P. James - La Sala Del Crimen

Здесь есть возможность читать онлайн «P. James - La Sala Del Crimen» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

La Sala Del Crimen: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Sala Del Crimen»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El cuerpo calcinado de una de las personas más estrechamente vinculadas a un pequeño museo privado es el origen de esta nueva investigación de Adam Dalgliesh. La entidad dedicada al período de entreguerras, acoge, además de obras de arte, biblioteca y archivo una inquietante Sala del Crimen donde estudiar los sucesos más sonados de la época, uno de los cuales presenta extrañas semejanzas con el caso en que se ocupa Dalgliesh.

La Sala Del Crimen — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Sala Del Crimen», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Si el museo cerraba antes de que acabase el libro, sería el fin. Creía saber cómo funcionaba el cerebro de los tres fideicomisarios, y le amargaba. Marcus Dupayne buscaba un empleo que le procurara prestigio y aliviase el aburrimiento de la jubilación. Si el hombre hubiese tenido más éxito, si lo hubiesen nombrado sir, los cargos de director de la City, las comisiones y los comités oficiales estarían esperándolo. Calder-Hale se preguntó qué podría haberle ido mal. Seguramente nada que Dupayne hubiese podido prever: un cambio de gobierno, las preferencias de un nuevo ministro, una renovación en la jerarquía… El conseguir hacerse con el puesto más alto solía ser una cuestión de suerte.

No estaba seguro del motivo por el cual Caroline Dupayne quería que el museo continuase abierto. La posibilidad de conservar el apellido familiar seguramente tenía algo que ver con ello. También había que considerar la cuestión del uso de su piso, que le permitía alejarse de la escuela. Además, siempre se opondría a Neville. Que él recordase, los hermanos nunca se habían llevado bien. Como no sabía nada de su infancia, sólo podía hacer suposiciones respecto a los orígenes de aquella aversión mutua, que se veía exacerbada por la actitud de cada uno respecto al trabajo del otro. Neville no se molestaba en ocultar el desprecio que sentía por cuanto Swathling’s simbolizaba, mientras que su hermana expresaba abiertamente su menosprecio por la psiquiatría. «Ni siquiera es una disciplina científica -solía decir-, sino el último recurso de los desesperados o el consentimiento de las neurosis de moda. No sabéis describir la diferencia entre mente y cerebro de manera que tenga sentido. Seguramente habéis hecho más daño en los últimos cincuenta años que cualquier otra rama de la medicina, y hoy en día sólo podéis ayudar a los pacientes porque los neurocientíficos y las empresas farmacéuticas os han proporcionado las herramientas. Sin sus pastillitas estaríais otra vez en el mismo punto que hace veinte años.»

No habría consenso entre Neville y Caroline Dupayne sobre el futuro del museo, y Calder-Hale creía saber cuál de las dos voluntades acabaría por imponerse. Aunque no es que fuesen a implicarse demasiado en el cierre del lugar; si el nuevo inquilino deseaba tomar posesión rápidamente, sería una tarea hercúlea realizada contra reloj, llena de obstáculos y de complicaciones económicas. Él era el director del museo y se daba por supuesto que le correspondía llevarse la peor parte. Sería el final de toda esperanza de concluir su libro.

Inglaterra se había alegrado con un hermoso mes de octubre, más típico de los tiernos avatares de la primavera que del lento declinar del año hacia su decrepitud multicolor. En ese momento, de repente, el cielo, que había sido una extensión de azul claro y despejado, se vio ensombrecido por una nube de tamaño creciente y mugrienta como el humo de una fábrica. Cayeron las primeras gotas de lluvia y a Calder-Hale apenas le dio tiempo a abrir el paraguas antes de que le sorprendiese el aguacero. Era como si la nube hubiese vaciado la precaria carga que llevaba justo encima de su cabeza. Calder-Hale vio una arboleda a unos metros y corrió a cobijarse bajo un castaño de Indias, dispuesto a esperar pacientemente a que escampase. Por encima de él, los nervios oscuros del árbol se hacían visibles entre las hojas amarillentas y, al levantar la vista, sintió que las gotas le caían despacio sobre el rostro. Se preguntó por qué era placentero sentir aquellas pequeñas e irregulares salpicaduras de la primera acometida de la lluvia sobre la piel, secándose casi al instante. Tal vez no fuese más que el consuelo de saber que aún estaba en condiciones de complacerse con las bendiciones inesperadas de la existencia. Hacía ya tiempo que los aspectos físicos más intensos, ordinarios y urgentes habían perdido su atractivo. Ahora que el apetito se había vuelto exigente y el sexo rara vez era una necesidad apremiante, al menos todavía podía deleitarse con el roce de una gota resbalándole por la mejilla.

En ese momento, vio la casa donde vivía Tally Clutton. Había enfilado aquel estrecho camino desde el Heath infinidad de veces durante los cuatro años anteriores, pero al topar con aquella casa siempre experimentaba una sorpresa inesperada. Parecía cómodamente instalada en su sitio entre la hilera de árboles, y sin embargo constituía un anacronismo. Quizás el arquitecto del museo, obligado por el capricho de su patrón a construir una réplica exacta del siglo xviii para el edificio principal, había diseñado la casa pequeña de acuerdo con sus propios deseos. En el lugar donde se alzaba, detrás del museo y apartada de la vista, a su cliente seguramente no le molestaría demasiado el que fuese discordante. Parecía una ilustración sacada de un cuento infantil, con sus dos miradores en la planta baja, a cada lado del porche, el par de ventanas sencillas encima, bajo el tejado, y el cuidado jardín delantero con el sendero enlosado que llevaba a la puerta principal flanqueado por sendas parcelas de césped y un seto bajo de ligustro. En mitad de cada una de esas parcelas había un arriate oblongo y ligeramente elevado, y allí Tally Clutton había plantado sus habituales ciclámenes blancos y púrpura y sus pensamientos blancos.

Al acercarse a la puerta del jardín, Tally apareció entre los árboles. Llevaba el viejo chubasquero que solía ponerse para los trabajos de jardinería y sostenía en las manos un cajón de madera y un desplantador. Aunque le había dicho -él no conseguía recordar cuándo- que tenía sesenta y cuatro años, aparentaba ser más joven. Su rostro, de tez un tanto curtida, empezaba a mostrar los surcos y las arrugas de la edad, pero era un rostro agradable, de mirada penetrante tras las gafas, tranquilo. Se trataba de una mujer satisfecha, pero no, gracias a Dios, demasiado dada a esa jovialidad resuelta y desesperada con que algunas personas mayores intentan desafiar el desgaste de los años.

Cada vez que volvía a entrar en las propiedades del museo después de un paseo por el Heath, se pasaba por la casita para ver si estaba Tally. Si era por la mañana, ella le servía café, y si era por la tarde, té con tarta de frutas. Aquella rutina había empezado unos tres años antes, cuando Calder-Hale se había visto sorprendido sin paraguas por una tormenta terrible y había llegado calado hasta los huesos hasta la casa de Tally Esta lo había visto por la ventana y había salido a la puerta para ofrecerle algo caliente y la oportunidad de aguardar a que se secara su ropa. La preocupación de la mujer por su aspecto debió de vencer cualquier atisbo de timidez, y él recordaba con gratitud la calidez de la chimenea de carbón y el café caliente con un chorrito de whisky que Tally le había preparado. Sin embargo, ella no había vuelto a invitarlo a entrar, y él tenía la impresión de que la inquietaba el que pudiese pensar que necesitaba compañía o pretendiese imponerle de algún modo una obligación. Siempre era él quien golpeaba la puerta o la llamaba por su nombre, pero estaba seguro de que sus visitas eran bienvenidas.

En ese momento, preguntó:

– ¿Llego tarde para el café?

– Por supuesto que no, señor Calder-Hale. Estaba plantando bulbos de narciso entre un chaparrón y otro. Creo que quedarán mejor debajo de los árboles. Ya he intentado plantarlos en los macizos del centro, pero tienen un aspecto muy deprimente una vez que se marchitan las flores. La señora Faraday dice que para arrancar las hojas debemos esperar a que estén completamente amarillas o el año que viene no tendremos flores. Pero tardan tanto…

La siguió hasta el porche, la ayudó a quitarse el chubasquero y aguardó mientras la mujer se sentaba en el banco estrecho, se quitaba las botas de agua y se ponía las zapatillas. A continuación la siguió por el diminuto recibidor hasta la sala de estar.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «La Sala Del Crimen»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Sala Del Crimen» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «La Sala Del Crimen»

Обсуждение, отзывы о книге «La Sala Del Crimen» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x