– Ya es demasiado tarde -contestó Mary, como burlándose de sí misma.
– No es demasiado tarde para limpiar su nombre -repuso Hester con apremio-. Lucharé tan duro como sea preciso y, más importante todavía, mi marido también lo hará. Pero no puedo hacerlo sin saber la verdad. Por favor, cuénteme lo que sepa acerca de él; su carácter, lo bueno y lo malo. Todo se irá al traste si intento defenderlo de una acusación y me pongo en evidencia porque resulta ser cierta. Después de eso nadie me creería, aunque llevara razón.
Mary asintió con la cabeza.
– Ya lo sé. -Por fin miró a Hester a los ojos, tímidamente pero sin arredrarse-. Era bueno, a su manera, pero tenía cosas que ocultar. Pasó una infancia difícil. Se vio obligado a mendigar y gorronear, y no me extrañaría que robara un poco de vez en cuando. El hospital tuvo que deshacerse de él al cumplir los ocho años. No tenía elección. Yo fui la afortunada. Hasta que los Webber perdieron su dinero no supe lo que era pasar hambre; me refiero al hambre que te duele en las tripas y que sólo te deja pensar en comida…, lo que sea, cualquier cosa que se pueda comer. Él lo aprendió de pequeño.
Hester se encogió. No necesitaba imaginárselo; lo había visto en muchos rostros. Pero no la interrumpió.
– Se juntó con tipos nada recomendables -prosiguió Mary-. Lo sé porque no me lo ocultaba. Pero no le hice el vacío. Lo único que quería era que siguiera vivo.-Respiró profundamente-. Pero no sabía lo mal que le iban las cosas, pues de lo contrario me habría asustado mucho más.
Hester se movió sin darse cuenta, con los músculos en tensión.
Mary asintió imperceptiblemente.
– Tenía malos amigos a lo largo del río, sobre todo en Limehouse y en la Isle of Dogs. Robaron un banco y cogieron a tres. Los mandaron de cabeza a Coldbath Fields. Uno murió allí, el pobre. Sólo tenía veintitrés años. Los otros dos acabaron con la salud destrozada, y al menos uno de ellos es un borracho empedernido. Cuando los encerraron fue cuando Durban ingresó en la Policía Fluvial. Nunca le pregunté si había participado en el robo al banco, y él nunca me dijo nada.
»Yo no quería que pensara que pudiera sospechar eso de él, pero lo hacía. Era bastante alocado, y tenía peor genio que una anguila en un barreño. -Suspiró-. Todo cambió después de eso. Se llevó un buen susto y jamás volvió a las andadas. Me figuro que eso fue lo que lo convirtió en un policía tan bueno: conocía las dos caras de la moneda. Quizás usted no pueda ayudarle, ni hacer que los demás vean lo bueno que era en el fondo, pero le estaré eternamente agradecida si lo intenta.
Hester miró a la triste figura que tenía delante, destrozada y sola, y deseó poder ofrecerle algo más que palabras.
– Por supuesto que lo intentaré, haré cuanto esté en mi mano. Mi marido apreciaba a Durban más que a nadie en el mundo. Yo también lo apreciaba aunque no nos veíamos con mucha frecuencia. Pero aparte de eso, la reputación de la Policía Fluvial depende de que se demuestre que Jericho Phillips y todos cuantos tienen que ver con él son un atajo de mentirosos.
– ¿Jericho Phillips? -preguntó Mary en voz baja, con un nudo en la garganta-. ¿Es él quien está detrás de esto?
– Sí. ¿Sabe algo acerca de él?
Mary se estremeció y pareció acobardarse.
– Sé que más vale no contrariarlo. ¿Él sabe quién soy?
– ¿Que es la hermana de Durban? No. Me parece que nadie lo sabe.
De repente Hester vio más claras muchas cosas: la urgencia con la que Durban había buscado a Mary sin decirle a nadie por qué, ni siquiera a Orme; el miedo que debía consumirlo por ella. Si Phillips la hubiese encontrado antes que él, supondría una amenaza para Durban más grave incluso que el asesinato de los niños.
– Y no sabrá nada por mí -agregó Hester-. Quiero ver a Phillips ahorcado, de manera que cuando usted salga de aquí ya haya muerto y usted pueda comenzar una nueva vida sin tener que pensar más en él. Dispondrá de un poco de dinero, ya que Durban asilo hubiese querido. Lo tenemos guardado a buen recaudo. Como es su único pariente, tiene que ser para usted. Y si quisiera un empleo y no le importa trabajar duro, me gustaría contar con su ayuda en la clínica que dirijo en Portpool Lane. Como mínimo, piénselo. Tendría una habitación para usted, un trabajo decente y algunas amigas cabales.
La esperanza iluminó los ojos cansados de Mary, que de pronto brillaron tanto que dolía mirarlos.
– Tenga cuidado con Phillips -dijo con urgencia-. No está solo, ¿sabe? Comenzó ese negocio en su barco con dinero, con bastante dinero. Por fuera no parece gran cosa, pero oí a Fishburn contar que por dentro era como la mejor casa de citas, todo lujo y comodidades. Y las cámaras de fotografía no llueven del cielo.
– ¿Un inversor?
Mary asintió.
– No sólo eso, tiene muy buenos padrinos. Hay varias personas que no querrían que le sucediera nada malo, y al menos una de ellas tiene que ver con la ley, y lo defendió ante el tribunal. Un abogado de muy altos vuelos, no uno de esos que merodean por el juzgado esperando pescar algún cliente, nada menos que un Queen's Counsel [9], con sus togas de seda, sus pelucas, esa clase de cosas.
De pronto Hester sintió un frío de muerte, se vio atrapada en algo terrible, sin escapatoria, como si una puerta de hierro se hubiese cerrado para siempre. Por más que pataleara y gritara, nadie la oiría jamás. Un Queen's Counsel, uno que había defendido a Phillips en los tribunales…
– Lo siento -dijo Mary, disculpándose-. Veo que la he asustado, pero tenía que saberlo. No puedo quedarme cruzada de brazos y dejar que le ocurra algo malo cuando ha sido tan amable conmigo.
A Hester le costó trabajo hablar. Tenía los labios como entumecidos, la boca como llena de algodón en rama.
– ¿Un abogado? ¿Está segura?
Mary la miró fijamente, abriendo paso a un oscuro entendimiento. No tenía dificultad alguna para reconocer el dolor.
– Phillips tiene poder sobre mucha gente -dijo, bajando la voz como si incluso allí temiera que alguien la oyera-. Quizá sea por eso que mi hermano jamás lo capturó. Dios sabe bien cuántas veces lo intentó. Tenga cuidado. Usted no sabe a quienes tiene Phillips en el bolsillo. Y aunque les gustaría escapar, no pueden hacerlo.
– No -dijo Hester, susurrando a su vez aunque sin saber por qué-. No, me figuro que no.
A media tarde, Monk estaba enfrascado poniéndose al corriente sobre casos de robo ordinarios acaecidos en distintos almacenes de la ribera cuando uno de sus hombres se personó en su despacho y le dijo que el comisario Farnham acababa de llegar y deseaba verlo de inmediato.
Cuando Monk entró, Farnham estaba sentado y no se levantó. Saltaba a la vista que estaba descontento y de muy mal humor. Indicó de manera cortante a Monk que tomara asiento frente a él.
– El caso Phillips ha terminado -dijo con gravedad, dirigiéndole una mirada dura y opaca-. Usted perdió. De hecho, no sólo usted, Monk, sino toda la Policía Fluvial. No parece ser consciente de hasta qué punto. -Levantó la mano para mantener callado a Monk, por si acaso se le ocurría defenderse-. Bastante malo fue ya que saliera absuelto gracias a su ineficiencia y al sentimentalismo de su esposa, aunque ya se sabe cómo son las mujeres, pero…
Monk estaba tan furioso que a duras penas lograba estarse quieto.
– Señor, eso…
– ¡Déjeme terminar! -explotó Farnham-. Hasta entonces, guarde silencio. Me ha decepcionado, Monk. Durban lo recomendó con vehemencia, y fui lo bastante tonto como para hacerle caso. Pero gracias a su entrometimiento, a su obsesión con el caso Phillips, no sólo yo, sino casi todos los policías veteranos en general y la mitad de los barqueros, gabarreros, estibadores y almaceneros de ambas orillas del río también saben mucho más sobre el difunto comandante Durban de lo que sería deseable. Déjelo correr, Monk. Es una orden. En el Támesis hay suficientes casos de delincuencia que requieren su atención. Resuélvalos todos, con celeridad y justicia, y quizá comience a redimir no sólo su propia reputación sino la nuestra también.
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