Como nadie conseguía encontrarle sentido a las revelaciones del señor Wilderspin, llamaron a declarar al párroco, que afirmó que recordaba haber visto a un hombre llamado Stephen Driver un día cuando fue a llevar la revista de la parroquia a la herrería, pero que Driver no le había comentado nada, ni entonces ni más tarde, sobre las campanas. Luego, el párroco ofreció su testimonio sobre el descubrimiento del cadáver y la llamada a la policía. Entonces le dijeron que se sentara y llamaron al sacristán.
El señor Gotobed se mostró locuaz al repetir, con un discurso lleno de circunloquios respecto a los detalles de lo que le había dicho a Dick y lo que Dick le había respondido, lo que había declarado a la policía. Explicó que cavaron la tumba de lady Thorpe el 3 de enero y que la enterraron el cuatro, inmediatamente después del funeral.
– Harry, ¿dónde guarda sus herramientas?
– Donde guardo el carbón.
– ¿Y dónde lo guarda?
– En un cuarto debajo de la iglesia, donde el párroco dice que estaba la antigua cripta. Me cuesta mucho trabajo subir y bajar el carbón por la escalera y cruzar todo el cancel, y después tengo que barrerlo todo. Además, el cubo del carbón siempre está en medio.
– ¿La puerta de ese cuarto está cerrada?
– Sí, señor, siempre la cierro con llave. Es la puerta pequeña que hay debajo del órgano, señor. No se puede llegar hasta allí sin la llave de la puerta y la de la puerta oeste. Es decir, la llave de la puerta oeste o un juego de llaves de la iglesia. Yo tengo la llave de la puerta oeste, ya que me queda mucho más cerca de donde yo vivo, pero los demás harían lo mismo.
– ¿Dónde guarda las llaves?
– Las tengo colgadas en la cocina, señor.
– ¿Alguien más tiene la llave del cuarto del carbón?
– Sí, señor. El párroco tiene todas las llaves.
– ¿Nadie más?
– No que yo sepa, señor. El señor Godfrey no las tiene todas, sólo la de la cripta.
– Ya veo. Y cuando las llaves están en la cocina, supongo que cualquier miembro de su familia tiene acceso a ellas, ¿verdad?
– Bueno, señor, en cierto modo, sí, pero espero que no esté insinuando nada en contra de mi mujer o mis hijos. Llevo veinte años como sacristán de este pueblo, sucediendo a Hezekiah, y nunca se ha acusado a nadie de golpear a forasteros en la cabeza y enterrarlos. Aunque, ahora que lo pienso, ese tal Driver vino a casa una mañana porque había recibido un mensaje, pero ¿cómo voy a saber lo que hizo? Sólo sé que si hubiera cogido las llaves, yo las habría echado de menos; y aun así, no fue mi intención…
– Calma, calma, Harry. No diga tonterías. ¿No supondrá que este pobre hombre cavó su propia tumba y se enterró él mismo? No pierda el tiempo.
Se oyeron risas y gritos de: «¡Esa es buena, Harry!».
– Silencio, por favor. Nadie le está acusando de nada. ¿Alguna vez ha notado que faltaban las llaves?
– No, señor.
– ¿O que las herramientas no estaban en su sitio?
– No, señor.
– ¿Las limpió después de enterrar a lady Thorpe?
– Por supuesto que las limpié. Siempre dejo mis herramientas limpias.
– ¿Cuándo las volvió a usar?
El señor Gotobed se quedó pensando un momento. Entonces se oyó la voz de Dick:
– El niño de los Massey.
– No se dirijan al testigo, por favor.
– Exacto -dijo el señor Gotobed-. Fue cuando enterramos al niño de los Massey, lo verá en el registro. Y aquello debió ser al cabo de una semana. Sí, más o menos una semana.
– ¿Y encontró las herramientas limpias y en su sitio cuando las fue a buscar para cavar la tumba del niño de los Massey?
– No vi nada raro.
– ¿Y después de aquel día?
– No, señor.
– Está bien. Eso es todo. Agente Priest.
El agente, repitiendo el juramento en voz alta, informó al tribunal de que lo habían llamado para que acudiera al cementerio, que se había comunicado con el comisario Blundell, que había estado presente en el levantamiento del cadáver y que había colaborado en la búsqueda de la ropa del difunto. Luego subió a declarar el comisario, que corroboró estas declaraciones y leyó una lista de las pertenencias del difunto. La lista era la siguiente: un traje azul oscuro de sarga de mala calidad, muy deteriorado después de haber pasado tanto tiempo bajo tierra aunque, aparentemente, parecía recién comprado en una conocida casa de ropa barata; unos calzones y una camiseta muy viejos de una casa francesa (algo bastante sorprendente); una camisa caqui (parecida a la del Ejército); un par de botas de trabajador, casi nuevas; una corbata de lunares barata. En los bolsillos habían encontrado un pañuelo blanco de algodón, un paquete de cigarros, veinticinco chelines y ocho peniques en monedas, un peine, una moneda de diez céntimos franceses, y un trozo de alambre doblado a modo de gancho en un extremo. No llevaba abrigo.
El dinero y la ropa franceses y el trozo de alambre eran lo único que podían considerarse pistas. Volvieron a llamar a Ezra Wilderspin, pero no recordó que Driver le hubiera hablado de Francia, sólo le dijo que había estado en la guerra y, cuando el comisario le preguntó si creía que el alambre podría servir para abrir cerraduras o algo así, negó con la cabeza y dijo que a él no se lo parecía.
El siguiente testigo fue el doctor Baines y su declaración fue la única que causó sensación en todo el día.
– He examinado el cuerpo del difunto y he realizado la autopsia -explicó-. Diría que se trata de un hombre de entre cuarenta y cinco y cincuenta años. Al parecer, estaba fuerte y sano. Considerando la naturaleza de la tierra, que tiende a retardar la putrefacción, y la posición del cuerpo cuando lo encontraron, es decir, unos sesenta centímetros por debajo del nivel del suelo del cementerio y entre noventa y cien centímetros por debajo del nivel actual del montículo, diría que el proceso de descomposición en que se encontró al difunto indica que llevaba bajo tierra entre tres y cuatro meses. El proceso de descomposición es más lento en un cuerpo enterrado que en un cuerpo al aire libre, y en un cuerpo vestido que en un cuerpo desnudo. En este caso, los órganos internos y los tejidos blandos todavía podían distinguirse y se hallaban en relativamente buenas condiciones. Realicé una exhaustiva revisión y no encontré señales de heridas externas en ninguna parte del cuerpo excepto la cabeza, los brazos, las muñecas y los tobillos. Al parecer, había recibido muchos golpes violentos en la cara con algún objeto sin punta que prácticamente ahuecó la parte anterior, es decir, la frente, y redujo el cráneo a un montón de astillas. No pude realizar una estimación exacta del número de golpes que pudo recibir, pero debieron ser bastantes y contundentes. Cuando le abrí el abdomen…
– Un momento, doctor. ¿Debemos suponer entonces que el difunto murió como consecuencia de uno de estos golpes en el cráneo?
– No; no creo que los golpes fueran la causa de la muerte.
En ese momento se produjo una gran agitación en la sala y pudo observarse claramente cómo lord Peter Wimsey se frotaba los dedos con una sonrisa de satisfacción.
– ¿Por qué dice eso, doctor Baines?
– Porque, según mi punto de vista, todos los golpes fueron infligidos después de la muerte. Las manos también se las cortaron después de morir, al parecer con un cuchillo pequeño y fuerte, como una navaja.
Más agitación y lord Peter Wimsey, en voz alta, dijo:
– ¡Espléndido!
El doctor Baines añadió una serie de razones técnicas para apoyar su tesis, básicamente relacionadas con la ausencia de derrames de sangre internos y el aspecto general de la piel; y añadió, con modestia, que él no era un experto y que sólo podía ofrecer su opinión para lo que necesitaran.
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