P. James - Sabor a muerte

Здесь есть возможность читать онлайн «P. James - Sabor a muerte» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Детектив, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Sabor a muerte: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Sabor a muerte»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Adam Dalgliesh tendrá que desvelar en esta ocasión el misterio que rodea el asesinato de dos hombres a los que la muerte ha unido pero que en vida raramente habrían coincidido: un barón y un vagabundo alcohólico. Antes de alcanzar su objetivo, no obstante, deberá enfrentarse a un crimen que conmueve la opinión pública e introducirse en las mansiones de la enigmática clase alta londinense.

Sabor a muerte — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Sabor a muerte», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Él dijo con fácil conmiseración:

– Mala cosa. ¿Es grave? ¿Está bien ella?

– ¡Claro que no está bien! Tiene más de ochenta años y esos hijos de puta la han golpeado. No está gravemente herida, si eso es lo que preguntas. Pero no está en condiciones de quedarse sola. Tendré que pasarme el resto del día fuera. Y probablemente mañana también, a juzgar por lo que dicen.

– ¿Y no pueden disponer ellos de alguien que se ocupe de ella?

– Si hubiera alguien más, ya no me llamarían a mí. -Y seguidamente añadió con más calma-: Ella me crió. No hay nadie más.

– Entonces es mejor que vayas. Ya se lo diré al jefe. Siento lo de la copa. -Y añadió, con los ojos todavía fijos en la cara de ella-: Ahora no sería conveniente.

– ¡Claro que no sería conveniente! No es necesario que me lo indiques. ¿Y cuándo va a serlo?

Caminando a su lado por el pasillo, en dirección a su despacho, ella preguntó de pronto:

– ¿Qué pasaría si tu padre cayera enfermo?

– No lo he pensado. Supongo que mi hermana vendría de Roma.

Claro, pensó ella. ¿Quién más podía ser? El enojo contra él, que ella había empezado a pensar que se estaba disipando, afloró de nuevo con vigor. El caso empezaba por fin a llegar a su desenlace, y ella no estaría presente. Tal vez sólo estuviera ausente un día y medio, pero no podía ser en peor momento. Y la cosa no podía durar mucho más. Al contemplar el rostro de Massingham, cuidadosamente controlado, ante su puerta, pensó: Él y el jefe se quedan ahora mano a mano. Será como en otro tiempo. Él tal vez lamente lo de la copa que no vamos a tomar juntos, pero eso será lo único que lamente.

III

El jueves fue uno de los días más frustrantes que Dalgliesh podía recordar. Habían decidido conceder un respiro a Swayne y no hubo interrogatorio, pero una conferencia de prensa convocada para primera hora de la tarde había resultado particularmente difícil. Los medios de comunicación se estaban impacientando, no tanto por la falta de progresos como por la de noticias. O bien sir Paul Berowne había sido asesinado, o se había dado muerte por su propia mano. En el segundo caso, la familia y la policía admitirían el hecho, y en el primero ya era hora de que la nueva brigada se mostrara más explícita sobre sus progresos para echarle el guante al asesino. Tanto dentro como fuera del Yard, había cáusticos comentarios en el sentido de que la brigada se hacía notar más por su sensibilidad que por su efectividad. Como susurró un superintendente del Cl al oído de Massingham, en el bar:

– Feo caso para dejarlo sin resolver; es de los que se crean su propia mitología. Menos mal que Berowne era de derechas y no de izquierdas, pues de lo contrario alguien estaría ya escribiendo un libro para demostrar que lo degolló el MI 5.

Ni siquiera la reunión de cabos sueltos, aunque satisfactoria, había disipado su depresión. Massingham le había informado sobre una visita suya a la señora Hurrell. Debió de mostrarse persuasivo, pues la señora Hurrell admitió que su esposo, pocas horas antes de su muerte, le había hecho una confidencia. Se había pasado por alto una pequeña factura de carteles, al preparar las cuentas finales antes de las últimas elecciones generales. Habría situado los gastos del partido por encima del límite estatutario y habrían invalidado la victoria de Berowne. El propio Hurrell había cubierto la diferencia y había decidido no decir nada, pero el hecho pesaba sobre su conciencia y quiso confesarlo a Berowne antes de morir. Qué finalidad creía conseguir con esta confesión era algo que resultaba difícil determinar. La señora Hurrell no sabía mentir y Massingham explicó que se había mostrado insistente, aunque de modo poco convincente, en el hecho de que su marido nunca había confiado en Frank Musgrave. Pero no era éste un camino que necesitaran explorar. Estaban investigando un asesinato y no un caso de ilegalidad, y Dalgliesh estaba convencido de que conocía a su hombre.

Y Stephen Lampart había quedado exento de toda posibilidad de participación en la muerte de Diana Travers. Sus dos invitados de la noche en que ésta se ahogó, un especialista de moda en cirugía plástica y su joven esposa, habían sido visitados por Massingham. Al parecer, conocían a éste ligeramente y, entre invitaciones a beber y el grato descubrimiento de que tenían amistades comunes, confirmaron que Stephen Lampart no había abandonado la mesa durante la cena y que había empleado menos de dos minutos para ir a buscar el Porsche, mientras ellos esperaban, charlando con Barbara Berowne, ante la puerta del Black Swan.

Pero fue útil despejar este detalle, como también lo fue saber, a partir de las investigaciones del sargento Robins, que la esposa y la hija de Gordon Halliwell se habían ahogado mientras pasaban unas vacaciones en Cornwall. Por breve tiempo, Dalgliesh se había preguntado si Halliwell podía haber sido el padre de Theresa Nolan. Nunca le había parecido la cosa muy probable, pero la posibilidad había de ser explorada. Todo eran cabos sueltos, ahora bien atados, pero la línea principal de la exploración seguía bloqueada. Las palabras del comisario ayudante seguían resonando en su cerebro, tan insistentes e irritantes como un sonsonete de la televisión: «Encuéntrame la prueba física».

Curiosamente, representó más bien un alivio que una irritación enterarse de que el padre Barnes había telefoneado mientras él se encontraba en la conferencia de prensa, y había dicho que le interesaba verle. El mensaje era un tanto confuso, pero no mucho más que el propio padre Barnes. Al parecer, el clérigo quería saber sí la sacristía pequeña podía ser desprecintada, y cuándo, si era posible saberlo, se iba a devolver la alfombra a la iglesia. ¿Se ocuparía la policía de hacerla limpiar, o era éste un asunto que le incumbía a él? ¿Tendrían que esperar hasta que fuese presentada en el juicio? ¿Había alguna posibilidad de que el Consejo de Compensación de Perjuicios Criminales pagara otra nueva? Parecía extraño que incluso una persona tan fuera de este mundo como el padre Barnes pudiera esperar de veras que las facultades reglamentarias del CCPC incluyeran el suministro de alfombras, pero, para un hombre que empezaba a temer que aquel caso de asesinato nunca llegara a ser sometido a juicio, esa inocente preocupación por un detalle tan trivial resultaba reconfortante, incluso conmovedora. Obedeciendo a un impulso, decidió que bien valía la pena hacerle una visita al padre Barnes.

En la vicaría nadie contestó, y todas las ventanas estaban cerradas. Y entonces recordó su primera visita a la iglesia, y aquel tablero que anunciaba las vísperas a las cuatro los jueves. Presumiblemente, el padre Barnes estaría en la iglesia. Y así era. La gran puerta norte no estaba cerrada con llave y, cuando hizo girar la pesada manija de hierro y abrió, se encontró con el ya esperado aroma del incienso y vio que estaban encendidas las luces en la capilla de Nuestra Señora y que el padre Barnes, con sobrepelliz y estola, dirigía las oraciones. El número de fieles era superior a lo que Dalgliesh hubiese esperado y el murmullo de las voces llegó hasta él, claramente, como un susurro suave y desacorde. Se sentó en la fila más cercana a la puerta y escuchó pacientemente las vísperas, aquella parte tan descuidada y estéticamente tan satisfactoria de la liturgia anglicana. Por primera vez desde que la conocía, la iglesia estaba siendo utilizada para el fin para el que había sido construida, pero le pareció sutilmente cambiada. En el candelabro de múltiples brazos donde el miércoles anterior ardía una única vela, había ahora una doble hilera de cirios, algunos de ellos recientemente encendidos, y otros que chisporroteaban con su última y trémula llama. No sintió el menor impulso de contribuir a aquella iluminación. Bajo la luz reinante, el rostro prerrafaelita de la Virgen, con su aureola de cabellos rizados y dorados bajo la alta corona, resplandecía como si acabara de ser pintada, y las voces distantes llegaban hasta él como augurios premonitorios del éxito.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Sabor a muerte»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Sabor a muerte» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Sabor a muerte»

Обсуждение, отзывы о книге «Sabor a muerte» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x