Ed Kritch se les acercó.
– Será mejor que me reserves una pieza -dijo a Maggie.
Maggie lo miró con suspicacia.
– No volverás a raptarme, ¿verdad?
Ed rió.
– No. No lo haría. Qué episodio aquél, ¿no? Les juro que por poco me desmayo cuando Elsie Hawkins sacó esa ametralladora de su cartera. Sí señor, esa historia pasará de boca en boca. Creo que, como anécdota, es tan buena como aquella vez que Bizcky Weaver incendió su granero tratando de disparar a Hank.
Hank parecía complacido.
– Antes de que tú llegaras al pueblo, yo era el único entretenimiento de esta gente -dijo a Maggie-. Es un verdadero placer compartir los laureles.
En el centro de la pista de baile, habían colocado el árbol de Navidad. Los invitados comenzaron a formar una rueda a su alrededor. La banda comenzó a interpretar Aquí llega Santa Claus y la ronda se meció al compás de la melodía. Hank y Maggie, tomados de la mano, también participaron, mirando hacia la puerta por encima del hombro, a la espera de que llegara Papá Noel. La puerta se abrió y, cuando la esperada figura hizo su entrada triunfal, todos los niños soltaron un grito de alegría.
– Jo, jo, jo -exclamó Papá Noel, reuniéndose con el grupo-. ¿Todos se han portado bien este año?
– Sí -respondieron al unísono.
El baile continuó alrededor del árbol y Papá Noel se abrió paso cortando la cadena de manos, para entregar los libros de colores. Cuando llegó al sitio donde estaba Maggie, se detuvo y le tomó la mano.
– ¿Y Maggie se ha portado bien este año? -le preguntó.
Maggie sintió que las mejillas le ardían como fuego. Papá Noel no se había dirigido a ningún otro adulto.
Tomó un bastoncito de caramelo y un libro para colorear de su saco y los entregó a Maggie.
– Sólo las mejores muchachas de Skogen se llevan este regalo -le dijo, guiñándole el ojo.
Un murmullo de aprobación estalló entre el público.
El mundo se desdibujó momentáneamente. Los pies de Maggie dejaron de moverse al compás de la música. Miró primero a Hank y luego los demás rostros que formaban la cadena. ¡Le tenían simpatía!, notó. Hasta el padre de Hank le sonreía desde el otro extremo del salón. Maggie apretó el libro y el caramelo contra su pecho y agradeció debidamente a Papá Noel. Observó con atención al hombre que se escondía detrás de aquella barba blanca y ojos entrecerrados.
– Sé que eres tú, Bubba -murmuró Maggie-. ¡Ésta me la pagarás!
Bubba sonrió, abrazó a Maggie y siguió con su tarea.
Maggie también sonrió. Sonrió porque, de repente, aprendió a querer mucho a Bubba. Y sonrió porque Papá Noel la había encontrado allí, en las ondulantes y nevadas tierras de Vermont, y, además, porque le había regalado un libro para colorear. Pestañeaba frenética, pero, de todas maneras, las lágrimas bañaron su rostro. Hundió la cara en el pecho de Hank y resolló sobre su corbata.
– Es qu… que me… me encantan los libros para colorear -sollozó.
Orville Mullen estaba al otro lado de Maggie.
– Tal vez esté embarazada -conjeturó, dirigiéndose a Hank-. Así se ponen. Se largan a llorar por los libros para colorear, por los baberos y por los escarpines. Cuando mi Elaine estaba embarazada, no podíamos caminar frente a los tarros de alimento para bebé de Acme porque se ponía a llorar desconsolada.
La señora Farnsworth se acercó y rodeó los hombros de Maggie con el brazo.
– Es necesario que empieces a hacer manualidades -le aconsejó-. Tranquiliza los nervios y, además, te enteras de algunos chismes.
– No sé… -dijo Maggie, sonándose la nariz en el pañuelo de seda rojo de Hank.
– No te llevará mucho tiempo -insistió la señora Farnsworth-. Es sólo una tarde de sábado al mes y podrás contarnos sobre el diario de tu tía Kitty. Todos morimos por leer tu libro cuando se publique. No todos los días tenemos a una escritora auténtica caminando por las calles del pueblo. Tal vez, hasta podamos organizar una sesión de autógrafos.
¿Una sesión de autógrafos? Maggie se tapó la boca con la mano para sofocar la carcajada. Sería famosa. No terriblemente famosa, por supuesto. Después de todo, no era Elizabeth Taylor, pero aun así, podría alcanzar algo de fama. Y el Club de Manualidades le organizaría una sesión de autógrafos. Maggie se mordió el labio inferior. Tenía un problema. Un problema con su nombre.
– Tendrás que casarte conmigo lo antes posible -dijo a Hank-. Tengo un problema con el nombre. Cuando el Club de Manualidades organice la sesión de autógrafos en mi honor, ¿con qué nombre voy a firmar? Todos piensan que soy Maggie Mallone, cuando, en realidad, sigo siendo Maggie Toone. Como verás, esto podría prestarse a muchas confusiones, a menos que nos casemos de inmediato -Se mordió el labio de nuevo-. Sé que han pasado varios meses desde la última vez que me pediste que me casara contigo. Tal vez hayas cambiado de opinión. No podría culparte si es así.
Hank le sonrió ampliamente.
– Déjame aclarar las cosas. ¿Quieres casarte conmigo para poder firmar autógrafos en la sede del Club de Manualidades?
– Sí.
Hank no pudo resistirse a seguir el juego.
– No sé. No es muy romántico. No estoy seguro de que sea una buena razón para casarse. ¿Y qué pasa con Skogen? ¿Estás convencida de que puedes vivir aquí?
– ¡Por supuesto que puedo vivir aquí! ¡Skogen es un sitio magnífico para vivir! -Bajó la voz y asumió un tono más serio-. Y te amo.
Hank la tomó entre sus brazos.
– Yo también te amo y seré feliz al casarme contigo -Luego la besó intensamente, frente a todo el mundo.
– Es una suerte saber que él ya no lo hace en los graneros de los vecinos -dijo Gordie Pickens-. Qué tremendo fue en su juventud, ¿verdad?
Bucky Weaver, el viejo Dan Butcher y Myron Stonehouse compartieron la opinión.
Y la banda interpretó Rodolfo, el reno del hocico rojo por cuarta vez.
***