denver pero en menor escala. Lo miraré en el mapa. Exacto. ¿Lo ves? Aquí es donde el dique se une con el río Wale, aunque se encuentran en un punto más elevado; si no fuera por la presa, el agua del dique iría a parar al río e inundaría toda la zona. Mala ingeniería, aunque los ingenieros del siglo XVII debían trabajar de manera poco sistemática y enfocar los problemas a medida que aparecían. Allí es donde el río Wale pasa por Potter's Lode, viene de Fenchurch St Peter. No me importaría trabajar manteniendo una presa, es una labor solitaria que me permitiría pensar.
Observaron la pequeña casa de ladrillos rojos, que se levantaba de un modo extraño a su derecha, como una oreja de perro levantada, entre los dos extremos de la presa. A un lado había una pequeña presa con una esclusa que conectaba, dos metros por encima del nivel del agua, con el dique. Al otro lado, otra presa de cinco compuertas que contenían las aguas frenaba el curso del Wale.
– No se ven más casas, ¡oh, sí! Una casita a unos tres kilómetros al norte de la orilla. Suficiente para hacer que uno mismo se ahogue en su propia esclusa. Espera. ¿Hacia dónde tenemos que ir ahora? Ah, sí: debemos cruzar el dique por el puente y girar a la derecha, y luego seguimos el río. Me gustaría que todo fuera menos rectangular en esta parte del mundo. ¡Mira, aquí viene! El vigilante de la presa sale a ver quién somos. Supongo que seremos el acontecimiento del día. Saludémoslo con los sombreros. ¡Hola! El sol desaparece a medida que avanzamos. Como dice Stevenson: sólo pasaremos por aquí una vez, y espero sinceramente que tenga razón. Pero bueno, ¿qué quiere este tipo?
En medio de la inhóspita y nevada carretera apareció una figura solitaria caminando hacia ellos con los brazos extendidos para llamar la atención. Wimsey detuvo el coche.
– Disculpe que le haga parar, señor -dijo el hombre, bastante educado-. ¿Sería tan amable de decirme si voy bien para llegar a Fenchurch St Paul?
– Perfectamente. Cuando llegue al puente, crúcelo y siga el dique hasta que llegue a la señal que le indique la dirección del pueblo. No tiene pérdida.
– Gracias, señor. ¿Podría decirme si está muy lejos?
– Unos siete kilómetros hasta la señal y luego menos de un kilómetro hasta el pueblo.
– Muchas gracias, señor.
– Me temo que pasará un poco de frío.
– Sí, señor. No es una zona demasiado benigna. Sin embargo, llegaré antes de que anochezca, y eso es reconfortante.
Hablaba en voz baja y con cierto acento de Londres. El abrigo, a pesar de ser muy viejo, no estaba roto. Llevaba una barba pequeña y puntiaguda y debía tener unos cincuenta años; hablaba mirando al suelo, como si no quisiera que lo miraran a los ojos.
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