– Pero ¿por qué golpearía alguien de esa manera tan salvaje a un muerto?
– Eso -dijo el doctor- ya no pertenece a mi campo. No soy un especialista en locura o neurosis.
– Es cierto. De acuerdo, entonces. En su opinión, ¿cuál fue la causa de la muerte?
– No lo sé. Cuando abrí el abdomen, el estómago, el intestino, el hígado y el bazo estaban bastante descompuestos, aunque los riñones, el páncreas y el esófago estaban en buenas condiciones. (Aquí el doctor empezó a divagar con detalles médicos). No vi -continuó- ninguna señal superficial de enfermedad o envenenamiento. Sin embargo, extraje algunos órganos (los enumeró), los coloqué en recipientes sellados (añadió más detalles técnicos) y propuse enviarlos hoy a sir James Lubbock para que, como experto, los examine. Espero recibir su informe dentro de unos quince días, o quizá menos.
El juez de instrucción mostró su satisfacción por esa sugerencia y luego continuó:
– Ha mencionado heridas en los brazos y en los tobillos. ¿De qué naturaleza eran?
– La piel de los tobillos parecía muy fracturada y erosionada, como si le hubieran atado los tobillos con una cuerda que hubiera traspasado los calcetines. En los brazos también había marcas de cuerdas encima de los codos. No cabe duda de que estas heridas son anteriores a la muerte del difunto.
– ¿Está sugiriendo que alguien ató al muerto con cuerdas y que luego, del modo que sea, lo mató?
– Creo que no hay ninguna duda de que el difunto estaba atado, no sé si por otra persona o por él mismo. Debe recordar que se dio un caso en una universidad en el que un joven murió en unas circunstancias que sugerían que él mismo se había atado los brazos y las muñecas.
– En ese caso, creo recordar que la muerte sucedió por asfixia.
– Eso tengo entendido. Aunque no creo que éste sea un caso similar. No encontré ninguna pista que lo indique.
– Supongo que no está sugiriendo que el difunto llegó al extremo de enterrarse él mismo.
– No, no sugiero eso.
– Me alegra -dijo el juez, sarcásticamente-. ¿Puede indicar alguna razón por la que, si un hombre se hubiera suicidado voluntaria o involuntariamente atándose…?
– Después de atarse. Es improbable que atarse los brazos y los tobillos pudiera causar por sí solo la muerte de alguien.
– Después de atarse. ¿Por qué otra persona iría, lo golpearía y lo enterraría en secreto?
– Podría sugerir varias razones, pero no creo que sea el más indicado.
– Tiene razón, doctor.
El doctor Baines le hizo una reverencia con la cabeza.
– Supongo que si se hubiera atado él y no hubiera podido soltarse, se habría muerto de hambre.
– Sin duda. El informe de sir James Lubbock nos lo dirá.
– ¿Tiene algo más que decirnos?
– Sólo que, como una posible ayuda a la identificación, he redactado un informe lo más exacto posible, algo difícil dado el estado de las mandíbulas del difunto, del número y condición de sus dientes y del trabajo dental que le habían practicado varias veces. Le he dado el informe al comisario Blundell para que lo use en la investigación.
– Gracias, doctor. Sin duda será de gran ayuda.
El juez hizo una pausa, miró sus notas y se giró hacia el comisario.
– En estas circunstancias, comisario, creo que lo más aconsejable sería levantar la sesión hasta que usted haya finalizado sus investigaciones. Digamos… ¿dentro de quince días? Si para entonces cree conveniente dictar cargos contra alguien en relación con este crimen, accidente o lo que sea, en ese caso levantaríamos la sesión sine díe.
– Creo que es lo mejor, señor Compline.
– De acuerdo. Caballeros, levantamos la sesión hasta dentro de quince días.
Los miembros del jurado, un poco desconcertados y desilusionados porque nadie les había pedido su opinión, fueron saliendo lentamente de detrás de la mesa donde les habían sentado y que, en otras circunstancias, se utilizaba para servir los tés de la parroquia.
– Un bonito caso -le dijo lord Peter, entusiasmado, al señor Venables-. Encantador. Le estoy infinitamente agradecido de que me escribiera para comunicármelo. No me lo habría perdido por nada del mundo. Me cae bien su doctor.
– Lo tenemos en muy alta consideración.
– Tiene que presentármelo. Creo que nos llevaríamos estupendamente. Al juez no le cae bien. Algún antagonismo personal insignificante, sin duda. ¡Aquí está mi amigo Hezekiah! ¿Cómo está, señor Lavender? ¿Cómo está Sastre Paul?
Todos se alegraron mucho de volverse a ver. El párroco agarró a un chico alto y delgado que pasaba corriendo junto a su grupo.
– Un momento, Will, quiero presentarte a lord Peter Wimsey. Lord Peter, le presento a Will Thoday. Usted tocó su campana en Nochevieja.
Intercambiaron un apretón de manos.
– Siento mucho haberme perdido el carrillón -dijo Thoday-. Pero estaba muy mal, ¿no es cierto, párroco?
– Cierto. Y me parece que todavía no te has curado del todo.
– Estoy bien, señor. Sólo es un pequeño catarro que espero que se me cure con el tiempo primaveral.
– Bueno, tienes que cuidarte. ¿Cómo está Mary?
– Bien, señor, gracias. Quería venir a la sesión, pero le dije que no era lugar para una mujer. Me alegro de haber conseguido que no viniera.
– Sí. La declaración del doctor ha sido muy desagradable. ¿Las niñas están bien? Espléndido. Dile a tu mujer que la señora Venables irá a verla dentro de un par de días. Sí, está muy bien, gracias; algo perturbada por todo esto, pero es natural. ¡Ah! El doctor Baines. ¡Doctor! A lord Peter Wimsey le complacería mucho conocerlo. Será mejor que venga a casa a tomar una taza de té. ¡Buenos días, Will, buenos días!… No me gusta el aspecto de este chico -dijo el párroco mientras se dirigían a su casa-. ¿Qué opina, doctor?
– Hoy está un poco pálido y tenso. La semana pasada me pareció que estaba mejor, pero pasó por una gripe muy fuerte y es un hombre con cierta tendencia nerviosa. Usted no se imaginaba que los granjeros sufrían de los nervios, ¿verdad, lord Peter? Pero son humanos, como los demás.
– Y Thoday es un hombre muy fuerte -añadió el párroco, como si la fortaleza evitara el funcionamiento del sistema nervioso-. Solía trabajar su propia tierra hasta que llegaron los malos tiempos. Ahora trabaja para sir Henry, bueno, trabajaba. No sé qué va a suceder ahora, con la chiquilla sola en la casa. Supongo que el fiduciario se hará cargo de todo, o que nombrará a un administrador que lo haga. Me temo que, en estos tiempos, las tierras no dan para demasiado.
En ese momento, un coche los pasó y se detuvo un poco más adelante. Dentro iban el comisario Blundell y sus ayudantes y el párroco, disculpándose enérgicamente por su negligencia, le presentó a lord Peter.
– Es un placer, milord. Mi amigo, el inspector Snugg, me ha hablado mucho de usted. Ya se ha retirado, ¿lo sabía? Se ha comprado una preciosa casita al otro lado de Leamholt. Habla de usted a menudo. Dice que usted solía tomarle el pelo de una manera muy cruel. Éste no es un trabajo agradable. Entre nosotros, milord, ¿qué iba a decir cuando el juez lo interrumpió? Algo de que ese tal Driver no era mecánico de motores.
– Iba a decir que me dio la impresión de que había realizado los últimos trabajos manuales en la cárcel de Princetown o en un lugar así.
– ¡Ah! -exclamó el comisario, pensativo-. ¿Así que le dio esa impresión? ¿Por qué?
– Por los ojos, la voz, la actitud… todo en general, ¿por?
– ¡Ah! -repitió el comisario-. Milord, ¿ha oído hablar alguna vez de las esmeraldas Wilbraham?
– Sí.
– ¿Sabe que Nobby Cranton ha vuelto a salir de la cárcel? Y, al parecer, últimamente anda desaparecido. La última vez que se supo algo de él fue hace seis meses en Londres. Lo han estado buscando. En cualquier caso, no me extrañaría que volviéramos a oír hablar de esas esmeraldas otra vez dentro de poco.
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