– Y yo dije -añadió el párroco-, que sería mejor que te avisáramos a ti y al doctor Baines, que aquí llega.
El doctor Baines, un hombre pequeño de aspecto autoritario, con una alegre cara escocesa, se acercó bruscamente a ellos.
– Buenas tardes, párroco. ¿Qué ha pasado? Cuando me han enviado el mensaje había salido, así que… ¡Válgame Dios!
Le explicaron los hechos en pocas palabras y, después, se arrodilló junto al cadáver.
– Ha sufrido graves mutilaciones, parece como si alguien se hubiera ensañado con su cara. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?
– Eso es lo que nos gustaría que usted nos dijera, doctor.
– Un momento, un momento -interrumpió el policía-. Harry, ¿qué día has dicho que enterraste a lady Thorpe?
– El 4 de enero -respondió el señor Gotobed, después de reflexionar un instante.
– ¿Y este cadáver ya estaba aquí entonces?
– No seas estúpido, Jack Priest -exclamó el señor Gotobed-. ¿Cómo se te puede ocurrir que enterraría a alguien si me encontrara un cadáver en su tumba? No es algo que se pueda pasar por alto. Una navaja o una moneda, quizá, pero cuando estamos hablando del cadáver de un hombre adulto es otra cosa.
– Harry, no me has contestado a lo que te he preguntado. Tengo que hacer mi trabajo.
– Ah, de acuerdo. Bueno, en ese caso, no había ningún cadáver en la tumba cuando enterramos a lady Thorpe el 4 de enero excepto, claro está, el de lady Thorpe. Ese sí que estaba, no estoy diciendo lo contrario, y por lo que yo sé sigue ahí. A menos que quien pusiera este cadáver aquí se llevara el otro, con ataúd y todo.
– Bueno -opinó el doctor-, no puede llevar aquí más de tres meses y, por lo que creo, no debe llevar menos de ese tiempo. Pero lo podré determinar mejor cuando lo saquen.
– ¿Tres meses, eh? -dijo Hezekiah Lavender, que se había abierto camino hasta llegar a primera fila-. Es el tiempo que hace que aquel tipo tan extraño desapareció, el que estaba en casa de Ezra Wilderspin y que buscaba trabajo de mecánico. Llevaba barba si la memoria no me falla.
– Es cierto -dijo el señor Gotobed-. ¡Qué cabeza tienes, Hezekiah! Debe ser él, seguro. ¡Mira que acordarte de eso! Siempre pensé que ese tipo se metería en problemas. Pero ¿quién podría haber hecho algo así aquí?
– Bueno -intervino el doctor-, si Jack Priest ha terminado con el interrogatorio, podrían sacar el cadáver del agujero. ¿Dónde van a ponerlo? No creo que sea algo agradable para llevarlo de aquí para allá.
– El señor Ashton posee una cabaña espaciosa. Si se lo pedimos, estoy seguro de que sacaría sus herramientas de allí durante el tiempo necesario. Además, tiene una ventana bastante grande y una puerta con cerrojo.
– Será perfecta. Dick, ve a ver al señor Ashton y pídele que te deje una carreta y una tabla. Padre, ¿cree que deberíamos localizar al juez de instrucción? El señor Compline, ya sabe, de Leamholt. ¿Lo llamo cuando vuelva?
– Sí, gracias, gracias. Te lo agradecería. Jack, ¿pueden seguir con esto?
El policía asintió y los demás acabaron de descubrir el cadáver entero. Para entonces, parecía que todo el pueblo había acudido al cementerio y costaba mucho evitar que los niños no se acercaran a la tumba, porque los adultos que en principio debían vigilarlos estaban peleándose por conseguir el mejor sitio. El párroco estaba a punto de dirigirse hacia ellos para reprenderlos severamente cuando Hezekiah Lavender se le acercó.
– Perdone, señor, ¿debería tocar a Sastre Paul por ese hombre?
– ¿Tocar a Sastre Paul ? Bueno, Hezekiah, realmente no lo sé.
– Tenemos que tocarla por toda alma cristiana que muere en la parroquia -respondió el señor Lavender-. Es nuestra obligación. Y, al parecer, este hombre ha muerto en la parroquia porque, si no, ¿por qué iban a enterrarlo aquí?
– Tienes razón, Hezekiah.
– Aunque, ¿quién nos asegura que se trate de un alma cristiana?
– Eso, Hezekiah, me temo que no puedo decidirlo yo.
– En cuanto a que lo hagamos con un poco de retraso -continuó el anciano-, no es culpa nuestra. Ha sido hoy cuando hemos sabido que había muerto, así que nadie nos puede decir nada por no haber tocado a muertos antes. Aunque sobre lo de cristiano…, ¡bueno! Tengo mis dudas.
– Deberíamos darle el beneficio de la duda, Hezekiah. En cualquier caso, toca la campana.
El anciano parecía tener dudas y, al final, se acercó al doctor y se lo preguntó.
– ¿Que cuántos años debía tener? -le preguntó éste mirando a su alrededor un poco sorprendido-. No lo sé. Es difícil concretarlo. Pero me atrevería a decir que entre los cuarenta y los cincuenta. ¿Por qué quiere saberlo? ¿La campana? Ya veo. Bueno, digamos cincuenta.
Así que Sastre Paul repicó por el forastero con los nueve sastres, luego cincuenta campanadas y luego cien más, mientras Alf Donnington en el Red Cow y Tom Tebbutt en la taberna hacían su agosto, y mientras el párroco escribía una carta.
Llaman a declarar a lord Peter
El ritmo es lo primero que debe entenderse de la campanología.
On Change-Ringing
Troyte
Querido lord Peter:
Desde su deliciosa visita en enero, en multitud de ocasiones me he preguntado, algo confundido, qué debió pensar de nosotros por no darnos cuenta del tan distinguido exponente de los métodos de Sherlock Holmes al que habíamos acogido bajo nuestro techo. Al vivir tan apartados del mundo, y como sólo leemos The Times y el Spectator, mucho me temo que tendemos a reducir nuestros intereses. Cuando mi esposa escribió a su prima la señora Smith (quizá la conozca, porque vive en Kensington) y le mencionó su visita, ella nos informó en su respuesta la clase de huésped que habíamos tenido.
Con la esperanza de que perdone nuestra lamentable ignorancia, me atrevo a escribirle para preguntarle si, dada su gran experiencia, nos podría dar un consejo. Esta tarde ha ocurrido algo tan misterioso y sorprendente que ha alterado nuestra tranquila existencia. Cuando nos disponíamos a abrir la tumba de lady Thorpe y prepararla para acoger a su marido, cuya muerte seguramente vio en las necrológicas de los periódicos, nuestro sacristán se ha quedado de piedra al descubrir, en la citada tumba, el cadáver de un forastero que, al parecer, murió de un modo violento y criminal. Tenía la cara totalmente mutilada y, lo que parece mucho más brutal, ¡le habían cortado las manos a la altura de las muñecas! Obviamente, la policía local se ha puesto a trabajar en el caso, sin embargo, este acontecimiento tiene un peculiar y penoso interés para mí (dado que, de algún modo, está relacionado con la iglesia de la parroquia), y estoy un poco perdido respecto a cuál debería ser mi actitud personal. Mi esposa, con su habitual sentido práctico, me sugirió que recurriera a usted para pedirle ayuda y consejo y el comisario Blundell, de Leamholt, con quien acabo de entrevistarme, muy atentamente me ha dicho que si usted quisiera encargarse del caso personalmente, él haría todo lo que estuviera en su mano para ayudarlo en la investigación. Apenas me atrevo a sugerirle a un hombre tan ocupado como usted que venga y se ocupe de este asunto en persona pero, en caso de que pensara hacerlo, no necesito decirle lo encantados que estaremos mi esposa y yo de acogerlo en nuestra casa.
Discúlpeme si esta carta está llena de divagaciones y resulta algo confusa; le escribo con la mente todavía perturbada. Debo añadir que nuestros campaneros guardan un grato recuerdo de la ayuda que nos brindó con el famoso carrillón de Año Nuevo y estoy seguro de que querrían que se lo recordara.
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