P. James - La Sala Del Crimen
Здесь есть возможность читать онлайн «P. James - La Sala Del Crimen» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:La Sala Del Crimen
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
La Sala Del Crimen: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «La Sala Del Crimen»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
La Sala Del Crimen — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «La Sala Del Crimen», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Lo harán si Neville Dupayne se sale con la suya.
– Me pregunto por qué. El no trabaja aquí. Rara vez aparece por el museo, salvo los viernes para recoger su coche. No le interesa nada, así que, ¿por qué le importa?
– Porque detesta lo que considera nuestra obsesión nacional con el pasado. Está demasiado involucrado en los problemas del presente. El museo es un objeto muy conveniente para enfocar ese odio: su padre lo fundó, se gastó una fortuna en él y lleva el apellido de la familia. Es de algo más que el museo de lo que quiere deshacerse.
– ¿Y puede?
– Oh, sí. Si no firma el nuevo contrato de arrendamiento, el museo cerrará. Pero no debería preocuparme; Caroline Dupayne es una mujer muy terca, dudo que Neville sea capaz de enfrentarse a ella. Lo único que tiene que hacer es firmar un trozo de papel.
Lo absurdo de aquellas palabras le chocó en cuanto las hubo pronunciado. ¿Desde cuándo firmar un documento no era importante? La gente había sido condenada o indultada en función de una firma. Una firma podía desheredar a alguien u otorgarle una fortuna, o representar la diferencia entre la vida y la muerte. Sin embargo, era poco probable que tal cosa se cumpliese en el caso de la firma de Neville Dupayne en el nuevo contrato de arrendamiento. Al llevar la bandeja a la cocina, se alegró de perder de vista la cara de preocupación de Tally. Nunca la había visto así; de pronto se dio cuenta de la enormidad de lo que le esperaba a esa mujer: aquella casa, aquella sala de estar, eran tan importantes para ella como para él lo era el libro que estaba escribiendo. Y además tenía más de sesenta años. Aunque en los tiempos que corrían no se consideraba que una persona a esa edad fuese vieja, no resultaba nada fácil buscar un nuevo trabajo y un nuevo hogar. Existían numerosas ofertas, pues siempre había sido difícil encontrar amas de llaves de confianza, pero aquel trabajo y aquel lugar eran perfectos para ella.
Lo embargó una incómoda sensación de lástima y a continuación, por un instante, una debilidad tan súbita que tuvo que dejar rápidamente la bandeja encima de la mesa y descansar irnos minutos. Experimentó al mismo tiempo el deseo de que hubiese algo que él pudiese hacer, algún regalo magnífico que poner a sus pies capaz de lograr que todo volviese a ir bien. Jugueteó un momento con la ridícula idea de hacer a Tally beneficiaría de su testamento, pero sabía que era incapaz de semejante acto de liberalidad excéntrica; no podía llamarlo generosidad porque para entonces ya no tendría ninguna necesidad de dinero. Siempre había ido gastando de acuerdo con sus ingresos, y el capital restante lo legaba -en un testamento cuidadosamente redactado por el abogado de la familia unos quince años antes- a sus tres sobrinos. Era curioso que, con lo poco que le importaba lo que éstos, a quienes veía en raras ocasiones, pensasen de él, sí le importase en cambio la buena opinión que tuvieran de él una vez muerto. Había vivido cómodamente y casi siempre rodeado de seguridad. ¿Y si encontraba las fuerzas para llevar a cabo un último acto excéntrico y magnífico que fuese extraordinario para otra persona?
Entonces oyó la voz de Tally.
– ¿Está usted bien, señor Calder-Hale?
– Sí -contestó-. Estoy perfectamente, Gracias por el café. Y no se preocupe por el miércoles. Tengo el presentimiento de que todo saldrá bien.
8
Eran en ese momento las once y media. Como de costumbre, Tally había limpiado el museo antes de que abriese sus puertas y, a menos que la requiriesen para algo determinado, hasta la hora de cierre, a las cinco, no tenía más quehaceres concretos aparte de la rutinaria inspección final con Muriel Godby. Sin embargo, le quedaba trabajo por hacer en la casita y había pasado más tiempo del habitual con el señor Calder-Hale. Ryan, el chico que ayudaba con las tareas de limpieza pesadas y con el jardín, llegaría con sus bocadillos a la una en punto.
Desde la primera dentellada de los días más fríos de otoño, Tally le había sugerido a Ryan que almorzase dentro de la casa. Durante el verano lo veía apoyar la espalda contra uno de los árboles, con la bolsa abierta a su lado, pero a medida que los días se hacían más fríos había tomado la costumbre de comer en el cobertizo donde guardaba la cortadora de césped, sentado en un cajón vuelto del revés. A ella le parecía mal que el chico tuviese que soportar tanta incomodidad, pero aun así vaciló al hacer su ofrecimiento, pues no pretendía imponerle una obligación o dificultarle la posibilidad de que rehusara. Sin embargo, el muchacho había aceptado de inmediato, y desde esa mañana llegaba puntualmente a la una con su bolsa de papel de estraza y su lata de coca-cola.
Ella no tenía ningún deseo de acompañarlo a la hora del almuerzo -pues habría parecido una invasión de su propia intimidad-, de modo que había adquirido la costumbre de tomar un ligero almuerzo a las doce a fin de que todo estuviese despejado y guardado para cuando él llegase. Si había preparado sopa, le dejaba un poco, sobre todo si ese día hacía frío, y el chico parecía agradecérselo. Después, instruido por ella, era él quien hacía café para ambos -café de verdad, nada de gránulos sacados de un bote- y lo servía. Nunca se quedaba más de una hora, y Tally ya se había acostumbrado a oír el ruido de sus pisadas en el sendero de entrada todos los lunes, miércoles y viernes, sus días laborables. Nunca se había arrepentido de haberle hecho aquella primera invitación, pero los martes y jueves no podía evitar sentir cierto alivio, no exento de culpabilidad, por disponer de toda la mañana para ella sola.
Tal como le había pedido con delicadeza desde el primer día, el chico se quitaba las botas de trabajo en el porche, colgaba su chaqueta y se iba al cuarto de baño para lavarse antes de reunirse con ella. Traía consigo un perfume a tierra y hierba y un débil olor masculino que a ella le gustaba. Tally se maravillaba de su aspecto, invariablemente limpio y cuidado, de sus manos, de huesos delicados como los de una chica, que contrastaban, en extraña discordancia, con sus brazos morenos y musculosos.
Su cara era redonda, de pómulos firmes y tez ligeramente sonrosada y tan suave como el terciopelo. Tenía los ojos pardos y grandes, bastante separados entre sí, los párpados superiores muy prominentes, una nariz respingona, y un hoyuelo en la barbilla. Llevaba el pelo cortado a cepillo, lo que resaltaba la redondez de su cabeza. Para Tally era como la cara de un bebé que los años hubieran ampliado de tamaño pero sin ninguna impronta de experiencia adulta. Sólo sus ojos desdecían esa aparente inocencia intacta: podía alzar los párpados y contemplar el mundo con una indiferencia pasmada y encantadora, o lanzar una mirada desconcertantemente brusca, maliciosa y enterada a un tiempo. Esta dicotomía reflejaba lo que sabía, retazos dispersos de sofisticación que recogía como quien recoge desperdicios del camino de entrada, todo ello combinado con una asombrosa ignorancia de extensas áreas de conocimiento que la generación de Tally había adquirido antes de dejar la escuela.
Había encontrado a Ryan tras colocar un anuncio en el tablón de demandas de empleo de una papelería local. La señora Faraday, la voluntaria responsable del jardín, había comentado que la tarea de limpiar las hojas y podar los arbustos y los árboles jóvenes se le empezaba a hacer demasiado pesada. Había sido ella quien había sugerido poner un anuncio en lugar de recurrir a la oficina de empleo. Tally había dado el número de teléfono de la casa sin mencionar en absoluto el museo. Cuando Ryan había llamado, lo había entrevistado en compañía de la señora Faraday y ambas habían optado por someterlo a un mes de prueba. Antes de dejar que se marchase, le había pedido referencias.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «La Sala Del Crimen»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «La Sala Del Crimen» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «La Sala Del Crimen» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.